domingo, 3 de agosto de 2014

Yo, tú, un serial killer




De algún modo, a través de un complejo proceso de percepciones que nos pueden parecer incomprensibles, algo que podríamos identificar como una tara ancestral, todos nosotros, cualquiera de nosotros, sentiría una vergonzante erección -ligero picor de entrepiernas a ellas- si en la sección de sucesos de nuestro periódico favorito se confirmase lo que ya nos temíamos y esperábamos: El cocinero de la bahía se cobra dos nuevas víctimas.

Leeríamos con terror las líneas que cuelgan del titular. Sería entonces algo más que una pequeña noticia anecdótica. El periodista de marras se vería obligado a tratar de explicar lo inexplicable cortando y pegando las teorías de toda la vida al respecto de los asesinatos en serie. Introduciría títulos de sesudos ensayos sobre admirados nombres míticos del crimen más terrorífico. Y nosotros, los consumidores de prensa, devoraríamos letra a letra un artículo en el que se nos presenta una vez más el anónimo rostro del mal. Leeríamos tal vez sintiéndonos seguros entre las paredes de nuestro hogar, o en la calle, eso sí, a plena luz del día. Eso nos permitiría el placer del morbo. Las víctimas son lo de menos. Ni siquiera cuando vivían eran seres humanos para nosotros, cosificamos el cuerpo caliente que existía tras lo que hoy ya no es más que carne putrefacta y unas iniciales repartidas por entre las palabras de un artículo periodístico. El asesino es lo que importa y el horror creado por sus manos es lo que importa.

Ponemos asesinos seriales en nuestras vidas a través de la literatura, el cine o la televisión. Atraen nuestra curiosidad hasta la patología. La repugnancia es toda y sin embargo es menor en el asesinato cruel cuando es una mentalidad a la contra quien la genera. Queremos y no queremos entender al ser deshumanizado que un buen día se propone aniquilar a otros seres sin una motivación que se pueda razonar. La conducta del asesino en serie no responde a nuestro código. Circulamos por carreteras convencionales, pero ellos no, ellos atajan por los campos y desde cotas y collados nos acechan hasta que deciden actuar. Y a nosotros nos aburre nuestra carretera, queremos también tomar direcciones confusas por los bosques oscuros de la mente humana, aunque nuestra querencia se conforme con la ligereza de lo que creemos una particular extravagancia.

Ponemos asesinos seriales en nuestras vidas, pero queremos más. Vivimos en un país en el que no abundan los asesinos en serie. De alguna forma esta abominable conducta parece más común en los países anglos. Un misterio dentro de un enigma. Ni siquiera nuestros cuerpos de seguridad pública creen oportuna la formación y la dedicación de sus números en el asunto. De lo que se pueden hacer al menos un par de lecturas: la primera es que estos casos no se dan en España, la segunda, en fin, ojos que no ven corazón que no siente, si no miro el puñal no duele la herida. Pero no es este el tema que nos trae aquí y ahora. Nos trae la fascinación por estos seres humanos que viven para dar la muerte como respuesta a una necesidad fisiológica.

Todo cuanto he leído al respecto se deriva del estudio psiquiátrico del individuo. Se habla de patrones de conducta, traumas, falta de empatía y por lo general de la enfermedad mental como fondo a la personalidad del humano depredador de humanos. Eso está bien. Quiero decir, nos permite diferenciarnos, nos permite, en fin, creer que nuestra cordura hace posible la incomprensible admiración sin el peligro de caer en la tentación. Me apasiona lo que hace este tipo, que descuartice sin piedad y que deje una espantosa escena del crimen; fantaseamos incluso viéndonos disfrazados de depredador, a la vez que nos repetimos una y otra vez que eso no está bien. Y como decía, nos encantaría tener uno de esos tipos merodeando por las calles de nuestra ciudad para poder seguir sus fechorías. Pero ¿por qué?

Que sepamos podemos encontrar a la bestia al menos desde los tiempos de los emperadores romanos. Podemos pasar por Vlad Tepes, saltar a Jack "The Ripper" y de él hasta nuestros días de los Richard Ramírez, Charles Manson y demás. Así que pienso que estaría bien un estudio que se apartase del individuo y que tratase el tema desde un punto de vista histórico. Nuestro interés por estas macabras cuestiones pueden señalarnos al asesino en serie que todos llevamos dentro, el mal que todos reprimimos.

Pero hay más. El asesino en serie es la plena representación en carne del poder. Nuestra imagen distorsionada por la ficción del serial killer alimenta el mal mayor que es el ansia de dominación total sobre el otro. Tomar un cuerpo ajeno después del acecho y el ataque, disponer de su indefensión y respirar toda su fragilidad. Vamos a decidir su destino, que será la muerte; y vamos a celebrar nuestra victoria con un post mortem teatral, hasta la próxima ocasión. Un millón y una han sido las veces que se ha formulado la pregunta de si el asesino en serie nace o se hace, y yo me pregunto si la existencia de semejante criatura es humana o no, quiero decir, de si está en la genética de la especie o no. Lo que nos lleva de nuevo al individuo. La psicopatía por definición es una enfermedad, obvio. Pero enfermedad, también obvio, es un trastorno de la salud. Pero nada tienen que ver con la salud las reglas morales que nos imponemos. Cierto que muchos de estos tipos y tipas padecen claros trastornos que afectan a su salud y no sólo mental, pero no todos. En muchos casos el asesino en serie ha sido hasta su captura, cuando han sido capturados, ciudadanos comunes, vecinos ejemplares, los mejores hijos, hermanos, esposos y padres. La inteligencia que desarrollan y que les permite su supervivencia para nada apunta a la enfermedad. Esto es, somos nosotros.


Para terminar, sigo, somos nosotros. Tal vez alguien amante de la lectura, el cine y/o las series de televisión y que sienta el dulce e incomprensible cosquilleo cuando, al abrir las páginas de sucesos de su periódico favorito, se topa con lo que ya se temía y esperaba, que el cocinero de la bahía se ha cobrado dos nuevas víctimas; y que entonces lee con fascinación el artículo anotando sugerentes apodos y títulos de sesudos ensayos con los nombres ilustres de los más horrorosos crímenes seriales, no sepa que tal vez se encuentra jugando con la delgada línea sangrienta que separa nuestro bien de nuestro mal.

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