martes, 21 de julio de 2015

Saboread el cálido amargor de vuestra derrota.



Detengamos la máquina generadora de ilusiones. Sí. Bajemos las revoluciones, poco a poco, tampoco queremos que se rompa. La hélice, lentamente, se va dejando ver, vemos que es hélice y no circunferencia de espuma rabiosa. Seamos realistas. Eso es. Realistas. ¿No somos al fin y al cabo hijos del primer mundo? Seamos realistas, que no es tan malo.

Y la realidad es ni más ni menos que nada podemos hacer para cambiar las cosas. Las cosas son. Nada más. Jamás tuvimos en nuestras manos por medio de la democracia la capacidad de mover el más mínimo átomo de nada. Eso es realismo. Fue todo tan fácil, es tan doloroso además ejercitar la memoria, tan cómodo y opiáceo el olvido. Detengamos pues toda intención de pensar en que un mundo mejor es posible porque no lo es. Siempre habrá alguien que aparezca de entre las sombras y le hables y te mire raro y tú te sientas poco menos que carajote cuando le digas que crees en algo que está muy por encima de su religión superficial y barata. Siempre surgirá alguien, de lo oscuro, que te diga, seamos realistas.

Hagan el favor de tenerme la máquina a ralentí un poco más.

El realista es ese tipo que no ha visto, que no mira o que lo hace sin ver, es, el tipo, incapaz de estremecerse ante la mano que se le coloca delante de las narices cuando le piden una limosna. Mira la mano con desprecio porque no sabe lo que ve. Es ese tipo, el realista, uno que sabe que sus hijos duermen cada noche en una cama cubierto de sábanas, mantas y colchas. Claro, si no ha visto no puede imaginar. No ha visto a otros niños como el suyo jugando al fútbol cerca de un campo de minas. Nunca un niño le ha ofrecido con una extraña sonrisa un pepino de ciento cinco sin explosionar. Ni siquiera sabe que hay niños en algún lugar que con solo diez meses sobre la faz de la Tierra son capaces de correr a zancadas tras un coche para pedir un poco de agua. Ese es el realista, el que te dice esto es lo que hay. A mí me ha tocado bien y a otros mal. Sé realista, tipo ingenuo, iluso. Lo llevamos a ralentí dijimos.

Un ejercicio de realismo es decir que en España no existe la pobreza porque pobreza es lo que hay en África. Como no ha visto tampoco sabe que en África, en el continente negro, pobreza es un término bastante inexacto e injusto. No se le puede llamar pobreza al Holocausto Africano, ni a la mayoría de las miserias que se dan en Asia, Sudamérica o Centroamérica. No lo puede imaginar porque no lo ve, no lo muestran los medios si no proporciona por lo inmediato suficientes beneficios, si no es noticia candente, y noticia candente no puede ser la brutal mortandad infantil, eso no es noticia, noticia sería, por ejemplo, que el ébola se expandiese de tal manera que, en el peor de los casos, con una mínima probabilidad, pudiese llegar a Europa. Eso es noticia, porque es terror y el terror mueve dinero, de un modo u otro. No es noticia que la malaria siga siendo la enfermedad más mortífera de África, por encima del sida, cuando la erradicamos de Europa en un échate pa´llá que hace caló.

El realista, por lo general, está conforme con todo. Aquí, en España, recuerden, el país del dolor de huevos, el realista, que también es el correcto, se conforma con todo, se conforma con que estén en su sitio los mismos de siempre, los que le mantienen ahí, en ese realismo inamovible, mientras la cosa funcione, que claro, funciona, cómo no, sobre todo si somos incapaces de mirar a otro lado, no al otro, no al casi semejante, no al que lo pasa mal, no al casi pobre. Ellos son realistas, han nacido en el momento oportuno en el lugar indicado.

Como no podemos pedir semejante esfuerzo, tal capacidad de sacrificio, lo mejor, es pedir al resto que detenga la máquina de las ilusiones. Sobrevivan. Así, a ralentí, motor diesel, contenido, apretando las muelas, cada vez, un poquito más. Podemos pedir eso.

O tal vez no.

