Cuando se trata de
hablar de la narración breve, del relato corto, se puede cometer el error de
creer que realmente se conocen los ingredientes que hacen de un cuento una obra
brillante. Abundan los talleres de escritura creativa. Es propio de estos
talleres que alguien pretenda enseñar a escribir y que para ello se emplee el
relato como unidad básica literaria para congraciarse con los resortes del
lenguaje narrativo. Bueno, partiendo de la base de que no creo que alguien
pueda enseñar a alguien a escribir -por lo que pienso que los talleres de
escritura creativa son una completa gilipollez-, el uso del cuento como aula me
parece un abuso -cuando no un error absoluto- del pragmatismo. Teorías sobre el
buen relato hay tantas y las hay tan diferentes y algunas tan contrapuestas que
me hacen pensar que en realidad ninguna es realmente válida. Se vierten no
pocos tópicos al hablar del buen relato. La brevedad del género lleva al exceso
su producción, le ocurre algo parecido a la poesía. Pero la triste y cruda
realidad es que se escriben muy pocos relatos en el que se puedan observar
algunos brillos de calidad, tal y como ocurre con la poesía. Resulta peculiarmente
placentera la lectura de un buen cuento. Uno termina con la sensación de haber
contemplado una elegante ecuación que asentase sobre el papel un proceso físico
y natural cuya obviedad le hiciese pasar por desapercibido. Ya ven, no es nada
fácil explicar con claridad la satisfacción que produce. Pero, ¿qué hace de un
relato que se convierta en una pieza necesaria? Desde luego no voy a ser yo
quien responda a algo así. Puedo reconocerlos, o creo poder reconocerlos. Y
últimamente he dado con una mina. No están publicados en ningún libro. Llevan
la pátina romántica de la publicación periódica. Has de esperar impacientemente
una nueva entrega. ¿Con qué nos sorprenderán la próxima vez? La serie Estampados que publica el Diario de
Cádiz es posiblemente la mejor colección de relatos que se ha publicado por el
Macondo desarrollado de los últimos tiempos. No veo que haya impactado en el
público lector como creo que se merece. Se escapa a mi comprensión. Pilar Vera
y Pedro Ingelmo, al amparo de las ilustraciones de Miguel Guillén, muestran en
cada entrega no sólo el enorme talento de dos redactores del periódico gaditano;
además, dan una clase técnica para el aprendiz de escritor de relatos (También,
por qué no, un buen hostión a quienes se creen -haciendo de continuo el
ridículo- ilustres cultivadores del género). Un dibujo nos inyecta una idea en
nuestro inconsciente. Lo observamos sin pretender obtener una respuesta a nada.
Es entonces cuando iniciamos la lectura. Verán que las palabras se acercan y se
alejan de la imagen construyendo una historia. La carga poética está presente
en todo momento. La brevedad -algo que no tiene por qué ser un imprescindible
en busca de la calidad- nos dificulta comprender cómo fugaces personajes se nos
incrustan de pronto y nos despiertan esa súbita familiaridad. En todos los
relatos de la serie publicados hasta ahora se establece un vínculo con el
lector por medio de los personajes que, con sorprendente rapidez, se dibujan
solos y completos -lo justo y necesario- en la mente del lector. Se intuye el
juego en la composición del cuento, se aprecia la intención de los creadores.
Un servidor, que también gusta de estos juegos -los juegos de la creación
literaria-, se siente asombrado ante el talento; uno que es humano y que es un
aprendiz, envidia estas pequeñas grandes creaciones. También me pregunto la
razón de la escasa repercusión de las mismas entre los escritores, críticos y
editores (a los editores ya se les debería haber encendido la bombillita roja
que alerta de la aparición espontánea de lo bueno entre tanta y asfixiante
mediocridad) que me son más cercanos -o mejor dicho, con los que mantengo
cierta relación en las redes sociales-. La serie Estampados del Diario de Cádiz, no me cabe la menor duda, alberga
los mejores relatos que he leído en un buen tiempo. Muy recomendables; desde
estas líneas, animo al acercamiento. Verán que no les engaño.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar