sábado, 2 de julio de 2016

La selva. Quinta entrada de un diario contra lo íntimo.


Le he pedido un bolígrafo al camarero y ha flipado. Ha flipado más aún cuando le he pedido un papel para escribir con el bolígrafo que muy amablemente me ha traído. No, papel papel -para qué quiere un papel-, no tenemos, me ha dicho. Da igual, muchas gracias, le he dicho, ya con el bolígrafo en mi poder.

A quién se le ocurre... en fin.

He salido, a beber, nada más.

El Jack Daniel´s me huele a moqueta de casino; me sabe a humo de Chesterfield. Imagino tras de mí las montañas cubiertas de vegetación selváticas, festoneadas de rocas lisas y apetecibles. En esta fantasía el mar es turquesa y su fondo es arenoso. Esto es Cádiz, pero yo estoy en la terraza del Boardwalk, muy lejos de aquí.

El camarero es un señor horrible y con bigote; horrible pero amable. Juego a que es Fiona, esa camarera criolla, fea de solemnidad, con la que una vez acabé enredado en arena fina y blanca de playa y a la que nunca necesité pedir qué debía servirme. Sin embargo esto es Cádiz, la ciudad de las ambulancias, la que asesinó mi niñez.

Ernest ha venido de ninguna parte.

Se ha sentado a mi lado y ha rehusado mi invitación.

-Eres patético -me ha dicho-. Por mucho menos me introduje un cañón en la boca.
El mismo cañón que deshizo a su padre.

Mis hijos, ¿qué estarán haciendo ahora?
Cómo deciros que los siento tanto, que no pude hacer nada.

A falta de papel escribo en servilletas.

Las gotas de sudor del vaso empañan lo escrito. Cambiaré de bar.

La salud me acompaña; yo, que debería estar cien veces muerto.

Tal vez espero a un amigo que no va a aparecer.

Ernest me dice que no es conveniente.

-¡Tú qué coño sabes! -le digo.

-Sé que te has equivocado; al menos tanto como yo.

El camarero me mira mal. Creo que piensa que no tengo dinero para pagar la cuenta. Es un hombre horrible, pero agradable. Siento un odio especial por él. me voy a llevar el bolígrafo. Será mi venganza.

Una vez me echaron de un casino por quedarme dormido en el sofá. El segurata y yo éramos colegas desde hacía tiempo. Su hermano sirvió en Irak con Blackwater. Le jodieron las dos piernas. Yo pienso que con las piernas también perdió la polla. no se pueden perder las piernas sin que te vuelen la polla. Una vez hablamos de ello. Yo le conté otras cosas, le conté cómo una vez nos colaron una granada en el Hummer y ésta no estalló. Fue maravilloso. Pero tuvo que echarme; roncaba descaradamente; era inadmisible.

Manuel jugaba condenadamente bien al Blackjack, jugaba como un condenado demonio; y yo le daba todo mi dinero y él se lo jugaba, el suyo y el mío, y bebíamos gratis y volvíamos con el bolsillo intacto.

(El camarero quiere que me largue)

Con Manuel me hubiera ido felizmente al infierno; sabía que, o salíamos los dos de él o nos pudriríamos allí. Abrazo hoy ambas posibilidades. Años antes había estado a mis órdenes. Ahora volvía a estarlo. Pero ya no era lo mismo. Se jugaba nuestra pasta al Blackjack y bebíamos gratis.
Yo me había encaprichado -él también- de Tina. Una negra que resultó decepcionante por no depilarse las piernas. No se hacen una idea lo que es agarrar los tobillos velludos de una mujer en el acto sexual en mitad de la selva. Dos noches después la cabeza de una amiga de Tina apareció ensartada en una pica en mitad de una extraña rotonda. Son cosas que pasan en algunos lugares de este planeta.

Años después volví a ver a Tina y ya había tenido tres niños más y no resultaba nada apetecible.

Para bien o para mal estoy en Cádiz. Qué felices parecen todos. Los envidio.

Escribo borracho. Cinco Jack Daniel´s en menos de hora y media. Qué felicidad.

Dándolo todo por perdido, la derrota tiene sus momentos dulces. Y recuerdo con nostalgia los efectos del opio. Si tuviesen ocasión de probar el opio no sentirían esta hipócrita compasión o asco por mi persona.

¡Qué cojones saben ustedes de la vida! ¡Acaso creen que están vivos! No tenéis ni puta idea de lo que es la vida. No sabéis lo que es amar. No sabéis lo que es odiar. No sabéis de la voluptuosidad de bucear y observar la infinitud bajo vuestra carne miserable en mitad del océano. De hecho no sabéis lo que significa ver el océano. El horror, el horror. el horror somos tú y yo.

Voy a cambiar de bar. Un tipo escribiendo en servilletas es una amenaza. Soy un IMPRESENTABLE.
Aquí todos beben, como yo; pero nadie escribe en servilletas.

No puedo dejar de pensar en mis hijos; en cómo no he podido ser el padre que ellos merecían.

Lo próximo que beba será café. Quizás así me perdone este camarero. No he comido nada. Ni ganas tengo.


Te amo, seas quien seas; qué más te puedo decir.

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