Quien lleva en el pecho un corazón hasta las trancas de sangre hirviente no puede dejar morir sus ilusiones, no puede consentir ciertas cosas. Y sí, tenemos la suerte de no vivir un holocausto como el africano, pero cada vez es más palpable, más irrespirable el aire, más lejano el umbral del dolor. Han depositado sobre nosotros la muerte en vida, no es una exageración, mira y ve, joder, a tu alrededor, casi imposible ganarse la vida, sueldos indignos, contratos miserables, la muerte en vida, sí, como en aquellas distopías de la literatura y el cine, esas en la que existen los afortunados, viviendo de la suerte que no han ganado o que han ganado de forma mezquina, esas mismas en las que el resto son los desechos sociales que laboran la cuna de sus riquezas. Que no es una exageración, que está ahí, lo vemos cada día. Si miras lo ves. Si tú miras, no más allá de tus parientes más cercanos, los ves, mendigando el pan, arrastrándose por un puesto de trabajo, los ves. Esa es nuestra verdadera realidad y no otra.

Pero existen los que llevan dentro del pecho un corazón hasta las trancas de sangre hirviente y no pueden dejar morir sus ilusiones, la creencia de que un mundo mejor es posible. Es muy poca la capacidad de maniobra, apenas nada, un resquicio en las leyes quizá, nada, o casi nada, lo justo para que muy de vez en cuando nuestro sistema político permita que se generen algunos partidos al margen de lo conocido, en principio ni mejor ni peor, desconocidos, diferentes, llevando consigo un mensaje de ilusión. Ilusión, aquello que repatea las tripas del realista que impone su conformismo acomodado con un sé realista. Así que detengamos la máquina, hasta aquí habéis llegado, saboread el cálido amargor de vuestra derrota.

O mejor no, qué cojones, que nadie toque nada, la mano fuera de la consola de mando, que nadie se mueva mecagoendiós, ilusiones, de eso es de lo que se trata, de conservarlas, de mirar, de ver, de creer que lo merecemos, de eso, seamos combativos, que ya la guerra está perdida, mejor morir matando.

***

Hay quien celebra lo ocurrido en Grecia. En Grecia ha ocurrido que se ha puesto un pie sobre las ilusiones, la han descabezado, y hay quien lo celebra. Apenas han dejado respirar a Tsipras desde que el sistema político griego lo nombró primer ministro. Y aquí en España nos lo han mostrado a todo color. Eso sí teníamos que verlo. El gobierno de Tsipras y su voluntad de luchar por las ilusiones fue ratificado de forma asombrosa por una mayoría de griegos en sonado referéndum. Fue tan bonito mientras duró. Cabeza de turco Tsipras ha sido sacrificado y con él todo el pueblo griego. En España hay quien se alegra, también quien ha vivido la tragedia griega como propia, el pisotón ha sido tan grande que alcanzó en gran medida la ilusión en el país de la Ñ.

No es casualidad. Lo que está ocurriendo en Cádiz se le asemeja bastante. ¿Cómo empieza todo? Es muy sencillo. El alcalde de Cádiz llega al ayuntamiento como quien entra en una trampa mortal. Es el peor de los escenarios políticos posibles. El partido que facilitó el hecho, quien le puso la zanahoria, el PSOE, representado por Fran González, un tipo ruin a todas luces, sin más oficio ni beneficio que el de trepar en la política, una vergüenza de tipo en realidad, fue largo como solo un partido de tales características y currículum puede serlo. Echaban a la peso pesado de Teófila Martínez del ayuntamiento, su cortijo, su expositor de joyas, después, todo sería coser y cantar. Y lo está siendo, no sin ayuda.

La campaña de desprestigio, el acoso y derribo a José María González "Kichi", es una aberrante historia de la infamia. En lugar del sano escepticismo con que deberíamos observar sus movimientos en el ayuntamiento, en vez de eso, se ha optado por ponerle encima la lupa que nunca tuvo la anterior alcaldesa, tal vez por temor a su ira. Y es aquí donde entran los medios de comunicación. Pasen y lean, de verdad, a los esplendidos columnistas y blogueros, no tiene desperdicio. Mientras tanto, en el resto de España, la estrategia es más insidiosa, menos directa, se ataca al nuevo y amplio espectro de la izquierda inoculando la mala sangre del terror en el pueblo. Se habla de populismo, acusan y señalan hablando de populismo poniendo bajo el título la fotografía del temible Hugo Chávez. Claro que es populismo, por supuesto que lo es, ¿cómo si no despiertas a un pueblo dormido desde siempre, el pueblo que ha permitido que le roben a manos llenas delante de su cara? Es populismo y es mover el asiento de quienes se creían obligados a ser víctimas y espectadores, un populismo que les recuerda que aún pueden permitirse soñar con que sus hijos tendrán una vida mejor.

