Entiendo la pelea como
el acto desesperado de un ser humano por arrebatar la vida de otro o por
defender la propia. La pelea es el fracaso total y absoluto de nuestra especie,
es el fin injusto de la narración y es una de las formas en que se expresa la
muerte. La pelea no es la guerra a pequeña escala. Siempre pensé que lo era, pero
no, la pelea es otra cosa, aunque sepa que no es menos cierto que en la guerra
también se da la pelea. Hemos hecho de la guerra una institución, no ha
existido siempre, mientras que la pelea nos acompaña desde nuestros más remotos
orígenes. También pelean los animales y lo hacen por motivos no muy distintos a
los nuestros. Es justamente lo que señala nuestro fracaso como especie superior
en inteligencia.
La pelea no tiene
ningún sentido si el fin de esta no es la muerte. De hecho, la pelea es un
sinsentido en sí misma. Pero es incluso más incomprensible cuando el fin no es
el que la propia naturaleza impone. Quien pelea tratando de evitar los golpes
más letales a su adversario no debería haberse metido en tal fracaso, su
derrota está escrita antes de comenzar. He visto peleas originadas por lo
absurdo y también he peleado por motivos que harían reír y llorar a partes
iguales. Todas ellas no han sido más que estúpidas peleas que señalaron como
estúpidos a los púgiles implicados.
Me fascina esta escena
de la estupenda película de David Cronenberg Promesas del este. Se trata de una pelea. Así, de forma aislada,
contemplamos a un Vigo Mortensen sorprendido por dos agresores que van a tratar
de arrebatarle la vida. La pelea real no es una elegante orquestación, no
existen las medidas ni se calculan los tiempos en ella. Las claves de la pelea
real son golpear más rápido, golpear más fuerte; hacerlo desde la mayor
distancia posible y hacerlo preferiblemente con algún objeto pesado o cortante;
por la espalda, mejor que de frente, ya que en la pelea real el honor y la
dignidad son poco importantes, lo que cuenta es sobrevivir al adversario. Esta
pelea en unos baños es una coreografía de actores. Una coreografía veraz en la
que Cronenberg nos muestra la pelea. Son unos tres minutos de lucha nada
gratuitos. La intención está muy clara, se trata de que el espectador pueda
sentir la violencia. No es la violencia por la violencia. No son los golpes de
la broma holywoodiense. Es la violencia en la que todos deberíamos creer porque
está ahí, delante de nuestras narices y todo el tiempo. Después cada uno le
dará un uso dependiendo de cómo lleve repartidas las neuronas en su sesera.
Vigo Mortensen nos
muestra su desnudez total mientras lucha por su vida. Su carne es rajada y
golpeada repetidas veces. Su cuerpo desnudo no es más que el desamparo de quien
pelea. Mientras que todo tras las cámaras está controlado, en la escena el
cuerpo de Mortensen se mueve de forma natural en el ataque y en la defensa, el
progresivo cansancio es el que podría darse en una pelea y su desesperación, la
viva imagen del ser humano obligado a pelear. La crudeza de las imágenes son
necesarias porque es la vida o la muerte lo que está en juego, y mientras los
dos agresores pelean sin esa motivación, todo está de su parte, para el
personaje de Vigo Mortensen es crucial que cuando clave un cuchillo lo haga en
mitad de pecho o en un ojo, tal y como sería en la realidad. Repito que la pelea
existe. La violencia que se genera es la propia del ser humano, sin importar el
contexto histórico en que éste se encuentre. El suelo resbaladizo de unos
baños, el vapor de agua en el aire, los azulejos desangelados, son herramientas
que Cronenberg maneja en su intención. No son los baños ni la desnudez los
mejores aliados para una buena defensa, así que la desesperación y el desamparo
son totales. Ni siquiera un cuerpo dotado para acometer semejante empresa es
suficiente.
El resultado final de
la escena está obviamente condicionado por las necesidades del argumento, es
cine. Pero es que da igual, Cronenberg ha cumplido su objetivo con eficacia. Su
película es magnífica toda ella, no seré quien le busque los flecos.
Pero es esta escena de
hombres que pelean la que me obsesiona y enciende todas las alarmas al escuchar
el título de Promesas del este. ¿Por
qué la violencia me atrae y me repele a partes iguales? ¿Qué hace que la vida
de uno se mueva en mitad de la violencia? ¿Por qué es zona de confort y de
horror a la vez? ¿Es malvado ese ser humano o es simplemente que tiene un
corazón que late? Las opiniones que se vierten con respecto a la violencia y la
pelea nos son ya lugares demasiado comunes, se pueden apilar bajo un
irreflexivo y total rechazo. Aunque pudiera parecerlo no soy yo quien se hace
las preguntas de algo más arriba. Yo no soy más que uno entre muchos. Es la
humanidad la que paga en un combate de boxeo y es la humanidad la que forma un
corro alrededor de dos que se pelean en un bar. Es la humanidad cada uno de los
extras que aparecen en esta fascinante escena de Promesas del este, inmóviles observadores.
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