lunes, 13 de abril de 2015
Los libros repentinos, de Pablo Gutiérrez
domingo, 12 de abril de 2015
Veinte de la tarde
Veinte de la tarde
noche de un domingo ventoso y pesado, con su carga de plomo, su palmera
bamboleante, con la radio radiando palabras de las que desconfío. Es la radio
un medio bonito. La primavera aterriza sobre las marismas dudando de si es buen
momento. Buen momento pa qué, o para quién. No llueve al menos, pongamos que
hablamos del mes de abril. Él juega y ve dibujos animados en el salón. Limpiar
la cocina, quitar ropa del tendedero, doblarla después, pensando, en el estado
de las cosas. No es una vida rutinaria. Soy consciente del alto grado de
intensidad y de mi culpa. La pregunta sería: ¿has aprendido algo? Lo que me
lleva a reflexionar sobre el verbo aprender y me devuelve a aquello del estado
de las cosas. Ocurren milagros todos los días. No lo dicen los putos libros de
autoayuda, lo dice un peatón cualquiera en el tercero de un bloque cualquiera
de una ciudad... en fin. Pero milagros diariamente, y la lucha, y últimamente
el estado de las cosas es igual a sorpresa. Habla solo mientras trastea y ve
dibujos animados e ignora lo que le deparará la vida adulta, tan lejos de eso
de trastear mientras se ven dibujos animados. Uno se conforma con mirar de
forma estúpida el danzar incesable de una palmera que ya estaba cuando llegó. Fresias,
decía, lo recuerdo, como recuerdo un perfume que me lleva a otro tiempo no muy
lejano, cuando aparentemente nada era tan milagroso como hoy lo veo. Ocurrió
así sin más. De pronto aparece y dice hola, sin más (insisto), ocultando -porque
lo mismo lo ignora o, sencillamente, forma parte de sus pasos y el modo en que
mueve un cuerpo de prestado- todo un universo maravilloso en el que los
despistes parecen puertas espacio temporales por las que ir y venir para
asombro de quien observa. Y yo la observo, no puedo evitarlo. Veinte de la
tarde y anochece lentamente, permitiendo la tarde moribunda el disfrute ocioso.
Está tan lejos mañana. La ropa en los tendederos vecinos son fantasmas que
avisan de algo que llegará. Luego, se mantienen las preguntas de siempre a las
que siempre doy respuesta dudando y dudando y barajando otras opciones que
rechazo porque implican la no participación de todo esto y claro, quiero un
buen pedazo de tarta, uno muy grande que me permita, algún día, en ese último
segundo el paraíso prometido que no es otra cosa que poder decirse: he vivido,
todos están bien, voy en paz, ahora. Un buen pedazo de tarta y milagros del día
a día. Esperar la vida, no la propia, la propia no espera y sigue corriendo, ya
se ven las huellas en la piel de la carrera. Sí, culpable, digo. Ya ven, sí,
ustedes, ese vacío confuso e imperceptible, sí, ya ven, le damos vueltas a esto
de los milagros, nunca me resisto a pensar que casualidades son misterio.
Exacto, llegó y lo recuerdo, como hoy aquel perfume, el movimiento del cabello,
acelerada, llegaba tarde, lo recuerdo y es una película agradable y sin fin,
muda, hasta el momento en que salí de mi disimulado gesto de sorpresa. Hoy todo
es diferente, mejor. El mundo se muestra jodido. Sigo escribiendo de forma ininterrumpida
desde que empecé ya ni siquiera recuerdo cuándo. La pregunta es: ¿para qué?
Respondo con lo del trozo de tarta. No se puede limitar la intensidad. Cuando
la vida parece detenerse... no, no existe la contención, el pelo y las uñas
crecen con fuerza, no puedo detenerlo, y lo fácil sería gritar: ¡basta ya,
joder, déjame en paz, estoy cansado de la angustia, de la necesidad, de una
obligación como un vicio mal mirado! Veinte
de la tarde de esta tarde infructuosa. Después de mucho pensar he acordado
decir con todos mi yoes en que no conozco la rutina. Pero claro, callo más de
lo que necesito, historias por venir, sacrificios por milagros. El estado
actual de las cosas sigue siendo el mismo: silencio, se vive la aventura. Son
las veinte cuarenta y dos de la tarde noche de un domingo ventoso.
martes, 7 de abril de 2015
Con vosotros
Llevadme con vosotros, quiero volver
a mojar los pies en aquel vado de paz en la guerra.
