martes, 24 de junio de 2014

El yugo de nuestra propia ignorancia



Se llevan rápido las manos a la cabeza. Otros estiran un brazo y señalan con el índice: lo ves, los ves... y otros, incluso, serían felices viendo al hombre enterrado hasta el cuello y finalmente dilapidado.

Yo también pienso que el terrorismo de E.T.A tiene una explicación política. Sí, así es. Esta sencilla frase ahora puede ser usada con mi nombre a un lado para que, quien me conoce, cuando menos, me mire con cara rara y desconfianza. Podría llegar incluso a alterar a las personas que me quieren. Pero yo no voy a decir sólo eso, no quiero llevar a engaños. Mi oposición a cualquier tipo de violencia es total. A esa frase sumo ahora que el surgimiento de la banda es provocada y su continuidad en el tiempo bien alimentada por los que se venden como líderes del camino correcto, el de la justicia y la paz. El nacimiento de la banda terrorista puso en marcha lo que muchos en este país soñaban y no se atrevían a hacer, un frente a la opresión y la tiranía de un régimen a través de la ira. No justifico ni la violencia ni los asesinatos. Digo que hay una explicación política a la formación de dicha banda. Pues bien, no es el etarra que empuña la pistola ni el que coloca la bomba lapa quien pone en marcha la máquina del caos, no, no fue así. De hecho, algunos de los ideólogos de la E.T.A original después han abandonado el proyecto y continuado su carrera política desde banderas más amables y si ayer alentaba a los soldados de la muerte hoy los condenan, porque ahora ya sí forman parte del camino correcto. La máquina del caos ya ha sido creada, está en marcha, y ya no es fácil detenerla. Pasan los años y ya ni siquiera los soldados más viejos recuerdan los motivos que los llevaron a donde se encuentran pergeñando nuevos atentados. Simplemente piensan que su causa es justa. Y no les queda más remedio que pensarlo porque desde el poder, otro perro con el mismo collar, se sigue alimentando la ira de sus corazones. Verán, el soldado es una criatura bastante estúpida. Yo mismo me considero un soldado. Al soldado lo caracteriza el tamaño y la nobleza de su corazón. Si al soldado le dices que ha de luchar por una causa y lo convences de que esa causa lleva al bien, luchará y puede incluso hasta que muera en el intento y que lo haga con una sonrisa. Si además, desde el otro lado, se sigue motivando al soldado, sencillamente el soldado responderá con más furia y mayor convicción. Así de sencillo.

E.T.A ha sido una baza política para nuestros dirigentes. E.T.A no era un grupo de asesinos para nuestros políticos. E.T.A significaba votos. Y fueron nuestros dirigentes los que servían la carne a la bestia. Cuando el partido en el poder andaba jodido por algo, se encontraba de pronto un zulo con una cantidad ingente de armamento etarra. Cuando se producía un atentado, el partido en la oposición lo condenaba interpretando un papel de pesadumbre tras el que podía verse una maquiavélica alegría porque aquello le beneficiaba. ¡Joder, me cago en dios y en todo lo cagable! ¡Que en este puto país hicieron política con el atentado del 11-M! Y sí, lo hicieron los mismos que hoy se llevan las manos a la cabeza y señalan con un dedo índice al hombre que cree que se ha de profundizar un poco más en lo que ha sido E.T.A en esta España que es como un interminable dolor de barriga.

Es ya un tópico aquello que se decía de que E.T.A jamás se acabaría. E.T.A interesaba. Y no fueron estas palabras sino los hechos en nuestra historia más reciente los que han reforzado el tópico. No soy ningún especialista en el caso de la banda terrorista en cuestión. Pero sí que por circunstancias me he acercado al "fenómeno" del terrorismo. Mis conclusiones me llevarían páginas y páginas, algo que no casa bien con el formato blog. Terrorismo es un nombre. Vemos un atentado -al margen de toda información- en la tele y nos decimos: eso es terrorismo. Terrorismo es un nombre muy nuevo para algo que es muy viejo. Llamamos terrorismo -sí, nosotros lo llamamos así- a una respuesta, a una voz que no ha sido escuchada, a algo que pudo haber sido solucionado de otra manera; llamamos terrorismo a lo que se conoce como guerra asimétrica, un concepto de guerra que el débil está obligado a emplear cuando lucha contra un fuerte. Dejo claro que no apruebo ni la lucha del fuerte ni la del débil, no apruebo la lucha armada con muerte de por medio, estoy en contra de que la gente muera por luchar. He de hacer estos paréntesis para quienes carguen contra todo esto, ya me comprenden.

Tras la guerra de Irak en Irak comenzó el terrorismo. Tras la ocupación en España por parte de las tropas napoleónicas no. Aquello fue una causa justa. A Viriathus lo envuelve la épica del pasado y nos la pone muy dura la que le montó a los romanos. Pero vete tú a preguntarle a los romanos si el bueno de Viriato era terrorista o no. ¿Era un terrorista el Che Guevara? Sí, el mismo cuya cara aparece en las camisetas de los de la paz y el amor. Podría alargar esto de tal modo que cualquiera que siga ahí, al otro lado de estas palabras, decidiría largarse de inmediato. Todos estos hechos de nuestra historia tienen una explicación política. Y al decir esto no estoy diciendo que mañana me vaya a tocarle las palmas al morito Juan de aquí abajo para que se inmole con trilita.