En Cádiz tenemos tipos como el señor Fernando Santiago, más que periodista, polemista, que es lo que le va, la polémica. No duerme, no descansa, su campaña debe ser personal, no se me ocurre otro motivo. Día tras día el tipo insiste en señalar cada paso del alcalde. Tal actitud es sospechosa. También es sospechoso el caso de la famosa historia del cónsul alemán, esa leyenda urbana que circulaba por mensajes de un móvil a otro hasta acabar en las páginas del primer periódico de la ciudad en un artículo claramente dirigido a la demolición. Por otro lado está el periódico La Voz. Alabado y aplaudido ha sido el artículo en el que se criticaba la conciliación familiar por el hecho de que el alcalde procura no ser solo un animal político. Y bueno, todo esto es sospechoso, lo es, todo en su conjunto, podríamos seguir enumerando jugadas y no parar. Ni seis meses en el ayuntamiento y ya se puede decir que al alcalde de Cádiz se lo han cargado. Gran parte del trabajo lo han hecho los periodistas. Qué grande les queda el título, joder, qué pena estudiar toda una carrera universitaria para convertirse en títere, por unos míseros euros.


Todos estos que hacen el juego sucio también empujan el pie que pisa la capacidad de ilusionarse de los ciudadanos más perjudicados por el momento político y económico. La responsabilidad es grande, son cómplices de los que están causando tanto mal. Culpables son.

domingo, 19 de julio de 2015

Cuenta la leyenda (la aventura de un cónsul alemán en la ciudad de Cádiz).



Imaginen. Esa luz tan especial de Cádiz en una mañana cualquiera de verano. Esa plaza de San Juan de Dios, reluctante, paseada, el puerto a sus pies, curiosamente libre de enormes navíos cruceros. Y esa gente, tan graciosa, sí, esos gaditanos como figurantes de una Venecia sin canales, esos simpáticos gondoleros. Así podría comenzar la leyenda.

Cuenta la leyenda de cierto cónsul aventurero que cierto día, en el desempeño de sus funciones, hubo de dirigirse al ayuntamiento de la ciudad de Cádiz.




Imaginen ahora, esa luz tan especial; imagínenlo, al cónsul, con maletín y sombrero si quieren, al pie de la Casa Grande gaditana, cual padre Merrick, sin bruma diabólica pero con un calor del demonio, trajeado y sudando por dentro del traje, el cónsul alemán del que os hablo.

Pues eso, que cuenta la leyenda que el hombre había solicitado audiencia para verse con el nuevo alcalde con motivo de la próxima visita al puerto del buque escuela alemán. Y cómo cae el sol por san Juan de Dios en verano. No es improbable que el hombre, el cónsul alemán, sudase por partida doble. Por un lado los rayos blancos y amarillos y verticales, por otro, el nerviosismo de la misión. Digamos que era rubio y alto, sí, la cabeza como un dado de parchís; pero sudaba. Ya saben lo que cuentan las leyendas del alcalde de Cádiz. El nerviosismo de nuestro cónsul no era para menos.

Le facilitaron el acceso sin mayor problema. Distintas versiones de la leyenda hablan de cómo tuvo que sortear alguna especie de cancerbero propio de la tierra, uno que parece ser había sido encontrado por Iker Jiménez la vez que había estado investigando por la Casa del obispo.

Pero las fuentes más fiables dicen que no, que hasta le ofrecieron agua y todo, al verlo así, al pobre hombre, la gota de sudor resbalando por la sien izquierda, la mano sudorosa asida al maletín, rojo el rostro como el más vivo de los salmonetes, le dieron agua al atribulado cónsul alemán.