Coged mi mano tan míseramente adulta
y arrastradme al sueño en los manglares,
a los versos de aire y de tierra con vosotros,
para reír de pena dulce con vosotros.
Llevo en mi carne la vuestra por no poder
arrancar de mis ojos el recuerdo,
de las negras pieles de los ojos negros.
Sois tan hijos míos hoy como lo fuisteis de Ella.
Como lo sois de la pureza que el hombre ha
maltratado.
Llevadme con vosotros, quiero volver.
domingo, 5 de abril de 2015
La performance del fervor
Hay quienes se
posicionan airadamente en contra y hay quienes la defienden con uñas y dientes,
como si les hubiesen mentado a la madre. De por medio, el exceso y una pasión
mal entendida, por ambos extremos de la despeluchada cuerda de pita.
Entiendo la Semana
Santa como una especie de performance al estilo de la Documenta 13 de Kassel no invita a la lógica de mi
admirado Vila-Matas. Visto así, en realidad, no hay nada malo en esto de una
prolongada representación del mito fundacional del cristianismo. Como en toda
obra de teatro también el espectador es pieza clave para que todo salga como ha
de salir. Y no, no le saco los flecos a una fiesta que se repite cada año para
gusto de la inmensa -y por lo tanto estúpida (váyase a la definición del
diccionario del término "estúpido")- mayoría. Es una fiesta y como
tal también la entiende este andaluz mío tan particular y por el que cada vez
siento más cariño al tiempo que compasión. Una obra barroca, solemne, en la que
muchos juegan durante algunos días a esto de la espiritualidad para después
seguir insistiendo en el pecado por aquello de lo inevitable. Hay mucho de
pasión y de dinero de por medio. La Iglesia Católica da un pasito y se echa a
un lado, como diciendo: ves, es justo esto lo que pretendíamos, podemos
sentirnos orgullosos. Desde luego.
Flaco favor se hace a
la memoria de Jesús con la fiesta. Al menos así me lo parece a mí, que desde
hace no demasiado tiempo admiro su figura ficticia con un respeto mucho mayor
que el que veo en la mayoría de los que se consideran cristianos. No, en la
Semana Santa se ve o se oye muy poquito de lo que fue su verdadero mensaje, un
mensaje altamente revolucionario y auténtico; ay, un mensaje que sería tan
valioso para nosotros, en estos tiempos.
Pero esto no tiene nada
que ver con ese Jesús (Jesús sin Cristo, por supuesto, al modo de Antonio
Machado) al que me refiero. Esto es una performance cuyo origen se pierde en la
noche de los tiempos y hoy se mantiene ignorando su incuestionable idolatría,
su más que evidente componente pagana.
Dejando a un lado toda
la hipocresía -que es mucha en esta performance y en cuyos detalles no voy a
entrar por la obviedad que resulta-, la Semana Santa, estéticamente, es un
regalo. Es difícil no emocionarse al paso de la procesión con su enigmática
escolta, su banda tocando a ira y fuego, y por supuesto, con el hiperrealismo
de las imágenes sufrientes (hiperbólico memento mori) sobre los tronos o pasos.
A poco que uno se deje llevar por la masa sentirá que algo le envuelve y le
arrastra hasta llegar incluso al momento de la lágrima, fuera de toda creencia
en realidad, fuera de toda verdadera espiritualidad, al modo de Stendhal en
Firenze.
Pero, oh, resulta que
España es un país aconfesional. ¿Ahora qué hacemos? España es tan aconfesional como
un servidor bombero torero, esa es la verdad. Los españoles hemos de saber que
vivimos en un país altamente tradicionalista (católico hasta el dolor de huevos,
a mi modesto entender) y mayoritariamente conservador. El sentimiento nacional
es mucho mayor del que nos gusta creer y quizá, mucho mayor de lo que podría
considerarse sano para una sociedad. Dicho esto creo que debemos -todos- pensar
en ese feo lugar común que es el respeto como base para toda sociedad
civilizada. También es esta España
nuestra la España del exceso. Algo en lo que no estaría mal del todo
reflexionar.
