Tarde de levante en La
Isla. Calles aulladoras que someten a sus caminantes. Granos expeditivos de
arena amarilla alzan su vuelo desde Camposoto y recorren la Ronda del Estero
hasta asentarse en el asfalto concurrido por coches con las ventanillas
cerradas. Las ruedas audaces de las motocicletas pasan veloces apisonando los
granos y todo es lo mismo. Se altera el orden de los arbustos que ocultan la
guarida de los supervivientes roedores. Veredas que serpentean entre viejas
salinas se divisan lejanas y polvorientas y todavía hay quienes las caminan. El
pesimismo acepta la victoria de la luz. Conexiones neuronales entre axones y
dendritas que acaban en suspiros y caladas y humo de cigarrillos. Antes de la
noche la tarde de levante en La Isla se adhiere a los huesos. En las plazoletas
los niños juegan porque para ellos es lo mismo. Las partículas subatómicas que
forman los quarks que forman los neutrones y protones en el núcleo de los
átomos, también juegan, porque para ellos es lo mismo. Y las guerras continúan
atronadoramente silenciosas para nosotros en esta tarde de levante en La Isla.
Calichas que se violentan en fachadas que ocultan vidas a los ojos del curioso.
Las persianas que caen estruendosas. Una pareja hace el amor en una pompa de
humedad tras una de esas persianas en algún punto entre La Casería y El Cerro.
Un recién nacido lanza su llanto profundo como el llanto de este mismo planeta desde
una cuna en un cuarto piso de La Ardila. Por las calles el viento empuja latas
solitarias que alguien pateará cuatro veces entre hoy y mañana. Todo es
posible. Hasta que nos encontremos de forma fortuita y tú te tengas que marchar
y yo me tenga que marchar, es posible. Y es posible que haya quien discuta sobre
la esperanza aunque sepa que después de todo, todo es lo mismo. Seguimos
escribiendo la Historia en estas tardes de levante en La Isla. Muy lejos de
esta tarde de levante en La Isla una estrella ha consumido todo su hidrógeno,
liberado en gas de helio y la vida se le escapa, y la gravedad provoca el
colapso brutal que hará de ella un enorme y monstruoso agujero negro como el
del corazón de algunos seres humanos. Nada podrá salvarse a su alrededor, no
hay esperanza más allá de la singularidad. Y eso también ocurre en la tarde de
levante en La Isla. La tarde en la que las calles aulladoras someten a sus
caminantes.
jueves, 12 de junio de 2014
domingo, 8 de junio de 2014
En virtud de un impulso inesperado
Poco importa lo que nos
ha traído aquí y ahora. La historia ha llegado a un punto en el que los conejos
extraídos de la chistera contribuyen a enriquecer la narración. Repetimos con
Vigo Mortensen y Cronenberg. El momento es ese en el que nada de lo que
creíamos cierto tiene que ver con la realidad. Cuando esto ocurre no queda otra
que actuar en virtud de impulsos inesperados. El mundo del personaje de María
Bello ha quedado atrás, escrito en una ficción. Toca jugar con las nuevas reglas
del juego. Y el sistema de reglas es tan profundo que su personaje, la criatura
humana que se dibuja en el film de Cronenberg, ha quedado brutalmente
transformada.
En el plano de lo real
las personas sabedoras de que hay otro mundo ficticio en el que los personajes
cobran vida, no pueden evitar que surja la sensación de que tenemos tras lo que
somos a un atareado grupo de guionistas que escribe nuestros días. He de decir
que no es una idea propia, que la tomo prestada. Pero sí, me adhiero a esa idea
que defiende que todo lo real no es más que una ficción filtrada a través de un
complejo instrumento de percepción. Muchos han reflexionado a lo largo de la
historia y han llegado a conclusiones parecidas. Serían interminables las
referencias.
Sabemos que para los
personajes de Una historia de violencia
de Cronenberg ha llegado un punto en el que nada de lo que hagan responderá a
las reglas en las que se pensaban acomodados. Para Tom Stall (Mortensen) los
guionistas de la vida han decidido que nada que haya dejado atrás ha muerto en
el olvido. La hasta ahora feliz señora Stall (Bello) es el nexo en que ambos
mundos se cruzan. El hombre malvado que trata de no serlo puede sentir la
culpa, necesita el perdón de su compañera. Pero su compañera ya tampoco es su
compañera y quiere ser tan malvada como el falso Tom pudo haber sido o es. La
maldad, la culpa y el perdón; la justificada y humana incapacidad total de racionalizar
la mirada del compañero, el aire que se respira en el lugar donde nunca quisimos
estar, se transforman en violencia, tan humana, y en el sexo más animal.
