jueves, 20 de junio de 2013

Creed que os canto.

Para mi conciencia, descalzos pasos hasta mi cama dormida.
Yo sólo pretendo vuestro mañana y creedme,
Me distraigo de vuestros juegos por el camino,
Con una espada por cada flanco,
Cubriendo de vuestras miradas verdaderas
-más que ninguna- el lugar adonde hemos de llegar.

Es envidia a veces la rabia que os dedico.
En otras sólo son poemas pequeños y divertidos
Devolveros la sonrisa o cubrir de galletas vuestra mesa.

Tenéis el poder infinito bajo las pestañas,
En las plantas de los pies, bajo la nariz y en ella.
Tenéis sobretodo el fuego que en mí creo olvidado.
Nada de vosotros ahora me hace daño.
Sístoles y diástoles que en otros cuerpos
Inflan y descargan los alveolos que me empeño en destruir.

Para mi soledad, dientes manchados de chocolate;
Para mi consciencia, cada uno de los suspiros infantiles.
Labios manchados de chocolate, para el niño que fui;
Pasos dormidos y descalzos, para el bendito desvelo;

Apenas penas y gimoteos, para mis manos que son vuestras.

martes, 11 de junio de 2013

¿Dudas?



¿Cómo puede defender uno su propia obra? ¿Cómo puede defenderla de uno mismo? Son preguntas que me planteo en estos días en los que se pasa, de una euforia infantil a una ruidosa incertidumbre, a la velocidad del rayo. Por momentos llego a diferentes y falsas conclusiones que van mutando con el tiempo. Son éstas, preguntas muy parecidas, a las que uno se hace cuando la obra apenas es tal, y la importancia de la confianza en uno mismo es el poco arnés con el que se cuenta.


Uno piensa en la perspectiva. En la ausencia de ésta o en su deformación. Es un amor muy injusto el que uno puede sentir por una criatura que florece de sí mismo. No es una autodefensa, es otra cosa. Pero ocurre que uno es consciente de que el amor injusto puede derivar en mayores males que, con el paso del tiempo, pueden resultar irreparables. Tanto para la obra como para el autor.