domingo, 28 de junio de 2015

Macabra ola de calor.


Niños en la playa. Joaquín Sorolla. 1910.*


A las ocho de la mañana el termómetro ya dice veinticinco grados. Siempre que miro el monitor digital que informa sobre la temperatura recuerdo que una vez, a las ocho de la mañana también y para mi asombro, un termómetro me dijo que estábamos a cuarenta y ocho. Eran otras latitudes. Nos ablanda el cerebro la ola de calor; va bien a veces un cerebro blando.

La ola de calor: en la mañana abren temprano las primeras churrerías, los adoquines se despegan unos de otros, se liberan; sabe uno que en algún horizonte la tierra o el mar se recortan en contraste con el naranja fuego del sol nonato; las cafeteras en los bares chillan y surgen conversaciones en bocas bajo ojos soñolientos y bocas con olor a coñac; el aire está detenido; poco a poco, las calles se van llenando. De gente. La gente vestirá ropa fresa y se dirigirá al partido o querrá aprovechar y cargará bolsos con fiambreras, toallas, el "Diez Minutos", un libro quizá (pueden encontrar edición de bolsillo de La templanza de María Dueñas a poco más de seis pavos en Hipercor); bolsos con cremas para el sol, sillas de playa, niños en chanclas, bañador y desprovistos de camisetas, poco a poco, la gente, todos, en un flujo exponencial. Cosas que pasan aquí en el sur.

Hemos llegado vivos de milagro a este domingo. ¿Cómo no parecerle a uno cada día una especie de milagro? Los domingos más si cabe, este domingo en particular. Si España es periferia, Cádiz es insular. Se tiene la sensación de poder mirar al continente europeo como apostado en la almena de un baluarte. Cuando el sol se instala sobre nuestras cabezas y el aire se recalienta como en estos días todo parece moverse con extremada laxitud.

Tanto es así que apenas creo haber superado este viernes último. Insisto que hemos llegado vivos al domingo gracias a una especie de milagro.

En una playa de Túnez mueren treinta y ocho personas y quedan heridas otras tantas por acción del fuego de fusil. Aún con la sangre parisina secándose en nuestras ropas los medios nos informan de la decapitación de un trabajador en una planta de gases de Lyon. Una mezquita chií de Kuwait se destripa en singular explosión -atentado suicida- y mueren veintisiete personas, otras doscientas quedan malheridas. Menos importante al parecer, en Somalia, los "guerreros" de Al-Shabab emprenden una "ofensiva" contra algunas instalaciones militares dejando a su paso otra buena ristra de cadáveres (entiendan el entrecomillado como una disculpa por pecado de inexactitud). Llegaba la ola de calor a nuestros pagos, y con ella, otra ola, una ola macabra. Aquí es donde podríamos decir aquello de: así son las cosas y así se las hemos contado. Pero no, no puede ser.

Las playas del sur insular se va llenando, el estadio Ramón de Carranza también (el Cádiz C.F. se juega hoy su ascenso a segunda), la gente acude a la libertad como el abejorro a las tomateras. Se ríe y se celebra el domingo estival que todos esperábamos y al que llegamos milagrosamente vivos. El calor empuja a los niños y los lleva algo más allá de la orilla. Como en las gradas del Carranza los playeros toman posiciones de cara al Atlántico y asientan y clavan sombrillas, estiran toallas sobre la arena recalentada, la tierra gira sobre sí misma; y el Eurogrupo extorsiona a Grecia.

Memento mori, y más pronto que tarde, le dicen a los griegos. Cuando los griegos dicen: oh, sí, queremos, claro que queremos, de hecho estas son nuestras medidas: reduciremos sustancialmente el gasto en defensa, desarrollaremos un nuevo plan energético más económico, gestionaremos de forma austera nuestras administraciones, haremos un esfuerzo brutal pese a nuestros pocos medios disponibles, las medidas serán todas las necesarias menos exprimir a un pueblo soberano ya en los huesos de la desesperación. Pero a Europa (léase Alemania) le importa un carajo los pueblos soberanos descarnados por la angustia. Europa dice nein, nein y nein, que no puede ser, eso de pensar más en la gente que en tributar a los viejos nuevos señores. E imagino que Europa pueda pensar: ¿tan difícil es hacerlo como los españoles? Los españoles rescatan a sus bancos con dinero público y después, si los españoles, que no tienen trabajo ni esperanza de tenerlo y para quienes la soberanía y el patriotismo son la misma cosa que el toro de Osborne, no pueden pagar sus casas, los bancos hablan con los jueces y estos con la policía y los bancos les quitan sus casas a los españoles, como es normal y europeo hacer european old school style, y ya está ¿tan difícil os parece hacerlo así?