Las palabras importan. La palabra es un arma. La palabra en las manos adecuadas hacen posible el Quijote o Hamlet. Eso el poder lo sabe. Es por eso que al poder no gusta de que el pueblo se maneje con las palabras, lo prefiere borrego e ignorante. Pero ellos sí se valen de las palabras. Y desde su autoridad nos escribe: Chávez, malo; Aznar y González, buenos, y por qué no te callas; EEUU, paradigma; Europa, democracia; Islam, satanismo; Bush, noble cruzado y Obama, yes we can; crisis económica, el pueblo paga sus pecados. Son palabras en las que creemos porque son las palabras de la verdad. El empleo de estas palabras ha sido estudiado con mucho detenimiento y reflexión. Su influencia hoy es mayor que la de los Quijotes y Hamlets, desgraciadamente. Al igual que "terrorismo" estas palabras tienen un poder y están envueltos por el papel de regalo de la verdad. Nos olvidamos del lema aquel de "guerra contra el terror" que sirvió para invadir con justicia al menos dos países (y un océano diría yo).

Hemos tardado una semana en sacar a la luz las "mierdas" de un hombre, las mismas mierdas que nos han costado treinta años sacar de toda una clase política. Se critica su sueldo como eurodiputado, que digo yo que será el mismo que el de otros. Y no, un político no ha de estar mal pagado, no tiene que ser así. Lo que se le pide a un político, como mínimo, es honestidad, y no que cobre menos. Pero en fin, esto es sólo otro pequeño apunte.

Acusan al hombre de haber asesorado al gobierno de Venezuela. Se le ha señalado como el asesor a la opresión de una persona en concreto en una sucia jugada populista, una de esas a las que ya estamos tan acostumbrados. Ni que decir tiene que esto no hay quien se lo trague.

Los europeítos medios no tenemos ni puta idea de lo que es Sudamérica. Ni siquiera nos acercamos a su realidad, no sabemos cuánto pesa tener a los USA sobre sus cabezas, aunque deberíamos saberlo. Chávez nunca fue santo de mi devoción. Sus formas -y métodos-, las que triunfan en esa América tan nuestra, no eran agradables. Pero joder, tampoco era el enemigo, no era el malo de una entrega de The Expendables, nuestro país se ha lucrado con las ambiciones de ese supuesto ser maligno. Ahmadineyad es el demonio. Pero joder, si lo es, es justamente porque nos lo señalan como el demonio. No tenemos puta idea de cómo funcionan las cosas en Irán y en el resto de países árabes porque lo único que hacemos es compararlos a nuestro camino correcto y verdadero. Y sí, Ahmadineyad es un tío malvado que hace daño a su pueblo. Pero si él lo es también lo es Obama y a ese nigger de pega nadie lo señala porque también es de los del camino correcto y la guerra contra el terror y la cruzada de occidente. Cualquiera que se desvíe de ese camino y nos sugiera que las reglas del juego podrían ser otras es directamente masacrado, como le está ocurriendo al señor Iglesias, del que se ha llegado a usar su pelo recogido en un coleta para decirnos que es malo, a modo de un 666 tatuado en la coronilla.

El pueblo español ha vuelto a sacar a la luz el oscuro facha que habita en su corazón y ha mostrado su enorme miedo a los cambios.

Me declaro completamente escéptico ante "Podemos". Mantengo las distancias, expectante. En muchos aspectos mis ideas difieren de las de su voz y su cara, Pablo Iglesias. Y ese escepticismo es una extensión de mi pensamiento ante todos los movimientos sociales, políticos y geoestrátegicos que está sufriendo nuestro tiempo. Casi anárquico, mi actitud es la del que aún conserva la fe en una criatura maravillosa. Así que ruego un pequeño esfuerzo a aquellos que devoran prensa para después vomitarla en el modo en que nos adoctrinan, que reflexionen, que no se dejen llevar por la cuerda que nos ata.

Peor que nuestro miedo es nuestra inabarcable ignorancia. Nos hace un pueblo tan maleable, tan pobre. Un pueblo indefenso somos. Un pueblo que vivirá por siempre bajo el yugo de la dictadura, la que el mismo pueblo se impone.


domingo, 22 de junio de 2014

Bienvenido a Carcosa






Renegamos de la oscuridad. Hablamos poco con los demás sobre ella. Tratamos de alejarla porque la oscuridad nos señala con el índice de la verdad y la verdad nunca es agradable para nadie. Somos el resultado de la gran batalla entre la oscuridad y la luz, una batalla que cada día celebra victorias y derrotas infinitas que vendrán a repetirse mañana. Pero nos aterra considerar por un momento la inquietante presencia de nuestra propia oscuridad cuando un terrible pensamiento nos atraviesa la mente y ni siquiera somos capaces de saber de dónde ha salido. Así que la oscuridad se convierte de pronto en duda, y cualquier discurso que trate de darle una forma definida nos pondrá en guardia y a la escucha, ya sea el precio a pagar sentir la fría mirada del abismo sobre nuestra persona.

