Parece ser que se
acabaron las señales de alerta. Hitler ya ha invadido Polonia. Esto es, Estado
Islámico se regenera como el rabo de una lagartija; en el norte de África nace
y se fortifica -una alimaña rabiosa se alimenta de su propia carroña-, un "Califato"
para la recuperación de Al-Ándalus. Repartidos por occidente deambulan portando
su mensaje de muerte -que no de espiritualidad- los hijos del único Dios
verdadero. Ellos son nosotros, al fin y al cabo. Y se acabaron las señales de
alerta. A la guerra contra el terror responde la guerra del terror: una forma
de guerra asimétrica cuya mayor cualidad es la aparente inexistencia. ¿Quiénes
son estos fantasmas que surgen de pronto, con el selector en la posición de
ráfaga y que, tras una breve oración, aprietan el disparador sin apuntar y
abriendo el arco de trayectorias con una intención tan criminal? En realidad no
lo sabemos. Nuestra peor desventaja es el desconocimiento, nuestro peor error
siempre fue el desconocimiento, así como ignorar que algo estaba ocurriendo en
algún lugar en algún momento de nuestro pasado reciente. Lo hacíamos cuando los
hermanos Musulmanes mataron por primera vez en Egipto, cuando Rusia trataba de
exprimir Afganistán, lo hicimos después de la más reciente invasión de Irak.
Hoy ya no tenemos tiempo de ignorar porque se asesina en París y se asesina en
Londres. Desgraciadamente, no tardaremos en verlo por Al-Ándalus. En nombre de
Dios. ¿De verdad es en nombre de Dios? me pregunto con sincera ignorancia. Ya
da igual.
Ya da igual.
Se podría definir a
Michel Houellebeq como un provocador. Bueno, sus obras provocan, sin más (¿por
qué?). Tras cada una de sus obras surge la polémica, defensores y detractores.
Acusado de islamófobo -en estos tiempos tan confusos- se pronunció en Las partículas elementales al respecto de
nuestro futuro como especie con un claro mensaje transhumanista; abrió a través
de la ficción uno de los infinitos caminos especulativos que nos podemos
proponer. En Plataforma metió el dedo
en el ojo de la hipocresía humana en la cuestión sobre la realidad del turismo
sexual en el mundo. Aquí Houellebeq nos despista, nos lleva de la manita por un
sendero en el que nada es lo que parece. Hacia el final de la novela por fin
vemos cuál es la verdadera tragedia: en qué no nos fijamos cuando depositamos
nuestro estúpido concepto de la moralidad en los asuntos que requieren de
nuestro estúpido -y superficial, y material- concepto de la moralidad. A partir
de aquí la izquierda progre y guay lo señaló de islamófobo. En el momento de su
publicación Plataforma nos hablaba de
lo que realmente estaba ocurriendo -tiene esa fea costumbre que ya se estila
más bien poco en la novela- y nos decía "cuidado, ahora están allí, pero,
no tardarán en estar aquí y, cuando lo hagan, ya no habrá vuelta atrás, no habrá
tiempo para hacer otra cosa que no sea entregarnos a su mismo caos, nos veremos
en la obligación de sacar a nuestro Dios -con lo que ello implica- contra su
Alá". Houellebeq lo decía. Recientemente se ha podido seguir por los
diferentes medios la polémica que su nueva obra ha suscitado. Poco o nada se
sabía pues la obra aún no había hecho su aparición en las librerías. El francés
parece recrear en su nueva ficción el ascenso del poder islámico en el gobierno
de una Francia futura. La amenaza de la feroz derecha de Le Pen empuja a la
izquierda a buscar apoyo en los emergentes partidos de corte teocrático
musulmán. Una vez más nos muestra una posible realidad. Una realidad que hace
años nos podía parecer remota, una realidad cada vez más factible.
Recuerdo que me asombró
la aparición de Estado Islámico. Un día no tenía ni puñetera idea y al otro los
Estados Unidos mandaban sus aviones para luchar contra una fuerza que merecía
ser contrarrestada de tal manera. Y si bien es cierto que no se matan moscas a
cañonazos, lo que pensé en ese momento, tras dibujar una sencilla ecuación, es
que Estado Islámico no podía tratarse de un grupo de moscas. Por el contrario,
y con el paso de los meses, este nuevo ejército de ideas radicales, ha
demostrado que sus dientes son largos, fuertes y afilados. Con ellos están
mordiendo al propio occidente, otrora poseedor de la única verdad, y que ahora
hace aguas porque probablemente, la muerte de su Dios (último capítulo de la
muerte de Dios: el capitalismo brutal que nos absorbe nos ha hecho dudar, por
fin lo ha hecho; vemos a los que nos gobiernan como las inútiles marionetas que
son y que han sido siempre), los ha debilitado. También puede ser que todo lo
dicho en este párrafo no sea más que una de esas mentiras convenientes. Pero la
realidad de una religión llevada al extremo está ahí, ante nuestras narices, y
no sabemos cómo ha llegado. Insisto en que Houellebeq ya nos contó que estaban
pasando cosas mucho más allá del orbe judeocristiano y que nosotros mirábamos
hacia otro lado -el escaparate de El Corte Inglés, por ejemplo-.
