Permanecen
un rato en silencio y la mente de cada uno divaga por el laberinto de sus
intimidades como viajando muy lejos de allí y volviendo sólo de vez en cuando
para espantar una mosca o rascarse la picadura de un mosquito o para retirar
con el antebrazo o el pulpejo de una mano el sudor de la cara. Thomas sigue
empeñado en su trabajo y Chilo sólo se dedica a mirar.
-Parece bueno -dice Thomas de pronto.
Chilo sale de su ensimismamiento y
recuerda la taza de café en su mano y bebe un sorbo.
-¿Parece bueno? -pregunta
desconcertado.
-Ese romance que mantienes con la
doctora, parece bueno.
-No es ningún tipo de romance.
-¿Ah, no? Entonces, ¿cómo lo llamas?
Chilo busca palabras con las que
parecer convincente pero no las encuentra y entonces supone que simplemente no
las hay, no hay palabras para lo que quisiera expresar.
-La verdad es que tampoco lo sé.
Thomas se gira y da la espalda a la
pintura y sonríe por primera vez desde que Chilo llegase y se sentase a verlo
trabajar.
-Bueno, ahora que sólo estamos los
dos podríamos llamarlo romance sin que eso significase gran cosa, ¿no te
parece?
-No creo que debamos hablar sobre eso
-dice Chilo muy serio, sus ojos viajan a través de la arcada sobre la
balaustrada y se pierden entre las ramas del mango.
-En mi vida tuve muchas mujeres,
¿sabes? Siempre tenía una mujer a mi lado. Eso me gustaba. Era afamado por
ello. Compraba una casa cada vez que tenía una nueva mujer a mi lado. Cuando se
acababa la relación también vendía la casa -dice y carcajea brevemente-. Con
muchas de ellas recorrí gran parte del mundo y era agradable tenerlas cerca
cuando uno se maravillaba con algún nuevo descubrimiento. A ellas también le
gustaba eso y era gracioso, me resultaba divertido que esas cosas ocurriesen
porque sí. ¿Has conocido muchas mujeres, Chilo?
-Imagino que conocer no es la mejor
manera de decirlo. Algunas ha habido, llegaban por casualidad, y ahora que lo
pienso, no sé, es algo que nunca tuvo demasiada importancia para mí.
Thomas lo mira sonriente y Chilo
entiende que la conversación le produce una diversión que le es difícil
comprender y cae en la cuenta que últimamente apenas le ha visto sonreír. Trata
de peinar su pelo hacia atrás y el flequillo vuelve a caer hacia delante
cubriendo parcialmente sus pobladas cejas grises. Reconoce en la mirada de
Thomas aquellas miradas de cuando se conocieron.
-Era muy joven -empieza a decir
Chilo-. Había una muchacha, apenas puedo recordar su cara, no puedo decir que
llegase a conocerla. Creo que ella sí fue importante. Ha pasado mucho tiempo
ya, pero ahora que la recuerdo, Teresa creo que se llamaba, sí, Teresita, ahora
estoy seguro. Sí, es como si siempre hubiese estado ahí.
-Me parece que ya sé lo que te hizo
Teresita -dice Thomas y arranca en una sonora carcajada.
Chilo responde con su media sonrisa.
-Sí, eso debe ser.
-Todos recordamos a nuestra Teresita,
es justo que lo hagamos, incluso cuando se es viejo y ya pensar en mujeres
sirva de muy poco -dice Thomas y queda un momento pensativo-. A lo mejor es por
eso por lo que ahora creo que es lo justo.
Cuando Thomas hace ademán de girar su
cuerpo para volver a encarar la pintura Chilo habla:
-No sé si es bueno o no.
Thomas vuelve a prestarle atención.
-¿Hablas de Odette?
-Sí.
El viejo pintor se despega con dos
dedos la camiseta de tirantes de su abultada barriga.
-Nunca se sabe. Tuve tantas al cabo
de mi vida... -dice y luego parece quedar bloqueado y su rostro queda
ensombrecido y se muestra serio mientras va y viene de sus pensamientos. Fuerza
la sonrisa.
-¿Y bien?
-Y bien ¿qué?
-¿Qué me puedes decir sobre las
mujeres?
El viejo Hudson carraspea.
-Creo que sólo aprendí una única cosa
en todo ese tiempo en el que siempre tenía una mujer a mi lado. Son complejas.
Un hombre no debería tratar de entenderlas. Es como intentar alcanzar a nado el
centro del océano luchando, sin fuerza y sin saber cómo, contra el intenso
oleaje que te hace regresar una y otra vez a la orilla -dicho esto deja de hablar
y viejas reflexiones a las que no volvía desde hace mucho tiempo aparecen en la
superficie en un proceso incomprensible y misterioso. Chilo escucha con
atención-. Muchas veces pensé, cuando las cosas no iban bien con alguna de
ellas sobre todo, que Dios no las había puesto en el mundo para lo mismo que
nos había puesto a los hombres. Con las cosas así, no es de extrañar que uno
acabe como he acabado yo, solo. Estoy casi seguro de que eso no habla bien de
mí. También estoy seguro de que es mejor no acabar solo.
Thomas termina de hablar y se gira de
súbito y aplica la punta del pincel con oficio a la paleta donde los colores
aparecen mezclados y ninguno es ya lo que en principio debió ser. Luego lleva
el pincel a la pintura y retoca algo en ella que a Chilo le es imposible
averiguar.
-Dijiste que habías aprendido algo
sobre ellas -dice Chilo.
Sonriente, Thomas se gira.
-Sí, nunca se puede estar seguro de
algo así. Pero sí, eso creo.
Saca del bolsillo de la camisa el
paquete de cigarrillos, se lleva uno a los labios y lo enciende, se mueve
rápido y de una forma mecánica.
-¿Qué aprendiste?
Thomas deja correr unos segundos de
silencio, como masticando las palabras antes de liberarlas.
-Que debía amarlas tanto como me
permitieran mientras ellas se dejasen.
Sueltas las palabras ambos ríen y dan
por finalizada la conversación y Thomas retoma el trabajo y su gesto es serio,
casi preocupado, y Chilo no lo puede ver y también él se torna serio y
meditabundo sin que sus pensamientos lleguen a parecerse lo más mínimo a
aquellos que recorren fugaces el interior de la cabeza del pintor.
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