Al llegar al minuto cuatro dieciséis del primer capítulo de True Detective ya justifiqué los restantes siete capítulos que me quedaban por delante para completar la primera temporada. Y no me equivoqué.

Pero han pasado un par de semanas desde que se me escurrió de entre los dedos su último capítulo y acabase con la serie o ella muriese sin más con la promesa de una segunda temporada que se prevé diferente. Estas dos semanas han sido muy necesarias para repasar con claridad el universo creado por True Detective y si realmente hay universo o no en ella.

Dos policías trabajan juntos en un caso por primera vez: un homicidio, uno muy brutal. La serie nos cuenta esto desde el recuerdo de los detectives Rust y Marty, que son interrogados en el año 2.012 al respecto de la investigación que iniciaron en 1.995. El espectador ya se enfrenta a dos climas completamente diferentes, y ello da forma y color -el de la oscuridad- a la historia que aún está por contar. Los guionistas hacen bien sus deberes, la interpretación está a la altura por parte del consagrado -capaz de multiplicar un mismo personaje hasta el infinito de los matices posibles- Woody harrelson y un recuperado Matthew McConaughey, o uno nuevo más versátil, un Jim Carrey tenebroso.

Así que la historia se presenta ya desde el conflicto. No es una cámara que sigue las pesquisas de un par de detectives por atrapar a un criminal de más allá de este mundo. Es una historia de personajes. Asistimos a la presentación de dos criaturas ficticias enmarcadas en unas circunstancias de horror y cotidianidad. Y son esos mismos personajes lo que narran desde un futuro que no tardará en ser presente.

La ficción humana que es el detective Rust nos habla de un camino de imperfección por el que condenar toda esperanza. No lo sabe, pero ello le aporta una insufrible felicidad. Es a su trabajo como su trabajo, el de indagar en el mal para mover una pequeña ficha del bien hacia adelante, es a su persona; a sabiendas de que nada de eso servirá para el fin que nos empeñamos en creer el resto de humanos caducos. Hace su camino al andar consciente de la inutilidad del mismo. Así se enfrenta al crimen que desencadena los acontecimientos. Su discurso pesimista nos hiela la sangre, es doloroso estar de su lado. La esperanza de que se alimenta es el convencimiento del fin de la especie. Aquí importan las palabras. Los monólogos del detective Rust están muy por encima de cualquier otra cosa que esta serie nos pueda contar. Es el sin trampa ni cartón. Rust habla directamente al espectador ayudándose de una actitud y un lenguaje corporal muy medido. Su sabiduría no sólo procede de los libros, es un tipo de la calle, un antiguo infiltrado en las bandas de narcos, un tipo que ha sufrido la peor de las pérdidas imaginables. Y el resultado, la sabiduría de ese hombre que ha aprendido lo que no quería, es la ficha reina de nuestro ajedrez. Ya este personaje es motivo más que suficiente para acercarnos a True detective.

Para Marty la vida es algo simple. Trabajo, familia -breve alusión a Michelle Monaghan como esposa del detective Martin Hart: borda su papel, determinante en parte de la historia- y de vez en cuando la extramatrimonialidad que cree necesaria para el mantenimiento de lo primero y lo segundo. Su primer contacto con Rust le conducirá al error de reafirmar que existe un mundo en el que se mueven los locos y otro dentro de lo que es normal para los cuerdos. Pero no, la locura de Rust no es tal y la presunta cordura de Marty será atacada en los mismos pilares que sustentan lo que creía seguro e inamovible. La evolución de Marty en la historia que nos ocupa es veraz. Su sanchopancismo nos hace posible grandes momentos en la serie.

Si bien es cierto que en esta historia de personajes el peso de McConaughey es incuestionable, no lo es menos que la réplica Harrelson, del detective Marty, es siempre necesaria y brillante. La excusa argumental, el relato, sin embargo, no está libre de pecados. Es cuidada la forma, los personajes protagonistas están bien dibujados, pero vemos mezquindad creativa y no pocos excesos de artificio en el guión, sucias estratagemas de profesionales. Los guionistas de una historia seriada como esta suelen cometer el error de creer que son más listos que el espectador. Por supuesto esto no es así. No es honesto abrir nuevos canales a la imaginación para dejarlos luego a modo de flecos innecesarios. Una vía puede quedar inconclusa, desde luego, pero siempre si es un recurso que fortalece la historia. Me temo que no es el caso en True detective, y que los flecos pueden traducirse en un grave insulto al espectador. Estos son los culpables de que la historia no resulte completamente redonda.

Es en el momento en que el tiempo presente cobra importancia y empezamos a saber, cuando podemos sentir más el desenlace que el nudo, cuando estos flecos van dejándose ver, cada vez con menos pudor.

Han transcurrido diecisiete años desde el primer crimen que une a ambos protagonistas. Para Rust, fuera ya de la policía, el tiempo quedó detenido entonces. A Marty, el caso y la influencia vampírica de su compañero, le han cambiado la vida. Ahora se dedica al sector privado de la investigación, en el que ya no aspira ni a penas ni a glorias. El forzado encuentro entre ambos los vuelve a poner juntos tras la pista de un caso cerrado cuyas complejidades jamás llegaron a comprender y que hace arrastrar a Marty una condena en su conciencia, una deuda que habrá de saldar tarde o temprano.