Tras la anestesia
navideña vuelvo a recuperar la sensación de que el mundo se está rompiendo en
pedazos. El ciudadano de a pie circula mientras la política da por perdido todo
control sobre el poder y los viejos fantasmas reaparecen en un oriente olvidado,
en un sur maltratado. Mi inteligencia no me da para comprender la trastienda de
este gran mercado de los horrores. Las armas no se trasladan solas. Los
ejércitos se crean con dinero y no con dioses. Drones contra moros con RPG en
los desiertos, where is God? Vete tú
a saber. Hitler ya ha invadido Polonia y tiembla el Arco del Triunfo, Anibal
Barca se pasea alrededor de Roma a lomos de un elefante sanguinario ¿ahora qué?
¿con qué respondemos? ¿de verdad hemos llegado a este punto? ¿qué hemos hecho
mal, de nuevo? No, Dios no murió, por desgracia. Ni para ellos ni para
nosotros. Dios debe ser nuestra peor parte, Dios es el Demonio que somos,
porque Dios es el ente furibundo y vengativo del Pentateuco y es la palabra
ambigua de las Suras coránicas y es ese señor que mira hacia abajo, su cuerpo
desnudo, abierto de brazos y clavado a una cruz de madera por muñecas y
tobillos sangrantes. Y lo sacamos, a Dios -sobre todo-, cuando nos da por matar
(así es la historia y así se la hemos contado). Ahora sí, ahora son ellos -que
también son nosotros- pero antes fuimos nosotros; y antes ellos; pero mucho
antes, nosotros; y así, seríamos incapaces de alcanzar un olvidado comienzo de
los hechos.
¿Qué va a pasar? Pasará
-está pasando- que los ejércitos radicales se nutrirán de las segundas y
terceras generaciones de musulmanes nacidos en Al-Ándalus. Pasará -está
pasando- que la guerra se libre en cualquier calle de nuestro barrio. Los que
manejan el odio en el bando opuesto también tienen sus ejércitos. Todavía se
puede considerar políticamente incorrecta toda intervención, pero tiempo al
tiempo -y no mucho tiempo-. Una pregunta queda en el aire (sí, una pregunta,
mientras lamento las nuevas muertes en París y las muertes anónimas en algún
punto -desértico quizá- del mundo), en toda esta historia, ¿quiénes son los
malos, quiénes los buenos? (Porque aquí, muy señores míos, matamos todos: unos
con Kalashnikov, otros con bombas de racimo). Y tal vez la respuesta no sea
otra que: NOSOTROS, y nadie más.
Una última cosa. Lo
mejor que se puede hacer en estos casos es tratar de controlar la ira. Cabezas
habrá que traten de conducirnos e introducirnos cada vez más en la espiral de
muerte (lo están haciendo, lo están haciendo ahora en todos los medios de comunicación).
Un paso atrás no es cobardía cuando el valor es dar la muerte sin querer la
propia. Que unos y otros no nos lleven. Puede hacerse. Esto no va de religión o
de inmigrantes, esto no va de buenos o malos. No sé de qué va, pero tampoco va
de la verdad. Esto va, tal vez, de una nueva tragedia mundial. Qué pena.
Por favor, darle pábulo a un absurdo como Al-Ándalus, que solo tiene significancia histórica. Es casi como seguirle el juego a esos estúpidos trogloditas. Aparte de que tomar como referente a una nadería intelectual como Houellebeq...Eduardo Flores, nos hecho mucho para disimular el rabo
ResponderEliminarNo estoy muy seguro de si quieres decir que doy pábulo a Al-Ándalus como una realidad actual y a reivindicar. Desde luego es una realidad histórica -es innegable-, pero sólo eso, en ningún momento he usado el nombre histórico como una reivindicación personal. Así que no, por muy poético que me resulte el nombre, que lo es, no, no sigo el juego de los trogloditas. Me limito a exponer unos hechos y a sugerir la ideología que motiva a los mismos. Por otro lado, respeto al ciento por ciento tu opinión sobre Houellebecq al definirlo como "nadería intelectual". Obviamente no estoy de acuerdo. No comparto muchas de sus opiniones, pero me parece un tipo realmente lúcido que, por qué no decirlo, me ganó con "Las Partículas Elementales", obra que si no has tenido la oportunidad de leer te recomiendo. En cuanto a que no he hecho mucho por disimular el rabo, bueno, creo no haber entendido eso. Supongo que intuyes algún tipo de ideología perniciosa en mí. He de decir que no me defino con ninguna ideología. Me considero uno más que piensa. Y sí, después tengo la mala costumbre de opinar. Estaría bien que me señalaras qué rabo es ese que no trato de disimular. Un saludo.
ResponderEliminarEduardo, la reivindicación de Al-Ándalus, que no tiene asidero alguno, por desgracia ha originado dos posturas igualmente nefastas: la de quienes creen con fervor que hay que "recuperar" y la de quienes creen que casi es un credo del Islam y , por tanto, anida en todas las almas de sus creyentes. Corrígeme si me equivoco, ¿no supuras el mismo pensar fantasioso que la entelequia coja de la Sumisión de Houellebecq?. Me recomiendas leer a este francés, gracias, pero no gracias. ¿Consideras lúcido las peroratas de este sujeto, tan propias del más ignaro hijo de vecina? Yo tampoco me rijo por ideología o religión alguna, pero intento que ningún prejuicio o valoración superficial sobre algo o alguien, obnubile mi parecer, y antes de emitir un juicio a la ligera ( tu "lúcido" escritor) prefiero cultivar y enriquecer mi bagaje cultural. Fíjate que bienvenida tu "mala costumbre" de opinar, pero, por favor, más objetividad si no quieres que te adviertan el rabo en cuestión.
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