Claro, Europa no puede vernos ahora, aquí en la playa, despelotados, sofocados por la ola de calor, en pleno carnaval, libres del yugo de un martes cualquiera.

Es toda una experiencia en sí abrir una fiambrera con bistés empanados o tortilla de patatas bajo la sombrilla y la sombrilla bajo el sol, frente al mar. Las terrazas de los bares reciben al sediento y al hambriento. Son calles de aire volcánico en plena ola de calor. Es la gente, que acude a la libertad, como la boca al beso.

Tiene mucho de simbólico esto de ir a la playa en domingo. Se aparca la locura y la barbarie momentáneamente. Uno sabe que, de vuelta, tras pisar de nuevo asfalto o adoquín, locuras como la de este viernes último, como las de esta Europa -no en vano tierra toda ella sembrada de cadáveres y regada desde antiguo con sangre de europeo- deshumanizada, regresan a los corazones frutos del milagro las miserias de un mundo que nació loco y bárbaro como un talibán o como responsable del BCE. El bofetón de realidad nos comprime el pecho, somos incapaces de poner nombre a esta especie de abandono al desastre.

Uno sabe que ocurren cosas como la muerte por difteria de un niño de seis años cuyos padres decidieron, en mitad de la insidiosa confusión, no vacunarlo por su propio bien. Sí, un niño, igualito a esos que ahora juegan en la orilla.

Somos incapaces de poner nombre a esta especie de desenfreno homicida y al milagroso hecho de haber llegado a este domingo con vida, entre una cosa y otra. Yo lo voy a llamar "Ola de calor", o mejor, "Macabra ola de calor".


*Si hay un pintor que ha sabido captar la luz del Mediterráneo es, sin lugar a dudas, Joaquín Sorolla. Fue un especialista en reflejar en sus obras la luminosidad y la alegría del Levante español. Valencia, su ciudad natal, será su lugar preferido de inspiración y donde encontrará su temática favorita: pescadores, niños bañándose, jóvenes en barco, etc. Por eso los retiros del artista a Valencia van a ser cruciales para su producción. Era habitual encontrarle por las playas captando en sus lienzos a sus gentes y su luz, esa luz dorada y brillante que tan bien ha sabido mostrar Sorolla en sus cuadros. Niños en la playa es una de las obras cumbres del pintor. Tres niños aparecen tumbados en la playa, en el lugar donde el agua de las olas se mezcla con la arena, muy cerca de la orilla. Los niños desnudos, como se bañaban en los primeros años de siglo los muchachos del pueblo, demuestran el perfecto dominio del pintor sobre la anatomía infantil. Pero el tema no deja de ser una excusa para realizar un estudio de luz, una luz intensa que resbala por los cuerpos desnudos de los pequeños. Las sombras para Sorolla no son de color negro tal y como dictaba la tradición, sino que tienen un color especial según consideraba el Impresionismo. Por eso aquí emplea el malva, el blanco y el marrón para conseguir los tonos de las sombras. Una de las preocupaciones del pintor eran las expresiones de los rostros, que ha sabido captar perfectamente en el niño que nos mira aunque su cara no esté claramente definida. Observando este cuadro, el espectador puede respirar la atmósfera del Mediterráneo, que Sorolla tan bien conocía (Fuente: http://www.artehistoria.com/v2/obras/670.htm).

martes, 23 de junio de 2015

Ampliación del campo de batalla.


Reproducción de un breve fragmento extraído de Ampliación del campo de batalla, primera novela de Michel Houellebecq.

Él -quien habla- está internado en un "centro de reposo". Ella -quien escucha- es enfermera.