Como en la Fiesta de Serrat, en la Semana Santa, se
juntan (que no revueltos, a dónde vamos a llegar) el currelas y el apoderado.
Todos unidos por un sentimiento que es como un juego de rol y que por lo tanto no
es que sea falso, pero tampoco es verdadero. Es el momento mágico de la performance,
es el prestigio. Ya digo, entendido esto, comprenderemos que la Semana Santa,
para ser sinceros, tiene muy poca relevancia espiritual, que no institucional o
religiosa. En Cádiz, por lo que me toca, es una derivación incomprensible pero
cierta del carnaval, del ombliguismo tan dañino que padecemos, del culto más
allá de lo razonable a un lugar en el mapa.
Hoy es domingo de
resurrección. El Nuevo Testamento nos brinda varias versiones de la salida de
Jesús del Santo Sepulcro. La historia ya había degenerado para entonces. Yo le
quitaría todo mensaje puramente religioso al hecho y lo cambiaría por uno más
filosófico: el bien gana sobre el mal (aunque para ello los autores de la obra
empleasen el elemento fantástico). Hoy es domingo de resurrección y desde mi
ateísmo (¿?) me gustaría invitar a profundizar sobre el personaje ficticio de
Jesús y su mensaje. No sé qué pensarán ustedes, a mí me ayuda a creer en que
una humanidad mejor es posible. mientras tanto, la Semana Santa, se me hace
soportable.
sábado, 28 de marzo de 2015
El horror, el horror
Tal vez el único y
último sentimiento colectivo que experimentamos o que realmente merece la pena conservar
sea el horror. Tal vez ya no se puede considerar otro estado que una más a una
sociedad. Y tal vez sea que el horror nos une porque nace de una mirada individualista,
del egoísmo podríamos decir, como parte esencial de nuestra supervivencia como
especie.
No podría demostrarlo
con documentos, pero hoy se cobran más vidas la depresión o la ansiedad que el
cáncer o los accidentes de tráfico. Me pregunto si esto último no estará
también íntimamente relacionado con lo primero. El caso es que se está más
cerca de la muerte en la depresión y en la ansiedad que de la vida. Hasta aquí
y ahora nos hemos traído nosotros solitos. Era lo que deseábamos sin saber; o
mejor dicho, sin querer saber. Después ya veremos, no nos dijimos, si alguna
vez lo pensamos. Convencida la muerte de que nos hemos vuelto animales
complejos asistimos a la permanente actualización de sus sistemas en una sofisticación
cuyo objetivo no es otro que el de provocar el horror de quien la contempla. De
perder esa batalla, la muerte, estaríamos perdidos y sin remedio. Aquellas
últimas palabras del señor Kurtz llevan repitiéndose en mi cabeza toda la
semana. Desde Boko Haram pasando por Túnez y cayendo en Los Alpes, por colocar
algunos ejemplos de cierta repercusión, las palabras del hombre de Conrad
hablaban del futuro. Y el futuro es hoy. El futuro somos nosotros.
¿Quiénes somos
nosotros?
Miramos a través de las
lentes del microscopio. Para empezar la polución ya nos dificulta bastante la
faena. No obstante, observemos: Nosotros somos la vida animal más desarrollada tecnológicamente
sobre la Tierra. Pero no, no es eso lo que nos define. Nos definimos mucho
mejor con la sociedad sin tiempo para criar y educar y preparar a sus
descendientes; la sociedad sin tiempo para cuidar de sus mayores; la sociedad
sin tiempo para conversar sin límites sobre todo lo conversable; la sociedad en
la que las humanidades o la creatividad son un aparte y la ciencia está al
servicio de la blitzkrieg auto aniquiladora. Se podría decir que somos la
sociedad esclava del producto de su propia invención, el dinero; pero es que ni
siquiera es eso, es algo peor, y que no tiene nombre, y que tiene que ver con
el tiempo que pasamos entre el útero y la sepultura, pero que tampoco es eso.
