Sí, uno también pasa
por aquí para lamerse las heridas. Pasa uno, tal vez, ya que se abre el
procesador y hay que llenarlo y después está este espacio abierto hacia el
mundo dañino que... eso, que se aprovecha uno un poco de esto de dibujar con
palabras asuntos que se manejan con otro tipo de herramientas. Así que uno pasa
por aquí y empieza a lamerse las heridas de joven perro viejo.
Resulta que está el mundo.
Y en el mundo, los demás y lo demás. Algo así debió traernos el nihilismo, no
otra cosa. Ante esto Nietzsche propuso una utopía, un sendero, utópico,
irrealizable si se tienen las entrañas bien cubiertas por los nervios. Mis
entrañas han de ser como las del cordero agonizante. Vivimos sobresaturados de
posmodernismo y pose nihilista. Sí, quién no ha caído en la trampa y además ha
hecho alarde de ello. El sinsentido es mi paradigma, el sinsentido me da
sentido, la nada no me permite abrazarte porque ¿para qué? me cubro con la nada
de estos tiempos que tú no puedes manejar porque no has llegado a este estado
de perfección en el que mi sentido capitalista nihilista posmodernista me erige
en perfecto superviviente, un auténtico superhombre. Y yo lo sé. Yo que me
cruzo con cualquiera soy el cobarde dispuesto a sacarte los ojos si no eres
capaz de dar un beso con lengua como Dios manda. Hemos fastidiado hasta lo de
follar. Follar es un producto dentro de la cadena. Lo hemos deshumanizado
tanto, lo hemos incluido de tan mala manera en el trueque, que no, que ya ni
siquiera es follar, es otra cosa. Va en la línea de todo esto.
Va en la línea de todo
esto que un libro ya no es un libro o casi. Hay tantos ¿verdad? En la cima del
arte está Jeff Koons. No tenemos ni puta idea de si eso es arte o no. Nadie lo
sabe. Pero es arte sin embargo, arte fiel reflejo de un mundo perdido vagando
por el universo. La desolación en nuestras vidas, es el arte, sobrevivir a
ella, al mundo de la impureza en el que lo de menos es que existan precios a
pagar o no. Hemos dejado de ser dueños de nuestras vidas. Nuestras vidas, la
tuya y la mía, tú y yo hormiguitas en la fila, nuestras vidas murieron con
Dios, en ese preciso instante. No supimos manejar la situación (¿cuándo lo
hicimos?), pero ya da igual. Casi todos vivimos en la rueda del hámster. Mi
problema es que no sé correr en la rueda. ¿Cómo quieres hacerlo si no sabes, si
nunca quisiste aprender? Estúpido, tú querías amar a otros, qué gilipollez, por
su belleza como criatura única en su especie, querías poner en un altar a todos
aquellos que amabas, por encima de ti mismo, más allá, los demás, verdaderos
dioses de carne y hueso, de carne y hueso; pero no, ellos aprendieron, y tú no,
amar está sobrevalorado, el amor "romántico" (¿qué coño es eso del
amor romántico? a todo ponéis nombre, a todo ponéis vuestras manazas y vuestras
palabrazas para explicar para señalar, sí, todo con esa inmensa amargura, con
ese inquietante sentimiento trágico de la vida, señaláis y decís amor tal o amor
cual, amor de bobos, amor de adolescentes, amor sin amor, amor inventado y
coloreado por Hollywood o Leonor de Aquitania, pero amor esto amor lo otro,
nunca amor, siempre un bisnes, nunca amor) no tiene su lugar en un mundo
posmoderno en el que para vivir se ha de estar cómodo en el sinsentido, en el
carpe diem que nos ha salido de los cojones. Es imperdonable el error.
¿A qué viene toda esta
locura? Hará un par de noches me dijeron: ¡tú eres un romántico, tío, no me lo
podía ni imaginar! (Risas, carcajadas) No sé si lo soy. Lo soy acaso por
ambicionar no una casa, no un coche, no un reloj (¿quién coño puede ambicionar
un reloj?). Ambiciono vida, nada más, y no, tú tampoco la tienes, aunque lo
creas.
Cada cierto tiempo nos
asesinamos con licencia de quienes no van a matarse. Mientras tanto, nos vamos
preparando para el momento. El de enfrente no eres tú, es otro, y como no eres
tú mismo, es tu enemigo, aunque te metas en la cama con él. Todo es negociable
en este mundo nuestro. No negocies, vive, luego me cuentas qué tal te ha ido.
