sábado, 27 de diciembre de 2014

Estampados.





Cuando se trata de hablar de la narración breve, del relato corto, se puede cometer el error de creer que realmente se conocen los ingredientes que hacen de un cuento una obra brillante. Abundan los talleres de escritura creativa. Es propio de estos talleres que alguien pretenda enseñar a escribir y que para ello se emplee el relato como unidad básica literaria para congraciarse con los resortes del lenguaje narrativo. Bueno, partiendo de la base de que no creo que alguien pueda enseñar a alguien a escribir -por lo que pienso que los talleres de escritura creativa son una completa gilipollez-, el uso del cuento como aula me parece un abuso -cuando no un error absoluto- del pragmatismo. Teorías sobre el buen relato hay tantas y las hay tan diferentes y algunas tan contrapuestas que me hacen pensar que en realidad ninguna es realmente válida. Se vierten no pocos tópicos al hablar del buen relato. La brevedad del género lleva al exceso su producción, le ocurre algo parecido a la poesía. Pero la triste y cruda realidad es que se escriben muy pocos relatos en el que se puedan observar algunos brillos de calidad, tal y como ocurre con la poesía. Resulta peculiarmente placentera la lectura de un buen cuento. Uno termina con la sensación de haber contemplado una elegante ecuación que asentase sobre el papel un proceso físico y natural cuya obviedad le hiciese pasar por desapercibido. Ya ven, no es nada fácil explicar con claridad la satisfacción que produce. Pero, ¿qué hace de un relato que se convierta en una pieza necesaria? Desde luego no voy a ser yo quien responda a algo así. Puedo reconocerlos, o creo poder reconocerlos. Y últimamente he dado con una mina. No están publicados en ningún libro. Llevan la pátina romántica de la publicación periódica. Has de esperar impacientemente una nueva entrega. ¿Con qué nos sorprenderán la próxima vez? La serie Estampados que publica el Diario de Cádiz es posiblemente la mejor colección de relatos que se ha publicado por el Macondo desarrollado de los últimos tiempos. No veo que haya impactado en el público lector como creo que se merece. Se escapa a mi comprensión. Pilar Vera y Pedro Ingelmo, al amparo de las ilustraciones de Miguel Guillén, muestran en cada entrega no sólo el enorme talento de dos redactores del periódico gaditano; además, dan una clase técnica para el aprendiz de escritor de relatos (También, por qué no, un buen hostión a quienes se creen -haciendo de continuo el ridículo- ilustres cultivadores del género). Un dibujo nos inyecta una idea en nuestro inconsciente. Lo observamos sin pretender obtener una respuesta a nada. Es entonces cuando iniciamos la lectura. Verán que las palabras se acercan y se alejan de la imagen construyendo una historia. La carga poética está presente en todo momento. La brevedad -algo que no tiene por qué ser un imprescindible en busca de la calidad- nos dificulta comprender cómo fugaces personajes se nos incrustan de pronto y nos despiertan esa súbita familiaridad. En todos los relatos de la serie publicados hasta ahora se establece un vínculo con el lector por medio de los personajes que, con sorprendente rapidez, se dibujan solos y completos -lo justo y necesario- en la mente del lector. Se intuye el juego en la composición del cuento, se aprecia la intención de los creadores. Un servidor, que también gusta de estos juegos -los juegos de la creación literaria-, se siente asombrado ante el talento; uno que es humano y que es un aprendiz, envidia estas pequeñas grandes creaciones. También me pregunto la razón de la escasa repercusión de las mismas entre los escritores, críticos y editores (a los editores ya se les debería haber encendido la bombillita roja que alerta de la aparición espontánea de lo bueno entre tanta y asfixiante mediocridad) que me son más cercanos -o mejor dicho, con los que mantengo cierta relación en las redes sociales-. La serie Estampados del Diario de Cádiz, no me cabe la menor duda, alberga los mejores relatos que he leído en un buen tiempo. Muy recomendables; desde estas líneas, animo al acercamiento. Verán que no les engaño.

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