Después ocurre que un individuo, piloto de la aviación comercial para más
señas, decide mandarlo todo al carajo seguido de forma involuntaria por ciento
cuarenta y nueve compañeros de tragedia. Y nadie puede responder a qué es lo
que ha pasado. Y todos, al unísono, susurramos a las orejas de los que no
pueden escuchar y que también somos nosotros "el horror, el horror".
El líquido escurridizo de la culpa inunda nuestras calles -no lo vemos, desde
luego- sin que nos paremos siquiera un segundo a pensar que en realidad todos volábamos
en ese avión, como víctimas; del mismo modo que somos quienes lo arrojamos de
forma brutal sobre las afiladas rocas de las montañas que apuntalan el Mont
Blanc.
Incurriré en la
obviedad de forma intencionada. Si hay algo que pueden compartir el ciudadano
urbanita del occidente civilizado y un agricultor del noreste ugandés es la
opinión de que el mundo que le ha tocado vivir es una mierda. En el caso del
africano su nivel de desarrollo lo exime de gran parte de culpa. Nosotros no
tenemos perdón de Dios.
Saben, tengo un huerto,
algo muy pequeño, en el que con mi padre removí la tierra y después plantamos
tomates, pimientos, berenjenas y patatas. Aspiramos a sembrar sandías y en
realidad, todo lo que se nos vaya ocurriendo. Hasta la fecha mis actividades
campestres iban por caminos algo alejados de esto de la siembra y la zoleta.
Ahora que casi todo el trabajo del huerto está terminado y lo que nos queda, a
mi padre y a mí, es esperar y mantener, pero sobre todo, mirar, mirar mucho;
ahora que se puede reflexionar sobre lo ya trabajado, uno piensa en el huerto
más de lo que se podría considerar normal. También ocurre que soy padre de dos
hermosísimos hijos. Fui padre por primera vez demasiado joven para entender en
toda su profundidad lo que aquello significaba. Con el anunciamiento de mi
segundo hijo di algunos pasos más. Ahora, a mis casi treinta y cuatro años,
vuelvo a esperar la llegada de una nueva aportación que contribuya a la
esperanza, espero otro hijo. Cuando voy a casa de mis padres no falto a mi
momento de contemplación (oración) del huerto. Por otro lado, me encuentro en
la fase final de gestación de mi segunda novela. Dadas las circunstancias, el
pensamiento -que es real e inevitable- de que el mundo es una mierda se me
clava en la carne sangrante, y duele.
La ecuación final es
probablemente la más compleja y difícil de entender de la historia de las
matemáticas, cuando no de la historia del ser humano. La vida es maravillosa o
potencialmente maravillosa desde un punto de vista objetivo (vida: nacer,
crecer: avanzar: ser parte de: contribuir a: vida igual a vida sobre la muerte
que es vacío total y absoluto de todo igual a nada). Pero el ser humano (un
símbolo, la victoria de la carne) ha llevado sus pasos hacia un mundo que le
parece una mierda porque realmente es una mierda y siempre, o casi siempre,
históricamente, el mundo siempre le ha parecido una mierda, siempre a peor del
mundo de un tiempo ya pasado.
La vida puede ser
maravillosa, pese a que el mundo es una mierda insoportable. Lo sabemos. Sin
embargo contribuimos más a que el mundo sea una mierda que a la felicidad
inherente a la vida misma (ver lo vivo y vivir y reproducir la vida es
felicidad).
Pero hoy no hay quien
pare a pensar en ecuaciones; hoy más que nunca, lo único que tenemos en la
cabeza son aquellas últimas palabras de Kurtz: el horror, el horror.
sábado, 14 de marzo de 2015
La tragedia gaditana
Pareciera que la ciudad
se ocultase tras esa interminable mascarada; como si tras el antifaz habitasen
llorosos y lastimeros ojos de abandonado. Pareciera esto y otras muchas cosas,
sentimientos al fin y al cabo, falsa alegría y permanente sonrisa, como risas
nerviosas en noches de tanatorio. Asistimos en realidad a un escenario de
prolongada y agónica muerte. La ciudad tiene razones más que suficientes para
mantener un carnaval de cien días. Para continuar con la fiesta la prolongamos
con un puente en el espacio; extendemos la risa de la careta que celebra la
vida en la superficialidad de una bahía de lecho fangoso y superficie sensible
al viento. Solía justificar el proyecto y la presente existencia del puente.