Está en el aire, el negocio. Ah, sí, quién me hablaba señalando con dedo
amistosamente acusador: tú y yo estamos en sintonía porque entre ambos no
existe el menor interés. No había caído en ello, es cierto, no lo hay. Su compañía me interesa, mucho. No ha sido
difícil. Casi da pudor decir amistad. La amistad no es de este mundo. Y el amor
son conexiones sinápticas y cosas de corriente alterna mezclada en controlados
tubos de ensayo en los que flota vete tú a saber qué coño de sustancias
químicas. Nada más. Desangrarse por amor está casi tan mal visto como hacerlo
por amistad, amor al fin y al cabo. Esto es condenadamente complejo, ¿no creen?
¿A que parecía fácil? No lo es. Podemos complicarlo más, podemos haber sido
testigos de la pureza, de mal en su estado natural, del amor cuando no existe
otro camino posible. Es entonces cuando los breves esquemas esbozados arden
como la zarza o el cardo. Ya no puedes ser hámster, aunque lo intentes. Eres
ratón silvestre y solo.
Habrá quien diga
pesimismo; o que a servidor le han atizado fuerte no hace mucho. El pesimismo
va de ejercitar poco la mente y de no haber mirado lo suficiente. A servidor le
atiza la luz del día cuando ella no está a su lado y la luz del día cuando no
encuentra los ojos de los que vio nacer. Así que hace poco me atizaron, como
ayer o antes de ayer. Porque puedo ir a un banco y pedir un crédito y después
ir a comprar un coche e ir con él a Mercadona y comprar una bandeja de ternera
y una botella de vino y helado para el postre y después marchar a casa mía de
mi propiedad según rezan las escrituras por las que pago la hipoteca. Puedo
hacer eso, y la luz del día me seguirá jodiendo igual. Hoy me decía una amiga
que estaba muy bien. Nunca se llega a la perfección, pero que estaba bien. La
conversación vía mensajes llegó a un punto en el que ella me decía que la
perfección era lo que se puede entender como felicidad. Pero primero decía la
perfección, y yo la entendí, sabía a qué se refería. Estaba bien y buscaba la
felicidad. Creo que sigo sin entenderlo.
Trataba de hablar en mi
novela "Una ciudad en la que nunca llueve" sobre todas estas cosas.
No sé si supe hacerlo. Quien dijo ser tocado por la novela jamás puso en su
boca el término nihilismo, esa criatura que llegó para quedarse (Nietzsche
again). Heidegger jamás se cansó de recordar como Nietzsche lo había asesinado.
Le abrió una puerta infranqueable, un arco utópico y doloroso. Ahora todos
estamos asesinados. El amor es un recurso de la ficción. Nos lo colocan en las
historias como el soma de Huxley.
La locura es para quien
ya no puede ser hámster. Así todos sus intentos por hacerlo de la mejor manera
posible parece un artificio. Buscar igual a ingenuidad. A estas alturas ya me niego
a decir que es una cuestión de madurez. Tú me dirás, hombre de treinta y pocos
padre en espera de una tercera criatura. No, no es falta de madurez, es
incapacidad de rendirse a un mundo como boca de megalodón.
Para terminar este
patético discurrir del que se lamenta tan públicamente, recorramos así por
encima la carrera literaria de un autor sabio que escribe como quien respira.
Cormac McCarthy
renunció al mundo que le había tocado. Sus razones tendría, aunque entonces no
lo supiera. Desde luego algo fallaba. Sirvió para la USAF en Alaska y para olvidar
el mundo que contemplaban sus ojos atentos se refugió en los libros. Sueño con
conocer esos títulos que tanta importancia cobrarían con el paso de los años.
Así acabó escribiendo una serie de novelas en las que nihilismo y violencia se
daban la mano llevando al lector por un mundo brutal en el que el amor o la
esperanza no tenían el menor sitio (El guardián del vergel, Hijo de Dios, Suttree,
Meridiano de sangre, No es país para viejos,...). Desde luego McCarthy, su
visión del mundo que le rodeaba, en fin, era horrible, McCarthy es entonces un
inadaptado y trata de contarse la realidad. Y ocurre que ya cumplidos los
ochenta publica (Premio Pulitzer) La Carretera. Un libro que muchos adoran y
que pocos llegan a entender. Para entenderlo debemos saber que Cormac McCarthy
ya no es aquel muchacho apesadumbrado de Knoxville, ni aquel de Alaska, tampoco
el vagamundo en Ibiza, ni el anacoreta fugado de la realidad. Cormac McCarthy
es padre a una edad en la que es más fácil ver que en otras. La paternidad le
regala la esperanza que creía inexistente. Lo refleja de manera brillante en La
Carretera, donde todo el mundo ve dolor y yo no puedo más que contemplar una
obra en la que el amor más puro sobrevive al mundo mismo.
Así que lamo mis
heridas mientras hablo de ambición. En este mundo de ambiciones. Mis tres
heridas:
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Miguel
Hernández.
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