sábado, 21 de mayo de 2016

Tiempo detenido


La imagen es la de un muchacho de catorce años que besa a una muchacha y que, de forma sutil, como si no lo hiciera, coloca las manos a ambos extremos de sus caderas mientras ella, con las suyas, atrapa su rostro.

Al vértigo y al silencio primeros se impone la fascinación, luego la admiración, y finalmente, la envidia.

Piensa uno en ese beso como en el mejor de todos los besos. La contención, el tiempo detenido, la ausencia de un mundo contrario al beso. La imagen es un espejo de los años abandonados. La felicidad en ella es toda, allí, concentrada. Cómo no sentir envidia. Y cómo negar la fascinación. Melancolía.

Para ellos, jóvenes amantes, una expresión como tierra quemada es como cualquiera de las sinrazones de la razón que se malvive a partir de cierta edad. Habrá quien diga que no, que la magia... y yo respondería con esta imagen. Quién podría atreverse a negarla. Al fondo se recortan las montañas, tan verdes y puras, con un cielo límpido y puro. Se besan sobre un piso de macadán grafiteado desordenadamente y en negro. No me puedo detener en las palabras. Es el mundo de la imagen. Y la pareja adolescente, la fotografía ligeramente descentrada, ocupa el centro del universo. La naturaleza los contempla, no me cabe la menor duda. Y habrá quien diga de la magia que... resulta que sí. No podemos preguntarles a ellos. Conocer la respuesta, como yo mismo creo conocerla, ahora, en este momento, para quien la conoce porque es un recuerdo, un recuerdo, un recuerdo, un recuerdo, para quien se sabe inmerso trágicamente en la mentira y conoce la respuesta a una sencilla pregunta sobre la magia porque la recuerda, la tierra quemada es más herida abierta que cicatriz, más martes que viernes, más Lorazepam que Durex.

El muchacho le saca una cabeza, así que ella ha de alzar la suya para buscar y encontrar sus labios. Es una conmovedora determinación. Observo el gesto y traduzco soy mujer. Pero también veo las manos del muchacho. No quiero mancharte, dañarte, ni siquiera alterar ligeramente tu delicadeza, intervenir en el valor de tu cuerpo entregado y tu esencia pegada a la mía, y traduzco, soy hombre.

A él le cuelga una pequeña mochila de la espalda cuyas asas son cordones de nailon. No le pesa. Todavía la mochila está casi vacía. En ella ya van sinsabores y felicidades. Sería injusto decir que de baja intensidad. Calzan zapatillas de deporte y visten pantalones cortos. Me digo, son para correr. Abriga el torso de la muchacha una sudadera. Él muestra sus brazos musculados y definidos en una camiseta deportiva sin mangas. Dioses, cómo se besan.

Apuesto a que él abandonaría el mundo por ella. Apuesto a que ella, por él, abandonaría el mundo. Es tan pueril, tan ingenuo, tan cursi. El juego es el juego. Lo harían. Y joder, no sería yo quien pusiera la ciencia en contra, quien dijera palabras como artificio o adolescencia o química. Apuesto a que él dice te quiero y a que ella lo dice también. También apuesto a que lo dicen de verdad. Apuesto a que es verdad y a que él abandonaría el mundo por su cuerpo menudo y por su voz de niña mujer y a que ella lo haría por sentir eternamente el cuidado de las grandes manos de él en su cadera.

También deja la imagen un sabor amargo a quien la observa desde la perspectiva lamentablemente privilegiada en la que el mundo no aprueba la magia, en un mundo en el que ni mucho menos el amor con sus cuatro letras es suficiente, ni siquiera necesario. La imagen habla directamente del paso del tiempo y de los anhelos presentes y de las presentes necesidades. Cuando el cinismo de la sociedad en la que nos movemos ahoga, asfixia, vuelve tristes los ojos y apenas dan ganas de afeitarse, ver la imagen de los dos que se besan y aman es una forma más de inmolación. Resulta peor cuando uno tiene la belleza por creencia.

Los veo ahí y me resisto a pensar que el momento no es más que el fruto de una casualidad. El azar, sin otra fuerza que se pueda considerar, los ha puesto ahí, les ha concedido su espacio y su tiempo, en un lugar cualquiera del planeta, de uno más en uno de los muchos sistemas solares de una galaxia entre millones de un universo que sabemos infinito. Me niego a creer que la dicha en el beso, en ese beso y no otro, responde a un sencillo uno más uno que siempre da dos. Más que nada porque sumo y vuelvo a sumar y siempre me da uno. Una extrapolación a lo cósmico asusta como lo hace lo desconocido, lo oscuro. Después ocurrirá que no habrá nada. Es sencillo. E igual de maravilloso, con todo su dolor.

