martes, 30 de diciembre de 2014

Nosotros y el Tiempo.


Nos preguntaremos cómo era, cuando todo acabe.
Habrá muerto antes de que descubramos su origen,
una vez más. Diremos: ¿Que será entonces? Diré:
¿Adónde te has ido y quién soy yo, ahora?
En el mejor de los casos nos miraremos a los ojos
y no nos diremos nada, como dos nuevos desconocidos.
Si pudiéramos hacer algo antes del atropello...
Si todo fuese tan fácil como desnudarse...
Tal vez... Pero nos recordaremos, éramos nosotros,
nos recordaremos como se recuerda a los muertos,
y nos extrañaremos al contacto familiar de nuestra piel.
Es tan desoladoramente inevitable, tan carente
de sentido y doloroso, brutal, como el dolor,
que nos parece sencillo y humano, trágico.
Damos un paso hacia la muerte en cada beso.
Seremos consumidos por la risa final del amor.
Quizás hagamos como si el tiempo nunca
nos hubiese descompuesto. Será tan terrible como fingir,
como acostarnos de nuevo, como ir juntos de compras.
Pero aún es pronto y podemos permitírnoslo.
Aún podemos soñar con que podemos hacerlo.
Ahora que reímos y que nos sabemos, que nos hemos reconocido,
ahora, sí, es ahora que podemos ignorar la destrucción del mañana,
tan apaciblemente, como lo hacen 
los aterrados huérfanos perdidos en el bosque.

lunes, 29 de diciembre de 2014

La pesadilla es la siguiente: dos leones.



La pesadilla es la siguiente. Estoy en un parque zoológico. No sé cómo he llegado. Creo recordar que el parque es una composición de todos los parques en los que he estado alguna vez. Paseo mientras hablo con otras personas que me acompañan, que han venido conmigo. Nos detenemos ante las diferentes paradas en las que se nos invita a contemplar una nueva especie. Después eso no parece ser cierto. Tampoco las personas que caminan a mi lado tienen rostro. El día es soleado, un bonito día para pasear por un zoo cualquiera de una ciudad cualquiera. Eso sí, es por la tarde. La luz mantiene esa inclinación inconfundible. Hay puestos de bocadillos, de refrescos, de helados. En algún momento alguien se queja del precio de las distintas ofertas. Cuando todo esto ocurre en mi cabeza yo ya me siento intranquilo. No es la primera vez que estoy allí. Vuelvo cada cierto tiempo a esa película. Como ya sé lo que va a pasar la angustia me devora el pecho en todo momento. Pero mi yo en el sueño no lo muestra a sus acompañantes. Es quizá parte del mismo juego, es, tal vez, un añadido a la locura transitoria. Entonces la luz del sol ya no se refleja brillante en los objetos. Es la justa luz necesaria para que se pueda ver y las sombras se derraman como cansadas por la tirantez de la gravedad de todo un día de disimulo. Ahora estoy solo. Se escuchan algunos gritos. Los paseantes se reparten por un espacio vacío que ahora es mayor. Los gritos alertan de la fuga de los leones. Sé lo que ocurrirá, así que ya pienso en correr. Sé dónde me voy a ocultar porque ya ha pasado en muchas otras ocasiones. Pero saber es como si una mano enorme apretase con fuerza las vísceras dentro de mi caja torácica. Corro y siento que las dos fieras, los dos liberados machos de león, me buscan. Veo de forma esporádica, en mi huida, a otras personas que se ocultan y que miran con ojos inundados de terror a un lado y a otro. Es como si en el fondo ellos también supieran que no irán a por ellos. Toman sus precauciones y sienten alivio al verme correr lejos de cualquier escondite. Tengo la respiración jadeante y rugiente de los leones inyectada en mis oídos. Al llegar a un claro salpicado de jardines, en los que se alzan aisladas y altas palmeras inmóviles ante la ausencia de viento, puedo ver a uno de ellos correr como en un juego tras dos personas que gritan. No hay intención de alcanzarlos. Me buscan a mí. La primera vez no lo sabía pero ahora sí lo sé. Ellos me están buscando. El parque es cada vez un lugar más solitario y más oscuro. El lugar que busco no aparece por ninguna parte. Me ha visto. Pero no es él. Nos miramos. Va a venir tras de mí pero no es él. Y podría estar tranquilo porque sé cómo va a terminar todo, terminará como lo hace siempre. Pero, ¿y si esta vez es diferente? En esos momentos uno puede pararse a pensar en qué significa todo esto. No tiene la menor importancia. El león me mira, diría que con satisfacción. En realidad pasa más deprisa: lo veo, me mira y corro. El león inicia su trote casi lateral con la cabeza muy erguida. A lo lejos, el otro león, el auténtico león, el terrorífico animal que me busca, galopa. Y si no fuera porque he de correr muy rápido lloraría. Ya no veo lo que ocurre tras de mí porque no miro. Sé que ahora ambos galopan. Descarto subir a alguno de los árboles. Manejo en mi sueño ese conocimiento. Ignoro las piedras que aparecen en mi carrera desesperada sabedor de que no son armas eficaces. El rugir entrecortado de ambas fieras se escucha cada vez más cerca.

Pocas cosas deben ser tan aterradoras como el rugido de un león que va a por ti.

El león es una fiera especialmente diseñada por la naturaleza para la depredación.





Si el simio que somos se encuentra en el claro de un valle y en el claro del valle se encuentra también un león no importa la distancia que los separa. El simio será devorado y no alcanzará la muerte hasta muy avanzado el festín.

Si el simio que somos decide correr contribuirá a que los instintos del león se agudicen y se vuelvan tan incontrolables que harán que el león ya no pueda moverse en ninguna dirección que no sea la más directa y segura hasta alcanzar para dar muerte a su presa.

Así que pocas cosas deben ser tan aterradoras como el rugido de un león que va a por ti; sabes que será el último sonido que se instalará en tu cabeza antes de no ser más que un sanguinolento amasijo de carne triturada que aún respira.


Y el rugir entrecortado de ambas fieras se escucha cada vez más y más cerca y yo busco con desesperación el lugar que sé y que me podrá salvar de ser devorado. Es extraño, ahora que lo pienso. De dar vueltas he llegado al punto de partida. Dos grandes contenedores forman una ele, los dos contenedores son lo extraño. Ya casi me dan alcance cuando llego a los contendores. Sé que subiré a uno de ellos y que el final ya está cerca. No es tan sencillo. Cada vez que este sueño se repite uno de los dos leones, el león, es más grande y es más abultada su espesa melena y son más amarillos sus feroces incisivos. Ya es de noche y la fuga de los dos animales no han impedido que el automatismo de las luces cumpla un día más con la rutina del parque. Subo con mucho esfuerzo al contenedor. Aún tardan unos minutos en llegar los leones. Los espero arrodillado, la respiración muy agitada me llena el pecho hasta el dolor. Cuando llegan el león de mirada satisfecha detiene la carrera y va de un lado a otro en torno a los dos contenedores, le da por rugir de vez en cuando. El otro, el gigantesco león que me busca, frena al saltar contra el contenedor golpeando sus paredes metálicas. Grito de terror y al oírme ruge con fuerza y mi grito parece ridículo y aún ruge más fuerte y me mira. Las garras de sus patas delanteras arañan el suelo en el que se clavan mis rodillas. No quiero mirarlo a los ojos, sé que los suyos apenas parpadean. Sé que tendré que mirarlo a los ojos para que todo acabe. No quiero mirar, no quiero mirar. Ruge y tiemblo. Es una pesadilla. Viene demasiadas veces. No es la única, tampoco es la peor. Sus garras cobran más y más fuerza a medida que dejo pasar el tiempo sin mirar su rostro de león o su rostro de lo que sea porque sé que cuando lo mire no veré el rostro de un león. Sus garras penetran la chapa roja del contenedor y el sonido no es de este mundo. Quiero que todo acabe porque me duele el corazón de puro miedo. Decido levantar la vista y ahora sí que lo veo. Dura un segundo, no hay otra cosa igual, no se puede recrear con palabras una imagen tan diabólica. Mi corazón se detiene. Todo es oscuro. Y despierto, una vez más.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Estampados.





