Cuando José Alberto López te escribe para pedir una colaboración uno dice sí, sin pensar, sin preguntar. Ya sabe que va a formar parte de algo grande. Por ejemplo:
En todos los viajes que
la niña hacía sobrevolaba las arbitrarias ondulaciones del desierto y al caer
la noche descansaba bajo la lumbre de la luna. El aire cálido y nocturno
llegaba del horizonte, agitaba sus telas y sus telas cubrían su rostro y la niña
era toda miradas que miraban lo nuevo. Alguna vez, en sus viajes, la niña de
miradas lejanas vio caravanas de hombres silenciosos con seriedad de caminos
invisibles y animales que abrevaban en las aguas bajo palmeras datileras en
mitad de alfombras reverdecidas. Desde su ventana la niña siempre viajó sueños
en los que los ríos eran amarillos flanqueados de inmóviles cañaverales. Y los
ríos manchados de arena la llevaron por meandros superpoblados de sonrisas y
cestos de mimbre de los que sus manitas de piel atezada tomaron frutos que al
morder goteaban por la comisura de sus labios viajeros. Tras la ventana
viajaba, dormía.
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