Sin llegar a ser lo que se nos prometió en un principio True detective es una gran serie. No se codea con las más grandes como The Wire, Tremé o House of cards, por poner algunos ejemplos. Pero está muy por encima de la calidad media que se nos vende en el medio televisivo. Estoy seguro que los que hemos disfrutado de esta primera temporada ya esperamos con impaciencia una segunda que apunta a nuevos protagonistas y escenarios.

Merece la pena disfrutar del trabajo de McConaughey y Harrelson, así como merece la pena dejarse llevar por el clima inquietante, por el horror incluso, que la serie mantiene pese a algunos pesares y desmanes de plumillas. Puntúo sobre diez los siete minutos de plano secuencia al final de cuarto capítulo y sobre diez también la escena última del tercero: el horror. La osadía de contar de forma diferente es agradable al que gusta de que le cuenten historias, y aquí lo encontramos. Hay contenido en True detective, seremos una persona diferente después de disfrutar de ella.

Más allá de todo lo dicho me ocupa ahora una certeza: que el potencial espectador encontrará muchas otras razones para considerar introducir True detective en su carpeta vital, en la que guarda las buenas series.

martes, 17 de junio de 2014

La lección del coronel






Frank decide que es un buen momento para aparcar su pesimismo y sus miserias de whisky y bastón por la causa. La causa es Charlie, pero la causa es algo más. El pesimismo de Frank hace años que se manifiesta en forma de cabreo con el mundo que tanto le dio para luego arrebatárselo. ¿Qué sentido tiene seguir con todo esto ahora?

Cuando Ernest Hemingway se descubrió corriendo escopeta en mano trotando por las sabanas africanas al otro lado del río y entre los árboles, cuando tuvo esa irrecuperable visión del pasado, el dolor y la angustia, su corazón maltratado por la enfermedad de la mente, decidió que ya había llegado el momento de borrarse. Para quien haya leído al bueno de Ernest no le resultará difícil descubrir ese momento crucial en la vida del escritor. Su suicidio no sólo es comprensible, es perdonable, es la coherencia del personaje que llegó a ser.

Para Frank ese momento no ha llegado. La salvación es posible, es posible que el pesimismo y el enojo existencial se transforme en la mayor lección que un ser humano puede dar en la vida.

Un aroma de agua y jabón se presenta al olfato del viejo coronel. Es un olor un millón de veces recordado y es por ello por lo que puede reconocerlo sin dudar. Es la esencia de mujer.

Para Charlie no existen esos olores. Charlie conserva sus cinco sentidos y sin embargo de ninguno de ellos se vale. Es un coñazo ser lazarillo de un viejo coronel amargado, por muy idílico que pueda resultar el salón comedor del restaurante y que de fondo suene la música misma del amor, la que invita a mover los pies de una forma desconocida. Charlie ya no es un muchacho de algo más de veinte años, Charlie ahora es el ciego.

El día en que dejemos de mirar será mejor que muramos, dice el viejo Frank. La incredulidad de Charlie es insultante. Se han cambiado los roles. Frank de pronto se convierte en auténtico lazarillo y el muchacho se convierte en algo peor que un coronel retirado, ciego y pesimista. Y todo este cambio lo ha generado el aroma que llega lejano como el recuerdo de toda una vida que ha sido maravillosa.

La muchacha sentada es un símbolo. La muchacha sentada y sola representa la vida. Es una muchacha preciosa y seria que espera. No se puede dejar esperar a nada a una muchacha preciosa que significa la vida misma. Y eso Frank lo sabe bien. Y de eso Charlie ni tiene ni puñetera idea, que se deja llevar por el nuevo lazarillo hasta la mesa de donde procede ese aroma de agua y jabón y de vida.

Estoy esperando a alguien, dice la muchacha, como quien espera condena. El ciego lo ve e insiste en que la condena puede esperar. El muchacho sólo mira. Tardará unos minutos, responde la muchacha a la insistencia del coronel, que es rápido y ocurrente y posee una sabiduría que nadie más puede entender en esa mesa de restaurante: algunas personas viven toda una vida en unos minutos. Y de pronto, muchacho y muchacha, saben que el viejo Frank dice la verdad.

Como Charlie da muestras de que no se está enterando de nada Frank saca a bailar a la muchacha.  ¿Cómo puede un viejo ciego bailar el tango? La pregunta tiene fácil respuesta. El viejo lleva bailando el tango toda una vida, y puede volver a hacerlo del mismo modo que ha podido reconocer la esencia de mujer.

El baile ha comenzado. La ejecución no es perfecta, lo es la interpretación de Al Pacino, un ciego muy creíble que baila de memoria. La muchacha ha demostrado aceptando el baile que la vida está ahí para sacarla a bailar.  No sabemos si Charlie ya ha aprendido la lección, pero tampoco nos importa. Ahora importan el maestro y la muchacha, en el centro de la pista de baile mientras el resto de comensales del restaurante los miran asombrados. La elegancia de la muchacha es la de la más increíble de las matemáticas. Se deja llevar, el viejo Frank la guía a uno y otro lado y el movimiento inspira a los músicos y la escena, la música y el movimiento de los bailarines y la risa nerviosa de ella y los gestos apasionados en el rostro de Al Pacino, golpea la mente del espectador de Esencia de mujer.


La ejecución no es perfecta. La ejecución nunca es perfecta, la vida misma nunca es perfecta, pero eso no importa. Se trata de bailar siempre como si fuera la última vez y se trata de que ella lo merece; se trata de que cuando se ama a una mujer se ha de hacer apostando al todo o nada en cada paso del baile; y se trata en definitiva, en esta magnífica escena, de que el muchacho aprenda la gran lección del maestro, un muchacho que tiene nuestro nombre.

domingo, 15 de junio de 2014

Sobre la derrota






El modo en que afrontamos una derrota dice de más de nuestro valor y de nuestra calidad humana que la sonrisa que se dibuja en nuestro rostro en la victoria. La derrota siempre llega antes del final de la batalla. No es fácil reconocer ese momento. A veces incluso la derrota nos puede sobrevenir cuando el curso de la batalla se nos muestra aparentemente a nuestro favor. La dificultad en nuestra capacidad de reconocer el momento fatal ya nos hace derrotados.

Cuando por fin somos conscientes del "ya todo está perdido" nuestro cuerpo reacciona de las formas más diversas e impredecibles. Pero podríamos decir que lo más común es sentir una brutal caída del ánimo y las fuerzas para poder seguir adelante. En términos pugilísticos, bajamos los brazos.

Nos mantenemos en el cuadrilátero. El boxeador derrotado baja los brazos y apenas puede, apenas quiere, esquivar los golpes del victorioso adversario conocedor de su triunfo. Los golpes de éste cada vez son más frecuentes. Al derrotado sólo cabe un pensamiento: que el próximo golpe lo ponga patas arriba para así acabar con todo, ya pueda ser este fin la muerte misma si se da el caso, todo da igual. No es morir matando, es morir y nada más.

La derrota está presente en cada una de las acciones que nos proponemos a diario. Existen muchos grados de derrota.

Tras cuarenta y cinco minutos de master class futbolístico la selección española de fútbol recibe un tremendo golazo por parte de la selección contraria, igualando el marcador a uno. Y nos vamos al descanso, nuestro juego es de otra galaxia: juego medido en veinte metros ante la insistente presión del contrario, imaginativas asistencias, sorpresivos y eficaces balones largos,... y todo, regado con la seguridad del que sabe que hace bien lo que hace. Sin embargo, el momento de la derrota ya ha hecho su aparición.

El equipo vuelve de nuevo al rectángulo mágico y trata de hacer su trabajo tal y como lo había hecho en una magnífica primera parte. El contrario posee la motivación que supone la presencia de la victoria en el horizonte. La selección española no sabe que esta posibilidad ya se marchó de su cabeza y su corazón. Pero no baja los brazos, aún no. Y no lo hace porque aún no es consciente de que el momento de la derrota ya ha llegado. Bastó un gol más en contra para que los brazos cayesen. A partir de ese momento nada funcionaba, nada salía, nada podían aquellos jugadores que minutos antes estaban asombrando al mundo futbolístico con su manera de hacer poesía con un balón en los pies. Es la derrota, amigos, estáis siendo derrotados y no sois capaces de afrontarlo. No sois un ejército en ordenada retirada, no vais a morir matando, sois el púgil que recibe y recibe y que sólo sueña con el aire final saliendo del silbato del árbitro.

No existe la luz en el corazón del derrotado. El derrotado pierde incluso la capacidad de engañarse a sí mismo. Cuando la derrota nos alcanza odiamos lo que somos y nos reprochamos aquello que hicimos mal y que ni siquiera somos capaces de saber qué fue. Es una respuesta natural. Diría incluso que hasta los animales más simples tienen esa terrible sensación de frustración. La cuestión es ¿cuánto tiempo vamos a permanecer así? ¿cuánto tiempo vamos a dejar correr hasta que se nos dé la próxima oportunidad de hacer una victoria de nuestras derrotas pasadas?

En el caso de la común criatura bípeda con capacidad de pensar podría decirse que las oportunidades para alzar el vuelo están siempre presentes. Y que casi siempre vamos a poder sumar un tamaño de letra a la sabiduría popular cuando dice aquello de nunca es tarde si la dicha es buena. Nuestra ceguera de bichos inadaptados no nos lo va a poner fácil.

Y volvemos al fútbol. Es cierto que en la gran guerra que puede ser el mundial las posibilidades de resurgir de sus propias cenizas de la selección española son muy limitadas. Tampoco el fin es un asunto vital. Pero bueno, lo tomamos en serio y eso está bien. Digo que las posibilidades son limitadas. Podemos volver a levantar la guardia. El genio futbolístico de este grupo de hombres aún sigue con ellos, nos lo hicieron ver en una delicia de cuarenta y cinco minutos de gran fútbol. Tienen cuanto necesitan para llegar tan lejos como se propongan dentro de esta competición (Conste que aquí he salir del discurso para la queja. Todo parece indicar que Brasil ha ser salir victoriosa de este mundial, lo saben hasta en Tokyo. Da igual, sigo).
La derrota siempre nos habla del pasado y no del futuro. Hacer prospecciones desde la derrota sin tener en cuenta el imprevisible factor humano es un completo error más propio de la ignorancia y de los análisis de barra de bar más allá de las doce de la noche.


