Lo que espero de ella
es nada. Que siga ahí espero, que es nada; o que apuntale el amanecer y que se
mantenga firme ante los vientos que la azotan. Lo que espera de mí es una muda
contemplación que se alterne con el viejo diálogo en la lengua que ya olvidamos.
Para que ella amanezca he de amanecer yo con ella y que todo cuanto respire a
su alrededor no alcance su altura para elevarse hasta casi acariciar el vientre
de las nubes imprevisibles. Hay una música invisible en su alto aleteo que se
acerca al flamenco de barrio. El cuello desplumado, su cuerpo siempre en
movimiento es una invitación a mis manos y a la danza y a hablar de espaldas a
ella con ella para que mirarla nunca se vuelva tragedia de amor romántico o
quimera. El amor a ser tan sobrenatural es el amor a los dioses desconocidos.
Todo cuanto en ti habita son estrellas imbatibles en el torrente sanguíneo que
se intuye en la carne. La corona de manos, el verdeamarillento cabello, la breve
sombra, los rayos impetuosos del sol entre tus flecos, el roce incesante, tu
sacudir contenido, la altura de tu risa cayendo hasta mis ojos ebrios del aire
bajo las alas del gorrión que en tus dientes anida. No llego a tu altura
olímpica pero me gusta imaginar que quisieras mi vuelo. La magia de la
sustentación es tu secreto para este mundo de demonios liberados. Ella se
empeña en regalar paraísos sobre hormigón y entre paredes. Jamás impuso una
oración, no una que pueda ser cantada con la boca y la garganta. Sus heridas
son las heridas del universo. Su orgullo es el ser libre sobre la cabeza que se
inclina y su enseñanza es nada, que yo espere de ella nada, que siga ahí,
que es nada.
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