Algunos seres experimentan enseguida una aterradora imposibilidad de vivir por sus propios medios; en el fondo no soportan ver su vida cara a cara, y verla entera, sin zonas de sombra, sin segundos planos. Estoy de acuerdo en que su existencia es una excepción a las leyes de la naturaleza, no sólo porque esta fractura de inadaptación fundamental se produce aparte de cualquier finalidad genética, sino también a causa de la excesiva lucidez que presupone, lucidez que trasciende claramente los esquemas perceptivos de la existencia ordinaria. A veces basta con colocarles otro ser delante, a condición de suponerlo tan puro y transparente como ellos mismos, para que esta insoportable fractura se convierta en una aspiración luminosa, tensa y permanente hacia lo absolutamente inaccesible. Así pues, como un espejo que devuelve días tras día la misma imagen desesperante, dos espejos paralelos elaboran y construyen una red límpida y densa que arrastra al ojo humano a una trayectoria infinita, sin límites, infinita en su pureza geométrica, más allá del sufrimiento y del mundo.

domingo, 21 de junio de 2015

Por el segundo sector.


Duelo a garrotazos. Francisco de Goya.


No sabía de lo que le hablaba. Claro, ni siquiera le mencioné el blog. Le decía que, bueno, había tratado de explicarme ciertas cosas a través de la palabra escrita, por medio de mis propias palabras medidas y calibradas por las teclas. Fue en ese momento que caí en la cuenta de que no mentía. Lo hice, o al menos lo intenté. Hoy vuelvo a ello, de una forma diferente, tirando por el segundo sector.

* * *

A veces ocurre que quien te habla lleva haciéndolo toda la vida y tú, por la costumbre, por la cercanía, por la familiaridad con que se llega a escuchar una voz o por los gestos ya entendidos como rutina al modo de una coreografía que ya conoces, a veces, ocurre, que el más antiguo de tus interlocutores mira hacia otro lado cuando habla, hacia su propia vida, recorrida y recordada tal vez en unos pocos segundos, y te dice algo que reconoces sabio, reconoces justo, como un verso perfecto. Te dedica palabras que no son de este tiempo, en una conversación de madrugada. Será que la madrugada nos desnuda o nos hace ver lo huérfanos que somos. Pero de palabras hablo, de una intención, hablo. No viene al caso ahora repetirlas, tampoco sería capaz. Era un consejo, acaso una lección, ¿para quién? Sobre esas palabras que se referían a un presente concreto y que viajaban desde el pasado, acariciando con la yema de los dedos el incierto futuro, sobre esas palabras podría escribir yo ahora el que sería mi mejor poema; un poema repetido, seguramente, porque todos los buenos poemas ya fueron escritos.

* * *

Tirar por el segundo sector no es un acto de valentía, sí de cálculo y precisión.

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El tuit de un amigo venía a mostrar su hastío por estas dos Españas de siempre. Reclamaba esa tercera España que nadie sabe qué puede ser ni dónde puede estar. Sí, las dos Españas, la una y la otra, qué cosas, como aquella maravilla de Goya, Españas de un origen ambas perdido en el olvido. Tierra de reyes y cuervos y miserables, ¿cómo no vamos a tener siempre vencedores y vencidos? ¿Cómo no vamos a tener fachas oscuros y rojos recalcitrantes? Mi amigo pedía su tercera España movido por un sentimiento provocado por la crispación probablemente. Tal vez, como le ocurre a servidor, por el profundo temor a caer uno mismo en la radicalización. Se ha vuelto compleja la política de este país, y me temo que no sepamos digerirla por mucho que nos empapemos de Juego de Tronos. La España de las dos Españas tiene la costumbre de romperse cada cierto tiempo. Y puede que sí, que de cada derrumbe surja esa tercera que después vuelve a las andadas en un bucle sin fin. Lo que me lleva a pensar que la política tiene muy poco que ver con esto. De la cobardía al heroísmo no hay más que un simple paso. Tan perniciosa es la cobardía como falso es todo acto de heroísmo. Y la historia de España está llena de cobardes y llena de falsos héroes, es la única España que reconozco, quien  quiera ver otra cosa acabará enarbolando alguna bandera, cualquiera de las dos.

* * *

Decía que no sabía de lo que hablaba, quizá porque tampoco yo era capaz de explicarlo con las tres o cuatro palabras que manejo. Y en el fondo todo viene a ser que nada es blanco o negro, como me dijo una vez un buen amigo, que todo en realidad, es de colores. Tendemos al gris, los tiempos nos llevan al gris, esa amarga criatura que llegó para quedarse cuando asesinamos a Dios y no supimos llenar su espacio. Entonces fue que dijo la palabra mágica. Cuánto he pensado yo en esa palabra. La he llevado siempre en la punta de la lengua, la he saboreado, he querido colocarla lentamente en el acantilado de mi nariz y he bizqueado. No sé si es correcto decir luchar individualmente por el humanismo. Sí, no sé si me entendía o no, si yo me explicaba o no, pero vino a darme una respuesta. ¿Llegó por azar? Hasta el átomo todo funciona de una manera que podemos creer previsible. Eso hasta el átomo, del átomo hacia dentro todo cambia. Y en su voz la palabra humanismo sonó hermosa, tal vez porque hacía tiempo que quería oírsela decir, tal vez porque yo provoqué que la palabra, hermosa e inasible, saliera de sus labios, como una promesa; o será que en esa palabra y sólo en esa palabra ser y estar y amar es el mismo verbo.

