sábado, 28 de febrero de 2015

Sobre las innecesarias antologías de relatos


De ser servidor designado como un retratista casual de lo absurdo -de lo ridículo y manifiestamente divertido por lo mezquino-; de tener que ser por un prurito de vergüenza ajena paisajista del paisanaje literario del ámbito que observo como un panda en la calle Ancha; eso, de tener que hablar -por hablar, y por un estricto sentido de lo ético, que todos tenemos nuestros defectos-, en ese paisaje que tan claramente muestran las redes sociales como ventana abierta de lo que ocurre al otro lado de la misma que no es afuera pero que tampoco es adentro de nada o casi nada, las antologías literarias, de relatos o poemas, tendrían un lugar privilegiado.

Me pregunto sobre lo necesario de dichas antologías (que no son tal; obviando su absurdez). Me pregunto cómo surgen, cómo funciona la mente de alguien que se dice de pronto como quien piensa "voy a ir al baño", voy a hacer una antología. Es curioso que exista una tipología muy marcada de los que en algún momento se proponen la empresa. Pero volvamos a lo de la necesidad. Son del todo innecesarias, no hay que darle más vueltas. Porque a nadie más que a los autores dispuestos a participar interesa la concepción de una obra similar. La antología de relatos, ahora que está tan de moda, es un libro que nace muerto, siempre y cuando dicha antología no se haga con cierta coherencia y por la urgencia o necesidad real de unir a cierto número de autores que ya y que sí -autores con obra y obra que garantice o que hable de un oficio real- han sembrado entre los degustadores de libros la semilla del interés. Pero no. Resulta que todas estas antologías de temáticas tan variadas no tienen más sentido que el de publicar; publicar rápido y de cualquier manera, con muchas mamadas y aplausos, publicar sobre zombies (la temática de los zombies, a estas alturas del partido, debería sacar cualquier texto de lo que se considera literatura -una intención, no más- para enviarlo a otros formatos o medios con menos amor propio, con menos dignidad; porque los zombies son criaturas manidas y que normalmente suelen ser usados como lo que son, personajes más bien básicos, así como los que huyen de ellos, también básicos, con un juego que bien puede dar cualquier otro tipo de temática que se atragante menos, que sea menos... en fin, todos sabemos lo que son las historias de zombies, así como sabemos la razón por la que ahora están tan de moda); sobre vampiros, sobre género sin ningún respeto sobre el género. Porque el género merece su respeto, y no es cuestión de escribir rápido y mal cualquier basura para entregar rápido y publicar rápido para un libro que morirá rápido porque sé/sabemos/saben que lo único que queríamos todos, los publicados, era un poquito de notoriedad y que por unos días nos llamasen escritores.

Se publicó de aquella manera Vampiralia. Le eché un vistazo, cómo no, y no puedo decir más de ella que es poco menos que un despropósito. Después resulta que recibe no sé qué premio. Otro despropósito. Como la mencionada, todas las demás. ¿Qué necesidad real palpitaba de algo así? Ninguna. Probablemente muchos de sus autores son gente con verdadero talento, no lo dudo -lo afirmaría de unos cuantos-, y me pregunto por qué emplean dicho talento en semejantes despropósitos. ¿Por qué no dedican todos sus esfuerzos en crear de verdad y con verdad? Han pasado unas semanas desde de aquello, ahora Vampiralia es una línea más en un currículum ficticio, como mi nivel medio alto de inglés. Pero claro, una línea que nos mantiene ahí arriba, sobre las tablas.

Y ahí es donde damos con el resto del iceberg. No es lo mismo ser escritor que ser payaso o showman. Ser payaso o showman es muy digno, requiere de estudio y trabajo. También para ser escritor se necesita una buena formación. No basta con saber juntar palabras y que salga bonito. Un escritor no participaría en ninguna de estas innecesarias antologías por lo innecesario de las mismas. Porque el escritor escribe con un sentido que va más allá de contar una historia. Contar una historia siempre es fácil; unos lo harán mejor, otros peor; pero es sencillo. Puede haber quien diga: yo escribo para divertirme. Me parece estupendo que te diviertas, de verdad, la diversión es importante, pero no vas a ser escritor por divertirte, perdona la franqueza, puedes seguir si quieres haciendo antologías para que se publiquen tus historias, y puedes seguir con aquello de las mamadas para que cuando otro monte su propia antología tú puedas colocar tu engendro mediocre. Algún día serás reconocido, mas no como escritor.