Cuando se trata de hablar de la narración breve, del relato corto, se puede cometer el error de creer que realmente se conocen los ingredientes que hacen de un cuento una obra brillante. Abundan los talleres de escritura creativa. Es propio de estos talleres que alguien pretenda enseñar a escribir y que para ello se emplee el relato como unidad básica literaria para congraciarse con los resortes del lenguaje narrativo. Bueno, partiendo de la base de que no creo que alguien pueda enseñar a alguien a escribir -por lo que pienso que los talleres de escritura creativa son una completa gilipollez-, el uso del cuento como aula me parece un abuso -cuando no un error absoluto- del pragmatismo. Teorías sobre el buen relato hay tantas y las hay tan diferentes y algunas tan contrapuestas que me hacen pensar que en realidad ninguna es realmente válida. Se vierten no pocos tópicos al hablar del buen relato. La brevedad del género lleva al exceso su producción, le ocurre algo parecido a la poesía. Pero la triste y cruda realidad es que se escriben muy pocos relatos en el que se puedan observar algunos brillos de calidad, tal y como ocurre con la poesía. Resulta peculiarmente placentera la lectura de un buen cuento. Uno termina con la sensación de haber contemplado una elegante ecuación que asentase sobre el papel un proceso físico y natural cuya obviedad le hiciese pasar por desapercibido. Ya ven, no es nada fácil explicar con claridad la satisfacción que produce. Pero, ¿qué hace de un relato que se convierta en una pieza necesaria? Desde luego no voy a ser yo quien responda a algo así. Puedo reconocerlos, o creo poder reconocerlos. Y últimamente he dado con una mina. No están publicados en ningún libro. Llevan la pátina romántica de la publicación periódica. Has de esperar impacientemente una nueva entrega. ¿Con qué nos sorprenderán la próxima vez? La serie Estampados que publica el Diario de Cádiz es posiblemente la mejor colección de relatos que se ha publicado por el Macondo desarrollado de los últimos tiempos. No veo que haya impactado en el público lector como creo que se merece. Se escapa a mi comprensión. Pilar Vera y Pedro Ingelmo, al amparo de las ilustraciones de Miguel Guillén, muestran en cada entrega no sólo el enorme talento de dos redactores del periódico gaditano; además, dan una clase técnica para el aprendiz de escritor de relatos (También, por qué no, un buen hostión a quienes se creen -haciendo de continuo el ridículo- ilustres cultivadores del género). Un dibujo nos inyecta una idea en nuestro inconsciente. Lo observamos sin pretender obtener una respuesta a nada. Es entonces cuando iniciamos la lectura. Verán que las palabras se acercan y se alejan de la imagen construyendo una historia. La carga poética está presente en todo momento. La brevedad -algo que no tiene por qué ser un imprescindible en busca de la calidad- nos dificulta comprender cómo fugaces personajes se nos incrustan de pronto y nos despiertan esa súbita familiaridad. En todos los relatos de la serie publicados hasta ahora se establece un vínculo con el lector por medio de los personajes que, con sorprendente rapidez, se dibujan solos y completos -lo justo y necesario- en la mente del lector. Se intuye el juego en la composición del cuento, se aprecia la intención de los creadores. Un servidor, que también gusta de estos juegos -los juegos de la creación literaria-, se siente asombrado ante el talento; uno que es humano y que es un aprendiz, envidia estas pequeñas grandes creaciones. También me pregunto la razón de la escasa repercusión de las mismas entre los escritores, críticos y editores (a los editores ya se les debería haber encendido la bombillita roja que alerta de la aparición espontánea de lo bueno entre tanta y asfixiante mediocridad) que me son más cercanos -o mejor dicho, con los que mantengo cierta relación en las redes sociales-. La serie Estampados del Diario de Cádiz, no me cabe la menor duda, alberga los mejores relatos que he leído en un buen tiempo. Muy recomendables; desde estas líneas, animo al acercamiento. Verán que no les engaño.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Ocurre en navidad.





Ustedes no lo saben. Es difícil que puedan sentirlo de algún modo, o tal vez sí que lo sienten pero resulta en exceso inefable. Pasa que me han puesto aquí y ahora desde la nada. Y joder, más que sentirlo lo percibo con el sentido de la vista, con el olfato, claramente, algo realmente extraordinario, que se repite con periodicidad anual. Para dar una muestra de lo que hablo me gustaría trasladarme a hace justamente unos cien años, movernos y cambiar nuestro escaparate por otro bien distinto. Me debato entre el me lo creo y el no me lo creo y me cuestiono sobre la estupidez a la que puedo estar siendo arrastrado por mis propias circunstancias. Pero sigo. Hace cien años. Ocurrió muy lejos de aquí, creo que en algún bosque de Bélgica. A un lado los soldados alemanes, al otro los británicos. Ya llevan un tiempito asesinándose unos a otros con el consentimiento de la historia. La guerra ha arrastrado a los manolos y a los pepes de uno y otro país a desear y a pretender la muerte del contrario en una tierra que no es la suya. Es navidad y hace frío, mucho frío. Han pasado algunas horas sin que se produzca ningún disparo. Las piezas de artillería crujen bajo la nieve, los hombres tiritan ensimismados, son incapaces de soltar el fusil aunque no lo usen. Era mil novecientos catorce, el fantasma de la muerte sobrevolaba a baja cota la campiña europea. Se alargaban trincheras como una muestra de la inteligencia humana, después no habría más que echarle la tierra desplazada para que los cadáveres quedasen bien enterrados y a otra cosa. A uno, que lo han puesto aquí y ahora, le llega a las narices el melancólico olor de estas fechas. De verdad creo que nos volvemos mejores en navidad, ya sea por el hecho de expresar la voluntad de reunirnos con otros, casi seres queridos en su mayoría. Y nos volvemos mejores no significa que seamos de súbito buenas personas, es otra cosa. Nos vemos poseídos por la emoción, nos dejamos llevar por ella y joder, realmente deseamos el bien para los demás. Por otro lado están los que viven cómodamente apoltronados en su propia amargura. También para ellos cambia algo en navidad. De igual modo les ocurrió a aquellos soldados de mil novecientos catorce en las trincheras. Es imposible saber realmente lo que pasó y cómo pasó. No me cuesta creer que fue verdad. Lejos de sus familias, lo más alejados que se puede estar de cualquier muestra de cariño, pudo ser que uno de ellos, respondiendo a la locura o al crujir de dientes o váyase usted a saber qué, decidió entonar una oración propia de la fecha o un villancico. Al cabo de un rato, no mucho a lo mejor, otro decidió acompañarlo. Entonces ocurrió que desde la otra trinchera se pudo escuchar otra voz en otra lengua entonando en un ritmo parecido una letra parecida y que expresaba los mismos sentimientos. Digo que horas antes se apuntaban unos a otros y se disparaban unos a otros y celebraban la muerte del caído. Y ahora digo que en uno y otro bando el grupo que canta es más numeroso y que afloran las sonrisas, entre los árboles de troncos robustos taladrados aquí y allá por el impacto de los proyectiles malgastados, sonrisas como tajos a la muerte. Todos cantan y uno de entre todos, poco importa si alemán o británico, hace algo del todo sorprendente. Abandona la trinchera, descresta sobre la línea imposible del talud y se adentra con paso decidido hacia tierra de nadie. No lo sabe, no es capaz de darse cuenta de que no lleva el fusil en sus brazos. Mientras camina no puede dejar de mirar a la trinchera contraria. Tampoco sabe que desde ella nadie encara el fusil. La nieve cae en copos semiestáticos en la nochebuena belga de la Gran Guerra Europea. Escribo estas líneas y vuelvo a oler esa emoción estacional. Deseo con todas mis fuerzas estar contando una historia verdadera. A la vez que el soldado camina hacia lo que en otro momento sería una muerte segura lleva una de sus manos a sacar del bolsillo de la guerrera un puñado de cinco cigarrillos. Ya hay alguien, otro soldado con uniforme diferente y diferente bandera, que ha salido a su encuentro. Llegan al centro mismo donde la muerte antes era dueña y señora del tiempo y del espacio. Se sonríen de forma espontánea. Uno le da al otro el puñado de cinco cigarrillos, el otro le extiende media chocolatina. Feliz navidad dice en alemán el primero, feliz navidad, responde en inglés el segundo. Tal vez se abrazan o no en este momento. En cualquier caso, lo hacen, con los ojos al menos, sin saber el motivo que los lleva a ello. No miran atrás. Pero si lo hicieran verían que otros los imitan, que otros también acuden al encuentro del soldado enemigo, y de qué manera. Era la navidad de mil novecientos catorce y entre trincheras y las botas crujían sobre la blanca nieve que antes era manchada de roja sangre y de negra muerte. Me pregunto si tendrá algo que ver esta historia con eso que percibo en el aire de estas fechas. Fechas en las que la alegría es más intensa y es más profunda la melancolía. Y será que me han puesto aquí y ahora como un vulgar peoncillo de este enorme ajedrez que es la vida que nos ha tocado jugar. Y será que ustedes, la mayoría, no pueden verlo en su totalidad porque la costumbre atenúa los instintos, aunque algo sienten. Pero realmente algo ocurre en navidad. Algo que pasa entre NOSOTROS. Váyase usted a saber qué.

