Le he pedido un
bolígrafo al camarero y ha flipado. Ha flipado más aún cuando le he pedido un
papel para escribir con el bolígrafo que muy amablemente me ha traído. No,
papel papel -para qué quiere un papel-, no tenemos, me ha dicho. Da igual, muchas
gracias, le he dicho, ya con el bolígrafo en mi poder.
A quién se le ocurre...
en fin.
He salido, a beber,
nada más.
El Jack Daniel´s me
huele a moqueta de casino; me sabe a humo de Chesterfield. Imagino tras de mí
las montañas cubiertas de vegetación selváticas, festoneadas de rocas lisas y
apetecibles. En esta fantasía el mar es turquesa y su fondo es arenoso. Esto es
Cádiz, pero yo estoy en la terraza del Boardwalk, muy lejos de aquí.
El camarero es un señor
horrible y con bigote; horrible pero amable. Juego a que es Fiona, esa camarera
criolla, fea de solemnidad, con la que una vez acabé enredado en arena fina y
blanca de playa y a la que nunca necesité pedir qué debía servirme. Sin embargo
esto es Cádiz, la ciudad de las ambulancias, la que asesinó mi niñez.
Ernest ha venido de
ninguna parte.
Se ha sentado a mi lado
y ha rehusado mi invitación.
-Eres patético -me ha
dicho-. Por mucho menos me introduje un cañón en la boca.
El mismo cañón que
deshizo a su padre.
Mis hijos, ¿qué estarán
haciendo ahora?
Cómo deciros que los
siento tanto, que no pude hacer nada.
A falta de papel
escribo en servilletas.
Las gotas de sudor del
vaso empañan lo escrito. Cambiaré de bar.
La salud me acompaña;
yo, que debería estar cien veces muerto.
Tal vez espero a un
amigo que no va a aparecer.
Ernest me dice que no
es conveniente.
-¡Tú qué coño sabes! -le
digo.
-Sé que te has
equivocado; al menos tanto como yo.
El camarero me mira
mal. Creo que piensa que no tengo dinero para pagar la cuenta. Es un hombre
horrible, pero agradable. Siento un odio especial por él. me voy a llevar el
bolígrafo. Será mi venganza.
Una vez me echaron de
un casino por quedarme dormido en el sofá. El segurata y yo éramos colegas
desde hacía tiempo. Su hermano sirvió en Irak con Blackwater. Le jodieron las
dos piernas. Yo pienso que con las piernas también perdió la polla. no se
pueden perder las piernas sin que te vuelen la polla. Una vez hablamos de ello.
Yo le conté otras cosas, le conté cómo una vez nos colaron una granada en el
Hummer y ésta no estalló. Fue maravilloso. Pero tuvo que echarme; roncaba
descaradamente; era inadmisible.
Manuel jugaba
condenadamente bien al Blackjack, jugaba como un condenado demonio; y yo le
daba todo mi dinero y él se lo jugaba, el suyo y el mío, y bebíamos gratis y
volvíamos con el bolsillo intacto.
(El camarero quiere que
me largue)
Con Manuel me hubiera ido
felizmente al infierno; sabía que, o salíamos los dos de él o nos pudriríamos allí.
Abrazo hoy ambas posibilidades. Años antes había estado a mis órdenes. Ahora
volvía a estarlo. Pero ya no era lo mismo. Se jugaba nuestra pasta al Blackjack
y bebíamos gratis.
Yo me había
encaprichado -él también- de Tina. Una negra que resultó decepcionante por no
depilarse las piernas. No se hacen una idea lo que es agarrar los tobillos
velludos de una mujer en el acto sexual en mitad de la selva. Dos noches
después la cabeza de una amiga de Tina apareció ensartada en una pica en mitad
de una extraña rotonda. Son cosas que pasan en algunos lugares de este planeta.
Años después volví a
ver a Tina y ya había tenido tres niños más y no resultaba nada apetecible.
Para bien o para mal
estoy en Cádiz. Qué felices parecen todos. Los envidio.
Escribo borracho. Cinco
Jack Daniel´s en menos de hora y media. Qué felicidad.
Dándolo todo por
perdido, la derrota tiene sus momentos dulces. Y recuerdo con nostalgia los
efectos del opio. Si tuviesen ocasión de probar el opio no sentirían esta
hipócrita compasión o asco por mi persona.
¡Qué cojones saben
ustedes de la vida! ¡Acaso creen que están vivos! No tenéis ni puta idea de lo
que es la vida. No sabéis lo que es amar. No sabéis lo que es odiar. No sabéis
de la voluptuosidad de bucear y observar la infinitud bajo vuestra carne
miserable en mitad del océano. De hecho no sabéis lo que significa ver el
océano. El horror, el horror. el horror somos tú y yo.
Voy a cambiar de bar.
Un tipo escribiendo en servilletas es una amenaza. Soy un IMPRESENTABLE.
Aquí todos beben, como
yo; pero nadie escribe en servilletas.
No puedo dejar de
pensar en mis hijos; en cómo no he podido ser el padre que ellos merecían.
Lo próximo que beba
será café. Quizás así me perdone este camarero. No he comido nada. Ni ganas
tengo.
Te amo, seas quien
seas; qué más te puedo decir.
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