Siguió nuestro cónsul por pasillos estrechos de techo bajo y antorchas iluminando el recorrido al técnico encargado de llevarlo al despacho del alcalde, de quien había oído historias terribles: una vez llegó a mostrarse indignado públicamente por un desahucio. Aquellas historias no dejaban dormir al cónsul en sus escasas horas de descanso en su retiro gaditano-alemán.




Fue tras dejar el angosto pasillo (habían subido y después bajado escaleras de caracol, pasaron junto a celdas oscuras cuyos moradores se mantenían a la sombra y solo, en algún momento, de aquellas celdas, surgió una risa que al cónsul heló la sangre y erizó el vello rubio de su nuca) que el técnico del ayuntamiento se detuvo y aún permaneció de espaldas a él unos segundos que debieron parecerles eternos. Sin duda alguna, habían llegado. 

Cual cochero de Drácula el técnico sobre alargó su brazo izquierdo e indicó al cónsul un desvencijado banco de madera malherido por la carcoma. El cónsul alemán se sentó, su piernas juntas, rodilla con rodilla, el maletín sobre las rodillas, las manos, ambas aferradas al asa de piel fina del maletín, sudando las manos. Solo cuando el cónsul se sentó pudo observar la enorme puerta de doble hoja y de nobles maderas entreabiertas ante él. De la habitación al otro lado y por el espacio vacío entre portones asomaba una luz mínima, como serían los últimos fuegos en la noche de una chimenea, como el anochecer en el infierno, así la luz.




No voy a decir que temblaba porque no. Era alemán.

En el interior del maletín los documentos sí temblaban. El cónsul, en el retiro de su refugio gaditano-alemán, había pasado incontables horas ensayando la articulación de las palabras a las que pretendía dar cierto toque gadita por aquello del pasado oscuro que en otra leyenda se contaba del alcalde. Había salido en una comparsa, era residente del barrio de la Viña. No había dejado nada al azar.




Pero ahora se encontraba allí, ante la puerta flanqueada de teas humeantes, el sol fuera, tras los muros, en el silencio de una antesala, el eco lejano del teclear siniestro en viejas máquinas de escribir. Y estaba solo. En su mente un único pensamiento, la misión.

Pasaban los minutos, y él allí, con su misión sobre las piernas.

Pasaron las horas, dos al menos. Silencio.

Una hora más pasó, un terror irracional -o quizá una hinchazón en los testículos- sustituyó al nerviosismo. Fue entonces que el tableteo de unos zapatos de tacón lo sacaron de su angustioso monólogo interior, ese debate interno en el que se ponía en duda su germanía.

La vio y se dijo, una secretaria.

Ella no le miraba. Se dirigía indudablemente al despacho del alcalde y no le miraba. Así que se decidió a tomar la iniciativa. Al fin y al cabo era alemán. Cuánto había pensado en frau Merkel a lo largo de todo este sufrimiento, en lo que ella pensaría de él, si lo viese, todo un cónsul de esa nueva Alemania que volvía a poder permitirse tocarle los cojones a todo el mundo. En fin, que levantó la mano, el cónsul.

Ella seguía sin mirarlo.

Habló.

Disculpe, señorita, ¿tardará mucho el señor el alcalde? Lo dijo sin dejar de sonreír, lo más gadita que pudo, un acento como de Cortadura mezclado con esperanto.

Ella entonces se detuvo ante la puerta y esta vez sí que se giró y le miró y le sonrió tal y como hacen algunos animales. No dijo nada. Entró en el despacho. Pasaron no menos de treinta minutos.

Se sumía en una especie de letargo cuando el abrirse de una de las hojas de las puertas del despacho arañó el silencio y los oídos del cónsul seguido de la presencia de la secretaria siniestramente sonriente y de la voz del alcalde, al fin, una voz como procedente de las mismas entrañas del posible infierno existente en el fondo de la Bahía que bañaban las aguas de la díscola ciudad, la voz del alcalde, en grito, ordenando su marcha, con extrema crueldad, empleando adjetivos crueles, señalando cruelmente a su frau Merkel, la voz cruel del alcalde de Cádiz.