Decía: se trata de la MSC, una gran compañía a nivel mundial (la más grande
probablemente, yo he visto barcos enormes en alta mar y a un palmo de cada
desierto por cada banda en el Canal de Suez y en muchos puertos bajo las osadas
plumas de las grúas portacontenedores, en fin, y puertos llenos de vida
alargando la vida portuaria más allá de tierra adentro y pueblos nutriéndose de
lo que iba y venía del mar); se trata de recuperar nuestros orígenes. Nuestros
orígenes son plenamente oceánicos. El océano es vida más allá de la tierra. Y
en nuestros orígenes la vida refluía desde la mar y nosotros -aquellos que
éramos- mirábamos sin ver el proceso, era lo natural. Sí, el gaditano viene a
ser como una gaviota sin alas: una alegre criatura fascinada y que contempla el
mar y baña sus plumas en el juego en orillas de fina arena amarilla. Sí, el
gaditano es a la mar como la mar a la ciudad de Cádiz. Nuestros orígenes cobran
sentido cuando se piensa en el mar que moja los bloques de hormigón y que a
veces es furia pura y que a veces es una caricia y que siempre es una verdad
ineludible (o tal vez no, o tal vez no) para una ciudad que ya no ha de temblar
bajo el asedio. Para entendernos, nuestros orígenes. La antigua gaviotilla
gaditana evolucionó gracias a su forma de entender el mar como único camino
hacia el resto del Universo.
La última gran tragedia
gaditana es el destrozo del proyecto para una nueva terminal de contenedores.
Ya tenemos justificados dos docenas de carnavales más de cien días cada uno de
ellos. Ya me dirán de qué manera puedo hablar ahora de lo necesario de ese nuevo
puente. Me es muy difícil no mirar hacia el puerto cuando llego a Cádiz. No
gasto antifaz, mi tristeza es visible y me pregunto por la ausencia de antifaz
en mi rostro. Los norayes sin estachas que los abracen dejan un vacío en mi
interior de la misma magnitud del insulto a unos orígenes que por otro lado
tratamos de vindicar. Dando la espalda al mar matamos a la gaviota, la
estrangulamos lentamente mientras la miramos a sus ojos cubiertos. El silencio
gaditano (el gaditano, tan chillón a veces y tan superficialmente beligerante
ante las continuas injusticias) es el producto de la costumbre que poco pueden
paliar las simpáticas y pretenciosas coplillas de las comparsas. Es por eso que
tiene mucho más sentido el alboroto de la chirigota que canta y ríe, siempre
por no llorar. Ahora tenemos un puente. Debemos preguntarnos qué o quiénes se
han marchado por él.
Pareciera que la ciudad
se ocultase y evitase toda verdadera ilusión. Donde otros ven una fiesta me es
inevitable ver la depresión endémica de unos genes que han transformado el arco
de la boca en una sonrisa de mascarada. Nos obligan a vivir de espaldas al mar.
Una isla de gaviotas que han de mirar hacia el interior sin que en el interior
exista más alimento que el engaño y la farsa. Alguien debió pensar que quizá,
lo mejor, sería que las gaviotas se marchasen; y decidió que para ello, lo
mejor, sería un puente. Así podrían quedar asombrados por la proeza mientras
abandonan la tierra de sus orígenes contemplando el mar bajo sus alas, desde
las alturas, en el largo camino al exilio.
En realidad la ciudad
es graciosa y es histórica y no es Dubrovnik ni es Malta ni tiene nada que ver
con ciudades verdaderamente turísticas. En realidad Cádiz no es la Venecia que
se pretende vender. No lo es. La historia de Cádiz yace sepultada a muchos
metros. La historia nos legó al fenicio que hoy y siempre ha sido la gaviotilla
gaditana. El fenicio y el cartaginés, llegaron desde la mar y entendieron que
para llegar a Cádiz o para salir de ella no les quedaba otra que construir
navíos de valiente proa. No le vieron más sentido mirar hacia la tierra, así
que no lo hicieron; se quedaron en el pedacito de isla y ya nunca jamás miraron
tierra adentro. La mar les daba cuanta vida necesitasen. Sencillamente: la vida
se desarrolla mejor cuando es regada de continuo por el oleaje. El pirata lo
sabía y el gaditano llegó a ser pirata por convicción, siempre en permanente
navegación entre dos aguas. Fue una ciudad de todas las gentes del mundo.
