Hay quienes se
posicionan airadamente en contra y hay quienes la defienden con uñas y dientes,
como si les hubiesen mentado a la madre. De por medio, el exceso y una pasión
mal entendida, por ambos extremos de la despeluchada cuerda de pita.
Entiendo la Semana
Santa como una especie de performance al estilo de la Documenta 13 de Kassel no invita a la lógica de mi
admirado Vila-Matas. Visto así, en realidad, no hay nada malo en esto de una
prolongada representación del mito fundacional del cristianismo. Como en toda
obra de teatro también el espectador es pieza clave para que todo salga como ha
de salir. Y no, no le saco los flecos a una fiesta que se repite cada año para
gusto de la inmensa -y por lo tanto estúpida (váyase a la definición del
diccionario del término "estúpido")- mayoría. Es una fiesta y como
tal también la entiende este andaluz mío tan particular y por el que cada vez
siento más cariño al tiempo que compasión. Una obra barroca, solemne, en la que
muchos juegan durante algunos días a esto de la espiritualidad para después
seguir insistiendo en el pecado por aquello de lo inevitable. Hay mucho de
pasión y de dinero de por medio. La Iglesia Católica da un pasito y se echa a
un lado, como diciendo: ves, es justo esto lo que pretendíamos, podemos
sentirnos orgullosos. Desde luego.
Flaco favor se hace a
la memoria de Jesús con la fiesta. Al menos así me lo parece a mí, que desde
hace no demasiado tiempo admiro su figura ficticia con un respeto mucho mayor
que el que veo en la mayoría de los que se consideran cristianos. No, en la
Semana Santa se ve o se oye muy poquito de lo que fue su verdadero mensaje, un
mensaje altamente revolucionario y auténtico; ay, un mensaje que sería tan
valioso para nosotros, en estos tiempos.
Pero esto no tiene nada
que ver con ese Jesús (Jesús sin Cristo, por supuesto, al modo de Antonio
Machado) al que me refiero. Esto es una performance cuyo origen se pierde en la
noche de los tiempos y hoy se mantiene ignorando su incuestionable idolatría,
su más que evidente componente pagana.
Dejando a un lado toda
la hipocresía -que es mucha en esta performance y en cuyos detalles no voy a
entrar por la obviedad que resulta-, la Semana Santa, estéticamente, es un
regalo. Es difícil no emocionarse al paso de la procesión con su enigmática
escolta, su banda tocando a ira y fuego, y por supuesto, con el hiperrealismo
de las imágenes sufrientes (hiperbólico memento mori) sobre los tronos o pasos.
A poco que uno se deje llevar por la masa sentirá que algo le envuelve y le
arrastra hasta llegar incluso al momento de la lágrima, fuera de toda creencia
en realidad, fuera de toda verdadera espiritualidad, al modo de Stendhal en
Firenze.
Pero, oh, resulta que
España es un país aconfesional. ¿Ahora qué hacemos? España es tan aconfesional como
un servidor bombero torero, esa es la verdad. Los españoles hemos de saber que
vivimos en un país altamente tradicionalista (católico hasta el dolor de huevos,
a mi modesto entender) y mayoritariamente conservador. El sentimiento nacional
es mucho mayor del que nos gusta creer y quizá, mucho mayor de lo que podría
considerarse sano para una sociedad. Dicho esto creo que debemos -todos- pensar
en ese feo lugar común que es el respeto como base para toda sociedad
civilizada. También es esta España
nuestra la España del exceso. Algo en lo que no estaría mal del todo
reflexionar.
Como en la Fiesta de Serrat, en la Semana Santa, se
juntan (que no revueltos, a dónde vamos a llegar) el currelas y el apoderado.
Todos unidos por un sentimiento que es como un juego de rol y que por lo tanto no
es que sea falso, pero tampoco es verdadero. Es el momento mágico de la performance,
es el prestigio. Ya digo, entendido esto, comprenderemos que la Semana Santa,
para ser sinceros, tiene muy poca relevancia espiritual, que no institucional o
religiosa. En Cádiz, por lo que me toca, es una derivación incomprensible pero
cierta del carnaval, del ombliguismo tan dañino que padecemos, del culto más
allá de lo razonable a un lugar en el mapa.
Hoy es domingo de
resurrección. El Nuevo Testamento nos brinda varias versiones de la salida de
Jesús del Santo Sepulcro. La historia ya había degenerado para entonces. Yo le
quitaría todo mensaje puramente religioso al hecho y lo cambiaría por uno más
filosófico: el bien gana sobre el mal (aunque para ello los autores de la obra
empleasen el elemento fantástico). Hoy es domingo de resurrección y desde mi
ateísmo (¿?) me gustaría invitar a profundizar sobre el personaje ficticio de
Jesús y su mensaje. No sé qué pensarán ustedes, a mí me ayuda a creer en que
una humanidad mejor es posible. mientras tanto, la Semana Santa, se me hace
soportable.
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