Cuenta la leyenda que aquel cónsul nunca llegó a salir del ayuntamiento. Hay quien dice que se le puede ver pasear por los pasillos de la Casa Grande en camisa de tirantes, pantalón corto, calcetines y chancletas, siempre aferrado al maletín que era su misión, con el recuerdo de ese buque militar que debió llegar algún día al puerto gaditano. Cuenta, la leyenda, que los técnicos le dan de comer, como hicieran con Canelo los celadores del Puerta del mar. 

Pero esa ya es otra leyenda.   


miércoles, 15 de julio de 2015

Echar cojones lo llamo yo.


Lo que está ocurriendo en Grecia.


Todavía me sorprende la escasa reacción o la indiferencia del españolito medio ante lo que está ocurriendo en Grecia. No estamos poniendo las barbas a remojar, que es lo que toca. Lo peor de todo es quizá el discurso de ese lote informe al que llamo escasa reacción. Que se sepa el complejo de superioridad -mal que aqueja gravemente a los alemanes desde antiguo- no es un trastorno contagioso. Ah, sí, nosotros, los españoles, hacemos la cosas de forma correcta, no como los griegos. Vemos a nuestros políticos tan rectos, tan correctos, ellos, nuestros políticos, sus formas y maneras son tan... rectas y correctas y pulcras, guardando las formas, con ese saber estar y esa mirada como de estar eternamente ocupados en su mundo interior por las preocupaciones de los ciudadanos, sobre todo en pre campaña. La corrección, la estabilidad, la falsa apariencia de estabilidad, nos la pone dura y nos pone, la cara, de alemán Merkeliano. Mi alma por el Bundesbank. Mientras ellos, nuestros políticos, sepan mantener esa forma de subirse al escenario, pueden estar tranquilos, nuestro miedo seguirá brindándoles el poder que los alimenta. Alemania dejó de ser sospechoso, querían cargarse a Grecia, ya no se cortan en decirlo. Supieron de su incapacidad para entrar en el Euro e hicieron la vista gorda. Después todo se jodió, lo recordamos, la economía del primer mundo se vino abajo porque los elementos reguladores (léase gobernantes) de los Estados dejaron las puertas abiertas a quienes manejaban su parné para que hicieran y deshicieran a su antojo a escala planetaria; y no contentos, los que manejaban el parné,  después del diluvio, volvieron a tomar el control (léase los mercados), y los gobernantes de los Estados, atados  de pies y manos siempre por aquello de la gracia de don Dinero, procedieron, una vez más, soltando las riendas del caballo, que total, siempre va en círculo, como en las carreras, como los ponis en la feria. Las guerras del siglo XXI son diferentes, y a Polonia ahora la llamamos Grecia.

Un dibujito na más.


Pero en España hacemos lo correcto, que en España siempre se ha sido obedecer, a los reyes, a los señores, al dictador, a la troica. Lo demás, vagancias y anarquía. En España sólo nos ponemos en pie cuando nos lo dice un cura, así ha sido siempre. Nos enorgullecemos de nuestro valor en aquella mentira mal contada de la independencia de los franceses, nos enorgullecemos, también, de aquella otra mentira que llamamos reconquista. Somos así, de inflar mucho el pecho como gallos de marzo, cuando a toro pasado, y a sabiendas decimos que era toro porque pudimos verle los huevos, creemos que alguna vez fuimos valientes, y no como ahora, que mejor hacer la del avestruz, hasta que pase el temporal, como si lo hubiese, temporal y no mal endémico, como si fuera a pasar.

Lo correcto.

España es mucho de moverse según lo correcto, lo que quienes consideramos correctos dicen que es lo correcto. Lo decía el señor Marhuenda -muy viajado por lo que se ve- el otro día en famoso programa de La Sexta: en España no hay pobreza, tomando como paradigma de pobreza el Holocausto Africano. Es lo que tienen los matices, que se puede sacar punta a un lápiz y escribir fino y limpio, o bien, dejar punta gorda, y como siempre he vivido del carajo, pues hala, que no tengo ni puñetera idea de lo que es la pobreza. Pero en fin, ese es Marhuenda, un señor correcto que aprecia lo correcto de nuestros gobernantes cuando son los de la escuela de los reyes, los señores, los dictadores y la troica, los que llevan el cortijo.