* * *


No se me ocurre un momento mejor para la poesía que el que vivimos. Los que antes escribían poesía ahora escriben novela negra. Sería estúpido preguntarse qué pretenden. Pero para la crispación, nada hay como unos buenos versos bien cargados con lo más profundo que pueda salir de un auténtico corazón humano. No existe pregunta a la que un poema no haya tratado ya de rodear con sus brazos para convertirla en otra cosa que no es respuesta, pero que tampoco produce dolor.  

miércoles, 17 de junio de 2015

Lamer heridas



Sí, uno también pasa por aquí para lamerse las heridas. Pasa uno, tal vez, ya que se abre el procesador y hay que llenarlo y después está este espacio abierto hacia el mundo dañino que... eso, que se aprovecha uno un poco de esto de dibujar con palabras asuntos que se manejan con otro tipo de herramientas. Así que uno pasa por aquí y empieza a lamerse las heridas de joven perro viejo.

Resulta que está el mundo. Y en el mundo, los demás y lo demás. Algo así debió traernos el nihilismo, no otra cosa. Ante esto Nietzsche propuso una utopía, un sendero, utópico, irrealizable si se tienen las entrañas bien cubiertas por los nervios. Mis entrañas han de ser como las del cordero agonizante. Vivimos sobresaturados de posmodernismo y pose nihilista. Sí, quién no ha caído en la trampa y además ha hecho alarde de ello. El sinsentido es mi paradigma, el sinsentido me da sentido, la nada no me permite abrazarte porque ¿para qué? me cubro con la nada de estos tiempos que tú no puedes manejar porque no has llegado a este estado de perfección en el que mi sentido capitalista nihilista posmodernista me erige en perfecto superviviente, un auténtico superhombre. Y yo lo sé. Yo que me cruzo con cualquiera soy el cobarde dispuesto a sacarte los ojos si no eres capaz de dar un beso con lengua como Dios manda. Hemos fastidiado hasta lo de follar. Follar es un producto dentro de la cadena. Lo hemos deshumanizado tanto, lo hemos incluido de tan mala manera en el trueque, que no, que ya ni siquiera es follar, es otra cosa. Va en la línea de todo esto.

Va en la línea de todo esto que un libro ya no es un libro o casi. Hay tantos ¿verdad? En la cima del arte está Jeff Koons. No tenemos ni puta idea de si eso es arte o no. Nadie lo sabe. Pero es arte sin embargo, arte fiel reflejo de un mundo perdido vagando por el universo. La desolación en nuestras vidas, es el arte, sobrevivir a ella, al mundo de la impureza en el que lo de menos es que existan precios a pagar o no. Hemos dejado de ser dueños de nuestras vidas. Nuestras vidas, la tuya y la mía, tú y yo hormiguitas en la fila, nuestras vidas murieron con Dios, en ese preciso instante. No supimos manejar la situación (¿cuándo lo hicimos?), pero ya da igual. Casi todos vivimos en la rueda del hámster. Mi problema es que no sé correr en la rueda. ¿Cómo quieres hacerlo si no sabes, si nunca quisiste aprender? Estúpido, tú querías amar a otros, qué gilipollez, por su belleza como criatura única en su especie, querías poner en un altar a todos aquellos que amabas, por encima de ti mismo, más allá, los demás, verdaderos dioses de carne y hueso, de carne y hueso; pero no, ellos aprendieron, y tú no, amar está sobrevalorado, el amor "romántico" (¿qué coño es eso del amor romántico? a todo ponéis nombre, a todo ponéis vuestras manazas y vuestras palabrazas para explicar para señalar, sí, todo con esa inmensa amargura, con ese inquietante sentimiento trágico de la vida, señaláis y decís amor tal o amor cual, amor de bobos, amor de adolescentes, amor sin amor, amor inventado y coloreado por Hollywood o Leonor de Aquitania, pero amor esto amor lo otro, nunca amor, siempre un bisnes, nunca amor) no tiene su lugar en un mundo posmoderno en el que para vivir se ha de estar cómodo en el sinsentido, en el carpe diem que nos ha salido de los cojones. Es imperdonable el error.