La derrota es sumar en nuestro currículum. Podemos recordar cómo nos sentíamos en aquella derrota del pasado en el momento en que hemos de identificar la cercanía de una derrota presente. Y lo que es mejor, las derrotas de nuestro currículum nos mostrarán los estrechos e insospechados y OPORTUNOS senderos que nos conducirán a la mayor de las victorias.

jueves, 12 de junio de 2014

Tarde de levante en La Isla




Tarde de levante en La Isla. Calles aulladoras que someten a sus caminantes. Granos expeditivos de arena amarilla alzan su vuelo desde Camposoto y recorren la Ronda del Estero hasta asentarse en el asfalto concurrido por coches con las ventanillas cerradas. Las ruedas audaces de las motocicletas pasan veloces apisonando los granos y todo es lo mismo. Se altera el orden de los arbustos que ocultan la guarida de los supervivientes roedores. Veredas que serpentean entre viejas salinas se divisan lejanas y polvorientas y todavía hay quienes las caminan. El pesimismo acepta la victoria de la luz. Conexiones neuronales entre axones y dendritas que acaban en suspiros y caladas y humo de cigarrillos. Antes de la noche la tarde de levante en La Isla se adhiere a los huesos. En las plazoletas los niños juegan porque para ellos es lo mismo. Las partículas subatómicas que forman los quarks que forman los neutrones y protones en el núcleo de los átomos, también juegan, porque para ellos es lo mismo. Y las guerras continúan atronadoramente silenciosas para nosotros en esta tarde de levante en La Isla. Calichas que se violentan en fachadas que ocultan vidas a los ojos del curioso. Las persianas que caen estruendosas. Una pareja hace el amor en una pompa de humedad tras una de esas persianas en algún punto entre La Casería y El Cerro. Un recién nacido lanza su llanto profundo como el llanto de este mismo planeta desde una cuna en un cuarto piso de La Ardila. Por las calles el viento empuja latas solitarias que alguien pateará cuatro veces entre hoy y mañana. Todo es posible. Hasta que nos encontremos de forma fortuita y tú te tengas que marchar y yo me tenga que marchar, es posible. Y es posible que haya quien discuta sobre la esperanza aunque sepa que después de todo, todo es lo mismo. Seguimos escribiendo la Historia en estas tardes de levante en La Isla. Muy lejos de esta tarde de levante en La Isla una estrella ha consumido todo su hidrógeno, liberado en gas de helio y la vida se le escapa, y la gravedad provoca el colapso brutal que hará de ella un enorme y monstruoso agujero negro como el del corazón de algunos seres humanos. Nada podrá salvarse a su alrededor, no hay esperanza más allá de la singularidad. Y eso también ocurre en la tarde de levante en La Isla. La tarde en la que las calles aulladoras someten a sus caminantes.

domingo, 8 de junio de 2014

En virtud de un impulso inesperado






Poco importa lo que nos ha traído aquí y ahora. La historia ha llegado a un punto en el que los conejos extraídos de la chistera contribuyen a enriquecer la narración. Repetimos con Vigo Mortensen y Cronenberg. El momento es ese en el que nada de lo que creíamos cierto tiene que ver con la realidad. Cuando esto ocurre no queda otra que actuar en virtud de impulsos inesperados. El mundo del personaje de María Bello ha quedado atrás, escrito en una ficción. Toca jugar con las nuevas reglas del juego. Y el sistema de reglas es tan profundo que su personaje, la criatura humana que se dibuja en el film de Cronenberg, ha quedado brutalmente transformada.

En el plano de lo real las personas sabedoras de que hay otro mundo ficticio en el que los personajes cobran vida, no pueden evitar que surja la sensación de que tenemos tras lo que somos a un atareado grupo de guionistas que escribe nuestros días. He de decir que no es una idea propia, que la tomo prestada. Pero sí, me adhiero a esa idea que defiende que todo lo real no es más que una ficción filtrada a través de un complejo instrumento de percepción. Muchos han reflexionado a lo largo de la historia y han llegado a conclusiones parecidas. Serían interminables las referencias.

Sabemos que para los personajes de Una historia de violencia de Cronenberg ha llegado un punto en el que nada de lo que hagan responderá a las reglas en las que se pensaban acomodados. Para Tom Stall (Mortensen) los guionistas de la vida han decidido que nada que haya dejado atrás ha muerto en el olvido. La hasta ahora feliz señora Stall (Bello) es el nexo en que ambos mundos se cruzan. El hombre malvado que trata de no serlo puede sentir la culpa, necesita el perdón de su compañera. Pero su compañera ya tampoco es su compañera y quiere ser tan malvada como el falso Tom pudo haber sido o es. La maldad, la culpa y el perdón; la justificada y humana incapacidad total de racionalizar la mirada del compañero, el aire que se respira en el lugar donde nunca quisimos estar, se transforman en violencia, tan humana, y en el sexo más animal.

