domingo, 19 de mayo de 2013

Física-Literaria.


Sentir el terror a lo inasible, a lo absurdo. Eso es lo que he podido experimentar en los últimos tres días. Pese a que uno se considera una persona racional -más si cabe en los últimos tiempos- los extravagantes sucesos de las últimas tres mañanas me han hecho experimentar el más genuino de los miedos, al mismo nivel quizá, de aquel sobresalto lejano al despertar de una leve duermevela por el sonido inconfundible y aterrador hasta el extremo, como un recuerdo ancestral, del aullido de un lobo mientras trataba de dormir al raso en la noche de un valle libanés cercano a la frontera israelí. Claro está que en aquella ocasión el sujeto del miedo era identificable, al menos pasados unos segundos. En esta ocasión, al mismo nivel quizá, pero con matices diferenciadores, el origen de lo terrorífico fue del todo incomprensible. Durante tres días seguidos, una voz. Una voz transmitida con serenidad me ha despertado pronunciando de forma nítida mi propio nombre. EDUARDO. Así sin más.

La primera vez que esto ocurrió, que desperté por una voz que me llamaba por mi propio nombre, me cogió desprevenido. Tras unos instantes de aturdimiento creo que llegué a tener claro de que el hecho en sí había ocurrido. La puerta del camarote se encontraba cerrada. Oscuridad total ya que hemos de mantener las ventanas selladas. Nada parecía indicar que alguien pudiese haber entrado. Dado que si en un lugar en el que no hay nadie una voz te llama sólo se puede considerar una sola hipótesis lógica. Una alucinación auditiva. No fue hasta pasadas una horas en que recordé aquel extraño libro de Aldous Huxley, Las puertas de la percepción, que había leído hace ya algún tiempo. Pero ocurre que ya ha llovido mucho desde que no consumo ningún tipo de droga al margen del tabaco, el café y el alcohol ocasional; y bueno, en esos momentos sólo me había ocurrido una vez, por lo que me tranquilizaba poder descartar de momento algún tipo de enfermedad mental. Como tras el susto -pánico irracional- primigenio, mi raciocinio me empujaba en busca de una explicación, dejé de tener miedo. Pensé en estar más atento. Verán, soy una persona armada -uno se gana la vida lo mejor que puede o le dejan- y la posibilidad de padecer una enfermedad mental con alucinaciones auditivas puede resultar un asunto complicado.

Y ocurrió de nuevo. Una segunda vez. Serena y sin prisas, aquella voz, volvió a perturbar el éter -conste que el éter no existe más o menos desde que Albert Einstein inició su coqueteo con los fotones- repercutiendo en mi oído interno un nombre una vez más, el mío.  Como ya dije que estaría preparado, más receptivo para tratar de sacar conclusiones del fenómeno, en cuanto ocurrió de nuevo logré percibir a la perfección los detalles de esa voz. Lo que saqué de ello no me pareció nada tranquilizador, más bien lo contrario. Resulta que la voz era bien parecida a la mía. No recuerdo si era el mismo Huxley o Carl Gustav Jung o si era otro quien definía el mayor horror como verse uno mismo en otra persona que se cruza en el camino, esto es, cruzarse con su propia persona. Según Goethe él mismo tuvo esa traumática experiencia. Por suerte no es mi caso. Yo me escuchaba a mí mismo, escuchaba mi voz que me llamaba, sosegada, firme, pronunciando con nitidez mi nombre completo: EDUARDO.

Volvió a ocurrir al día siguiente por última vez. Y en esta ocasión respondí a la llamada. Pero sólo recibí, como en las veces anteriores, un pulcro silencio apenas manchado con el susurro del aire acondicionado. He de volver a Einstein para plantear cierto argumento a todo esto. Hablé algo más arriba acerca de la desaparición del éter o de su probable inexistencia. Einstein llegó a la conclusión de que la luz no sólo se comportaba como una onda que navegaba por el éter sino que además, la luz, estaba formada por partículas, cuestión esta que imposibilitaba el éter mismo. Einstein se convirtió así en uno de los precursores de la mecánica cuántica sin querer ya que nunca creyó en ella alegando la ya famosa frase de "Dios no juega a los dados" ante las extrañas leyes que parecían cumplir las partículas subatómicas. Heisenberg, introductor del Principio de Incertidumbre y colega de Einstein, defensor de la mecánica cuántica, respondió ante la afirmación de Einstein -si no me equivoco, hablo de memoria- no con menos ingenio, que dejase de decirle a Dios lo que tenía que hacer. Todo esto -que puede llevar al lector a preguntarse si esto sigue siendo un blog con intenciones literarias, no sin razón- puede tener relación con el hecho de que durante tres días seguidos, al despertar, haya escuchado mi propia voz pronunciando mi nombre. Y es que el comportamiento del electrón de un átomo cualquiera, lejos del modelo de sistema planetario de Niels Bohr, responde a las leyes cuánticas del mismo modo que el fotón, siendo partícula y/u onda según lo percibimos.

Ya sé, ya sé, todo esto parece complicarse por momentos -tampoco para mí es fácil- así que hagamos un trato. No me iré más por las ramas cuánticas con detalles siempre y cuando ustedes crean lo que les digo hasta poder recurrir a fuentes más fiables. Propongo por ejemplo cualquiera de los libros de Paul Davies, en los que, al leerlos, uno siente la cercanía del siempre aparentemente impenetrable mundo de la física.

Resumamos pues diciendo que las cosas pequeñas -muy pequeñas- tienen una serie de leyes propias que nada tienen que ver con aquellas que formulase el gran Isaac Newton en su día y por las cuales, se rigen las cosas algo más grandes, que no las grandes grandes, a nivel cósmico. Aparece pues la hipótesis del multiverso, casi nada.

Me gustaría creer que esa voz que era la mía propia tuviera que ver con una especie de cruce entre dos universos bien distintos. Aunque también es verdad que la idea de que mi propio cerebro produjese el fenómeno me resulta interesante.

Pasa algo muy parecido con la literatura. Y también me resulta increíble.

La teoría de las supercuerdas nos abre la mente proponiéndonos un universo de once dimensiones. Tres dimensiones expandidas, una temporal y siete dimensiones enrolladas. Yo sumaría una más, la dimensión literaria, tan importante y tan real como las demás. Ernest supo como nadie jugar con el curioso fenómeno de cruzar estas dimensiones, de utilizar la dimensión literaria cruzándola con las tres dimensiones expandidas y la dimensión temporal.


No hay comentarios:

Publicar un comentario