Ernest se ha sentado a
la mesa frente a mí. Ha traído una copa vacía para que se la llene. La deja en
la mesa y la acerca a la mía. Cuando ya bebemos, juntos y, tras un rato de
desconcertante meditación, con la mirada fija en la pintura en la que mi mujer
posa, más que bella, con un elegante vestido de verano sobre un fondo azul
sutilmente estrellado, me dice, que aquellas noches, en la shamba a los pies de
la Gran Montaña, la enorme luna llena, hacía que las estrellas fuesen casi
imperceptibles, como las del cuadro, termina a la vez que señala la pintura.
Le pregunto, ignorando
su observación, que qué era lo que estaba haciendo en la shamba.
Perseguíamos elefantes.
Un grupo de monstruosos elefantes que había tomado la ruinosa costumbre de
atravesar de punta a punta la shamba, destruyendo los humildes cultivos locales
y acabando con no pocas cabezas de ganado.
Hoy, eso de perseguir
elefantes no está muy bien visto, le hago saber.
Hoy ya no hay elefantes
como aquellos, hoy no hay elefantes, responde con vehemencia.
Me encantaría poder ir
a Kenia.
Kenia ya no existe. Los
matamos a todos, empezando por los masáis y los maus-maus.
Lleno una segunda
ronda.
Acabamos pronto con el
problema de los elefantes. Lo bueno de los elefantes es la facilidad con que se
encuentra su rastro. Si se tiene la infeliz idea de esperarlos en la shamba bien
puedes darte por muerto. O peor aún, encontrártelos en plena selva. Lo mejor es
que el rastreador te lleve a alguna llanura en la que sepas que los vas a encontrar
durante el día. Si identificas rápido al jefe del grupo, al viejo, problema
resuelto.
Dices que acabasteis
pronto con el problema ¿por qué razón seguiste en la shamba? Pregunto sin
disimular un ápice mi interés.
Las mujeres kimba son
muy hospitalarias pero sobretodo, muy agradecidas y, una de ellas, se ofreció
como pago por mis servicios. Fue difícil convencer a su padre de que yo no
esperaba pago alguno sin ofenderle a él y a su tribu.
Oye, Ernest, me
encantaría conocer una shamba a los pies de la Gran Montaña, le digo.
Ya no hay shambas, no
existen shambas como aquellas, responde, melancólico. También matamos a todos
los kimbas.
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