jueves, 25 de diciembre de 2014

El discurso de un rey.



Trataba de encender el  fuego  con muy poco éxito. Los niños iban y venían, ignoraban la voz del monarca. Pedía silencio mientras removía con enojo los troncos, vertía alcohol de noventa y seis grados o colocaba de forma estratégica páginas de periódico viejo en los recovecos de la cadavérica hoguera. Y hablaba el monarca de los españoles. Yo, que aún me pregunto con genuino escepticismo la necesidad de un rey, prestaba atención al discurso; ¿qué podía saber ese señor de los españoles en realidad cuando a los mismos ciudadanos de a pie ya nos cuesta un mundo identificarnos  como colectivo humano? Después no  me resultó complicado averiguar que sus palabras se conducían siguiendo con férreo amarre al rumor que de nosotros se mantiene en el aire al modo de chascarrillo. Creo  que fue cuando trató de algún modo dirigirse a las distintas nacionalidades que se reparten por la piel de toro reivindicando su identidad, tomando como unidad de medida a los catalanes. Estábamos  en el vértigo previo a sentarnos a la mesa para la cena especial de la noche. Según El País el mensaje ya lleva días  grabado; se señala -en un insultante alarde de inteligencia periodística- que se grabó antes de que la hermana del monarca fuese marcada por las  palabras del juez. De modo que, claro, ya resultaba imposible hacer mención alguna al hecho. Pero sí habló de corrupción. Hay quien trata de justificar la corrupción alegando nuestro carácter latino. Otros apenas se pronuncian, como si  se tratase de uno de los distintos componentes que se juntan en lo etéreo del aire para que podamos respirar. También los hay que gritan de indignación poniéndose muy colorados a la vez que acusan según su ideología. Bueno, de corrupción hablaba el monarca, nuestro  rey. El fuego aparecía y desaparecía ante mi impotencia. Me precio de ser un excelente encendedor de fuegos. Pocas cosas me ponen tan cachondo como hacer una barbacoa. Y lo que realmente me excita de ese proceso es el encendido del fuego. Nunca lo hago igual, busco distintos modos, diferentes materiales. Hay en ello un anhelo, se desea el poder de manejar algo tan incontrolable como el fuego a antojo. Pero el fuego jugaba conmigo  y yo, airado, pedía silencio  a mi familia, más concentrada en los preparativos de la cena. La corrupción no es algo nuevo.  Antes la consentíamos sin más, no nos afectaba directamente salvo en contadas y aisladas situaciones. Nos  reíamos de Italia y su Berlusconi. El monarca hablaba de corrupción, de la lucha contra la corrupción, como echando fuera los balones de su momento familiar. La realidad es que poder y corrupción son del todo inseparables. Es trágicamente humano. Y aún no somos lo suficientemente capaces de idear herramientas que imposibiliten la aparición de lo uno cuando se da lo otro. Esto no es cierto. Pero podemos seguir engañándonos, tal y como hace nuestro monarca. Saben, cada vez me siento más alejado de los temas políticos. Tal vez ocurra que los temas políticos me parezcan cada vez menos interesantes, que sean ellos los que se alejan de mí. La superficialidad de la puesta en escena de un hombre entronado me es una imagen -no se puede buscar mucho más que una imagen en el hecho mismo- poco atractiva, nada interesante, innecesaria. El rey hablaba de los españoles y yo me batía con los elementos y ambos errábamos, el uno en un escenario palaciego, el otro en un hogar familiar.  De fondo, como llegado  desde muy lejos, fluye como una mentira, como un rumor inteligente, la inminencia de la tormenta. Creo saber cómo huelen las tormentas, el aire refrigerado que surge de pronto en la calma,  la oscuridad aparentemente detenida en lontananza. Y no, aquí no huele a tormenta. Nos sentamos a cenar poco después del discurso. Desgraciadamente, nada nuevo ha aparecido bajo el sol del día de navidad, el año por venir -no se prometan nada, no se engañen, no se dejen llevar por estos días estratégicos-, seguiremos rumbo a nuestra distopía preferida. Miraba los troncos apagados mientras cenaba, mientras recordaba lo penoso del momento antes vivido, la pérdida de tiempo y el insulto que puede resultar el discurso de un rey.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Asuntos de los que trato cuando hablo con Felipe y Maruja





