martes, 19 de agosto de 2014

Kilómetros de carne lejana




La carga mineral y poderosa del aire
penetra por los poros bajo la mirada.
Disimular con el alba que se despierta
para arrojar a las superficies el anhelo
para que no haya nada bajo su piel
por la distancia al pelo profundo
que acostumbraba a acariciar despacio
cuando la risa cuando el beso cuando morir
era placentero y era una mentira.

No contemplará ese vuelo remoto
de un mediodía menos una mañana
el hombre que intenta mirar y no ve
porque no se desprenden carcajadas
como la de la boca que siempre piensa
para dormir sobre la solitaria oscuridad.
Y no son sus manos de falanges delicadas
el peso del acero en la noche y el pecho.

La oración no revelada a su piel
es un recuerdo sostenido en las horas.
La insuficiencia del aire que detuvo
entre andenes y cristales y aceros sería
la pausa homicida y los adioses llantos.
La vida que siguió ya fue otra cosa
que no era vida y que era esperar
devolverse a los brazos su cuerpo
que ahora es nube perpetua sobre aguas
hijas de una insolente desesperanza.

Y qué simple y qué poco se tiene
cuando se añora la posesión sagrada
el ídolo nacido en cualquier lugar
que navegó otros mares y amó antes
de que fuera la valiosa posesión.
Permanecer de pie y endebles las piernas
a cualquier cosa sin importancia
a lo único importante y serio entregado.
Pero son kilómetros de carne lejana
al tacto y al beso y recuerda el olor.

Toda esta música que suena en oídos
no es escuchada por otros ni lo es
para nadie y es única y llega y responde
quien la oye con palabras que son mudas
lanzadas en un viaje y recorren tierras
y mares pueblos campos sin perderse
hasta llegar pulverizadas en susurro
a los oídos que en la última hora esperaban.


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