Se crean grupos de escritores en Facebook, después tienen la osadía de quedar en algún garito para charlar, para cambiar impresiones, para... ¿para qué?

¿Dónde queda aquello de la soledad, de la reflexión, de la individualidad? El escritor es una fase más allá del individualismo. Quienes participan de estas dichosas antologías no soportan el individualismo porque ellos mismo son incapaces de soportar su propia soledad y los pensamientos y las voces que le recuerdan que se mueve en la más absoluta mediocridad. Lo cierto, lo más cierto en la proyección de una posible carrera literaria es la certeza del fracaso. No es malo. No lo veo como algo malo. Mejor no fracasar en la vida. Pero la carrera literaria es otra cosa. En esto uno llega y dice o cuenta o dice y cuenta lo que cree que es verdaderamente necesario decirse o contarse. Mientras tanto, nacen y mueren historias. Y eso está bien, siempre será peor una pedrada en un ojo. Antologías de relatos, pa qué. Para seguir ahí arriba, en las tablas, nada más.

El excesivo afán de notoriedad juega en contra de lo que significa ambicionar ser mejor en un oficio realmente difícil. Se corre el riesgo de ser "escritor" sin obra, que es como el que tiene frío y se rasca los huevos. Se les puede ver merodeando por ahí, por las redes sociales, por las incontables presentaciones de libros, alardeando de su "¡Presente!", haciendo gala de su ridiculez extrema. Publicar un librito, como es el caso de un servidor, no te convierte en escritor. Publicar en innecesarias antologías de fabricación casera tampoco. Y por supuesto, seguir ahí, arriba de las tablas, te convierte en un payaso de los malos. Es por eso que en todo este paisaje abundan más los payasos que los escritores y del total resulta una esperpéntica postal en la que se refleja la más absoluta de las decadencias; tal es el panorama literario en el ámbito de la Bahía de Cádiz. Es una puta pena.


La realidad es que tenemos buenos escritores. Están ahí, callados; miran lo que ocurre a través de los velos que cuelgan cuando se deja la más mínima distancia. Diría sus nombres. Algunos escriben obra que es de mi agrado, otros no. Pero son buenos escritores. Pareciera que toda esta balsa de mediocridad los desplaza del mismo modo que los copleros de carnaval desplazan a los músicos. Yo sé que nunca seré escritor, tal y como yo entiendo que se ha de ser escritor. Me gusta demasiado la vida como para poder componer una buena obra. Desde luego, tampoco voy a ser payaso, payaso de antologías innecesarias.

martes, 24 de febrero de 2015

Gargantúa



Un monstruo Gargantúa sin principios
-ni finales-, moral aderechada;
un ogro ladrador de voz pesada,
Moloch de cien renombres cien oficios.

La boca Gargantúa desbocada
tragando tragasables y novicios
del arte de adorar sus artificios
de artista de la pluma desplumada.

Es su notoriedad devoradora,
es su pichacortismo -su tragedia-:
gloria por felación aduladora.