Me he sentado delante del ordenador sin un tema, una idea, un propósito. Podría decirse que la criatura frente a la pantalla no es ahora más que el imbécil que todos llevamos dentro -y que algunos se esfuerzan por sacarlo de titular. Menos mal que en el fondo soy muy consciente de que to er mundo es güeno. ¿Quién lo dice? Un tipo que en los dos últimos meses apenas pasó de los diez minutos de conversación diaria y que bautizó a un mascato (me reservo lo que es un mascato y lo que este animal alado representa) como Felipe y a su consorte como Maruja. Ahora me tengo que decir que lo estoy volviendo a hacer, a ponerme serio y a hablar de si el ser humano, esto, que si el ser humano, lo otro. Vamos, otra vez el imbécil. No debería criticar tanto al imbécil titular de los demás cuando uno tiene tan presente al suyo. Saben, yo era un listillo. Uno bastante desagradable -sí, más que ahora incluso. Me partí el alma en esto de desentrañar cuestiones indesentrañables desde demasiado pronto. Es normal que el resultado ya en esta juventud mía sea tan poco gratificante. Cada vez con menos convicciones y más interrogantes y dudas se me hace harto difícil no sentirme un impostor al hablar o al escribir. Claro, siempre la paja en el ojo ajeno: señalas, acusas, casi siempre en la intimidad de uno mismo, al otro, y te dices, le dices, más bien: mientes, hijo de la gran puta, no eres más que un sucio mentiroso y un vendido que no tiene ni puñetera idea de qué coño va esto. ¿De qué coño va esto? Decía que no había un propósito. Tal vez haya surgido uno. Un tema: las convicciones. A ver cuánto tiempo o cuántas palabras soy capaz de mantenerlo. La convicción es una utopía. ¿Y cómo dices ahora que todo el que piense lo contrario se equivoca? No puedes. No obstante, la convicción es una sensación ilusoria. Pero uno ha de elegir una ruta y después apuntalarla y luego pasar hormigonera y tal vez, crear tráfico en un par de sentidos (pero ¿por qué? ni puta idea, es una convicción). Diríamos entonces que lo correcto y lo erróneo son límites superficiales, un abstracto concepto. En el mundo de las ideas sería correcto usar siempre el verbo fallar, sí, como cuando se conceden los maravillosos premios literarios (cualquier tipo de premio en realidad, pero como tengo que mantener esa pose ácida, ya saben: que si los premios literarios esto, que si lo otro, que si el del bocadillo de atún...). Pero qué aburridísimas serían las conversaciones si uno tuviera que justificarse siempre con un "pues yo fallo en creer..." en lugar de la siempre impertinente aseveración. Ahora que caigo: mi vehemencia. Si las personas con las que hablo supieran cuánto me arrepiento la mayoría de las veces de lo que hablo o escribo... no sé que podrían pensar de mí. Ahí va otra que también está muy bien: me importa un carajo lo que piensen de mí. Y una mierda, señor Flores, y una mierda, que diría aquél. Pues eso, lo dicho, otra impostura generalizada, sobre todo cuando se trata de listillos como el que yo era (y eres, hijo mío, y eres, algo que pensaría mi madre y que nunca me diría. También mi puerca infernal mayor lo pensaría, sólo que ésta, si no lo dice, revienta). El que yo era sabía más que nadie y quería más que nadie y el miedo no era más que un aliciente para meter la cabeza en la boca del león. Y cuántas bocas de leones se cerraron en torno a mi cuello y mordieron los muy hijoputas hasta que no me dejaron sangre alguna con la que inundar los músculos de mi boca para articular con la suficiente vergüenza que me equivoqué. Aquí lo tenemos de nuevo: el tema: la convicción. Creo -más que creer, creer plus- que entonces no funcionaba a base de sólidas convicciones (¿y cuándo sí, picha, cuándo lo has hecho?). La física cuántica -a través de las matemáticas- nos habla del universo y de las probabilidades que tiene una partícula de hacer una cosa o cualquier otra. Quiero decir, en realidad las partículas subatómicas podrían llevar a cabo cualquier acción en cualquier momento. Sin embargo nuestra limitada percepción de lo que ocurre y del tiempo que discurre nos hace creer que siempre hacen la misma cosa y que no es una cuestión azarosa, como así es o hasta la fecha se ha comprobado. Pues bien, supongo que en realidad, el listillo que fui, lo que verdaderamente quería ser en la vida era partícula subatómica, se creía esa posibilidad sin haberla considerado, con convicción, esto es -si aplicamos la fórmula ya empleada- sin tener nada claro, sin ella. Estará siendo una lectura muy pesada. Un único párrafo y con tanta digresión, qué tedio, que estupidez. Y sin embargo ahí sigue, leyendo: merece un premio. Los yoes de aquí, del otro lado, estudiamos la posibilidad del punto final como ese premio. Pero, ay, no se llega a consenso. Aún podemos rizar el rizo, llevar la estupidez a alcanzar cierto grado patafísico (los resortes de la mente humana gravemente perjudicada por el aislamiento me empujan con fuerza hacia otro tema: la patafísica). Podríamos decir que la ausencia en sí de toda convicción lleva a la convicción. No cabe la menor duda. Las matemáticas son claras y las matemáticas son el único lenguaje del que salen el resto de códigos de comunicación. Escribir es un acto muy patafísico, lleva a los límites de lo absurdo. En una de las vidas posibles que se barajan en la partícula cuántica que soy existe el... el... el escritión. Ea, ahí es nada. ¿Lo explicamos? Lo explicamos. El escritión suele encontrarse en un plano en el que abundan las palabras que interaccionan entre sí. Las fuerzas que actúan entre estas palabras hacen del escritión una especie de agujero negro del que se cree que se sabe mucho pero del que en realidad no se puede saber nada. Cuando el escritión se comporta como singularidad pasa a llamarse lectorión. Tanto lectorión como escritión tienen en común las múltiples direcciones en que puede dirigirse el vector de la fuerza, lo que los diferencia es el sentido. En realidad el escritión es sobretodo lectorión. Ignoramos cuándo el lectorión actúa sobre su cosmos de palabras como escritión. Sabemos que lo hace, y a veces con pesadumbre, sí, lo sabemos. Los físicos cuánticos hablarían en términos de probabilidad. También, es importante, en este mundo caótico de las partículas se produce el desastre: el lectorión, llevado por el espejismo y la incertidumbre total, puede pasar a ser lo que se conoce como un antilectorión -en su fase de singularidad- o peor aún, un antiescritión (y sí, criaturita, esto es lo que eres cuando prostituyes tu talento en tu afán por trepar más y más alto). (No te cansas, ¿eh, señor Flores?) Así que en esas estamos, al borde de la sí o no aniquilación. Si a eso sumamos el resto de futuros posibles a los que puede aspirar la partícula subatómica que es un servidor, entre todas las vidas posibles (en la que incluimos -por darle una pizca de dramatismo al delirio- la de aguerrido mercenario de la mar), sin que para una predicción nos sean válidos los pasos seguidos hasta este preciso instante, podríamos decir que la falta de convicción es la única realidad posible, y así volvemos al tema que a duras apenas hemos sabido sostener en la última decena de líneas. ¿Y si nos metemos con otro tema, y si hablamos, por ejemplo de: el instante? No lo vamos a hacer. Conforme. Me he sentado delante del ordenador sin un tema, una idea, un propósito. Podría decirse que la criatura frente a la pantalla no es ahora más que el imbécil que todos llevamos dentro -y que algunos se esfuerzan por sacarlo de titular. Menos mal que en el fondo soy muy consciente de que to er mundo es güeno...

martes, 19 de agosto de 2014

Kilómetros de carne lejana




La carga mineral y poderosa del aire
penetra por los poros bajo la mirada.
Disimular con el alba que se despierta
para arrojar a las superficies el anhelo
para que no haya nada bajo su piel
por la distancia al pelo profundo
que acostumbraba a acariciar despacio
cuando la risa cuando el beso cuando morir
era placentero y era una mentira.

No contemplará ese vuelo remoto
de un mediodía menos una mañana
el hombre que intenta mirar y no ve
porque no se desprenden carcajadas
como la de la boca que siempre piensa
para dormir sobre la solitaria oscuridad.
Y no son sus manos de falanges delicadas
el peso del acero en la noche y el pecho.

La oración no revelada a su piel
es un recuerdo sostenido en las horas.
La insuficiencia del aire que detuvo
entre andenes y cristales y aceros sería
la pausa homicida y los adioses llantos.
La vida que siguió ya fue otra cosa
que no era vida y que era esperar
devolverse a los brazos su cuerpo
que ahora es nube perpetua sobre aguas
hijas de una insolente desesperanza.

Y qué simple y qué poco se tiene
cuando se añora la posesión sagrada
el ídolo nacido en cualquier lugar
que navegó otros mares y amó antes
de que fuera la valiosa posesión.
Permanecer de pie y endebles las piernas
a cualquier cosa sin importancia
a lo único importante y serio entregado.
Pero son kilómetros de carne lejana
al tacto y al beso y recuerda el olor.