La melancolía debilita los huesos y los miro una y otra vez como se haría con una obra de arte. La tierra quemada es zona volcánica, no deja de humear y amenazar.

Cómo los envidio, a ellos, ahí, tan ajenos a los vapores insalubres, a lo infraestructural, a las unidades de medida, a los relojes; cómo me fascina la naturaleza de los movimientos que no se pueden más que imaginar, del antes y el después, y sobre todo el contacto y su humedad y la piel estremecida y el calor.

Cuando nació tenía los pies grandes y los ojos siempre muy abiertos para atrapar el mundo. Su padre lo miraba sin saber que su carne crecería hasta ser un hombre. Su madre, probablemente, no lo quería saber. Se enfrentaban a la misión imposible de incorporar a la vida un pedacito más de vida.

Miro la imagen asombrado, primero dominado por el vértigo, por el silencio contemplativo, por la fascinación y la envidia y la melancolía después. La muchacha alza la cabeza y acaricia su rostro en el beso. Él, que siempre tenía los ojos tan abiertos, ahora los cierra.

Bien hecho.


lunes, 4 de abril de 2016

Entre el anonimato y la gloria.


Surge algo, una extraña química se activa, la piel se recoge; cuando ocurre que el deporte se fusiona con el arte, cuando el movimiento se vuelve poesía, pintura y escultura, esa musicalidad de las formas; cuando vemos al artista, al deportista, poseído por la armonía entre el cuerpo su tiempo y su espacio; cuando Javier Fernández se desliza sin esfuerzo aparente y entregado a la causa mayor y necesaria; ya digo, surge, para conocedores e ignorantes de su ejercicio o de su obra, genuina, la admiración, inevitable; algo más, la fascinación más pura; no por el hombre, el individuo -que nunca es nada, solo y sin intención, un accidente quizá-, sino por la magia desplegada, por el regalo de esa magia y por el creador voluptuoso que lo hizo posible.


Era el fin de semana del clásico.

Pero los clásicos, en fútbol, se dan, al menos, un par de veces al año. Y de ellos poco se puede esperar. Además, pasa que a la poesía la matan los euros y los dólares, que el arte se mancha, que el deporte se corrompe, el momento cumbre de la pasión reventado por la intrusión de la goma de lo estrictamente pecuniario, muerto el hechizo. El fútbol deshace su promesa según pasan los años. Uno se conforma con recordar vía Youtube las últimas baladas de Zizú o Ronaldinho, que es como contemplar lobos en jaulas. Y así, viajar hacia el pasado, a otros nombres, relacionados con la infancia, con el aprendizaje del deporte en la ingenuidad de la tijereta y el gol de plancha y la palomita de Paco Buyo.

Javier Fernández -no me canso de ver los ocho minutos veinte de Boston- se desliza como impulsado por miles de millones de partículas subatómicas, su cuerpo parece sumergido en esa ficción del éter, y no sigue la música de Sinatra, es la música la que se adapta a su contorno, a la expresión de su cuerpo, siempre en movimiento, siempre cadente, las cuchillas afeitando con elegancia la gélida superficie, trazando el dibujo perfecto de quien patina como sueña, del que baila en medio del cosmos, alborotando la existencia de quienes lo siguen en vivo, que tal vez no pueden creer lo que presencian, un público estremecido que jalea como hinchada y que celebra cada verso, cada pincelada o cada nota, sobre el hielo.

Independientemente de la gesta, del triunfo, hay algo más. 

Porque para según qué cosas la victoria no es más que una meta, y, ¿quién quiere llegar a donde no puede existir más que el vacío del fin? No.

Javier Fernández parece conocer el secreto. Es verdad que después se emociona y se envuelve en la bandera de todas las disputas y que celebra. Pero no. El secreto que conoce Javier se vislumbra en torno al minuto tres veinte. Dura a lo sumo un segundo, un primer plano fugaz, como una caricia perentoria e inesperada, una acción que nos descubre el verdadero interior del ingeniero del sueño, lo que está ocurriendo realmente, no lo que vemos, que es maravilloso, sino lo que ocurre, de forma imperceptible, y que es quizá la madre de toda la belleza recreada durante milenios: sonríe. Y lo hace en el mismo mundo de los atentados terroristas, del hambre y de las guerras. Javier Fernández descubre su sonrisa -disfruta envidiablemente-, no sabemos si por descuido o por el sencillo placer de dejarse, como lo estaba haciendo, llevar por aquello que ante la ignorancia o la incapacidad para explicar acordamos en llamar musas o inspiración; una parte más del regalo -la parte, el sentido, una verdad-, es esa sonrisa.


