Poco importa lo que nos
ha traído aquí y ahora. La historia ha llegado a un punto en el que los conejos
extraídos de la chistera contribuyen a enriquecer la narración. Repetimos con
Vigo Mortensen y Cronenberg. El momento es ese en el que nada de lo que
creíamos cierto tiene que ver con la realidad. Cuando esto ocurre no queda otra
que actuar en virtud de impulsos inesperados. El mundo del personaje de María
Bello ha quedado atrás, escrito en una ficción. Toca jugar con las nuevas reglas
del juego. Y el sistema de reglas es tan profundo que su personaje, la criatura
humana que se dibuja en el film de Cronenberg, ha quedado brutalmente
transformada.
En el plano de lo real
las personas sabedoras de que hay otro mundo ficticio en el que los personajes
cobran vida, no pueden evitar que surja la sensación de que tenemos tras lo que
somos a un atareado grupo de guionistas que escribe nuestros días. He de decir
que no es una idea propia, que la tomo prestada. Pero sí, me adhiero a esa idea
que defiende que todo lo real no es más que una ficción filtrada a través de un
complejo instrumento de percepción. Muchos han reflexionado a lo largo de la
historia y han llegado a conclusiones parecidas. Serían interminables las
referencias.
Sabemos que para los
personajes de Una historia de violencia
de Cronenberg ha llegado un punto en el que nada de lo que hagan responderá a
las reglas en las que se pensaban acomodados. Para Tom Stall (Mortensen) los
guionistas de la vida han decidido que nada que haya dejado atrás ha muerto en
el olvido. La hasta ahora feliz señora Stall (Bello) es el nexo en que ambos
mundos se cruzan. El hombre malvado que trata de no serlo puede sentir la
culpa, necesita el perdón de su compañera. Pero su compañera ya tampoco es su
compañera y quiere ser tan malvada como el falso Tom pudo haber sido o es. La
maldad, la culpa y el perdón; la justificada y humana incapacidad total de racionalizar
la mirada del compañero, el aire que se respira en el lugar donde nunca quisimos
estar, se transforman en violencia, tan humana, y en el sexo más animal.
Al pie de la escalera
él trata de frenar el incierto ascenso y ella le abofetea con rabia. Tom lanza
la mano que tanta muerte dio y aprieta el cuello de ella y quisiera apretar más
o no, pero libera el cuello de su esposa, que huye sin huir y él la hace caer
sobre los escalones y bloquea su cuerpo. Nos besamos. Y la escena de pronto es
impregnada de un erotismo salvaje que se muestra al espectador en forma de sexo
cinematográfico, imágenes veraces y sugerentes. Para el espectador también han
cambiado las reglas del juego. Ellos aceptarían la bofetada y ellas aceptarían
ver sus cuellos atrapados en la mano masculina. Aprobamos la violencia
entonces, y como sabemos que los polvos mejores no han de durar toda una vida,
envidiamos a dos personajes que para celebrar el fin del mundo han decidido
devorarse hasta la caída del telón. Cronenberg apenas nos permite ver los
hermosos muslos de María Bello y el espasmódico trasero de Mortensen. Sabe que
no ha de enseñar más. En una escena excesiva la ausencia controlada de excesos
se convierte en polvo de hadas. Ambos personajes se entregan y se aman como
quizás jamás hicieron y actúan como no puede ser de otra manera, en virtud de
inesperados impulsos y necesidades.
La esposa agraviada por
la mentira reclama al malvado que lo sea. El malvado se ha ido de la escena
porque su necesidad es la comprensión y trata de huir, pero ya es imposible. El
malvado ha vuelto para quedarse, y no ha sido él quien le ha llamado.
Donde unos pueden ver a
un hombre y una mujer follando enloquecidamente yo veo a dos seres humanos que
se hacen el amor de la única manera en que considero que debería hacerse, sin
protocolos, sin ego, sin dignidad; en busca del placer, del calor, del cariño,
sin miedo al dolor.
Esta es una de esas
películas a las que vuelvo para contemplar de nuevo una única escena. Envidio a
Cronenberg por filmar como a mí me gustaría escribir. Una historia de violencia es una película dura. De nuevo tenemos la
historia sobre la vida y la muerte. Nadie sobra en el reparto. El montaje es
impecable y las escenas que lo componen parecen dibujadas en favor del guión,
agradeciendo en este caso Josh Olson, la novela gráfica de John Wagner y Vince
Locke que justifica el film. La varita mágica de David Cronenberg ha vuelto a
hacerlo. Y yo me guardo en el terrorífico mundo de mis obsesiones esta escena
de sexo y violencia que me habla de la vida tal y como es.
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