¿A qué viene toda esta locura? Hará un par de noches me dijeron: ¡tú eres un romántico, tío, no me lo podía ni imaginar! (Risas, carcajadas) No sé si lo soy. Lo soy acaso por ambicionar no una casa, no un coche, no un reloj (¿quién coño puede ambicionar un reloj?). Ambiciono vida, nada más, y no, tú tampoco la tienes, aunque lo creas.

Cada cierto tiempo nos asesinamos con licencia de quienes no van a matarse. Mientras tanto, nos vamos preparando para el momento. El de enfrente no eres tú, es otro, y como no eres tú mismo, es tu enemigo, aunque te metas en la cama con él. Todo es negociable en este mundo nuestro. No negocies, vive, luego me cuentas qué tal te ha ido. Está en el aire, el negocio. Ah, sí, quién me hablaba señalando con dedo amistosamente acusador: tú y yo estamos en sintonía porque entre ambos no existe el menor interés. No había caído en ello, es cierto, no lo hay.  Su compañía me interesa, mucho. No ha sido difícil. Casi da pudor decir amistad. La amistad no es de este mundo. Y el amor son conexiones sinápticas y cosas de corriente alterna mezclada en controlados tubos de ensayo en los que flota vete tú a saber qué coño de sustancias químicas. Nada más. Desangrarse por amor está casi tan mal visto como hacerlo por amistad, amor al fin y al cabo. Esto es condenadamente complejo, ¿no creen? ¿A que parecía fácil? No lo es. Podemos complicarlo más, podemos haber sido testigos de la pureza, de mal en su estado natural, del amor cuando no existe otro camino posible. Es entonces cuando los breves esquemas esbozados arden como la zarza o el cardo. Ya no puedes ser hámster, aunque lo intentes. Eres ratón silvestre y solo.

Habrá quien diga pesimismo; o que a servidor le han atizado fuerte no hace mucho. El pesimismo va de ejercitar poco la mente y de no haber mirado lo suficiente. A servidor le atiza la luz del día cuando ella no está a su lado y la luz del día cuando no encuentra los ojos de los que vio nacer. Así que hace poco me atizaron, como ayer o antes de ayer. Porque puedo ir a un banco y pedir un crédito y después ir a comprar un coche e ir con él a Mercadona y comprar una bandeja de ternera y una botella de vino y helado para el postre y después marchar a casa mía de mi propiedad según rezan las escrituras por las que pago la hipoteca. Puedo hacer eso, y la luz del día me seguirá jodiendo igual. Hoy me decía una amiga que estaba muy bien. Nunca se llega a la perfección, pero que estaba bien. La conversación vía mensajes llegó a un punto en el que ella me decía que la perfección era lo que se puede entender como felicidad. Pero primero decía la perfección, y yo la entendí, sabía a qué se refería. Estaba bien y buscaba la felicidad. Creo que sigo sin entenderlo.

Trataba de hablar en mi novela "Una ciudad en la que nunca llueve" sobre todas estas cosas. No sé si supe hacerlo. Quien dijo ser tocado por la novela jamás puso en su boca el término nihilismo, esa criatura que llegó para quedarse (Nietzsche again). Heidegger jamás se cansó de recordar como Nietzsche lo había asesinado. Le abrió una puerta infranqueable, un arco utópico y doloroso. Ahora todos estamos asesinados. El amor es un recurso de la ficción. Nos lo colocan en las historias como el soma de Huxley.

La locura es para quien ya no puede ser hámster. Así todos sus intentos por hacerlo de la mejor manera posible parece un artificio. Buscar igual a ingenuidad. A estas alturas ya me niego a decir que es una cuestión de madurez. Tú me dirás, hombre de treinta y pocos padre en espera de una tercera criatura. No, no es falta de madurez, es incapacidad de rendirse a un mundo como boca de megalodón.

Para terminar este patético discurrir del que se lamenta tan públicamente, recorramos así por encima la carrera literaria de un autor sabio que escribe como quien respira.

