De algún modo, a través
de un complejo proceso de percepciones que nos pueden parecer incomprensibles,
algo que podríamos identificar como una tara ancestral, todos nosotros,
cualquiera de nosotros, sentiría una vergonzante erección -ligero picor de entrepiernas
a ellas- si en la sección de sucesos de nuestro periódico favorito se confirmase
lo que ya nos temíamos y esperábamos: El cocinero de la bahía se cobra dos
nuevas víctimas.
Leeríamos con terror
las líneas que cuelgan del titular. Sería entonces algo más que una pequeña
noticia anecdótica. El periodista de marras se vería obligado a tratar de
explicar lo inexplicable cortando y pegando las teorías de toda la vida al
respecto de los asesinatos en serie. Introduciría títulos de sesudos ensayos
sobre admirados nombres míticos del crimen más terrorífico. Y nosotros, los
consumidores de prensa, devoraríamos letra a letra un artículo en el que se nos
presenta una vez más el anónimo rostro del mal. Leeríamos tal vez sintiéndonos
seguros entre las paredes de nuestro hogar, o en la calle, eso sí, a plena luz
del día. Eso nos permitiría el placer del morbo. Las víctimas son lo de menos.
Ni siquiera cuando vivían eran seres humanos para nosotros, cosificamos el
cuerpo caliente que existía tras lo que hoy ya no es más que carne putrefacta y
unas iniciales repartidas por entre las palabras de un artículo periodístico.
El asesino es lo que importa y el horror creado por sus manos es lo que
importa.
Ponemos asesinos
seriales en nuestras vidas a través de la literatura, el cine o la televisión.
Atraen nuestra curiosidad hasta la patología. La repugnancia es toda y sin
embargo es menor en el asesinato cruel cuando es una mentalidad a la contra
quien la genera. Queremos y no queremos entender al ser deshumanizado que un
buen día se propone aniquilar a otros seres sin una motivación que se pueda
razonar. La conducta del asesino en serie no responde a nuestro código.
Circulamos por carreteras convencionales, pero ellos no, ellos atajan por los
campos y desde cotas y collados nos acechan hasta que deciden actuar. Y a
nosotros nos aburre nuestra carretera, queremos también tomar direcciones
confusas por los bosques oscuros de la mente humana, aunque nuestra querencia
se conforme con la ligereza de lo que creemos una particular extravagancia.
Ponemos asesinos
seriales en nuestras vidas, pero queremos más. Vivimos en un país en el que no
abundan los asesinos en serie. De alguna forma esta abominable conducta parece
más común en los países anglos. Un misterio dentro de un enigma. Ni siquiera
nuestros cuerpos de seguridad pública creen oportuna la formación y la
dedicación de sus números en el asunto. De lo que se pueden hacer al menos un
par de lecturas: la primera es que estos casos no se dan en España, la segunda,
en fin, ojos que no ven corazón que no siente, si no miro el puñal no duele la
herida. Pero no es este el tema que nos trae aquí y ahora. Nos trae la
fascinación por estos seres humanos que viven para dar la muerte como respuesta
a una necesidad fisiológica.
Todo cuanto he leído al
respecto se deriva del estudio psiquiátrico del individuo. Se habla de patrones
de conducta, traumas, falta de empatía y por lo general de la enfermedad mental
como fondo a la personalidad del humano depredador de humanos. Eso está bien.
Quiero decir, nos permite diferenciarnos, nos permite, en fin, creer que
nuestra cordura hace posible la incomprensible admiración sin el peligro de
caer en la tentación. Me apasiona lo que hace este tipo, que descuartice sin
piedad y que deje una espantosa escena del crimen; fantaseamos incluso
viéndonos disfrazados de depredador, a la vez que nos repetimos una y otra vez
que eso no está bien. Y como decía, nos encantaría tener uno de esos tipos
merodeando por las calles de nuestra ciudad para poder seguir sus fechorías. Pero
¿por qué?
Que sepamos podemos
encontrar a la bestia al menos desde los tiempos de los emperadores romanos.
Podemos pasar por Vlad Tepes, saltar a Jack "The Ripper" y de él
hasta nuestros días de los Richard Ramírez, Charles Manson y demás. Así que
pienso que estaría bien un estudio que se apartase del individuo y que tratase
el tema desde un punto de vista histórico. Nuestro interés por estas macabras
cuestiones pueden señalarnos al asesino en serie que todos llevamos dentro, el
mal que todos reprimimos.
Pero hay más. El
asesino en serie es la plena representación en carne del poder. Nuestra imagen
distorsionada por la ficción del serial killer alimenta el mal mayor que es el
ansia de dominación total sobre el otro. Tomar un cuerpo ajeno después del
acecho y el ataque, disponer de su indefensión y respirar toda su fragilidad.
Vamos a decidir su destino, que será la muerte; y vamos a celebrar nuestra
victoria con un post mortem teatral, hasta la próxima ocasión. Un millón y una
han sido las veces que se ha formulado la pregunta de si el asesino en serie
nace o se hace, y yo me pregunto si la existencia de semejante criatura es
humana o no, quiero decir, de si está en la genética de la especie o no. Lo que
nos lleva de nuevo al individuo. La psicopatía por definición es una
enfermedad, obvio. Pero enfermedad, también obvio, es un trastorno de la salud.
Pero nada tienen que ver con la salud las reglas morales que nos imponemos.
Cierto que muchos de estos tipos y tipas padecen claros trastornos que afectan
a su salud y no sólo mental, pero no todos. En muchos casos el asesino en serie
ha sido hasta su captura, cuando han sido capturados, ciudadanos comunes,
vecinos ejemplares, los mejores hijos, hermanos, esposos y padres. La
inteligencia que desarrollan y que les permite su supervivencia para nada
apunta a la enfermedad. Esto es, somos nosotros.
Para terminar, sigo,
somos nosotros. Tal vez alguien amante de la lectura, el cine y/o las series de
televisión y que sienta el dulce e incomprensible cosquilleo cuando, al abrir
las páginas de sucesos de su periódico favorito, se topa con lo que ya se temía
y esperaba, que el cocinero de la bahía se ha cobrado dos nuevas víctimas; y
que entonces lee con fascinación el artículo anotando sugerentes apodos y
títulos de sesudos ensayos con los nombres ilustres de los más horrorosos
crímenes seriales, no sepa que tal vez se encuentra jugando con la delgada
línea sangrienta que separa nuestro bien de nuestro mal.
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