Toda esta música que suena en oídos
no es escuchada por otros ni lo es
para nadie y es única y llega y responde
quien la oye con palabras que son mudas
lanzadas en un viaje y recorren tierras
y mares pueblos campos sin perderse
hasta llegar pulverizadas en susurro
a los oídos que en la última hora esperaban.


domingo, 17 de agosto de 2014

El sueño, no es más que el sueño



No ha de tardar demasiado la luz en darse a la fuga. Después será del todo imposible escribir. Leeré. Lo haré gracias a la simpática lamparilla incorporada a la funda de mi Kindle. Una biografía sobre mi admirado Stefan Zweig. Las palabras de Zweig me llegan siempre cargadas de calma y de inspiración. Es esa vida del mundo que fue ayer, su laboriosidad, su amor por un oficio más sagrado que el de cualquier sacerdote a sueldo por algún dios nominado. Zweig es el maestro paciente que siempre perdona y aconseja como quien propone una posibilidad interesante. Su vida un millón de veces contada me hace sonreír, porque siempre será un secreto.


El autor austriaco Stefan Zweig.


Me propongo seguir con ese título provisional del que tanto espero. Jamás pensé que afrontaría un reto semejante. Estoy pagando con letras de sangre la osadía. Sin nada que perder todo es más fácil. ¿O acaso tengo algo que perder? No lo sé. No sé tantas cosas. Por más que me reitere en pecar de insolente vehemencia, me sé chicuco, uno que siempre a va a estar tras las líneas enemigas.
Te propusiste recopilar toda esta información. Ahondar en una mente lejana y de una profundidad abisal donde todo es oscuro y la luz, cuando brilla, hace de inhibidor embuste y te devora. No obstante hemos sacado no pocas -aunque frágiles- conclusiones. No será un ensayo. Al menos no te gustará llamarlo así, no. No lo será porque hay mucho de íntimo. Una historia de no ficción. Siempre te gustó aquello de Capote. Habrás de cubrir tantas lagunas en base a sus obras que nada o casi nada tendrá que ver con la realidad, aunque no escribas una sola mentira. Otro reto que ansío comenzar. Has perdido tiempo en vivir. El exilio que viene, con su acostumbrado aislamiento, no te lo pondrá fácil. Está bien, lo sabemos. Será tiempo para asimilar y ordenar.


Podría llevar la silla de plástico y la mesa baja de madera tintada de negro y ponerla en mitad del patio y aprovechar allí la resistencia de la luz. Todo lo demás aquí, el propósito pues, me importa un carajo.


Como aquella historia no se fue y se mantiene su esbozo, como a lápiz, tan imperturbable, no hay razón entonces para forzar olvidos -proceso cuesta abajo como una adicción- que nunca requieren de esfuerzo alguno. Unos quince capítulos marcados y sencillos a desarrollar. Párrafos cortos de estos de quitar y quitar y quitar. Algo serio sin embargo. Sí, ése es tu problema. Siempre son cosas serias, cuando sabes que de siempre en literatura la victoria es el humor. No dejo de sumar.


Y la luz se va apagando lentamente. Haber elegido el color negro no ha sido muy acertado. Nos salva la crema del papel y su capacidad química para el reflejo. Lo que me hace pensar en el precio de las Moleskine -tan repelentes y bonitas- y en el alivio que me produce recordar que fue un regalo tuyo por mi último cumpleaños.

Tanto trabajo por delante.
Si supiera que remas a mi lado y si pudiera imaginarte, cuando todo no sea más que agua y cielo, atareada en las aerovías de tu infinitud, todo me sería más fácil y el mundo, sencillamente, mejor.

¿Añadir otro blog a tu cuenta?
Sí señor, y convencer a alguien para un cuatro manos en otro.
¿Otro?
Sí, otro.
¿Pero en el nuevo...?
Sería algo distinto.
Interesante.
Lo sería
Si pudieras, claro.
Si pudiera.
Habla.
De estupideces sobre todo. Algo relacionado con la ciencia.
¿Pero se puede saber qué cojones tienes tú que ver con la ciencia?
Fue la rama que elegí en segundo de BUP.
Tú en segundo de BUP no sabías ni dónde estabas de pie.
Me temo que ahora tampoco.

Penumbras pues. Pupilas felinas, violento escándalo de vehículos. Urgencia.

No concibo el trabajo literario en una colectividad. El cuatro manos sin embargo es un clásico. Podría decirse que sería otro de esos estúpidos rituales tributarios míos. No, un libro no. El libro tiene algo así como aquel anillo de Tolkien. Como he dicho, lo divertido sería un blog. Una comunicación abierta entre ambos autores y el lector. Claro está, para ello, para compartir la idea necesitaría un buen compañero, uno fiel y un creyente, un corazón noble y al menos, con un grado de ingenuidad cercano al mío. Así sabríamos que la victoria no es otra cosa que su inevitable ilusión manifestándose en la mirada del compañero.

¿No te parecen demasiadas cosas, Eduardo Flores? ¿Acaso olvidas que has de estar siempre en movimiento? La vida nunca deja de ser movimiento y la ausencia de luz no es poco escollo. ¿Estamos hablando de luz? Ellos saben que no. De lo que se trata, estimados señores, es de la imperiosa e inexorable caída del telón ¿entienden? No habrá más obra, estimados/as señores/as, así que ¿a qué viene tanta ovación y tanta meta por alcanzar?
Y esa es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Si la vida es sueño, el sueño, no es más que el sueño. No se admite la rendición, porque hasta para eso no quise estudiar. Pero poner paréntesis a la existencia ayuda poco. Cosas habrá que hacer y escribiré aunque no cuanto me propongo. Los días tienen las horas que tienen y los meses serán más largos que productivos. Al final, la religión, sólo se hizo para beneficiar a los curas.

Y la luz, por fin, se fue.



jueves, 14 de agosto de 2014

Ebolación, campanarios llameantes y un desprendimiento de retina


Virus del ébola al microscopio.

Trato siempre de presentar los dudosos brillos de la actualidad desde los rincones más deslucidos de la duda. Tengo por norma no pronunciarme hasta haber digerido la ristra de noticias, informaciones en medios y opiniones varias en las redes sociales. Se trata de superar los momentos de enfado y de asombro, por lo estúpido y lo ocurrente.

Mis visitas a las instituciones sanitarias no suelen ser habituales. No conozco a mi médico de cabecera. Cuando por algún motivo me he visto obligado a pisar las salas de urgencias me he sentido como trasladado al mundo en el que habitan los personajes de Kafka. Estos días he cumplido con aquello de romper con las estadísticas e incluso, he llegado a pasar noche en uno de esos edificios que dicen que son para curar enfermos: un hospital.

Que te digan que las horribles diarreas que sufres son causadas por el virus del ébola es, sin duda alguna, la peor noticia que te pueden dar en tu vida. Lo más probable es que ya no te vayan a llegar muchas noticias más.

Una pandemia de ébola envenena el aire africano con el olor de los cuerpos en motañas entregados al fuego. Los hospitales del tercer mundo, créanme, algunos de los que he visto, le echan la pata a la imaginación del Dante. La velocidad de expansión de este virus en concreto apenas permite reacción alguna por parte de los recursos sanitarios de los que hablamos. Cooperantes en países subdesarrollados, los que deciden quedarse antes de ser contagiados, que no han de ser muchos -puedo entenderlo-, multiplican sus esfuerzos por dignificar lo máximo una muerte que saben y sabemos será muy dolorosa y terrible. Se tratan de aislar los principales focos de contagio cuando exponencialemente, éstos, surgen aquí y allá, dando la impresión de que se ha de apagar un fuego con vasos de agua. Es la desesperación.

Un misionero español, sarcedote y médico, lucha contra el ébola y su desastre en el corazón del continente negro. Tras toda una vida entregada al prójimo, en virtud de los valores cristianos, el bichito que es el ébola visto por un microscopio se reproduce infatigable en su organismo. El padre Miguel Pajares ya es víctima de su enemigo. Nueve de cada diez afectados por el virus muere. El sacerdote, que también es médico, sabe que va a morir.

