domingo, 5 de abril de 2015

La performance del fervor




Hay quienes se posicionan airadamente en contra y hay quienes la defienden con uñas y dientes, como si les hubiesen mentado a la madre. De por medio, el exceso y una pasión mal entendida, por ambos extremos de la despeluchada cuerda de pita.

Entiendo la Semana Santa como una especie de performance al estilo de la Documenta 13 de Kassel no invita a la lógica de mi admirado Vila-Matas. Visto así, en realidad, no hay nada malo en esto de una prolongada representación del mito fundacional del cristianismo. Como en toda obra de teatro también el espectador es pieza clave para que todo salga como ha de salir. Y no, no le saco los flecos a una fiesta que se repite cada año para gusto de la inmensa -y por lo tanto estúpida (váyase a la definición del diccionario del término "estúpido")- mayoría. Es una fiesta y como tal también la entiende este andaluz mío tan particular y por el que cada vez siento más cariño al tiempo que compasión. Una obra barroca, solemne, en la que muchos juegan durante algunos días a esto de la espiritualidad para después seguir insistiendo en el pecado por aquello de lo inevitable. Hay mucho de pasión y de dinero de por medio. La Iglesia Católica da un pasito y se echa a un lado, como diciendo: ves, es justo esto lo que pretendíamos, podemos sentirnos orgullosos. Desde luego.

Flaco favor se hace a la memoria de Jesús con la fiesta. Al menos así me lo parece a mí, que desde hace no demasiado tiempo admiro su figura ficticia con un respeto mucho mayor que el que veo en la mayoría de los que se consideran cristianos. No, en la Semana Santa se ve o se oye muy poquito de lo que fue su verdadero mensaje, un mensaje altamente revolucionario y auténtico; ay, un mensaje que sería tan valioso para nosotros, en estos tiempos.

Pero esto no tiene nada que ver con ese Jesús (Jesús sin Cristo, por supuesto, al modo de Antonio Machado) al que me refiero. Esto es una performance cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y hoy se mantiene ignorando su incuestionable idolatría, su más que evidente componente pagana.

Dejando a un lado toda la hipocresía -que es mucha en esta performance y en cuyos detalles no voy a entrar por la obviedad que resulta-, la Semana Santa, estéticamente, es un regalo. Es difícil no emocionarse al paso de la procesión con su enigmática escolta, su banda tocando a ira y fuego, y por supuesto, con el hiperrealismo de las imágenes sufrientes (hiperbólico memento mori) sobre los tronos o pasos. A poco que uno se deje llevar por la masa sentirá que algo le envuelve y le arrastra hasta llegar incluso al momento de la lágrima, fuera de toda creencia en realidad, fuera de toda verdadera espiritualidad, al modo de Stendhal en Firenze.

Pero, oh, resulta que España es un país aconfesional. ¿Ahora qué hacemos? España es tan aconfesional como un servidor bombero torero, esa es la verdad. Los españoles hemos de saber que vivimos en un país altamente tradicionalista (católico hasta el dolor de huevos, a mi modesto entender) y mayoritariamente conservador. El sentimiento nacional es mucho mayor del que nos gusta creer y quizá, mucho mayor de lo que podría considerarse sano para una sociedad. Dicho esto creo que debemos -todos- pensar en ese feo lugar común que es el respeto como base para toda sociedad civilizada.  También es esta España nuestra la España del exceso. Algo en lo que no estaría mal del todo reflexionar.

Como en la Fiesta de Serrat, en la Semana Santa, se juntan (que no revueltos, a dónde vamos a llegar) el currelas y el apoderado. Todos unidos por un sentimiento que es como un juego de rol y que por lo tanto no es que sea falso, pero tampoco es verdadero. Es el momento mágico de la performance, es el prestigio. Ya digo, entendido esto, comprenderemos que la Semana Santa, para ser sinceros, tiene muy poca relevancia espiritual, que no institucional o religiosa. En Cádiz, por lo que me toca, es una derivación incomprensible pero cierta del carnaval, del ombliguismo tan dañino que padecemos, del culto más allá de lo razonable a un lugar en el mapa.

Hoy es domingo de resurrección. El Nuevo Testamento nos brinda varias versiones de la salida de Jesús del Santo Sepulcro. La historia ya había degenerado para entonces. Yo le quitaría todo mensaje puramente religioso al hecho y lo cambiaría por uno más filosófico: el bien gana sobre el mal (aunque para ello los autores de la obra empleasen el elemento fantástico). Hoy es domingo de resurrección y desde mi ateísmo (¿?) me gustaría invitar a profundizar sobre el personaje ficticio de Jesús y su mensaje. No sé qué pensarán ustedes, a mí me ayuda a creer en que una humanidad mejor es posible. mientras tanto, la Semana Santa, se me hace soportable.


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