Sencillamente: los caminos del mar son los caminos hacia el resto del Universo.
Y del Universo venían razas desde sus confines y se quedaban porque vivir en
Cádiz era como una no interrupción de la navegación, aun en tierra seguían
navegando; y para sentir el aire marino, se asomaban a la bahía, negros y
piratas, moros y romanos, todos, la gaviota de hoy, sometida en contra de su
naturaleza marina.
La última gran tragedia
gaditana es el destrozo de un proyecto para abrirse de nuevo al mar. Sin flota
de pesca, el comercio marítimo era una buena opción. Ya no se observan buques
Ro-Ro descargando sus tripas ni hombres portuarios de malvivir sentados en el
cantil refrescando con cerveza su sudor. Ahora el puerto es una desolación
enrejada. Desde fuera se contempla como se haría en un zoológico en el que han
muerto todas sus criaturas. Ocurre que a veces la insolencia de un gran
transatlántico tapa la vista. El portuario gaditano mide sus dimensiones y
sonríe a los que llegan para no entender y para subir a un autobús que les
mostrará la abulia del viandante gaditano perdido. El trayecto durará en el mejor de los casos
hora y media. Después embarcarán, y no habrán entendido nada. Y la gaviota
presa de la tierra ni siquiera se despedirá, porque tampoco habrá entendido qué
ocurrió y cuándo ocurrió, en su ciudad, que había sido tan marinera. La última
gran desgracia gaditana es cerrarle el puerto de su esperanza. Para
compensarle, un puente. Un puente por el que huir lejos, sin mirar atrás, al
fenicio sepultado que una vez llegó a Cádiz por primera vez y pensó que todos
los caminos llegaban a Cádiz, siempre desde el mar.
domingo, 8 de marzo de 2015
Chilo y Thomas Hudson hablan sobre las mujeres (Villa en Fort Liberté)
Permanecen
un rato en silencio y la mente de cada uno divaga por el laberinto de sus
intimidades como viajando muy lejos de allí y volviendo sólo de vez en cuando
para espantar una mosca o rascarse la picadura de un mosquito o para retirar
con el antebrazo o el pulpejo de una mano el sudor de la cara. Thomas sigue
empeñado en su trabajo y Chilo sólo se dedica a mirar.
-Parece bueno -dice Thomas de pronto.
Chilo sale de su ensimismamiento y
recuerda la taza de café en su mano y bebe un sorbo.
-¿Parece bueno? -pregunta
desconcertado.
-Ese romance que mantienes con la
doctora, parece bueno.
-No es ningún tipo de romance.
-¿Ah, no? Entonces, ¿cómo lo llamas?
Chilo busca palabras con las que
parecer convincente pero no las encuentra y entonces supone que simplemente no
las hay, no hay palabras para lo que quisiera expresar.
-La verdad es que tampoco lo sé.
Thomas se gira y da la espalda a la
pintura y sonríe por primera vez desde que Chilo llegase y se sentase a verlo
trabajar.
-Bueno, ahora que sólo estamos los
dos podríamos llamarlo romance sin que eso significase gran cosa, ¿no te
parece?
-No creo que debamos hablar sobre eso
-dice Chilo muy serio, sus ojos viajan a través de la arcada sobre la
balaustrada y se pierden entre las ramas del mango.
-En mi vida tuve muchas mujeres,
¿sabes? Siempre tenía una mujer a mi lado. Eso me gustaba. Era afamado por
ello. Compraba una casa cada vez que tenía una nueva mujer a mi lado. Cuando se
acababa la relación también vendía la casa -dice y carcajea brevemente-. Con
muchas de ellas recorrí gran parte del mundo y era agradable tenerlas cerca
cuando uno se maravillaba con algún nuevo descubrimiento. A ellas también le
gustaba eso y era gracioso, me resultaba divertido que esas cosas ocurriesen
porque sí. ¿Has conocido muchas mujeres, Chilo?