La bestia Gargantúa que te asedia:
mediocre criaturita que empeora

cada vez que se traga más de media.

domingo, 15 de febrero de 2015

Un reencuentro



Hubo un tiempo en el que tú y yo no éramos los que somos. Como un hachazo, a simple vista (no lo dijimos y tal vez tampoco lo pensamos, era más bien como una cláusula del contrato no escrito, una inesperada sorpresa en forma de extraña victoria; el tiempo que no nos conocimos sin necesidad de explicación alguna o justificación que mereciera la pena darse. Bajo un cielo de nubes audaces -una perfecta escenografía para una comedia dramática- que impregnaba el aire de chubascos intermitentes, se daba el reencuentro. El presente comprometido con el futuro se batía en la anaranjada y húmeda zahorra delimitada por las gruesas rayas de tiza. Lo esperaba, claro que lo esperaba, habíamos quedado. Pero no lo esperaba, cómo lo iba a esperar: vino con un hijo. Yo que acompañaba a mi hijo y bueno, él había estado lejos; no lejos en el espacio, sencillamente, lejos, como lo había estado yo, como lejos se encuentra aquel otro yo que era y que ya no soy. Pero no, para él tampoco yo debí haber resultado como aquel otro. Venía con su hijo y me dijo, es él, mi hijo. Entonces la distancia fue aún mucho mayor y fue entonces que vi que todo había cambiado y que había cambiado para bien. Para los dos. Ni siquiera se trata de dinero, de la ropa o del aspecto físico; va mucho más allá: la mirada tal vez. Los ojos que han visto ciertas miserias y las manos que han causado otras miserias y los planos secuenciales vividos tienen como consecuencia un curioso cambio de color en el haz proyectado sin intención desde el rostro. Ambos nos reconocimos nuestros nuevos yoes (no somos más sanos ni somos más limpios; diferentes, sí, mucho). "...porque la vida era o blanco o negro, y así nos era más fácil. Después todo parece llevarte a considerar la escala de grises, y así no funcionas. Prefería el blanco o negro, se confunde uno cuando las cosas son diferentes... y sin embargo tuvo que pasar el tiempo y tuvieron que darse las desafortunadas consecuencias de vivir como quien muerde para descubrir al fin, que de hecho, la vida no es ni blanco ni negro, ni siquiera se mueve en la escala de grises; de hecho, la vida es de colores". "La vida es de colores, no se te daría mal la poesía". Y claro que no se le daría mal. En dos, tres, cuatro horas, el viejo amigo compuso como medio centenar de poemas inmejorables, poemas inigualables por los numerosos poetas de recital y antología. Era eso, un reencuentro: él con su hijo de pelo rizado, algunas canas en la barba y yo, admirado por la proeza de mi propio hijo; los dos, más mayores pero no más viejos (seguimos sintiendo el pellizco que nos produce la sensación de que todo saltará por los aires en cualquier momento). Para engañar la ausencia de adrenalina tenemos nuestros recursos, decimos como quienes sufren de abstinencia. "Me iría a la montaña contigo, podría iniciarme". Risas. Se echaba de menos la complicidad. "Tú y yo nos pusimos la piel de cordero -sobre la del lobo- y ahora estamos demasiado calentitos como para quitárnosla". Y más risas, y cuánta razón. El niño de pelo rizado desconocedor del demonio de su padre arrastra una sabiduría ancestral que sí le permite reconocer el lado luminoso del ángel. Me pregunto cómo me verán a mí mis hijos. Me pregunto si se preguntan sobre ciertas cosas y me pregunto cómo podemos mirarlos, él y yo, ahora, a ellos, después de todo (al calorcito de la piel de cordero). "...mejor dar cadena larga a los fantasmas; aunque regresen, a veces, y te hagan polvo; o te hagan una oferta que creas que no puedes rechazar". Y así hicimos, dimos cadena larga a los fantasmas pese a que yo insistía en decir que: me siento muy bien, no tengo ya ningún problema con eso. Tal vez él respondió: puede ser que sí, que estemos bien. Estamos mejor. De vez en cuando me daba por gritar porque mi hijo se lanzaba tras un balón que parecía imposible y que él hacía posible. Ahí tienes hijo mío, la clave de tu éxito futuro, sigue así. Tal y como yo no lo decía lo pensaba mi amigo. Hicimos bien equivocándonos, empezamos diciendo al poco de reencontrarnos. Ahora que han pasado las horas, que presente y pasado se reconcilian, he de darte la razón; también hicimos bien en aceptarlo, en volver a vernos y en abrazarnos.