Enfrento esa sonrisa a la ya más que retuiteada fotografía del vestuario de un Real Madrid victorioso. No hay color. El arte, en el deporte, es otra cosa, y ya pasado el clásico (léaselo muy entrecomillado el epíteto, pobre y deslucido), la maravilla, insisto, el prestigio, el arte, lo encontramos en un muchacho que ahora danza entre el anonimato y la gloria.

lunes, 28 de marzo de 2016

La procesión de la muerte.


Pasión, muerte y resurrección de Cristo. Es difícil evitar ese segundo en el que se pasea y se descubre, como salida de la nada, la procesión con su banda y su penitencia y el paso y la imagen poderosísima de vuestro señor de todos o de su madre bajo palio y meciéndose solemne por las calles estrechas del siglo XXI; evitar la turbación. Cuando eso ocurre y es, la imagen, la de ese Cristo, su presencia dolorosa, me pregunto ¿Quién eres? ¿Por qué eres? Y procuro marcharme, para no ver todo lo demás.

La procesión de la muerte. José Gutiérrez Solana. 1930. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Y todo lo demás es quizá el Gólgota en Idomeni. Es un nombre nuevo para mí. Me gusta su sonido. Sin embargo nada dice la sonoridad del nombre del mal que se encierra entre alambradas y sobre el lodo, del hambre y del frío y del desamparo. Idomeni ha de significar algo así como sería mejor que se murieran, no vaya a ser que con ellos espere, paciente, la bestia. Todo lo demás es, tal vez, Bruselas; el eco del estallido, la quemazón como rastro de la onda expansiva, los miles de clavos y tornillos y restos de fierros lacerantes de la metralla; ay, Dios, y la sangre, que no sale ni con jugo de margaritas ni con el tungsteno del núcleo de un cinco cincuenta y seis, la sangre que riega desde el inicio los campos de esta Europa y que pensamos tierra de todos y libre y valiosa y lo que es más importante, justa, sobre todas las cosas, así que la sangre, que perdura, para vergüenza de los hombres, el fin de todas las guerras. Pongamos que todo lo demás es la necesidad y la tristeza de quienes no verán el final de la crisis y lo saben, en los barrios más humildes de la ciudad. Todo lo demás que no sea el rostro de ese Cristo que veo pasar tan fugaz como un neutrino, incomprensible en todo su ser; la paradoja de adorar dioses e hijos de dioses en el siglo más descreído y estúpidamente racional e ignorantemente ateo.

En Idomeni sólo se dan la pasión y la muerte; la resurrección es imposible, en esta vida. Uno ha de esperar a la otra, allá donde deben de encontrarse los que se inmolan en nombre del Dios verdadero. De aquellas fue un judío torturado y asesinado por miedo. No debió de entenderlo del todo, y probablemente, al llegar a donde quiera que llegase, al cielo quizá, antes de sentarse a su derecha, preguntó al Padre ¿por qué? Y el Padre no dijo nada, nunca lo hizo. Debe de ser algo parecido a lo que responden muchos padres en Idomeni si la desesperanza aún no les arrebató la voz o el valor para mirar a los ojos de los hijos, lo que decimos o lo que balbuceamos muchos padres al ver la mirada interrogante de nuestros hijos tras la barbarie televisada de un atentado. Ellos dicen Yihad, hijo, y nosotros les decimos, a ellos, a los del chaleco de la muerte y el kalashnikov, que sí, que Yihad, y así firmamos el contrato del miedo que legitima su causa y que nos victimiza y nos expide la licencia, ya saben, Stairway to heaven.