Al pie de la escalera él trata de frenar el incierto ascenso y ella le abofetea con rabia. Tom lanza la mano que tanta muerte dio y aprieta el cuello de ella y quisiera apretar más o no, pero libera el cuello de su esposa, que huye sin huir y él la hace caer sobre los escalones y bloquea su cuerpo. Nos besamos. Y la escena de pronto es impregnada de un erotismo salvaje que se muestra al espectador en forma de sexo cinematográfico, imágenes veraces y sugerentes. Para el espectador también han cambiado las reglas del juego. Ellos aceptarían la bofetada y ellas aceptarían ver sus cuellos atrapados en la mano masculina. Aprobamos la violencia entonces, y como sabemos que los polvos mejores no han de durar toda una vida, envidiamos a dos personajes que para celebrar el fin del mundo han decidido devorarse hasta la caída del telón. Cronenberg apenas nos permite ver los hermosos muslos de María Bello y el espasmódico trasero de Mortensen. Sabe que no ha de enseñar más. En una escena excesiva la ausencia controlada de excesos se convierte en polvo de hadas. Ambos personajes se entregan y se aman como quizás jamás hicieron y actúan como no puede ser de otra manera, en virtud de inesperados impulsos y necesidades.

La esposa agraviada por la mentira reclama al malvado que lo sea. El malvado se ha ido de la escena porque su necesidad es la comprensión y trata de huir, pero ya es imposible. El malvado ha vuelto para quedarse, y no ha sido él quien le ha llamado.

Donde unos pueden ver a un hombre y una mujer follando enloquecidamente yo veo a dos seres humanos que se hacen el amor de la única manera en que considero que debería hacerse, sin protocolos, sin ego, sin dignidad; en busca del placer, del calor, del cariño, sin miedo al dolor.


Esta es una de esas películas a las que vuelvo para contemplar de nuevo una única escena. Envidio a Cronenberg por filmar como a mí me gustaría escribir. Una historia de violencia es una película dura. De nuevo tenemos la historia sobre la vida y la muerte. Nadie sobra en el reparto. El montaje es impecable y las escenas que lo componen parecen dibujadas en favor del guión, agradeciendo en este caso Josh Olson, la novela gráfica de John Wagner y Vince Locke que justifica el film. La varita mágica de David Cronenberg ha vuelto a hacerlo. Y yo me guardo en el terrorífico mundo de mis obsesiones esta escena de sexo y violencia que me habla de la vida tal y como es. 

miércoles, 4 de junio de 2014

La herencia



Todos los espantos que desconocemos
miran al sol de nuestra vieja fotografía
y suman el peso que tira de nuestras ojeras.
Cantamos hoy la canción de los dos que caen
y que no saben que del abismo
se salvan dos con un único paracaídas.

No sé lo que me pediste y yo te dije que no
para escribir juntos una larga historia
sobre la estupidez, que arrojar luego al olvido,
o quemar con la llama que nunca iluminó
la sonrisa ni la mano ni tus pasos .

Son estas noches sin ti y son sus mañanas
las que me empujan a hablarte y a decirte
que eres dolorosamente bella y nueva
en lo infinito y pálido de tu universo.

Esta luz roja como el demonio rojo
del semáforo que no sabemos que compartimos
nos canta una canción que cuenta
que no somos más pero tampoco menos

que la herencia de la destrucción o el amor.

La pelea







Entiendo la pelea como el acto desesperado de un ser humano por arrebatar la vida de otro o por defender la propia. La pelea es el fracaso total y absoluto de nuestra especie, es el fin injusto de la narración y es una de las formas en que se expresa la muerte. La pelea no es la guerra a pequeña escala. Siempre pensé que lo era, pero no, la pelea es otra cosa, aunque sepa que no es menos cierto que en la guerra también se da la pelea. Hemos hecho de la guerra una institución, no ha existido siempre, mientras que la pelea nos acompaña desde nuestros más remotos orígenes. También pelean los animales y lo hacen por motivos no muy distintos a los nuestros. Es justamente lo que señala nuestro fracaso como especie superior en inteligencia.

La pelea no tiene ningún sentido si el fin de esta no es la muerte. De hecho, la pelea es un sinsentido en sí misma. Pero es incluso más incomprensible cuando el fin no es el que la propia naturaleza impone. Quien pelea tratando de evitar los golpes más letales a su adversario no debería haberse metido en tal fracaso, su derrota está escrita antes de comenzar. He visto peleas originadas por lo absurdo y también he peleado por motivos que harían reír y llorar a partes iguales. Todas ellas no han sido más que estúpidas peleas que señalaron como estúpidos a los púgiles implicados.

