Niños en la playa. Joaquín Sorolla. 1910.*
A las ocho de la mañana
el termómetro ya dice veinticinco grados. Siempre que miro el monitor digital
que informa sobre la temperatura recuerdo que una vez, a las ocho de la mañana
también y para mi asombro, un termómetro me dijo que estábamos a cuarenta y
ocho. Eran otras latitudes. Nos ablanda el cerebro la ola de calor; va bien a
veces un cerebro blando.
La ola de calor: en la
mañana abren temprano las primeras churrerías, los adoquines se despegan unos
de otros, se liberan; sabe uno que en algún horizonte la tierra o el mar se
recortan en contraste con el naranja fuego del sol nonato; las cafeteras en los
bares chillan y surgen conversaciones en bocas bajo ojos soñolientos y bocas
con olor a coñac; el aire está detenido; poco a poco, las calles se van
llenando. De gente. La gente vestirá ropa fresa y se dirigirá al partido o
querrá aprovechar y cargará bolsos con fiambreras, toallas, el "Diez
Minutos", un libro quizá (pueden encontrar edición de bolsillo de La templanza de María Dueñas a poco más
de seis pavos en Hipercor); bolsos con cremas para el sol, sillas de playa,
niños en chanclas, bañador y desprovistos de camisetas, poco a poco, la gente,
todos, en un flujo exponencial. Cosas que pasan aquí en el sur.
Hemos llegado vivos de
milagro a este domingo. ¿Cómo no parecerle a uno cada día una especie de
milagro? Los domingos más si cabe, este domingo en particular. Si España es
periferia, Cádiz es insular. Se tiene la sensación de poder mirar al continente
europeo como apostado en la almena de un baluarte. Cuando el sol se instala
sobre nuestras cabezas y el aire se recalienta como en estos días todo parece
moverse con extremada laxitud.
Tanto es así que apenas
creo haber superado este viernes último. Insisto que hemos llegado vivos al
domingo gracias a una especie de milagro.
En una playa de Túnez
mueren treinta y ocho personas y quedan heridas otras tantas por acción del
fuego de fusil. Aún con la sangre parisina secándose en nuestras ropas los
medios nos informan de la decapitación de un trabajador en una planta de gases
de Lyon. Una mezquita chií de Kuwait se destripa en singular explosión
-atentado suicida- y mueren veintisiete personas, otras doscientas quedan
malheridas. Menos importante al parecer, en Somalia, los "guerreros"
de Al-Shabab emprenden una "ofensiva" contra algunas instalaciones
militares dejando a su paso otra buena ristra de cadáveres (entiendan el
entrecomillado como una disculpa por pecado de inexactitud). Llegaba la ola de
calor a nuestros pagos, y con ella, otra ola, una ola macabra. Aquí es donde
podríamos decir aquello de: así son las cosas y así se las hemos contado. Pero
no, no puede ser.
Las playas del sur
insular se va llenando, el estadio Ramón de Carranza también (el Cádiz C.F. se
juega hoy su ascenso a segunda), la gente acude a la libertad como el abejorro
a las tomateras. Se ríe y se celebra el domingo estival que todos esperábamos y
al que llegamos milagrosamente vivos. El calor empuja a los niños y los lleva
algo más allá de la orilla. Como en las gradas del Carranza los playeros toman
posiciones de cara al Atlántico y asientan y clavan sombrillas, estiran toallas
sobre la arena recalentada, la tierra gira sobre sí misma; y el Eurogrupo
extorsiona a Grecia.
Memento mori, y más
pronto que tarde, le dicen a los griegos. Cuando los griegos dicen: oh, sí,
queremos, claro que queremos, de hecho estas son nuestras medidas: reduciremos
sustancialmente el gasto en defensa, desarrollaremos un nuevo plan energético
más económico, gestionaremos de forma austera nuestras administraciones,
haremos un esfuerzo brutal pese a nuestros pocos medios disponibles, las
medidas serán todas las necesarias menos exprimir a un pueblo soberano ya en los
huesos de la desesperación. Pero a Europa (léase Alemania) le importa un carajo
los pueblos soberanos descarnados por la angustia. Europa dice nein, nein y nein, que no puede ser, eso
de pensar más en la gente que en tributar a los viejos nuevos señores. E
imagino que Europa pueda pensar: ¿tan difícil es hacerlo como los españoles?
