Alguien me dijo hace
unos días que mis ojos transmitían tristeza. No es la primera vez que me lo
dicen. No me afecta especialmente. Desde luego uno no tiene la culpa de que su
rostro sea de determinada manera, en mi caso, con unos ojos que transmiten
tristeza. Quiero creer que la apreciación de los demás no se corresponde con lo
que se encuentra tras esos ojos. Pero sí es cierto que me resulta harto
complicado en estos tiempos no sentirme poseído por una permanente pesadumbre.
Podría ser el trabajo, que en parte lo es, y los sacrificios que conlleva. Pero
el trabajo termina y vuelve uno a casa con ganas de recobrar fuerzas y de
regenerar el espíritu. Existe una predisposición a la alegría, unos brazos
prestos al abrazo y una mano dispuesta siempre a darse con sinceridad y
firmeza. Pero los abrazos no llegan todos y las manos se tienden dubitativas. E
incluso cuando se dan los más esplendidos abrazos, estos, acompañan a la
pesadumbre que se manifiesta en el otro tarde o temprano, a la contra. Y es
este desánimo colectivo, esta amargura generalizada, la que hace imposible que
uno pueda recuperar la alegría. Al igual que la irreversibilidad física de la
expresión de mis ojos, la culpa de este estado decaído del ánimo en el
ambiente, no recae sobre las personas con que uno se cruza a diario. Es más,
uno quisiera aliviar todo esos males de un hachazo eficaz. Pero eso no es
posible, porque el mal, sencillamente, está en el aire y es invisible e
intratable. Lo entiendo así, con mis muchas limitaciones, intratable. Me pregunto
si éramos más felices cuando creíamos en Dios. No es una pregunta sincera. Es
una vía de pensamiento, pero un callejón sin salida. Acaba en un bálsamo
mentiroso que no hace más que horadar la herida abierta. Algo que sí tengo
claro es que podríamos parar un momento y pensar en la palabra soledad.
Podríamos establecer una relación con el término. Decirnos cómo esta palabra se
encuentra presente en nuestras vidas. La gente está muy sola hoy. Sí, toda una
muchedumbre estruendosa de solitarios individuos somos. La muchedumbre en
algarabía incrementa la sensación de soledad. Se extiende un aquí no se viene a
hacer amigos lamentable. No te muestres débil. Aunque estés jodido y estos
aires putrefactos de desánimo te compriman el corazón y los pulmones, no tiembles
y aguanta, solo, para que no te puedan pisar. Y la persona que me comentaba el
otro día acerca de la tristeza de mis ojos me reconoció que se sentía solo. Me
siento muy solo. Y aquello me asesinó. O al menos, se sumó a la soledad de
otros muchos que hoy aprietan los dientes porque se sienten solos y no son
capaces de reconocerlo, dando como resultado mi asesinato. Esto es
insoportable. Respirar así, en este ambiente, no es lo que nos prometimos
cuando éramos humanos, niños quiero decir, y nuestra limpieza sólo podía
expresarse en forma de esperanza. Los niños se están volviendo adultos antes de
tiempo. Adultos o niños huérfanos perdidos en un frondoso bosque concentrado en
apenas unos metros cuadrados. La verdad es que nuestra naturaleza es muy
contraria a la soledad, por muy larga que creamos tenerla. Y nuestra felicidad
se mide por nuestra capacidad de consumir, al nivel del estado de nuestra
economía. Me pregunto una estupidez, me pregunto si de verdad el ánimo
insufrible que flota por las calles está más relacionado con la idea de una
macroeconomía pulverizada como idea en sí misma, o con sus consecuencias a
pequeña escala. He de reconocer mi candidez y mi poca preparación sentimental
para estos tiempos. Siento mi maduración como un proceso lento que a veces, no
pocas, me causan profundos malestares. Pero por otro lado pienso que el hecho
de sentirse asesinado por la reconocida soledad de un semejante debería ser lo
normal, lo humano; y que es, justamente, lo necesario. Lo que no puede entender
este niño díscolo y estúpido es esta crispación y esta soledad que compartimos
con el resto de vidandantes. El debate sobre si el ser humano es bueno o malo por
naturaleza suena a viejo. Ya se hizo, y no dio resultados, al menos no para mí.
Creo que la pregunta estaba equivocada. Me interesaría mucho más saber si
realmente el ser humano es en realidad humano tal y como lo concebimos hoy en
día. ¿Qué nos ha traído a vivir en estos días? ¿Fue el animal o el humano lo
que nos trajo? Y en función a la respuesta que soy incapaz de dar: ¿Cómo hemos
de manejarnos en mitad de este aire insufrible de decadencia anímica? Son
preguntas que me inquietan. Que haya quienes las respondan sin concederse un
minuto, me inquieta aún más. Esto texto no tiene respuestas, ni final posible,
que no sea este desconcertado e iluso punto final.