Al pie de la escalera
él trata de frenar el incierto ascenso y ella le abofetea con rabia. Tom lanza
la mano que tanta muerte dio y aprieta el cuello de ella y quisiera apretar más
o no, pero libera el cuello de su esposa, que huye sin huir y él la hace caer
sobre los escalones y bloquea su cuerpo. Nos besamos. Y la escena de pronto es
impregnada de un erotismo salvaje que se muestra al espectador en forma de sexo
cinematográfico, imágenes veraces y sugerentes. Para el espectador también han
cambiado las reglas del juego. Ellos aceptarían la bofetada y ellas aceptarían
ver sus cuellos atrapados en la mano masculina. Aprobamos la violencia
entonces, y como sabemos que los polvos mejores no han de durar toda una vida,
envidiamos a dos personajes que para celebrar el fin del mundo han decidido
devorarse hasta la caída del telón. Cronenberg apenas nos permite ver los
hermosos muslos de María Bello y el espasmódico trasero de Mortensen. Sabe que
no ha de enseñar más. En una escena excesiva la ausencia controlada de excesos
se convierte en polvo de hadas. Ambos personajes se entregan y se aman como
quizás jamás hicieron y actúan como no puede ser de otra manera, en virtud de
inesperados impulsos y necesidades.
La esposa agraviada por
la mentira reclama al malvado que lo sea. El malvado se ha ido de la escena
porque su necesidad es la comprensión y trata de huir, pero ya es imposible. El
malvado ha vuelto para quedarse, y no ha sido él quien le ha llamado.
Donde unos pueden ver a
un hombre y una mujer follando enloquecidamente yo veo a dos seres humanos que
se hacen el amor de la única manera en que considero que debería hacerse, sin
protocolos, sin ego, sin dignidad; en busca del placer, del calor, del cariño,
sin miedo al dolor.
Esta es una de esas
películas a las que vuelvo para contemplar de nuevo una única escena. Envidio a
Cronenberg por filmar como a mí me gustaría escribir. Una historia de violencia es una película dura. De nuevo tenemos la
historia sobre la vida y la muerte. Nadie sobra en el reparto. El montaje es
impecable y las escenas que lo componen parecen dibujadas en favor del guión,
agradeciendo en este caso Josh Olson, la novela gráfica de John Wagner y Vince
Locke que justifica el film. La varita mágica de David Cronenberg ha vuelto a
hacerlo. Y yo me guardo en el terrorífico mundo de mis obsesiones esta escena
de sexo y violencia que me habla de la vida tal y como es.
miércoles, 4 de junio de 2014
La herencia
Todos los espantos que
desconocemos
miran al sol de nuestra
vieja fotografía
y suman el peso que
tira de nuestras ojeras.
Cantamos hoy la canción
de los dos que caen
y que no saben que del
abismo
se salvan dos con un
único paracaídas.
No sé lo que me pediste
y yo te dije que no
para escribir juntos
una larga historia
sobre la estupidez, que
arrojar luego al olvido,
o quemar con la llama
que nunca iluminó
la sonrisa ni la mano
ni tus pasos .
Son estas noches sin ti
y son sus mañanas
las que me empujan a
hablarte y a decirte
que eres dolorosamente
bella y nueva
en lo infinito y pálido
de tu universo.
Esta luz roja como el
demonio rojo
del semáforo que no sabemos
que compartimos
nos canta una canción
que cuenta
que no somos más pero
tampoco menos
que la herencia de la
destrucción o el amor.
La pelea
Entiendo la pelea como
el acto desesperado de un ser humano por arrebatar la vida de otro o por
defender la propia. La pelea es el fracaso total y absoluto de nuestra especie,
es el fin injusto de la narración y es una de las formas en que se expresa la
muerte. La pelea no es la guerra a pequeña escala. Siempre pensé que lo era, pero
no, la pelea es otra cosa, aunque sepa que no es menos cierto que en la guerra
también se da la pelea. Hemos hecho de la guerra una institución, no ha
existido siempre, mientras que la pelea nos acompaña desde nuestros más remotos
orígenes. También pelean los animales y lo hacen por motivos no muy distintos a
los nuestros. Es justamente lo que señala nuestro fracaso como especie superior
en inteligencia.
La pelea no tiene
ningún sentido si el fin de esta no es la muerte. De hecho, la pelea es un
sinsentido en sí misma. Pero es incluso más incomprensible cuando el fin no es
el que la propia naturaleza impone. Quien pelea tratando de evitar los golpes
más letales a su adversario no debería haberse metido en tal fracaso, su
derrota está escrita antes de comenzar. He visto peleas originadas por lo
absurdo y también he peleado por motivos que harían reír y llorar a partes
iguales. Todas ellas no han sido más que estúpidas peleas que señalaron como
estúpidos a los púgiles implicados.
Me fascina esta escena
de la estupenda película de David Cronenberg Promesas del este. Se trata de una pelea. Así, de forma aislada,
contemplamos a un Vigo Mortensen sorprendido por dos agresores que van a tratar
de arrebatarle la vida. La pelea real no es una elegante orquestación, no
existen las medidas ni se calculan los tiempos en ella. Las claves de la pelea
real son golpear más rápido, golpear más fuerte; hacerlo desde la mayor
distancia posible y hacerlo preferiblemente con algún objeto pesado o cortante;
por la espalda, mejor que de frente, ya que en la pelea real el honor y la
dignidad son poco importantes, lo que cuenta es sobrevivir al adversario. Esta
pelea en unos baños es una coreografía de actores. Una coreografía veraz en la
que Cronenberg nos muestra la pelea. Son unos tres minutos de lucha nada
gratuitos. La intención está muy clara, se trata de que el espectador pueda
sentir la violencia. No es la violencia por la violencia. No son los golpes de
la broma holywoodiense. Es la violencia en la que todos deberíamos creer porque
está ahí, delante de nuestras narices y todo el tiempo. Después cada uno le
dará un uso dependiendo de cómo lleve repartidas las neuronas en su sesera.