Y el miedo despierta el odio. Lo hacemos tan rápido que espanta. Apagaremos el fuego con fuego, lo intentaremos al menos. Apelaremos a la valentía, al heroísmo, a nuestro bien sobre el mal de ellos, y entonces respiraremos más tranquilos, creyendo que ya todo acabó como creímos otras veces; y le daremos gracias a Dios, que nos ha rescatado una vez más de las garras de Dios, y cuando lo veamos, majestuosamente -tristemente- clavado en su cruz por las calles estrechas del siglo XXI suspiraremos por su sufrimiento, rodeados de semejantes que tal vez lloran por el sacrificado tallado en nobles maderas, obviando, ignorando, que la talla lleva la barbilla clavada en el pecho por la sangría y la fatiga. Pero será nuestro miedo y la firma del contrato -el mismo miedo y contrato que clavaron al hombre en la cruz-, que olvidaremos el nombre de Idomeni y las almas encarnadas en su vientre putrefacto y hasta que la sangre fue derramada en Bruselas e incluso la resurrección en un posible más allá, lo olvidaremos todo, como olvidamos el sentido último de la fe, los pasos de quien caminó sobre las aguas.


Me dijo -la tele apagada, el corazón pequeño pero incansable latiendo en la cuna; leíamos, cada uno lo suyo, y era avanzada la noche-: tengo la sensación de que algo horrible va a ocurrir. Y ahora sé que no importa ni mucho ni poco lo que pude decir yo, lo que creía y de lo que un rato después ya no estaba tan seguro. No lo pensé en ese momento y lo averiguo ahora, tan gris como la última pompa de humo del vapor que Lord Jim abandonaba con la misma vergüenza y la misma culpa que ahora me visten; y sin embargo, la miré, en silencio -nos llegaba como lo hacía desde el primer día ese latido incansable del pequeño corazón sobre la cuna-, apenas unos segundos, contemplando la belleza de su expresión de ojos asustados, la boca entreabierta por la inercia de la voz en la última palabra puesta en la misma punta de sus labios, y decía que la miraba, y el eco de sus palabras permanecían en el salón con su carga de gravedad; no hablamos más y acordamos que sí, que por supuesto ocurriría algo horrible, siempre es así; ya no se puede esperar otra cosa que pasión y muerte, la resurrección sólo está reservada para unos pocos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Fisherman at sea. La Mentira. La Locura



Busco una música para esto.

Un, dos... probando.

Ah, ¡sí! ¡Ya!

No. Ahora:

Busquen y pongan (bajito, que se trata de leer): Modern Art de The Rippingtons.

Ya lo pongo yo: 




Daña la mentira. Lo hace incluso cuando uno puede disfrutar -gratis, de momento- ante la fotografía azul de este cielo de noviembre, de esta extraña primavera crepuscular. Pero no es la mentira de andar por casa de lo que hablo; hablo de la Mentira. Otra cosa, ya digo, que es dañina y que está fuertemente enraizada como lo hacen los tumores que suelen ser mortales. Es así que no resulta difícil ver que la mentira, la Mentira, lleva a la muerte; no a la muerte en la que la las constantes vitales son iguales a cero, no, hablo de la Muerte, esto es, la Mentira, la inexistencia por ausencia de realidad palpable y naturaleza real.

El mundo que ocupa mi existencia es a todas luces desordenado. Tengo cuanto he querido tener, siempre lo vi al alcance de mi mano y tomé cuanto consideré justo tomar, sería una estupidez diferenciar errores y aciertos si errores y aciertos son los mismos caminos y distintas formas de interpretar el modo en que se ha puesto un pie tras otro. No sé si justo es el término que más se ajusta a lo que quería decir. Pero eso, aquello, estaba ahí, y yo lo quise o lo necesité o creí que lo quise o lo necesité o ambas cosas, y lo tomé, y lo que es más importante, no hacía daño a nadie, que aquí sí va bien lo de justo, un acto de justicia, eso es, porque el origen de mi deseo siempre estuvo en ser, y no en tener, tener es injusto, poseer sobre el ser es injusto. No tengo, soy. Decía que tengo cuanto quise porque soy cuanto quise ser. Me es fácil, es mi naturaleza. Hay algo sin embargo que se interpone, el camino es redibujar el obstáculo y no otra cosa y no es una senda maloliente sembrada de cadáveres. No culpo a los demás o a lo demás, ahora no puedo culpar porque es un verbo inexacto, no sabemos cuándo empezó todo y qué es todo si ni siquiera sabemos si hubo nada: Eduardo Flores de la Flor, nacido de hombre y de mujer, padre de tres hijos, cada uno de ellos de una madre diferente -buenas y hermosas mujeres, madres insuperables, y con las que compartió tiempo y espacio con libertad hasta que se consideró que ya no había sentido seguir compartiendo-, duerme junto a la mujer que ama y que lo ama, con sueños y vida, ahí está, sueños y vida, ser, no tener, soy, hasta ahí puedo escribir: pregúntate de vez en cuando si eres, si lo eres alguna vez, poco mal te hará. Es el día de hoy, el de mañana no lo puedo conocer todavía, porque no siempre hubo algo o no lo sabemos. El mundo que ocupa mi existencia es, a todas luces, el caos en el que soy más feliz que muchos, por suerte y por lugar de nacimiento y por la piel que me visto por las mañanas.  

