El
Habana Vieja inicia su travesía con rumbo incierto. Surca las plácidas aguas
atlánticas y se aleja del último atraque con un nuevo tripulante abordo. La
estela tras de sí es un azul espeso de moléculas de agua contrariadas que se
excitan dando forma a una sutil y fugaz vereda para la vista. Una sombra como
tinta negra se derrama por el costado de estribor. El sol ascendente tiende
desde el otro lado de la ciudad una majestuosa alfombra dorada y brillante.
Amanece en la mar al son que marca el balanceo del blanco casco tatuado por una
infinidad de pequeñas arterias, que son los sutiles surcos del óxido
recurrente. Así navega el Habana Vieja, ya abandonado por las gaviotas, aves
marinas esclavas condenadas a la tierra, el castillo reluctante por el sol en
la fresca mañana de finales de invierno. Se balancea en la mar como un viejo en
la tierra, consciente del deterioro de sus facultades psicomotrices. Fierros
diversos sin utilidad ni uso se estremecen sobre la cubierta gris y rociada aún
por la húmeda caricia del alba. Tres huecas bodegas se cierran sobre cubierta
por pesados portalones mecánicos y es corto el recorrido de la holgura, en el
balanceo, de las plumas de las dos grúas en la banda de estribor. Como a la
entrada infernal de Dante el navío que se hace a la mar ha de dejar en tierra
toda esperanza, para que los hombres de abordo puedan conocer de otros estados
del alma, ni peores ni mejores, diferentes. El chapoteo lejano bajo la proa, a
la vista en punta de vanguardia el bulbo lacerado, que ahora cabecea suave
sobre olas parabólicas, se funde con el continuo rumor del motor que hace girar
la hélice, y sobre el Habana Vieja viaja también el oscuro fantasma anclado a
la chimenea sobre el castillo. Y todo al final no es más que esto. Y los
hombres de abordo, que son hombres de la mar, lo saben, saben que todo al final
no es más que esto. Así que cada uno vuelve a lo suyo y sienten el último
puerto como algo que quedó en un pasado remoto y sobrenatural, algo que no es
la realidad de la vida, que es ésta en la que cada uno tiene su puesto y su
oficio para hacer que el viejo casco perviva sobre las aguas y avance con
rumbos inciertos que les llevarán o no a otros puertos. Y es que para ellos,
todo al final no es más que esto. Y Chilo aún ha de aprenderlo.
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