Entramos a urgencias y somos estupéndamente atendidos y no tardamos mucho en recibir atención y ser despachados. Un desprendimiento de retina ha sido la invitación. El desprendimiento de retina requiere de una rápida intervención quirúrgica. Han de darse cosa así como varios miles de desprendimientos de retina en España cada día. Muchos, en cualquier caso, los suficientes, digo yo. Pero no, en el sevicio nocturno de urgencias no hay oftalmólogos y recibimos uno de esos venga usted mañana. Y mañana que es ya, acudimos, y sí, lo que usted tiene es un desprendimiento de retina, nos dicen, quiero decir, nos confirman. Vaya usted a su casa y guarde reposo que ya le llamaremos (cuando uno de los dos retinólogos que tenemos para toda la Bahía de Cádiz y La Janda estén disponibles. Esto, claro está. No nos lo dicen). A lo necesario de una urgente operación se pone un reposo absoluto.

La cosa está en que un tercio de España quiere la repatriación del sacerdote, algo totalmente desaconsejable dado lo peligroso del virus y su capacidad de propagación; otro tercio se opone, no se gasta un país una ingente cantidad de dinero para traer a un muerto viviente; y por último está el tercio desinformado o malinformado que lo mismo le da opinar una cosa que otra que operarse de apendicitis, por ejemplo, un martes por la tarde. Todo tiene un tufillo a rancio en los medios. Desde el gobierno una voz en off estilo NO-DO llama a los cristianos de la patria. Rojillos por otro lado, anhelan encender antorchas con que hacer arder campanarios. Lo que es España, vamos, un cachondeo.

Tras estúpida visita por San Carlos (todo esto en la semana siguiente al domingo de desprendimiento y urgencias en Puerta del Mar) volvemos a Cádiz -donde el retraso en todo el proceso se manifiesta con una mayor gravedad de la lesión- y finalmente operación en el hospital de Puerto Real. Lo del tour hospitalario se nos antoja levemente contrario a todo aquello del reposo. Nos enfadamos. Los recortes son reales nos decimos por fin, lo hemos comprobado, afectan a un sistema que sin ser malo del todo ya tenía sus fallos. Un desprendimiento de retina se traduce aun con la mejor de las operaciones en una inevitable pérdida de visión. Un retraso de todo el proceso es motivo de una pérdida mayor. Esto es, desde que recortamos en sanidad los españoles perdemos, cuando menos, visión en un ojo, que no es ninguna tontería y le quitan a uno todas las ganas de bromear. Lleven ustedes lo del ojo a un riñón y verán qué simpático; imaginen pues en asuntos de oncología, otra gracia.

Repatriar del África a un hombre con una enfermedad incurable y con la muerte devorándole las tripas cuesta o debe costar muchísimo dinero. Vamos a dejarnos de prehistóricas ideologías. Pero el gasto de una repatriación de urgencia para un muerto viviente nos ha costado a los españoles mucho más que dinero. ¿Debe un país dedicar sus mayores esfuerzos por un paísano en una situación muy complicada en un territorio de total hostilidad? Sí, por supuesto. De hecho, es un deber -o debería serlo- humano, que no humanitario.

Pero Miguel Pajares es sacerdote. Lo que nos debería dar igual, como si es fontanero en Angola. Pero no es así, no nos ha dado igual. Para empezar porque el gobierno le ha dado al asunto un carácter que rememora al trato que la España del Caudillo concedía a la Iglesia. Y tampoco nos ha dado igual porque el bando de los vencidos ha respondido del mismo modo y con la misma falta de sentido común que en aquella época no tan lejana en la que se quemaban iglesias. Unos y otros han dedicado su tiempo a hacernos a los españoles tan miserables y mezquinos como siempre. Y al ciudadano de a pie que trata de ser justo le cuesta pensar. A quienes defienden la vida sobre la muerte, la paz sobre la guerra, la justo sobre lo injusto, no les es nada fácil descubrir cuál es el camino correcto entre tanta basura.

Avión español preparado exclusivamente para repatriar infectados por el ébola.

Los medios desplegados -una chapuza en toda regla en realidad- en toda la operación de repatriación contrastan negativamente con los recortes sanitarios que padecemos en España (Aprovecho para colocar por aquí un interesante enlace para mayor información sobre la chapuza tipical spanish: http://tecnicopreocupado.com/2014/08/10/se-debe-transportar-asi-a-un-infectado-con-ebola/). Repatriar o no repatriar no ha sido la cuestión. Ya digo, bien hecho, con las cosas claras -que en todo esto nunca lo ha estado- era un deber humano poder dar al padre Pajares la muerte más digna que le pudiésemos dar. Pero recuerdo que estábamos repatriando un muerto que, probablemente, de haberse llamado Eduardo Flores, jamás se habría repatriado. Porque ha sido su condición de sacerdote y no otra la que activó los resortes repariadores de este gobierno de rancia derecha. No es válido comparar con anteriores rescates por secuestro, ni lo es comparar con la repatriación de cooperantes voluntarios en momentos y lugares complicados. En esos casos repatriábamos vida y no muerte, como ha sido este caso. El gobierno se ha saltado los más básicos protocolos NBQ en este proceso, vean las imágenes, son de risa. No se lleva a un infectado de ébola al mismo centro comunicativo de un país, por ejemplo. Eso por no hablar de los equipos autónomos empleados. Todo esto que hemos hecho, toda esta cutrez, ha pintado ridícula en mitad de una España con sus servicios sanitarios recortados.

Avión de los EEUU preparado para traslado de infectados por ébola.

Cuando la intervención quirúrgica termina el protocolo médico en este caso obliga al reposo absoluto del paciente, que ha de permancer durante al menos un par de semanas bocarriba o de lado. Sin embargo, las deficiencias del sistema por los recortes -acentuados por el agostismo- conceden el alta tras la operación, hasta ahí bien, y que, al día siguiente, se acuda a cita para revisión a otro hospital diferente en una localidad distinta a la de la intervención, lo que no está tan bien porque nos pasamos lo del reposo por el fondo de la bolsita que nos sustenta los cojones.

Los rojillos españoles atacan con torpeza todo el asunto del padre Pajares, que en paz descanse; fue un gran hombre. Responden a la estupidez del gobierno con su mezquindad habitual. Fachitas y rojillos nos han vuelto a dar el espectáculo. Los de enmedio no sabemos ni por donde tirar, izquierda y derecha todo es un error. La falta de humanidad se manifiesta con cada comentario, con cada réplica. La piel de toro huele, como siempre, a sudor de antesdeayer. No hacemos una bien, porque quienes nos representan y elegimos están demasiado ocupados en sus barcenadas y pujoladas. En Europa nos miran como la clase de deficientes que somos. El titular: La España de los recortes en sanidad abre sus arcas en apoyo a la expansión del virus en Europa.

lunes, 11 de agosto de 2014

Rituale



Cromomagazine es una revista digital que surge para compartir la necesidad de poner color en nuestras vidas, de aprovechar los beneficios de la cromoterapia. Cada número está dedicado a un color. Gracias a la colaboración de un puñado de artistas que cambian el mundo con sus imágenes, con sus palabras, con sus colores. Coordinado por José Alberto López. 



Extraigo estas palabras de la página de Cromomagazine. Dediqué la última entrada en este blog a la reciente colaboración con José Alberto López en la magnífica exposición "Al Este de Atlántida" que el artista mantiene en la Plaza de Abastos de Cádiz. 

La imagen que sigue se corresponde a una colaboración anterior, dentro de la estupenda revista coordinada por José Alberto y en la que la dualidad palabra e imagen se debe en el empeño a favor de la cromoterapia. Rituale es el título del texto que nació en virtud de la imagen de Luciana Crepaldi y el color naranja.

Actualmente la revista ya cuenta con siete números dedicados cada uno de ellos a un único color. Escritores y artistas de la imagen trabajan desde la distancia en ese sentido. El resultado, páginas tan cuidadas y elegantes como la que se muestra y de la que un servidor se siente no poco orgulloso. 




