Renegamos de la
oscuridad. Hablamos poco con los demás sobre ella. Tratamos de alejarla porque
la oscuridad nos señala con el índice de la verdad y la verdad nunca es
agradable para nadie. Somos el resultado de la gran batalla entre la oscuridad
y la luz, una batalla que cada día celebra victorias y derrotas infinitas que
vendrán a repetirse mañana. Pero nos aterra considerar por un momento la
inquietante presencia de nuestra propia oscuridad cuando un terrible
pensamiento nos atraviesa la mente y ni siquiera somos capaces de saber de
dónde ha salido. Así que la oscuridad se convierte de pronto en duda, y
cualquier discurso que trate de darle una forma definida nos pondrá en guardia
y a la escucha, ya sea el precio a pagar sentir la fría mirada del abismo sobre
nuestra persona.
Al llegar al minuto
cuatro dieciséis del primer capítulo de True Detective ya justifiqué los
restantes siete capítulos que me quedaban por delante para completar la primera
temporada. Y no me equivoqué.
Pero han pasado un par
de semanas desde que se me escurrió de entre los dedos su último capítulo y
acabase con la serie o ella muriese sin más con la promesa de una segunda
temporada que se prevé diferente. Estas dos semanas han sido muy necesarias
para repasar con claridad el universo creado por True Detective y si realmente
hay universo o no en ella.
Dos policías trabajan
juntos en un caso por primera vez: un homicidio, uno muy brutal. La serie nos
cuenta esto desde el recuerdo de los detectives Rust y Marty, que son
interrogados en el año 2.012 al respecto de la investigación que iniciaron en
1.995. El espectador ya se enfrenta a dos climas completamente diferentes, y
ello da forma y color -el de la oscuridad- a la historia que aún está por
contar. Los guionistas hacen bien sus deberes, la interpretación está a la
altura por parte del consagrado -capaz de multiplicar un mismo personaje hasta
el infinito de los matices posibles- Woody harrelson y un recuperado Matthew
McConaughey, o uno nuevo más versátil, un Jim Carrey tenebroso.
Así que la historia se
presenta ya desde el conflicto. No es una cámara que sigue las pesquisas de un
par de detectives por atrapar a un criminal de más allá de este mundo. Es una
historia de personajes. Asistimos a la presentación de dos criaturas ficticias
enmarcadas en unas circunstancias de horror y cotidianidad. Y son esos mismos
personajes lo que narran desde un futuro que no tardará en ser presente.
La ficción humana que
es el detective Rust nos habla de un camino de imperfección por el que condenar
toda esperanza. No lo sabe, pero ello le aporta una insufrible felicidad. Es a
su trabajo como su trabajo, el de indagar en el mal para mover una pequeña
ficha del bien hacia adelante, es a su persona; a sabiendas de que nada de eso
servirá para el fin que nos empeñamos en creer el resto de humanos caducos.
Hace su camino al andar consciente de la inutilidad del mismo. Así se enfrenta
al crimen que desencadena los acontecimientos. Su discurso pesimista nos hiela
la sangre, es doloroso estar de su lado. La esperanza de que se alimenta es el
convencimiento del fin de la especie. Aquí importan las palabras. Los monólogos
del detective Rust están muy por encima de cualquier otra cosa que esta serie
nos pueda contar. Es el sin trampa ni cartón. Rust habla directamente al
espectador ayudándose de una actitud y un lenguaje corporal muy medido. Su
sabiduría no sólo procede de los libros, es un tipo de la calle, un antiguo infiltrado
en las bandas de narcos, un tipo que ha sufrido la peor de las pérdidas
imaginables. Y el resultado, la sabiduría de ese hombre que ha aprendido lo que
no quería, es la ficha reina de nuestro ajedrez. Ya este personaje es motivo
más que suficiente para acercarnos a True detective.
Para Marty la vida es
algo simple. Trabajo, familia -breve alusión a Michelle Monaghan como esposa
del detective Martin Hart: borda su papel, determinante en parte de la
historia- y de vez en cuando la extramatrimonialidad que cree necesaria para el
mantenimiento de lo primero y lo segundo. Su primer contacto con Rust le
conducirá al error de reafirmar que existe un mundo en el que se mueven los
locos y otro dentro de lo que es normal para los cuerdos. Pero no, la locura de
Rust no es tal y la presunta cordura de Marty será atacada en los mismos
pilares que sustentan lo que creía seguro e inamovible. La evolución de Marty
en la historia que nos ocupa es veraz. Su sanchopancismo nos hace posible
grandes momentos en la serie.
Si bien es cierto que
en esta historia de personajes el peso de McConaughey es incuestionable, no lo
es menos que la réplica Harrelson, del detective Marty, es siempre necesaria y
brillante. La excusa argumental, el relato, sin embargo, no está libre de
pecados. Es cuidada la forma, los personajes protagonistas están bien
dibujados, pero vemos mezquindad creativa y no pocos excesos de artificio en el
guión, sucias estratagemas de profesionales. Los guionistas de una historia
seriada como esta suelen cometer el error de creer que son más listos que el
espectador. Por supuesto esto no es así. No es honesto abrir nuevos canales a
la imaginación para dejarlos luego a modo de flecos innecesarios. Una vía puede
quedar inconclusa, desde luego, pero siempre si es un recurso que fortalece la
historia. Me temo que no es el caso en True detective, y que los flecos pueden
traducirse en un grave insulto al espectador. Estos son los culpables de que la
historia no resulte completamente redonda.
Es en el momento en que
el tiempo presente cobra importancia y empezamos a saber, cuando podemos sentir
más el desenlace que el nudo, cuando estos flecos van dejándose ver, cada vez
con menos pudor.
Han transcurrido
diecisiete años desde el primer crimen que une a ambos protagonistas. Para
Rust, fuera ya de la policía, el tiempo quedó detenido entonces. A Marty, el
caso y la influencia vampírica de su compañero, le han cambiado la vida. Ahora
se dedica al sector privado de la investigación, en el que ya no aspira ni a
penas ni a glorias. El forzado encuentro entre ambos los vuelve a poner juntos tras
la pista de un caso cerrado cuyas complejidades jamás llegaron a comprender y
que hace arrastrar a Marty una condena en su conciencia, una deuda que habrá de
saldar tarde o temprano.
Sin llegar a ser lo que
se nos prometió en un principio True detective es una gran serie. No se codea
con las más grandes como The Wire, Tremé o House of cards, por poner algunos
ejemplos. Pero está muy por encima de la calidad media que se nos vende en el
medio televisivo. Estoy seguro que los que hemos disfrutado de esta primera
temporada ya esperamos con impaciencia una segunda que apunta a nuevos
protagonistas y escenarios.
Merece la pena
disfrutar del trabajo de McConaughey y Harrelson, así como merece la pena
dejarse llevar por el clima inquietante, por el horror incluso, que la serie mantiene
pese a algunos pesares y desmanes de plumillas. Puntúo sobre diez los siete
minutos de plano secuencia al final de cuarto capítulo y sobre diez también la
escena última del tercero: el horror. La osadía de contar de forma diferente es
agradable al que gusta de que le cuenten historias, y aquí lo encontramos. Hay
contenido en True detective, seremos una persona diferente después de disfrutar
de ella.
Más allá de todo lo dicho
me ocupa ahora una certeza: que el potencial espectador encontrará muchas otras
razones para considerar introducir True detective en su carpeta vital, en la
que guarda las buenas series.
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