Cormac McCarthy renunció al mundo que le había tocado. Sus razones tendría, aunque entonces no lo supiera. Desde luego algo fallaba. Sirvió para la USAF en Alaska y para olvidar el mundo que contemplaban sus ojos atentos se refugió en los libros. Sueño con conocer esos títulos que tanta importancia cobrarían con el paso de los años. Así acabó escribiendo una serie de novelas en las que nihilismo y violencia se daban la mano llevando al lector por un mundo brutal en el que el amor o la esperanza no tenían el menor sitio (El guardián del vergel, Hijo de Dios, Suttree, Meridiano de sangre, No es país para viejos,...). Desde luego McCarthy, su visión del mundo que le rodeaba, en fin, era horrible, McCarthy es entonces un inadaptado y trata de contarse la realidad. Y ocurre que ya cumplidos los ochenta publica (Premio Pulitzer) La Carretera. Un libro que muchos adoran y que pocos llegan a entender. Para entenderlo debemos saber que Cormac McCarthy ya no es aquel muchacho apesadumbrado de Knoxville, ni aquel de Alaska, tampoco el vagamundo en Ibiza, ni el anacoreta fugado de la realidad. Cormac McCarthy es padre a una edad en la que es más fácil ver que en otras. La paternidad le regala la esperanza que creía inexistente. Lo refleja de manera brillante en La Carretera, donde todo el mundo ve dolor y yo no puedo más que contemplar una obra en la que el amor más puro sobrevive al mundo mismo.
Así que lamo mis heridas mientras hablo de ambición. En este mundo de ambiciones. Mis tres heridas:

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.


Miguel Hernández.

miércoles, 10 de junio de 2015

Los primeros cantos de los primeros pájaros.


En la calma de la noche. Todos duermen;
ah, es un cementerio para la gente viva.
En el centro hay un parque cuyos árboles
no dejan de manchar el cemento y los días;
quedan, las hojas, pegadas, al suelo caliente de un verano con prisas.
Algunos coches
pasan,
no los veo, por alguna parte:
                                              hay quien tiene un destino en esta madrugada, mezclados
van y vienen, víctimas y asesinos, como amantes furtivos, que nunca llegarán a
conocerse.

Y más allá las calles van a dar a otras calles y así, éstas,
a otras; luego hay avenidas sembradas de semáforos que alternan
sus verdes y rojos, para casi nadie, como pensando en un mañana,
que no tendría porque llegar. Adentrarse por puertas y ventanas,
contemplarlos,
a todos y cada uno de los niños, tan plácidamente dormidos,
tan esforzadamente guiados hacia algún imposible.
El viento de levante arranca polvaredas de temor, absorben la luz de las farolas.
Es raro y sospechoso encontrar a un caminante que se dirige hacia nosotros. Alguien al
que ya no volveremos a ver,
nunca más. La madrugada
                                          lleva su muerte en el nombre.

No quedan bares con risas de esas
que se regalan,
por no llorar o por brindar al cristal de los espejos,
una bonita imagen,
que no podamos recordar cuando el sol crepite lejos y feroz.
Ya no quedan perros callejeros
a los que ahuyentar alzando el brazo
cuando amenaza la soledad.

Sí.
Es este aire cargado de vapor azul atravesando la camisa
una inevitable invitación a agachar la cabeza. No quedan lejos
las olas que se arriman a orillas solitarias,
sin que nadie las mire,
o contempladas por alguien que fuma
asomado a un balcón con macetas con geranios.
Escuchando el susurro cadente del más allá como el aplauso teatralizado, a la vida o a la
muerte, según la mañana por venir.
A ras de suelo, oh sí, a ras, de suelo,
los coches aparcados esperan. Alguien
que llora como respuesta a la incomprensión, alguien que ama,
en otro lado, a pesar del amor, ajeno a la mala palabra futura o a la sombra de la voz
desconocida que pronunciará su nombre y su apellido seguidos del anuncio inesperado.
¿Qué harás entonces?
                                 ¿Qué ingeniosa reacción
provocará
                                 el asombro al borde de tus labios?
Me pregunto, el cielo de la noche nos permite recordar el universo,
si no será mejor poner la espalda para
cada una de
las
    tres
          heridas.

Los aspersores despiertan de su letargo,
los faros de un automóvil son a lo lejos
los ojos de un animal herido en el bosque,
los primeros cantos de los primeros pájaros
alcanzan su minuto diario de gloria antes del desastre.
Las calles ya huelen a seísmo, a onda expansiva, a la rabia necesaria para no claudicar.

Roscos de humo como ideas condenadas al fracaso me...