Pareciera que no somos
conscientes de lo que realmente significa la palabra asesinato. Tras el crimen
de León, la muerte por arma de fuego de la política Isabel Carrasco, todos nos
hemos permitido un segundo de nuestro pensamiento para el aplauso y para un se lo tienen merecido. Y no, esto no
puede ser así. Asesinato significa básicamente que un ser humano quita la vida
a otro de una forma intencionada, que arrebata su esencia viva de entre los que
antes la acompañaban, y eso, hasta cuando se hace al amparo de una más que
dudosa legalidad, es la peor de las tragedias.
Pero no han resultado
menos trágicas las reacciones y consecuencias que han seguido a la muerte de
esta señora que recuerdo, antes estaba viva y ahora muerta. Que nuestro
inconsciente colectivo se haya alegrado del hecho que es el asesinato a sangre
fría de un político parece propio de una forma de enfermedad mental social no
diagnosticada. La reacción de la clase política politizando el hecho es igual
de preocupante. Y aunque las razones que motivaron el crimen fueran las luchas
intestinas que se producen dentro de los partidos llevadas al extremo, lo que
la sociedad ha querido ver es, que como los políticos se están comportando como
unos verdaderos hijos de la gran puta, que alguno de ellos acabase con un tiro
en la cabeza era la crónica de una muerte anunciada. Así que consecuentemente
ha sido aplaudida.
A todo esto sumamos la
reacción del poder. Se vigilan las redes sociales en busca de la apología del
asesinato, o del aplauso del mismo. Y en consecuencia el vulgo se pronuncia
indignado. Después tenemos al individuo. ¿Qué pasa por la cabeza del ciudadano
como unidad básica de la sociedad? El individuo sigue tan perdido como antes de
que se conociese la noticia del crimen. Nada de lo que dice o hace ha sido
profundamente meditado. Se deja llevar por el impulso de una herramienta de lo
caduco como si de un circo romano se tratase. El individuo no existe, y menos
en estos tiempos en los que las banderas, más que nunca, llaman a sus filas a
los pobres diablos perdidos en sus miserias. Como el individuo no existe,
existe la masa, y la masa es un bicho, un bicho grande, torpe e ignorante que
vive muerto. Un bicho que celebra la muerte en este caso. Y sin embargo ha sido
el poder el que con sus tretas y su ambición desmedida han parido a este bicho
y lo han mantenido durante milenios. El bicho, la sociedad enferma que aplaude
la muerte por asesinato de uno de los suyos, es el resultado de una historia
que apenas se revisa para aprender de los errores.
En este contexto, con
estas reglas del juego, con lo que está ocurriendo tras el crimen de León, uno
no puede hacer más que dar la razón a unos y a otros, a sabiendas que todos
están equivocados. La sociedad está muy enferma, y ha sido el poder el que ha
liberado el virus; y como la enfermedad de la sociedad amenaza al poder, el
poder ha de tomar sus medidas. Y como la sociedad padece de dolores
insoportables y busca desesperadamente su curación, no tolera el régimen de
cura de un poder igualmente desesperado por el mantenimiento de su supremacía.
Ante esto, pues eso, que todos llevan razón, me digo sumido en la más profunda
de las tristezas.
No sé a ciencia cierta
cuando fuimos conscientes de que éramos criaturas civilizadas, cuando fue que
nos empezamos a llamar humanidad. Desconozco por completo cuando se dio ese
engaño.
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