domingo, 22 de junio de 2014

Bienvenido a Carcosa






Renegamos de la oscuridad. Hablamos poco con los demás sobre ella. Tratamos de alejarla porque la oscuridad nos señala con el índice de la verdad y la verdad nunca es agradable para nadie. Somos el resultado de la gran batalla entre la oscuridad y la luz, una batalla que cada día celebra victorias y derrotas infinitas que vendrán a repetirse mañana. Pero nos aterra considerar por un momento la inquietante presencia de nuestra propia oscuridad cuando un terrible pensamiento nos atraviesa la mente y ni siquiera somos capaces de saber de dónde ha salido. Así que la oscuridad se convierte de pronto en duda, y cualquier discurso que trate de darle una forma definida nos pondrá en guardia y a la escucha, ya sea el precio a pagar sentir la fría mirada del abismo sobre nuestra persona.

Al llegar al minuto cuatro dieciséis del primer capítulo de True Detective ya justifiqué los restantes siete capítulos que me quedaban por delante para completar la primera temporada. Y no me equivoqué.

Pero han pasado un par de semanas desde que se me escurrió de entre los dedos su último capítulo y acabase con la serie o ella muriese sin más con la promesa de una segunda temporada que se prevé diferente. Estas dos semanas han sido muy necesarias para repasar con claridad el universo creado por True Detective y si realmente hay universo o no en ella.

Dos policías trabajan juntos en un caso por primera vez: un homicidio, uno muy brutal. La serie nos cuenta esto desde el recuerdo de los detectives Rust y Marty, que son interrogados en el año 2.012 al respecto de la investigación que iniciaron en 1.995. El espectador ya se enfrenta a dos climas completamente diferentes, y ello da forma y color -el de la oscuridad- a la historia que aún está por contar. Los guionistas hacen bien sus deberes, la interpretación está a la altura por parte del consagrado -capaz de multiplicar un mismo personaje hasta el infinito de los matices posibles- Woody harrelson y un recuperado Matthew McConaughey, o uno nuevo más versátil, un Jim Carrey tenebroso.

Así que la historia se presenta ya desde el conflicto. No es una cámara que sigue las pesquisas de un par de detectives por atrapar a un criminal de más allá de este mundo. Es una historia de personajes. Asistimos a la presentación de dos criaturas ficticias enmarcadas en unas circunstancias de horror y cotidianidad. Y son esos mismos personajes lo que narran desde un futuro que no tardará en ser presente.

La ficción humana que es el detective Rust nos habla de un camino de imperfección por el que condenar toda esperanza. No lo sabe, pero ello le aporta una insufrible felicidad. Es a su trabajo como su trabajo, el de indagar en el mal para mover una pequeña ficha del bien hacia adelante, es a su persona; a sabiendas de que nada de eso servirá para el fin que nos empeñamos en creer el resto de humanos caducos. Hace su camino al andar consciente de la inutilidad del mismo. Así se enfrenta al crimen que desencadena los acontecimientos. Su discurso pesimista nos hiela la sangre, es doloroso estar de su lado. La esperanza de que se alimenta es el convencimiento del fin de la especie. Aquí importan las palabras. Los monólogos del detective Rust están muy por encima de cualquier otra cosa que esta serie nos pueda contar. Es el sin trampa ni cartón. Rust habla directamente al espectador ayudándose de una actitud y un lenguaje corporal muy medido. Su sabiduría no sólo procede de los libros, es un tipo de la calle, un antiguo infiltrado en las bandas de narcos, un tipo que ha sufrido la peor de las pérdidas imaginables. Y el resultado, la sabiduría de ese hombre que ha aprendido lo que no quería, es la ficha reina de nuestro ajedrez. Ya este personaje es motivo más que suficiente para acercarnos a True detective.

Para Marty la vida es algo simple. Trabajo, familia -breve alusión a Michelle Monaghan como esposa del detective Martin Hart: borda su papel, determinante en parte de la historia- y de vez en cuando la extramatrimonialidad que cree necesaria para el mantenimiento de lo primero y lo segundo. Su primer contacto con Rust le conducirá al error de reafirmar que existe un mundo en el que se mueven los locos y otro dentro de lo que es normal para los cuerdos. Pero no, la locura de Rust no es tal y la presunta cordura de Marty será atacada en los mismos pilares que sustentan lo que creía seguro e inamovible. La evolución de Marty en la historia que nos ocupa es veraz. Su sanchopancismo nos hace posible grandes momentos en la serie.

Si bien es cierto que en esta historia de personajes el peso de McConaughey es incuestionable, no lo es menos que la réplica Harrelson, del detective Marty, es siempre necesaria y brillante. La excusa argumental, el relato, sin embargo, no está libre de pecados. Es cuidada la forma, los personajes protagonistas están bien dibujados, pero vemos mezquindad creativa y no pocos excesos de artificio en el guión, sucias estratagemas de profesionales. Los guionistas de una historia seriada como esta suelen cometer el error de creer que son más listos que el espectador. Por supuesto esto no es así. No es honesto abrir nuevos canales a la imaginación para dejarlos luego a modo de flecos innecesarios. Una vía puede quedar inconclusa, desde luego, pero siempre si es un recurso que fortalece la historia. Me temo que no es el caso en True detective, y que los flecos pueden traducirse en un grave insulto al espectador. Estos son los culpables de que la historia no resulte completamente redonda.

Es en el momento en que el tiempo presente cobra importancia y empezamos a saber, cuando podemos sentir más el desenlace que el nudo, cuando estos flecos van dejándose ver, cada vez con menos pudor.

Han transcurrido diecisiete años desde el primer crimen que une a ambos protagonistas. Para Rust, fuera ya de la policía, el tiempo quedó detenido entonces. A Marty, el caso y la influencia vampírica de su compañero, le han cambiado la vida. Ahora se dedica al sector privado de la investigación, en el que ya no aspira ni a penas ni a glorias. El forzado encuentro entre ambos los vuelve a poner juntos tras la pista de un caso cerrado cuyas complejidades jamás llegaron a comprender y que hace arrastrar a Marty una condena en su conciencia, una deuda que habrá de saldar tarde o temprano.

Sin llegar a ser lo que se nos prometió en un principio True detective es una gran serie. No se codea con las más grandes como The Wire, Tremé o House of cards, por poner algunos ejemplos. Pero está muy por encima de la calidad media que se nos vende en el medio televisivo. Estoy seguro que los que hemos disfrutado de esta primera temporada ya esperamos con impaciencia una segunda que apunta a nuevos protagonistas y escenarios.

Merece la pena disfrutar del trabajo de McConaughey y Harrelson, así como merece la pena dejarse llevar por el clima inquietante, por el horror incluso, que la serie mantiene pese a algunos pesares y desmanes de plumillas. Puntúo sobre diez los siete minutos de plano secuencia al final de cuarto capítulo y sobre diez también la escena última del tercero: el horror. La osadía de contar de forma diferente es agradable al que gusta de que le cuenten historias, y aquí lo encontramos. Hay contenido en True detective, seremos una persona diferente después de disfrutar de ella.

Más allá de todo lo dicho me ocupa ahora una certeza: que el potencial espectador encontrará muchas otras razones para considerar introducir True detective en su carpeta vital, en la que guarda las buenas series.

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