Todas las noches son el
fuego en la noche.
El chirrido vibrante
ondeando en los vientos
que arrancan el polvo
de los escombros
y no hay luz que
ilumine las calles de Gaza.
Tampoco se sueña y nada
más que muerte
sobre la muerte cuelga
de los pálidos ojos
cuando es toda y libre
y es justa la ira de Dios.
Y amanece una tumba
abierta al cielo azafrán.
Una desordenada jauría
de perros en ladrido
esquiva fritos despojos
de carne humeante
entre soldados verdugos
uniformados de Dios
y víctimas artilladas y
con hambre vengativa de Dios.
Hombres y mujeres que
corren no escuchan
el llanto esquinero de
un niño que grita
mientras muere una
madre y quizás un hermano
es triturado sin nombre
bajo cadenas enlodadas
y las cadenas
imparables al ritmo que marca tu silencio,
las cadenas que son la
mordida terrenal del Merkava.
Se respira lágrima
hervida en la desesperación,
sangramos yermos, de
sangre goteando de dientes
mordientes y una
puñalada en forma de rebufo
hace temblar los sucios
tobillos cercenados
y todo es tristeza y es
sólo mierda lo que nos decimos.
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