Esta vez te pediré que lo hagas despacio. ¿Has encendido la luz? No, ya veo que no y que tiemblas. Despacio te he dicho. Por favor. Sí, mírame de ese modo o como quieras, pero hazlo como te digo, despacio, tus dedos sostienen la mitad de este mundo en estos momentos. No me digas que tienes frío, no vuelvas a hacerlo. Si supieras cuán necesario es tu cuerpo desnudo junto al mío, estos cuerpos blancos sobre blanco lecho y en lo alto esa estrella suspendida por tu brazo erizado. No lo hagas todavía, no. Lo sé todo, así que no digas nada. Es doloroso, sí, pero observa este momento vivido y detén todo aquello que ahora es remoto y que no escuchamos. Quiero saber que estás preparada. No, no es ninguna otra cosa que imagines. Es justamente lo que ves, y créeme, nada es más necesario. Ahora yo siento lo que la palma de tu mano sujeta y sólo ahora puedes ver su lento latido. No sé si lo estamos haciendo bien, como tampoco entiendo la lágrima que se escapa de tu ojo. ¿Acaso creías que iba a ser fácil? Nadie más que tú ha pedido esto y ahora, por favor, ha llegado el momento, aprieta despacio, poco a poco, y no cierres tus entrañas. Llevaré mi mano tras la tuya y juntos será más fácil. Ves, ya puedo sentirlo en mi garganta, y sé que tus labios se humedecen brillantes. Y aprietas cada vez con más fuerza y es el dolor del mundo lo que se escurre entre tus finos dedos de suaves falanges ahora coloreadas. Verás que nunca termina, ten paciencia y cierra los ojos y dime si no es maravilloso que nuestras manos fundidas se bañen de toda vida y toda muerte. Todas estas gotas presurosas nada dicen que no sea que tú y yo somos esas gotas como somos el fruto alzado como somos tú y yo, la misma cosa. Aprieta más fuerte y ya casi hemos terminado. Ves, no ha sido más que un abrir y cerrar de ojos. Ya nada es como antes, lo sé por tu sonrisa abierta, por tu agitación y la firmeza de tu brazo que no siente ya frío alguno. Eres feliz y yo lo soy contigo, pero no hemos terminado. No la sueltes. Eres preciosa, más que antes; estás llena, inundada de pronto, eres algo más que vida y te necesito. Ya casi estamos, son necesarios cada uno de estos segundos de contemplación. Veo que no puedes dejar de apretar. Ha llegado el momento entonces. Hagamos el amor. 

sábado, 9 de agosto de 2014

Dos criaturas




Pongamos que dos criaturas se disfrazan de personajillos de un insuperado pasado y dicen, por decir algo y por dar a sus vidas vete tú a saber qué, digamos, una causa justa, y que van las dos criaturas, de esta guisa disfrazados, y se van nada más y nada menos que a la guerra, aprovechando las vacaciones.

Lo mismo las dos criaturas no saben que en la guerra, en el campo de batalla, los ideales se olvidan pronto. Porque el campo de batalla no da para pensar en esas cosas. El tiempo se va, entre una cosa y otra, en una serie de asfixiantes actividades poco divertidas para tratar de seguir vivo. Pero ellos no lo sabían antes de marchar clavando tacón y levantando la barbilla. Bueno, los muchachos tienen sus ideales, tan malos como cualquier otro, y allá que se fueron, sin tener ni puta idea de lo que es el fuego y el movimiento. No pocas collejas en ruso les han debido caer entre pelonada y pelonada.

El periódico El País les hace un reportaje a las dos criaturas. Facebook se encarga del resto. Y desde los dos bandos de siempre se vierten todas las estupideces de que son capaces. Derechones y rojillos todos al unísono, unos alabando otros indignados. Seguimos dando cuerda a la imbecilidad en esta España de los horrores con representación en Donetsk.

Al igual que estas dos criaturas perdidas y engañadas también los derechones tienen sus soldaditos de cartón piedra repartidos por el mundo. Conozco a más de los que quisiera y también ellos defienden el bien de las siempre amenazantes garras del mal. El bien del mal, qué cosas, y para ello, a la guerra que se van, voluntarios.

No sé qué clase de historias les contaron a las dos criaturas. En cualquier caso, olvidaron decirles que en Ucrania por lo único que se lucha es por la forma de entender el capitalismo y nada más, esto es, se lucha por el poder, que es lo que siempre ha llevado a los hombres a la guerra. Nada que ver con las películas que les han contado a las dos criaturas sedientas del intenso olor a pólvora y el sabor de la sangre en el cielo de la boca que provoca la angustia del soldado. Tampoco les dijeron que el pueblo ucraniano es de esos que siempre están en medio de algo y que ya tienen llenos en exceso los cementerios, precisamente por estar siempre en medio de algo. El Rafael Alberti de turno no les dijo aquello del Miguel Hernández que no les interesa de que las guerras siempre son tristes si no es el amor la empresa. Qué más no le dijeron. No les dijeron que si morían -tanto como si sobreviven- sus acciones no habrán valido más que para llenar un poquito más de mierda este mundo, sobrado de género.


Para muchos la guerra es como una especie de deporte de aventuras. Uno en el que la cuerda nunca es doble y en el que las ambulancias siempre están demasiado lejos. A lo innecesario de una guerra se une lo innecesario de los hombres que viven empalmados por ellas. Da igual, derechones y rojillos -qué cansinos me parecen-, todos conviven conectados por el error. Las referencias al 36 al hilo de la aventura de las dos criaturas me parecen vomitivas. Las referencias al 36 sólo tienen validez cuando es el aprendizaje lo que se pretende. Pero no, para eso no, que es muy cansado y además no nos interesa aprender una mierda. No morirán las dos criaturas y espero que así sea, que no mueran.  Pero me jode que puedan volver al acabar sus vacaciones convertidos en héroes de hojalata. Darán discursos que alimentarán la mentira y avivarán fuegos dolorosos. Su gesta servirá para que otros señalen su existencia y la necesidad de combatirlos, y así pagaremos los del medio una vuelta más de la noria. Así seguiremos escribiendo los cuentos del nunca acabar en los que los dioses y los reyes, las princesas y los caballeros, los fachas y los rojos, se engalanan con la sangre de los hombres que articularon un argumento maravilloso para las futuras víctimas y lectores. Seguirán los del medio pagando con su muerte las guerras de los poderosos. Y nada de esto parecen saber las dos criaturas que se fueron a Ucrania a combatir, tampoco mis amigos los derechones que sé que están en África -por poner un escenario-, y tampoco lo saben en El País y tampoco lo saben los que desde Facebook insultan a la inteligencia tras la trinchera de la banda ancha y la estulticia.

viernes, 8 de agosto de 2014

Raiza Salema


Cuando José Alberto López te escribe para pedir una colaboración uno dice sí, sin pensar, sin preguntar. Ya sabe que va a formar parte de algo grande. Por ejemplo:



Pueden encontrar este cuadro junto a otros de mismo estilo en la exposición "Al este de Atlántida" que el artista José Alberto López mantendrá hasta el mes de diciembre de este 2.014 en la Plaza de Abastos de Cádiz.


En todos los viajes que la niña hacía sobrevolaba las arbitrarias ondulaciones del desierto y al caer la noche descansaba bajo la lumbre de la luna. El aire cálido y nocturno llegaba del horizonte, agitaba sus telas y sus telas cubrían su rostro y la niña era toda miradas que miraban lo nuevo. Alguna vez, en sus viajes, la niña de miradas lejanas vio caravanas de hombres silenciosos con seriedad de caminos invisibles y animales que abrevaban en las aguas bajo palmeras datileras en mitad de alfombras reverdecidas. Desde su ventana la niña siempre viajó sueños en los que los ríos eran amarillos flanqueados de inmóviles cañaverales. Y los ríos manchados de arena la llevaron por meandros superpoblados de sonrisas y cestos de mimbre de los que sus manitas de piel atezada tomaron frutos que al morder goteaban por la comisura de sus labios viajeros. Tras la ventana viajaba, dormía.

martes, 5 de agosto de 2014

Camina el hombre



Moja el futuro sus tenues madrugadas en algún punto
alrededor de un monstruoso lago recostado
en un lecho fangoso y…  agotadora es la arena;
sobre ella camina un hombre siguiendo su orilla.
Mojan sus pies laxas moléculas de agua
pacientes en el devenir pausado;  
descalzos miran al cielo sus dedos.