Es el españolito medio y cobarde lo que realmente me preocupa, los que no saben que les han puesto las barbas a remojar desde hace algunos años, sin preguntar, diría yo, si se ha de pensar en las últimas elecciones generales (En España, las elecciones generales vienen condicionadas casi siempre por factores externos: atentados, crisis financieras). Me preocupan aquellos que no saben realmente qué es tener que pelear por llevar la hogaza de pan a sus hijos, los que se conforman porque aún no les ha llegado el agua a mojarle los tobillos siquiera. Tienen una muy pobre visión de la realidad. Si acaso llevan un kilito de arroz a Cáritas como quien lleva a un vagabundo a comer en Nochebuena y lo largan antes de las copas.  Piensan estos que van a permanecer así eternamente. Lo piensan porque saben que papá hizo bien los deberes, esto es, apostar a caballo ganador, siempre la pela, y no hablar más que cuando es quien está a su lado quien tiene la ocurrencia de decir que no, que ya está bien, que un pueblo trabajador merece conocer el verdadero significado de la palabra dignidad. Son los delatores de todas las guerras, los lacayos, los cobardes que miran para otro lado cuando se le impone al "pueblo soberano" griego medidas propias del feudalismo más repugnante. Son estos elementos, los hijos de papá de toda la vida, los que jamás pelearon por la hogaza, los aspirantes a VIP (como lo son sus papás), quienes hacen el trabajo sucio de los correctos. El españolito medio, de siempre tan cobarde, no tiene nada que hacer, mira de reojo a los griegos, y todavía se permite un aire de superioridad.

España.


Después está esa amalgama informe y ambigua que llamamos intelectualidad. A poco que uno haya leído se dará cuenta de que siempre han existido los opresores y los oprimidos. Fíjate tú que yo, bípedo implume, españolito circunstancial, sin el bachillerato terminado, soy más de estar del lado de los oprimidos, porque me es fácil entender que lo de los opresores es más bien una cabronada, se mire por donde se mire. Pues eso, a la intelectualidad, esos que se saben intelectuales, en todo esto, ni están ni se les espera, al menos a la mayoría de ellos. Tenemos un premio Nobel residente en la piel de toro cuyo nombre ha saltado al papel cuché por la frivolidad de juntarse al conejo más rentable de España. Sí, al hombre a veces le da por hacer una gracia en columnas de opinión, pero poco más. El conocimiento deber llevar invariablemente al humanismo, aunque éste lleve a esa forma de entenderlo que es la misantropía. Toda visión humanista lleva a considerar inaceptable lo que está ocurriendo con los pueblos, con esta vindicación de los poderes de siempre para hacernos ver que siempre han sido ellos quienes nos manejado según sus intereses. Pero ser intelectual ahora significa otra cosa, es ser más Rafael Alberti que Miguel Hernández, que por supuesto no era un intelectual. Ser intelectual reconocido quiere decir que haces caja a base de adoptar posición de ele con los pantalones bajados y a base de echarse abajo las rodillas. Intelectuales de izquierdas movidos por egos velados por la causa justa. Intelectuales de derechas, pero sobre todo, correctos. El arte pasa por su peor momento, ya que cualquier tiempo pasado, ya saben. Vemos al señor Koons, su arte, el arte de la nada. Vemos la música que manda, tan falta de contenido en todos sus aspectos. Vemos una literatura banal. Vemos, es tan obvio, que la vida se nos escapa de las manos. Pero tenemos demasiado miedo.

Arte.

Intelectual poniendo cara de premio Nobel.

Es por ello que Mariano Rajoy celebra la ruina de Grecia. Señala al nuevo partido como el principal de todos sus males, como si antes sus coleguitas no hubiesen pulverizado su administración política y económica. El españolito medio suspira, ay, qué suerte de tener a Mariano, tan notario él, tan correcto, como un obispo o un general, qué suerte.