Los españoles rescatan a sus bancos con dinero público y después, si los
españoles, que no tienen trabajo ni esperanza de tenerlo y para quienes la
soberanía y el patriotismo son la misma cosa que el toro de Osborne, no pueden
pagar sus casas, los bancos hablan con los jueces y estos con la policía y los
bancos les quitan sus casas a los españoles, como es normal y europeo hacer european old school style, y ya está
¿tan difícil os parece hacerlo así?
Claro, Europa no puede
vernos ahora, aquí en la playa, despelotados, sofocados por la ola de calor, en
pleno carnaval, libres del yugo de un martes cualquiera.
Es toda una experiencia
en sí abrir una fiambrera con bistés empanados o tortilla de patatas bajo la
sombrilla y la sombrilla bajo el sol, frente al mar. Las terrazas de los bares
reciben al sediento y al hambriento. Son calles de aire volcánico en plena ola
de calor. Es la gente, que acude a la libertad, como la boca al beso.
Tiene mucho de
simbólico esto de ir a la playa en domingo. Se aparca la locura y la barbarie
momentáneamente. Uno sabe que, de vuelta, tras pisar de nuevo asfalto o
adoquín, locuras como la de este viernes último, como las de esta Europa -no en
vano tierra toda ella sembrada de cadáveres y regada desde antiguo con sangre
de europeo- deshumanizada, regresan a los corazones frutos del milagro las
miserias de un mundo que nació loco y bárbaro como un talibán o como
responsable del BCE. El bofetón de realidad nos comprime el pecho, somos
incapaces de poner nombre a esta especie de abandono al desastre.
Uno sabe que ocurren
cosas como la muerte por difteria de un niño de seis años cuyos padres decidieron,
en mitad de la insidiosa confusión, no vacunarlo por su propio bien. Sí, un
niño, igualito a esos que ahora juegan en la orilla.
Somos incapaces de
poner nombre a esta especie de desenfreno homicida y al milagroso hecho de
haber llegado a este domingo con vida, entre una cosa y otra. Yo lo voy a
llamar "Ola de calor", o mejor, "Macabra ola de calor".
*Si hay un pintor que ha sabido captar la luz del Mediterráneo es, sin lugar a dudas, Joaquín Sorolla. Fue un especialista en reflejar en sus obras la luminosidad y la alegría del Levante español. Valencia, su ciudad natal, será su lugar preferido de inspiración y donde encontrará su temática favorita: pescadores, niños bañándose, jóvenes en barco, etc. Por eso los retiros del artista a Valencia van a ser cruciales para su producción. Era habitual encontrarle por las playas captando en sus lienzos a sus gentes y su luz, esa luz dorada y brillante que tan bien ha sabido mostrar Sorolla en sus cuadros. Niños en la playa es una de las obras cumbres del pintor. Tres niños aparecen tumbados en la playa, en el lugar donde el agua de las olas se mezcla con la arena, muy cerca de la orilla. Los niños desnudos, como se bañaban en los primeros años de siglo los muchachos del pueblo, demuestran el perfecto dominio del pintor sobre la anatomía infantil. Pero el tema no deja de ser una excusa para realizar un estudio de luz, una luz intensa que resbala por los cuerpos desnudos de los pequeños. Las sombras para Sorolla no son de color negro tal y como dictaba la tradición, sino que tienen un color especial según consideraba el Impresionismo. Por eso aquí emplea el malva, el blanco y el marrón para conseguir los tonos de las sombras. Una de las preocupaciones del pintor eran las expresiones de los rostros, que ha sabido captar perfectamente en el niño que nos mira aunque su cara no esté claramente definida. Observando este cuadro, el espectador puede respirar la atmósfera del Mediterráneo, que Sorolla tan bien conocía (Fuente: http://www.artehistoria.com/v2/obras/670.htm).
|
domingo, 28 de junio de 2015
Macabra ola de calor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Una crónica de la actualidad muy acertada.
ResponderEliminarMe alegro de que lo veas así. Gracias por pasar.
Eliminar