Últimamente camino despistado y lo hago casi todo despistado. Sí, lo llevo haciendo como unos treinta y cuatro años. Porque no cabe otra explicación que no sea la del despiste permanente para no darse cuenta el resto del tiempo y sentirse sorprendido cuando la mentira te asalta, como si no fuera realmente la mentira ese tumor del que hablábamos y que, así como mi despiste me mantiene respirando, es la mentira la argamasa de toda esta construcción: el mundo; dicen que gira sobre su propio eje, cada veinticuatro horas; tal vez la primera mentira, quién sabe. El movimiento de traslación me produce pavor.

Será tal vez por eso que mi despiste desaparece en el éter de lo ficticio. No encuentro una libreta en la que una vez escribí un relato que ahora, no sé si porque no lo encuentro, me parece un relato cojonudo, un buen relato para pasarlo a ordenador, El día del hombre, se titula, y va de un tipo normal, muy normal, un tipo como cualquiera que trabaja en una gestoría, un padre de familia, normal, que toma la decisión de... 

En la ficción no existe la mentira con m mayúscula, no en la buena ficción. Hay en ella una verdad no absoluta, una verdad en movimiento y agradable al paladar, una verdad que nunca se nos ocurriría escribir con v mayúscula. Y como todo no va a ser podredumbre, la verdad de la ficción, sí, la verdad sin asideros -escurridiza como una anchoa en el centro del océano-, la verdad en la ficción, mantiene en imperfecto funcionamiento el factor humano que la mentira trata de convertir en recurso o pieza recambiable.

La intención era moverse en algún momento a lo cotidiano, a la impregnación de la mentira. Ahora me pregunto para qué, si no sería contribuir -un fiero verraco con dientes de comadreja devora mi hígado- mintiendo sin pretenderlo. Veo que es complicado, absurdo: medios de prensa escrita (no lo hagas), empresas de mercenarios y cobardes al servicio (don´t do it) de la causa del flus y la liquidez, hijos naturales (ne le fais pais) de la mentira; literatura de consumo (pa fê l´) e industria de la ignorancia, escritores y poetas, baratos (dit nie doen nie) y vanidosos se entregan al aquelarre y a la prostitución; músicos de playback y cocaína y... Mentira... televisión para zombies y novela (ne fari gin) negra para psicópatas, informativos (tun sie es nicht), permíteme que insista: Mentira: todos tenemos un precio, el mío es...Valhe.

Cuando uno tiene noticias de la mentira e inmediatamente piensa en el daño irreparable de su consecuencia se encienden todas las alarmas. ¿Cómo no me he dado cuenta en todo este tiempo? Sin embargo la mentira estaba ahí, mucho antes de haber abierto los ojos por primera vez. De hecho fue la mentira quien te dio la bienvenida, agradecida quizá por la nueva presencia que la hará más grande y fuerte, un retal más para el mimetizado que lo acerca a una verdad posible.

Creer reconocer esa extraña verdad en lo ficticio te lleva a la locura, a ser un loco. Como todos ustedes saben, el loco es, en la mayoría de casos o en el clímax mismo de su propia locura, desordenado. No cumple los requisitos del orden y el orden, también lo sabemos todos, es la regla indicadora de lo correcto y lo bien hecho, así lo dicen las tablas de la ley del supuesto sentido común. La locura es el mal camino, te pueden encerrar por ello si llegado el caso tu caos afecta al perfecto funcionamiento del orden.  Si tu caos no parece infeccioso, que siempre lo es, no tendrás mayor problema: nadie te escuchará, u olvidará tus palabras una vez pronunciadas y en el aire.