Su mensaje de austeridad iba dirigido a quienes han rescatado a los bancos y no se les ha devuelto una perra gorda, a los que han sido desahuciados, a los que cerraron su negocio de toda la vida, a los que el sistema sanitario tiró en una cuneta; iba dirigido a los que tenían miedo. Antes les decía, cuidado con el lobo, coge por aquí, corazón (por el camino austero, el correcto) y no te muevas, que viene el lobo, es por tu bien. Y claro, vemos Grecia, y los más suspicaces entendemos lo del lobo de otra manera. Mariano Rajoy es cómplice y por lo tanto culpable del crimen que se está cometiendo con Grecia. A Tsipras no le ha quedado otra que escapar de las Termópilas y entregar Esparta, se ha rendido, ni siquiera tenía la posibilidad de morir dignamente en el intento. Su bajada de pantalones responde a un acto de valentía. No puedo mancharme las manos de sangre, por más que yo pueda morir, no dejaré morir al que considero mi pueblo. Varoufakis también fue valiente: a estos hijos de la gran puta se les ha de hacer a lo talibán, no queda otra, y se echó con chupa de cuero y moto, al monte Olimpo.

Vagancia y anarquía. Lo incorrecto.



Deberíamos hacer algo los españolitos de a pie. Echar cojones lo llamo yo. Pa variar el curso de la Historia. 

sábado, 11 de julio de 2015

Sombras terribles


El sueño de la razón produce monstruos (1793-96). Francisco de Goya y Lucientes*

Existen sombras terribles.
La sombra del Yo éste que es el Yo tuyo
y que no vive más que en las líneas
de lo que nunca ocurrió o que jamás vivirá.

Sombras y sombras, la infelicidad muriendo
en la bola de volframio y el papel
                                                      de la infelicidad
apoyado en el muslo titubeante del no poeta,
del no cuentista, del no nadie nada inexistente.

Terribles son. Terribles manchas de vómito por exceso,
como sombras: un oficio de la duda: la fragilidad:
el cuerpo incompleto insatisfecho anhelante de verdades intangibles
en la sofocante poesía: la proeza de buscarse más allá de lo posible.

Existen sombras terribles, mi amor.

Te regalo la mitad de casi nada,
la mitad de una mitad;
excrito tienes la otra mitad,
mi amor, tan culpable tú como el mundo.
Y el mundo: todo lo demás. No lo sabemos.

No heredéis la sombra terrible.
Si no la habéis tomado ya de esta mano salvaje,
de esta boca salvaje, de este hombre primitivo,
de esta mano víctima y homicida,
de esta lengua de llama: siempre os he amado.

Ah, sí, sombras terribles en mi pecho
que es cada uno de los pechos.
La sombra excrita de puño y sangre.
                                                          Por huir. Por lo llorado.
La sombra terrible que te arranco
cuando follas como bailas
o bebes o sonríes.
Existen sombras terribles.


*Goya es el mejor grabador de la historia del arte español, junto a Ribera. A través de sus estampas, especialmente con los Caprichos, realizará una interesante crítica a la sociedad española de la Ilustración. La serie de los Caprichos consta de 80 grabados realizados entre 1793 y 1796, poniéndose a la venta el 6 de febrero de 1799. Fueron ejecutados empleando aguafuerte y aguatinta pero la importancia de esta obra no radica en la realización sino en el contenido de sus imágenes, consideradas peligrosas para la época por su mordacidad. Toda la sociedad es criticada por el artista: la educación, la religión, la nobleza, la prostitución y un largo etcétera, por lo que intervino la Inquisición. Para evitar problemas con el Santo Oficio, Goya regaló las planchas y los ejemplares sin vender a Carlos IV a cambio de una pensión para su hijo Javier. El sueño de la razón produce monstruos iba a presidir la serie en un principio, relegándose al número 43 en la edición definitiva. El pintor cae rendido sobre su mesa de trabajo, rodeándole una serie de animales, sus propios monstruos y fantasmas. Con esta imagen querría indicarnos cómo la razón libera sus fantasmas durante el sueño, a través del subconsciente, por lo que se supone un anticipo delSurrealismo. También podría aludir al deseo del artista por desenmascarar todos los monstruos de la sociedad a través de sus estampas, destacando así el poder de la razón sobre las tinieblas de la ignorancia, filosofía característica del pensamiento ilustrado. Fuente: http://www.artehistoria.com/v2/obras/1793.htm