Me fascina esta escena de la estupenda película de David Cronenberg Promesas del este. Se trata de una pelea. Así, de forma aislada, contemplamos a un Vigo Mortensen sorprendido por dos agresores que van a tratar de arrebatarle la vida. La pelea real no es una elegante orquestación, no existen las medidas ni se calculan los tiempos en ella. Las claves de la pelea real son golpear más rápido, golpear más fuerte; hacerlo desde la mayor distancia posible y hacerlo preferiblemente con algún objeto pesado o cortante; por la espalda, mejor que de frente, ya que en la pelea real el honor y la dignidad son poco importantes, lo que cuenta es sobrevivir al adversario. Esta pelea en unos baños es una coreografía de actores. Una coreografía veraz en la que Cronenberg nos muestra la pelea. Son unos tres minutos de lucha nada gratuitos. La intención está muy clara, se trata de que el espectador pueda sentir la violencia. No es la violencia por la violencia. No son los golpes de la broma holywoodiense. Es la violencia en la que todos deberíamos creer porque está ahí, delante de nuestras narices y todo el tiempo. Después cada uno le dará un uso dependiendo de cómo lleve repartidas las neuronas en su sesera.

Vigo Mortensen nos muestra su desnudez total mientras lucha por su vida. Su carne es rajada y golpeada repetidas veces. Su cuerpo desnudo no es más que el desamparo de quien pelea. Mientras que todo tras las cámaras está controlado, en la escena el cuerpo de Mortensen se mueve de forma natural en el ataque y en la defensa, el progresivo cansancio es el que podría darse en una pelea y su desesperación, la viva imagen del ser humano obligado a pelear. La crudeza de las imágenes son necesarias porque es la vida o la muerte lo que está en juego, y mientras los dos agresores pelean sin esa motivación, todo está de su parte, para el personaje de Vigo Mortensen es crucial que cuando clave un cuchillo lo haga en mitad de pecho o en un ojo, tal y como sería en la realidad. Repito que la pelea existe. La violencia que se genera es la propia del ser humano, sin importar el contexto histórico en que éste se encuentre. El suelo resbaladizo de unos baños, el vapor de agua en el aire, los azulejos desangelados, son herramientas que Cronenberg maneja en su intención. No son los baños ni la desnudez los mejores aliados para una buena defensa, así que la desesperación y el desamparo son totales. Ni siquiera un cuerpo dotado para acometer semejante empresa es suficiente.

El resultado final de la escena está obviamente condicionado por las necesidades del argumento, es cine. Pero es que da igual, Cronenberg ha cumplido su objetivo con eficacia. Su película es magnífica toda ella, no seré quien le busque los flecos.


Pero es esta escena de hombres que pelean la que me obsesiona y enciende todas las alarmas al escuchar el título de Promesas del este. ¿Por qué la violencia me atrae y me repele a partes iguales? ¿Qué hace que la vida de uno se mueva en mitad de la violencia? ¿Por qué es zona de confort y de horror a la vez? ¿Es malvado ese ser humano o es simplemente que tiene un corazón que late? Las opiniones que se vierten con respecto a la violencia y la pelea nos son ya lugares demasiado comunes, se pueden apilar bajo un irreflexivo y total rechazo. Aunque pudiera parecerlo no soy yo quien se hace las preguntas de algo más arriba. Yo no soy más que uno entre muchos. Es la humanidad la que paga en un combate de boxeo y es la humanidad la que forma un corro alrededor de dos que se pelean en un bar. Es la humanidad cada uno de los extras que aparecen en esta fascinante escena de Promesas del este, inmóviles observadores.

lunes, 2 de junio de 2014

Sosa oscuridad




No encontrarán los ríos mar, ni vuela
en los cielos el pájaro que tiene
a la pasión erguida si se abstiene
el amor por las calles donde velan
despiertos los demonios. Hoy cincelan
en la ciudad del bien el mal que viene.
Nada ni nadie existe ¿quién detiene
la inercia de desastres que modelan?
Se confunden los hombres con el mono
en el llanto, ciudad de los pesares;
donde mi pluma apunto y encañono.
Se confunden las víctimas en mares
de feroces verdugos, de abandono
los dioses se disfrazan de juglares.

domingo, 1 de junio de 2014

Sería la soledad




Fotografía: Fernando Aragón.


Sería la soledad tal vez,

aquello que nos prometimos
                                             
                                             -qué pálido el silencio-

al calor de unas luces color futuro

a nuestro paso sobre las aguas

que ahogan, cuando la vida es distracción.

Cuando los duendes del beso
                                              
                                             -qué sueño nuestra historia-

emigran por el sendero doliente
                                               
                                             -qué pálido el silencio-

a las islas quejumbrosas del desamor,

qué cerca y qué lejos tus manos,

las de las frescas caricias juveniles,

por las que aúlla mi pelo marchito,

en alamedas de desencanto.




Amanecer



Fotografía: Fernando Aragón.



Llega con una guitarra
de sonidos incandescentes y
bombardea el sol
la mañana:

Vuelvan a enfermar con vuestra prisa,
vistan ceñidos trajes
y transformaos de nuevo
en viles humanos caducos.

Ya los árboles madrugaron
también la flor y la mala hierba,
luce el rocío en las aceras
y pululan los insectos en la tierra.

 Llega con una caricia
sincera de recién nacido y
abriga el cielo
la mañana:

 lidien ínfimas batallas,
pues el suelo no espera
y nazcan, vivan, amen, mueran,
en el verso del próximo segundo.

Ya los árboles madrugaron
también la flor y la mala hierba,
luce el rocío en las baldosas;
ya pululan, lánguidos, los insectos de la tierra.