Hemos dicho mentira y verdad y ficción y locura y orden y caos y palabras. Ocurre que cuando sueño con leones, con leones que me persiguen, huyo sabiendo que en todo ese asunto de la persecución está en juego mucho más que la vida, sé que ellos tienen un motivo para hacer lo que hacen, un motivo justificado que no puedo llegar a entender, y también sé que yo, que vivo mi propio sueño y que a la vez puedo verme en él, me siento ridículo, en la huída, como si el peso mismo de la razón que justifica la cacería me hiciera profundamente ignorante, y lo veo claro, debería dejarme, mi cuerpo dado a las fieras como alimento o como ellas quieran que sea mi carne ya inservible más que para ellas, huyo sin embargo, con ese sabor a angustia sanguinolenta en la boca, huyo por cobardía aunque de forma muy ineficaz, porque sé, el sueño es recurrente, cómo ha de acabar todo, la locura, esta que dibujo con palabras, los leones, que parecen tener su verdad, tan impresionante verdad, sus razones para devorarme y mi sinrazón de huir sin saber por qué porque en el fondo de toda la cuestión la huida se antoja mentira, es un sueño, al fin y al cabo, y huyo, digo, decía, inercialmente hasta el fin conocido, una canción que se repite, leones que no pueden ser leones galopan tras de mí, su presa.

Las palabras son las partículas subatómicas de la mentira y la verdad. Para el loco la mentira cobra forma definida en el orden y le es del todo imposible relacionarse pacíficamente con el entorno y la sociedad, la búsqueda no tiene fin y es, la búsqueda, un fin mismo. Para el loco la única verdad posible es el caos, aunque también lo es para el Universo entropía, que es infinito y lo infinito el momento del pensamiento que me gustaría alcanzar aunque solo fuera por unos segundos, el infinito, sí, divago y divago y divago y lo haría hasta originar una conexión sináptica con la savia de los árboles y el viento de los bosques en los que hay viento y con la rabia desatada en las entrañas de los megavolcanes que de entrar en erupción nos borrarían del planisferio, como el Cumbre Vieja en las Canarias o el de Yellowstone en los USATIERRADELASLIBERTADES, que es donde vivían tranquilamente y mangando emparedados el oso Yogui y Bubu, cuando en realidad es el infierno en la Tierra, en fin, el infinito, ese momento o lugar inabarcable, el campo en el que la locura no permite la expresión "sentido común" porque huele a mentira.

Daña la mentira, la sociedad que formamos como individuos, el lugar en el que desde siempre y mal viven los cuerdos propietarios del sentido común. Lo hace aunque solo sean los locos quienes sienten la gélida puñalada, el dolor.  

Aquí un dibujito en el que la mentira es representada por un político o un banquero o Donald Trump. La mentira lleva en su mano un ukri, un cuchillo tradicional nepalí, ¿lo ven? Busquen en Google un momento, les doy unos segundos.

¿Ya? Eso es.

(Sé que no han buscado un carajo, da igual, para que lo sepan: es un cuchillo curvo como un boomerang y de punta fina, que es lo que jode).

[Dibujo: Se lo imaginan: La mentira me apuñala justo por debajo del esternón.]


Qué quieren que les diga: Fisherman at sea:




Autor: Joseph M. William Turner
Fecha: 1796
Museo: Tate Gallery (Londres)
Características: 91,5 x 122,4 cm.
Estilo: Romanticismo Inglés
Material: Oleo sobre lienzo
Copyright: (C) ARTEHISTORIA

Este lienzo que contemplamos fue el primero que Turner expuso en la Royal Academy. Se trata de una marina nocturna en la que el maestro muestra su interés por presentar diferentes tipos de iluminaciones, al sentirse atraido por ejercitarse en la técnica del claroscuro. El maestro londinense divide la composición en un primer plano ocupado por las fuertes olas, un plano intermedio donde observamos la barca de pesca zarandeada por el oleaje y un trasfondo en el que encontramos los árboles de la costa. Entre las nubes se aprecia el círculo blanquecino de la luna, cuyas luces bañan la escena para crear sensacionales contrastes lumínicos. La influencia de la pintura holandesa del Barroco-RuysdaelHobbema o Van Goyen- se manifiesta tanto en la temática como en el importante papel otorgado al cielo, ocupando más de la mitad de la superficie del lienzo. El movimiento, la iluminación fantasmagórica y la violencia de la naturaleza serán elementos comunes a buena parte de los primeros trabajos de Turner. http://www.artehistoria.com/v2/obras/14054.htm

lunes, 12 de octubre de 2015

Por cada granito de orgullo uno de vergüenza.