-Imagino que conocer no es la mejor
manera de decirlo. Algunas ha habido, llegaban por casualidad, y ahora que lo
pienso, no sé, es algo que nunca tuvo demasiada importancia para mí.
Thomas lo mira sonriente y Chilo
entiende que la conversación le produce una diversión que le es difícil
comprender y cae en la cuenta que últimamente apenas le ha visto sonreír. Trata
de peinar su pelo hacia atrás y el flequillo vuelve a caer hacia delante
cubriendo parcialmente sus pobladas cejas grises. Reconoce en la mirada de
Thomas aquellas miradas de cuando se conocieron.
-Era muy joven -empieza a decir
Chilo-. Había una muchacha, apenas puedo recordar su cara, no puedo decir que
llegase a conocerla. Creo que ella sí fue importante. Ha pasado mucho tiempo
ya, pero ahora que la recuerdo, Teresa creo que se llamaba, sí, Teresita, ahora
estoy seguro. Sí, es como si siempre hubiese estado ahí.
-Me parece que ya sé lo que te hizo
Teresita -dice Thomas y arranca en una sonora carcajada.
Chilo responde con su media sonrisa.
-Sí, eso debe ser.
-Todos recordamos a nuestra Teresita,
es justo que lo hagamos, incluso cuando se es viejo y ya pensar en mujeres
sirva de muy poco -dice Thomas y queda un momento pensativo-. A lo mejor es por
eso por lo que ahora creo que es lo justo.
Cuando Thomas hace ademán de girar su
cuerpo para volver a encarar la pintura Chilo habla:
-No sé si es bueno o no.
Thomas vuelve a prestarle atención.
-¿Hablas de Odette?
-Sí.
El viejo pintor se despega con dos
dedos la camiseta de tirantes de su abultada barriga.
-Nunca se sabe. Tuve tantas al cabo
de mi vida... -dice y luego parece quedar bloqueado y su rostro queda
ensombrecido y se muestra serio mientras va y viene de sus pensamientos. Fuerza
la sonrisa.
-¿Y bien?
-Y bien ¿qué?
-¿Qué me puedes decir sobre las
mujeres?
El viejo Hudson carraspea.
-Creo que sólo aprendí una única cosa
en todo ese tiempo en el que siempre tenía una mujer a mi lado. Son complejas.
Un hombre no debería tratar de entenderlas. Es como intentar alcanzar a nado el
centro del océano luchando, sin fuerza y sin saber cómo, contra el intenso
oleaje que te hace regresar una y otra vez a la orilla -dicho esto deja de hablar
y viejas reflexiones a las que no volvía desde hace mucho tiempo aparecen en la
superficie en un proceso incomprensible y misterioso. Chilo escucha con
atención-. Muchas veces pensé, cuando las cosas no iban bien con alguna de
ellas sobre todo, que Dios no las había puesto en el mundo para lo mismo que
nos había puesto a los hombres. Con las cosas así, no es de extrañar que uno
acabe como he acabado yo, solo. Estoy casi seguro de que eso no habla bien de
mí. También estoy seguro de que es mejor no acabar solo.
Thomas termina de hablar y se gira de
súbito y aplica la punta del pincel con oficio a la paleta donde los colores
aparecen mezclados y ninguno es ya lo que en principio debió ser. Luego lleva
el pincel a la pintura y retoca algo en ella que a Chilo le es imposible
averiguar.
-Dijiste que habías aprendido algo
sobre ellas -dice Chilo.
Sonriente, Thomas se gira.
-Sí, nunca se puede estar seguro de
algo así. Pero sí, eso creo.
Saca del bolsillo de la camisa el
paquete de cigarrillos, se lleva uno a los labios y lo enciende, se mueve
rápido y de una forma mecánica.
-¿Qué aprendiste?
Thomas deja correr unos segundos de
silencio, como masticando las palabras antes de liberarlas.
-Que debía amarlas tanto como me
permitieran mientras ellas se dejasen.
Sueltas las palabras ambos ríen y dan
por finalizada la conversación y Thomas retoma el trabajo y su gesto es serio,
casi preocupado, y Chilo no lo puede ver y también él se torna serio y
meditabundo sin que sus pensamientos lleguen a parecerse lo más mínimo a
aquellos que recorren fugaces el interior de la cabeza del pintor.
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