Siempre solo, hay un hombre que camina
por el borde de un lago, su centro a la izquierda.
Un bosque abstraído se rebela del terreno
al otro lado de los suspiros que nacen del origen,
y se alimentan de la muerte que los insectos arrojan
en los domingos ociosos de los peces de ciudad.
Grita levante el bosque en su corteza
mientras el hombre, que no desfallece, busca,
el futuro, varado, alrededor de un  mar pequeño.
Sabe el hombre que llegará y hallará despierto
el pedazo tardío del presente aún humeante,
bailando al son de los tristes ángeles caídos.
Será allí donde deje el hombre de soñar poemas,
Allí será donde deje de pensar versos el hombre.

Pero resulta, que tenemos al hombre al filo
de una sima mojada, tan torpe. Camina
sin mirar el misterio, sin contestar al grito
afilado; sin adentrar al menos sus rodillas
donde aún mora el eco ancestral de la existencia.
Camina el hombre siguiendo la orilla que le lleve al futuro.


domingo, 3 de agosto de 2014

Yo, tú, un serial killer




De algún modo, a través de un complejo proceso de percepciones que nos pueden parecer incomprensibles, algo que podríamos identificar como una tara ancestral, todos nosotros, cualquiera de nosotros, sentiría una vergonzante erección -ligero picor de entrepiernas a ellas- si en la sección de sucesos de nuestro periódico favorito se confirmase lo que ya nos temíamos y esperábamos: El cocinero de la bahía se cobra dos nuevas víctimas.

Leeríamos con terror las líneas que cuelgan del titular. Sería entonces algo más que una pequeña noticia anecdótica. El periodista de marras se vería obligado a tratar de explicar lo inexplicable cortando y pegando las teorías de toda la vida al respecto de los asesinatos en serie. Introduciría títulos de sesudos ensayos sobre admirados nombres míticos del crimen más terrorífico. Y nosotros, los consumidores de prensa, devoraríamos letra a letra un artículo en el que se nos presenta una vez más el anónimo rostro del mal. Leeríamos tal vez sintiéndonos seguros entre las paredes de nuestro hogar, o en la calle, eso sí, a plena luz del día. Eso nos permitiría el placer del morbo. Las víctimas son lo de menos. Ni siquiera cuando vivían eran seres humanos para nosotros, cosificamos el cuerpo caliente que existía tras lo que hoy ya no es más que carne putrefacta y unas iniciales repartidas por entre las palabras de un artículo periodístico. El asesino es lo que importa y el horror creado por sus manos es lo que importa.

Ponemos asesinos seriales en nuestras vidas a través de la literatura, el cine o la televisión. Atraen nuestra curiosidad hasta la patología. La repugnancia es toda y sin embargo es menor en el asesinato cruel cuando es una mentalidad a la contra quien la genera. Queremos y no queremos entender al ser deshumanizado que un buen día se propone aniquilar a otros seres sin una motivación que se pueda razonar. La conducta del asesino en serie no responde a nuestro código. Circulamos por carreteras convencionales, pero ellos no, ellos atajan por los campos y desde cotas y collados nos acechan hasta que deciden actuar. Y a nosotros nos aburre nuestra carretera, queremos también tomar direcciones confusas por los bosques oscuros de la mente humana, aunque nuestra querencia se conforme con la ligereza de lo que creemos una particular extravagancia.

Ponemos asesinos seriales en nuestras vidas, pero queremos más. Vivimos en un país en el que no abundan los asesinos en serie. De alguna forma esta abominable conducta parece más común en los países anglos. Un misterio dentro de un enigma. Ni siquiera nuestros cuerpos de seguridad pública creen oportuna la formación y la dedicación de sus números en el asunto. De lo que se pueden hacer al menos un par de lecturas: la primera es que estos casos no se dan en España, la segunda, en fin, ojos que no ven corazón que no siente, si no miro el puñal no duele la herida. Pero no es este el tema que nos trae aquí y ahora. Nos trae la fascinación por estos seres humanos que viven para dar la muerte como respuesta a una necesidad fisiológica.

Todo cuanto he leído al respecto se deriva del estudio psiquiátrico del individuo. Se habla de patrones de conducta, traumas, falta de empatía y por lo general de la enfermedad mental como fondo a la personalidad del humano depredador de humanos. Eso está bien. Quiero decir, nos permite diferenciarnos, nos permite, en fin, creer que nuestra cordura hace posible la incomprensible admiración sin el peligro de caer en la tentación. Me apasiona lo que hace este tipo, que descuartice sin piedad y que deje una espantosa escena del crimen; fantaseamos incluso viéndonos disfrazados de depredador, a la vez que nos repetimos una y otra vez que eso no está bien. Y como decía, nos encantaría tener uno de esos tipos merodeando por las calles de nuestra ciudad para poder seguir sus fechorías. Pero ¿por qué?

Que sepamos podemos encontrar a la bestia al menos desde los tiempos de los emperadores romanos. Podemos pasar por Vlad Tepes, saltar a Jack "The Ripper" y de él hasta nuestros días de los Richard Ramírez, Charles Manson y demás. Así que pienso que estaría bien un estudio que se apartase del individuo y que tratase el tema desde un punto de vista histórico. Nuestro interés por estas macabras cuestiones pueden señalarnos al asesino en serie que todos llevamos dentro, el mal que todos reprimimos.

Pero hay más. El asesino en serie es la plena representación en carne del poder. Nuestra imagen distorsionada por la ficción del serial killer alimenta el mal mayor que es el ansia de dominación total sobre el otro. Tomar un cuerpo ajeno después del acecho y el ataque, disponer de su indefensión y respirar toda su fragilidad. Vamos a decidir su destino, que será la muerte; y vamos a celebrar nuestra victoria con un post mortem teatral, hasta la próxima ocasión. Un millón y una han sido las veces que se ha formulado la pregunta de si el asesino en serie nace o se hace, y yo me pregunto si la existencia de semejante criatura es humana o no, quiero decir, de si está en la genética de la especie o no. Lo que nos lleva de nuevo al individuo. La psicopatía por definición es una enfermedad, obvio. Pero enfermedad, también obvio, es un trastorno de la salud. Pero nada tienen que ver con la salud las reglas morales que nos imponemos. Cierto que muchos de estos tipos y tipas padecen claros trastornos que afectan a su salud y no sólo mental, pero no todos. En muchos casos el asesino en serie ha sido hasta su captura, cuando han sido capturados, ciudadanos comunes, vecinos ejemplares, los mejores hijos, hermanos, esposos y padres. La inteligencia que desarrollan y que les permite su supervivencia para nada apunta a la enfermedad. Esto es, somos nosotros.


Para terminar, sigo, somos nosotros. Tal vez alguien amante de la lectura, el cine y/o las series de televisión y que sienta el dulce e incomprensible cosquilleo cuando, al abrir las páginas de sucesos de su periódico favorito, se topa con lo que ya se temía y esperaba, que el cocinero de la bahía se ha cobrado dos nuevas víctimas; y que entonces lee con fascinación el artículo anotando sugerentes apodos y títulos de sesudos ensayos con los nombres ilustres de los más horrorosos crímenes seriales, no sepa que tal vez se encuentra jugando con la delgada línea sangrienta que separa nuestro bien de nuestro mal.