A uno y otro lado del meridiano de la verdad o del sentido común, del tino o la lucidez, se manifiestan, también, unos y otros extremados como dolidos y como huérfanos de una madre, que, según el dibujo o la queja, viene a ser puta de labios pintados o sin pintar. Así ocurre hoy, día de la Hispanidad, que es día para algo, y que tampoco sabemos muy bien qué es, y que muchos hacen que sea día de patriotismo barato y día de absurdo antiespañolismo. Como buen día para algo es oportunidad. Últimamente oportunidad significa meterle el dedo en el ojo a alguien. A ambos lados del meridiano o de un camino mejor se grita y crujen los dientes. ¿Por un ideal? ¿Por una idea? ¿Por dinero y poder? ¿Por un cercado? ¿Por qué?

No me cansaré de decir que España es como un dolor de huevos. Lo es, y todos conocemos las razones de tal afección. Tal vez hoy no sea el mejor momento para decirlo. Porque en cada lado del meridiano no faltan los que aprovechan la voz, anónima o no, para izar su propio ideario delirante, para colar su granito de odio.  Siendo objetivos podríamos decir que España no está en cuestión. España es un país, como cualquier otro; se puede entender que si Burkina Faso es un país, España también lo es, así como Francia o Mozambique. Negarlo es ponerse a la ridícula altura e inopinada verborragia de Willy Toledo. Pero hoy día de la Hispanidad celebramos algo más que la existencia y la contingencia de ese país que es España, celebramos los días que a toro pasado creemos saber que fueron mejores, días de gloria, y en esos días incluimos a todos aquellos países que tuvieron que ver con nosotros de la manera que sea. Ni celebramos un genocidio ni celebramos esa borrachera de gloria que algunos atribuyen a sus antepasados, nada de eso, es mucho más simple.

En los últimos años el debate se ha desarrollado cada vez con más encono y agresividad. El debate sobre la cuestión española. A algunos se le retuercen las tripas solo oír hablar del desfile de las Fuerzas Armadas. Otros saltarían como espontáneos exaltados a besar la bandera. Unos y otros harían bien en hacérselo mirar.

Uno hoy no puede sentirse orgulloso de casi nada de lo que pasa en España que no sea, por decir, lo que ocurrió ayer en Vejer de la Frontera y su lomo en manteca. Cosas así. La España digna de defender es la de una cultura de siglos y la Historia de los muchos que, naciendo en España, hicieron del mundo un lugar mejor. La España digna de defender es la de los que tiran del carro y procuran vivir de la mejor manera posible pasándolo lo mejor que pueden y riendo siempre que se da la ocasión. La verdadera seña de identidad del pueblo diverso que es hoy España es la solidaridad y el generalizado buen humor de sus gentes, la impresionante y variada gastronomía, una lengua universal con la que se escribieron obras universales, artistas que dejaron en sus obras un pedacito del lugar que nacieron para donarlo al mundo como muestra de lo mejor de su herencia como españoles; la verdadera España, digna de defensa, es aquella que el españolito y el no españolito, el inmigrante, el turista, el refugiado, puede amar por lo que la tierra le puede dar de vida, y no de muerte; uno es de donde pace... y en España, todo hay que decirlo, se pace bien.

Luego están las extremas izquierdas y derechas, también los borregos de unos y otros que sumados son legión, lo que viene siendo el dolor de huevos. Izquierdas y derechas pelean como en Duelo a garrotazos de Goya por el trozo de pastel que para ellos representa España y que no tiene absolutamente nada que ver con aquello del pueblo solidario que España es y el buen humor de las gentes españolas y el largo etcétera. Las columnas de opinión de los periódicos son en la mayoría de casos como agrios vómitos cayendo por una pared que debía ser blanca, vómitos rojos o azules, da igual; si uno no supiera que para estar ahí todos maman de teta de vaca gorda -cada uno la suya- se asustaría al ser testigo y víctima de tanto odio. No son las ideas, son los ideales, sus hijos bastardos y no poco putañeros. Tuits o estados de Facebook duelen a los ojos de quien presume de cierta racionalidad o sentido común, escupitajos verbales en la cruzada personal de quienes creen que un trapo es sagrado o de los que creen que el trapo no es sagrado porque no le gustan sus colores. Y la verdad es, que trapo, lo que viene siendo sagrado, nunca es, independientemente de su color; porque trapo, por mucho que trapo quiera significar, trapo es al fin y al cabo, nunca se vio trapo dando de comer a nadie ni aliviando sufrimiento, nunca el símbolo ejerció de otra cosa que no fuera símbolo, un recurso, un anillo para gobernarlos a todos. Digo yo que la vida es incuestionablemente más importante que todo símbolo. Y no, ni de coña es aquello de qué puedes hacer tú por tu país, porque tu país, tuyo, no es. A él llegaste por casualidad. Y no, es tu país, articulado por eso que hemos dado en llamar democracia, lo que debe hacer por cuantos vivan bajo su techo y que hacen posible que el país, España, siga siendo país, números sin los que a todo país les sobra el nombre y toda la parafernalia simbológica y estructural.

