Duelo a garrotazos. Francisco de Goya. |
No sabía de lo que le
hablaba. Claro, ni siquiera le mencioné el blog. Le decía que, bueno, había
tratado de explicarme ciertas cosas a través de la palabra escrita, por medio
de mis propias palabras medidas y calibradas por las teclas. Fue en ese momento
que caí en la cuenta de que no mentía. Lo hice, o al menos lo intenté. Hoy
vuelvo a ello, de una forma diferente, tirando por el segundo sector.
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A veces ocurre que
quien te habla lleva haciéndolo toda la vida y tú, por la costumbre, por la
cercanía, por la familiaridad con que se llega a escuchar una voz o por los
gestos ya entendidos como rutina al modo de una coreografía que ya conoces, a
veces, ocurre, que el más antiguo de tus interlocutores mira hacia otro lado
cuando habla, hacia su propia vida, recorrida y recordada tal vez en unos pocos
segundos, y te dice algo que reconoces sabio, reconoces justo, como un verso
perfecto. Te dedica palabras que no son de este tiempo, en una conversación de
madrugada. Será que la madrugada nos desnuda o nos hace ver lo huérfanos que
somos. Pero de palabras hablo, de una intención, hablo. No viene al caso ahora
repetirlas, tampoco sería capaz. Era un consejo, acaso una lección, ¿para quién?
Sobre esas palabras que se referían a un presente concreto y que viajaban desde
el pasado, acariciando con la yema de los dedos el incierto futuro, sobre esas
palabras podría escribir yo ahora el que sería mi mejor poema; un poema
repetido, seguramente, porque todos los buenos poemas ya fueron escritos.
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Tirar por el segundo
sector no es un acto de valentía, sí de cálculo y precisión.
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El tuit de un amigo
venía a mostrar su hastío por estas dos Españas de siempre. Reclamaba esa
tercera España que nadie sabe qué puede ser ni dónde puede estar. Sí, las dos
Españas, la una y la otra, qué cosas, como aquella maravilla de Goya, Españas
de un origen ambas perdido en el olvido. Tierra de reyes y cuervos y
miserables, ¿cómo no vamos a tener siempre vencedores y vencidos? ¿Cómo no
vamos a tener fachas oscuros y rojos recalcitrantes? Mi amigo pedía su tercera
España movido por un sentimiento provocado por la crispación probablemente. Tal
vez, como le ocurre a servidor, por el profundo temor a caer uno mismo en la
radicalización. Se ha vuelto compleja la política de este país, y me temo que
no sepamos digerirla por mucho que nos empapemos de Juego de Tronos. La España de las dos Españas tiene la costumbre de
romperse cada cierto tiempo. Y puede que sí, que de cada derrumbe surja esa
tercera que después vuelve a las andadas en un bucle sin fin. Lo que me lleva a
pensar que la política tiene muy poco que ver con esto. De la cobardía al
heroísmo no hay más que un simple paso. Tan perniciosa es la cobardía como
falso es todo acto de heroísmo. Y la historia de España está llena de cobardes
y llena de falsos héroes, es la única España que reconozco, quien quiera ver otra cosa acabará enarbolando
alguna bandera, cualquiera de las dos.
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Decía que no sabía de
lo que hablaba, quizá porque tampoco yo era capaz de explicarlo con las tres o
cuatro palabras que manejo. Y en el fondo todo viene a ser que nada es blanco o
negro, como me dijo una vez un buen amigo, que todo en realidad, es de colores.
Tendemos al gris, los tiempos nos llevan al gris, esa amarga criatura que llegó
para quedarse cuando asesinamos a Dios y no supimos llenar su espacio. Entonces
fue que dijo la palabra mágica. Cuánto he pensado yo en esa palabra. La he
llevado siempre en la punta de la lengua, la he saboreado, he querido colocarla
lentamente en el acantilado de mi nariz y he bizqueado. No sé si es correcto
decir luchar individualmente por el humanismo. Sí, no sé si me entendía o no,
si yo me explicaba o no, pero vino a darme una respuesta. ¿Llegó por azar?
Hasta el átomo todo funciona de una manera que podemos creer previsible. Eso
hasta el átomo, del átomo hacia dentro todo cambia. Y en su voz la palabra
humanismo sonó hermosa, tal vez porque hacía tiempo que quería oírsela decir,
tal vez porque yo provoqué que la palabra, hermosa e inasible, saliera de sus
labios, como una promesa; o será que en esa palabra y sólo en esa palabra ser y
estar y amar es el mismo verbo.
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No se me ocurre un
momento mejor para la poesía que el que vivimos. Los que antes escribían poesía
ahora escriben novela negra. Sería estúpido preguntarse qué pretenden. Pero para
la crispación, nada hay como unos buenos versos bien cargados con lo más
profundo que pueda salir de un auténtico corazón humano. No existe pregunta a
la que un poema no haya tratado ya de rodear con sus brazos para convertirla en
otra cosa que no es respuesta, pero que tampoco produce dolor.
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