A los niños que fuimos los mataron
sus padres en su lucha por un sueño.
Ahora renacidos, casi muertos,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Pero acompañan nuestro lamento
de conocer las grietas de un ocaso
en el presente sórdido de cielos
inalcanzables, hartos de estar hartos.
Tan prematuramente bajo escombros,
bajo los fraternales bombardeos,
llorando la placenta y el amor.
Tan sigilosamente al abandono,
a la herida que llega tras un beso,
al viaje sin sentido y al adiós.
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