domingo, 8 de junio de 2014

En virtud de un impulso inesperado






Poco importa lo que nos ha traído aquí y ahora. La historia ha llegado a un punto en el que los conejos extraídos de la chistera contribuyen a enriquecer la narración. Repetimos con Vigo Mortensen y Cronenberg. El momento es ese en el que nada de lo que creíamos cierto tiene que ver con la realidad. Cuando esto ocurre no queda otra que actuar en virtud de impulsos inesperados. El mundo del personaje de María Bello ha quedado atrás, escrito en una ficción. Toca jugar con las nuevas reglas del juego. Y el sistema de reglas es tan profundo que su personaje, la criatura humana que se dibuja en el film de Cronenberg, ha quedado brutalmente transformada.

En el plano de lo real las personas sabedoras de que hay otro mundo ficticio en el que los personajes cobran vida, no pueden evitar que surja la sensación de que tenemos tras lo que somos a un atareado grupo de guionistas que escribe nuestros días. He de decir que no es una idea propia, que la tomo prestada. Pero sí, me adhiero a esa idea que defiende que todo lo real no es más que una ficción filtrada a través de un complejo instrumento de percepción. Muchos han reflexionado a lo largo de la historia y han llegado a conclusiones parecidas. Serían interminables las referencias.

Sabemos que para los personajes de Una historia de violencia de Cronenberg ha llegado un punto en el que nada de lo que hagan responderá a las reglas en las que se pensaban acomodados. Para Tom Stall (Mortensen) los guionistas de la vida han decidido que nada que haya dejado atrás ha muerto en el olvido. La hasta ahora feliz señora Stall (Bello) es el nexo en que ambos mundos se cruzan. El hombre malvado que trata de no serlo puede sentir la culpa, necesita el perdón de su compañera. Pero su compañera ya tampoco es su compañera y quiere ser tan malvada como el falso Tom pudo haber sido o es. La maldad, la culpa y el perdón; la justificada y humana incapacidad total de racionalizar la mirada del compañero, el aire que se respira en el lugar donde nunca quisimos estar, se transforman en violencia, tan humana, y en el sexo más animal.

Al pie de la escalera él trata de frenar el incierto ascenso y ella le abofetea con rabia. Tom lanza la mano que tanta muerte dio y aprieta el cuello de ella y quisiera apretar más o no, pero libera el cuello de su esposa, que huye sin huir y él la hace caer sobre los escalones y bloquea su cuerpo. Nos besamos. Y la escena de pronto es impregnada de un erotismo salvaje que se muestra al espectador en forma de sexo cinematográfico, imágenes veraces y sugerentes. Para el espectador también han cambiado las reglas del juego. Ellos aceptarían la bofetada y ellas aceptarían ver sus cuellos atrapados en la mano masculina. Aprobamos la violencia entonces, y como sabemos que los polvos mejores no han de durar toda una vida, envidiamos a dos personajes que para celebrar el fin del mundo han decidido devorarse hasta la caída del telón. Cronenberg apenas nos permite ver los hermosos muslos de María Bello y el espasmódico trasero de Mortensen. Sabe que no ha de enseñar más. En una escena excesiva la ausencia controlada de excesos se convierte en polvo de hadas. Ambos personajes se entregan y se aman como quizás jamás hicieron y actúan como no puede ser de otra manera, en virtud de inesperados impulsos y necesidades.

La esposa agraviada por la mentira reclama al malvado que lo sea. El malvado se ha ido de la escena porque su necesidad es la comprensión y trata de huir, pero ya es imposible. El malvado ha vuelto para quedarse, y no ha sido él quien le ha llamado.

Donde unos pueden ver a un hombre y una mujer follando enloquecidamente yo veo a dos seres humanos que se hacen el amor de la única manera en que considero que debería hacerse, sin protocolos, sin ego, sin dignidad; en busca del placer, del calor, del cariño, sin miedo al dolor.


Esta es una de esas películas a las que vuelvo para contemplar de nuevo una única escena. Envidio a Cronenberg por filmar como a mí me gustaría escribir. Una historia de violencia es una película dura. De nuevo tenemos la historia sobre la vida y la muerte. Nadie sobra en el reparto. El montaje es impecable y las escenas que lo componen parecen dibujadas en favor del guión, agradeciendo en este caso Josh Olson, la novela gráfica de John Wagner y Vince Locke que justifica el film. La varita mágica de David Cronenberg ha vuelto a hacerlo. Y yo me guardo en el terrorífico mundo de mis obsesiones esta escena de sexo y violencia que me habla de la vida tal y como es. 

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