Vigo Mortensen nos
muestra su desnudez total mientras lucha por su vida. Su carne es rajada y
golpeada repetidas veces. Su cuerpo desnudo no es más que el desamparo de quien
pelea. Mientras que todo tras las cámaras está controlado, en la escena el
cuerpo de Mortensen se mueve de forma natural en el ataque y en la defensa, el
progresivo cansancio es el que podría darse en una pelea y su desesperación, la
viva imagen del ser humano obligado a pelear. La crudeza de las imágenes son
necesarias porque es la vida o la muerte lo que está en juego, y mientras los
dos agresores pelean sin esa motivación, todo está de su parte, para el
personaje de Vigo Mortensen es crucial que cuando clave un cuchillo lo haga en
mitad de pecho o en un ojo, tal y como sería en la realidad. Repito que la pelea
existe. La violencia que se genera es la propia del ser humano, sin importar el
contexto histórico en que éste se encuentre. El suelo resbaladizo de unos
baños, el vapor de agua en el aire, los azulejos desangelados, son herramientas
que Cronenberg maneja en su intención. No son los baños ni la desnudez los
mejores aliados para una buena defensa, así que la desesperación y el desamparo
son totales. Ni siquiera un cuerpo dotado para acometer semejante empresa es
suficiente.
El resultado final de
la escena está obviamente condicionado por las necesidades del argumento, es
cine. Pero es que da igual, Cronenberg ha cumplido su objetivo con eficacia. Su
película es magnífica toda ella, no seré quien le busque los flecos.
Pero es esta escena de
hombres que pelean la que me obsesiona y enciende todas las alarmas al escuchar
el título de Promesas del este. ¿Por
qué la violencia me atrae y me repele a partes iguales? ¿Qué hace que la vida
de uno se mueva en mitad de la violencia? ¿Por qué es zona de confort y de
horror a la vez? ¿Es malvado ese ser humano o es simplemente que tiene un
corazón que late? Las opiniones que se vierten con respecto a la violencia y la
pelea nos son ya lugares demasiado comunes, se pueden apilar bajo un
irreflexivo y total rechazo. Aunque pudiera parecerlo no soy yo quien se hace
las preguntas de algo más arriba. Yo no soy más que uno entre muchos. Es la
humanidad la que paga en un combate de boxeo y es la humanidad la que forma un
corro alrededor de dos que se pelean en un bar. Es la humanidad cada uno de los
extras que aparecen en esta fascinante escena de Promesas del este, inmóviles observadores.
lunes, 2 de junio de 2014
Sosa oscuridad
No encontrarán los ríos mar, ni vuela
en los cielos el pájaro que tiene
a la pasión erguida si se abstiene
el amor por las calles donde velan
despiertos los demonios. Hoy cincelan
en la ciudad del bien el mal que viene.
Nada ni nadie existe ¿quién detiene
la inercia de desastres que modelan?
Se confunden los hombres con el mono
en el llanto, ciudad de los pesares;
donde mi pluma apunto y encañono.
Se confunden las víctimas en mares
de feroces verdugos, de abandono
los dioses se disfrazan de juglares.
domingo, 1 de junio de 2014
Sería la soledad
![]() |
Fotografía: Fernando Aragón. |
Sería la soledad tal vez,
aquello que nos prometimos
-qué
pálido el silencio-
al calor de unas luces color futuro
a nuestro paso sobre las aguas
que ahogan, cuando la vida es distracción.
Cuando los duendes del beso
-qué
sueño nuestra historia-
emigran por el sendero doliente
-qué
pálido el silencio-
a las islas quejumbrosas del desamor,
qué cerca y qué lejos tus manos,
las de las frescas caricias juveniles,
por las que
aúlla mi pelo marchito,
en alamedas
de desencanto.
Amanecer
![]() |
Fotografía: Fernando Aragón. |
Llega con una guitarra
de sonidos incandescentes y
bombardea el sol
la mañana:
Vuelvan a enfermar con vuestra
prisa,
vistan ceñidos trajes
y transformaos de nuevo
en viles humanos caducos.
Ya los árboles madrugaron
también la flor y la mala hierba,
luce el rocío en las aceras
y pululan los insectos en la
tierra.
Llega con una caricia
sincera de recién nacido y
abriga el cielo
la mañana:
lidien ínfimas batallas,
pues el suelo no espera
y nazcan, vivan, amen, mueran,
en el verso del próximo segundo.
Ya los árboles madrugaron
también la flor y la mala hierba,
luce el rocío en las baldosas;
ya pululan, lánguidos, los insectos
de la tierra.
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