Se celebra en mi casa esta españolidad a medias. Lo que para Mariano Rajoy significaría ser poco españoles. Que digo yo, que uno no puede ser ni mucho ni poco español, en fin, triste figura, él como Willy Toledo. Necios.

Si bien es cierto que no son pocas las virtudes de esta tierra y sus gentes también lo es que cargamos con nuestra propia maldición de no saber dirigirnos como el país que somos. Nos envanecemos tras la victoria del español para no perdonar jamás su probable -inevitable en algún momento- flaqueza, despreciamos el talento -el verdadero talento-, votamos a la mafia de rancio abolengo por insana costumbre, nos asustamos con el progreso, preferimos la superchería al conocimiento,... También son rasgos de nuestra seña de identidad. Así que a medias, ya digo, celebramos en casa nuestra españolidad: por cada poquito de orgullo un poquito de vergüenza. Lo que nos queda para una celebración completa lo dedicamos a la autocrítica. De esta autocrítica se entiende el celebrar todo esto hasta su justa mitad.

Mientras unos y otros, a ambos lados del meridiano, gritan, existen otros que se fueron con poca esperanza de volver. Ni unos ni otros saben, los extremados digo, qué significa celebrar el día de la Hispanidad lejos de casa porque en casa no queda o no dejan donde pacer.

Quienes por su país no han hecho más que llenar la barriga y las cuentas en bancos extranjeros se dan golpecitos de pecho al ver a los valerosos soldaditos pasar en estricto orden cerrado. Es como si dijeran: "míralos, allá van, tan serios ellos y tan marciales, ellos, los que van a morir por nuestros business allende las fronteras". Quienes aspiran al título de salvadores de una patria insalvable, otrora clavo ardiendo o esperanza u oportunidad, señalan con ignorancia -con muy poco sentido del contexto histórico, con torpeza- como genocidio el descubrimiento de América: hechos acaecidos en un momento en el que en el mundo un crucifijo y una corona eran la ley y el orden. Ya no es así, afortunadamente: las coronas son de bisutería y los crucifijos solo acojonan a Drácula. Me resulta un insulto el desarrollo de una explicación.

Celebrar como se celebra esta festividad, enalteciendo los mismos valores de otro tiempo de infausto recuerdo, aviva el fuego del rencor, y el rencor azuza al odio. El español quisiera sentirse orgulloso de algo que no sea la cabra de la legión y la pose de unos políticos que le han decepcionado. Más que un día para agitar trapos los españoles quisieran celebrar su españolidad con el orgullo de quien quiere compartir el sentimiento, y no con el orgullo del niño que arrebata un juguete a otro niño. Han conseguido que el trapo no represente a nada ni a nadie que no sean los herederos de aquel bando vencedor. Se ha de hacer memoria histórica, pero una memoria histórica para el orgullo, rememorar cuanto puede hacernos sentir orgullosos; que en España no es poca cosa.

España es un país grande, y es un país libre, pero grande y libre de verdad, lo es gracias a cada currante, gracias a todos aquellos que en representación del conjunto luchan por una victoria en cualquiera que sea la empresa, siempre y cuando sea la empresa motivo de orgullo y no de vergüenza. Hemos llegado al siglo XXI de milagro, por los pelos, sacudiéndonos tal vez el polvo de los viejos escombros de la chaqueta. Pero hemos llegado. La españolidad no se demuestra dando un beso de tornillo a una bandera, ni siquiera yendo a ver a nuestros militares desfilar ante quienes manejan los hilos del país; militares que por otro lado merecen un respeto, políticos que, por otro lado, merecen una total desconfianza.  


El español quisiera sentirse orgulloso de su pasado con la solvencia que otorga el haber superado la tragedia o la infamia. El español quisiera sentirse orgulloso de su presente, mil veces machacado por quienes llevan las riendas o quienes las pretenden. El español quisiera sentirse orgulloso del trabajo colectivo realizado por el bien de sus hijos, los españoles del futuro. A día de hoy, día de la Hispanidad, nada de esto es posible. Por cada granito de orgullo otro de vergüenza. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

La triste alegoría


Después de todo corren por no llorar. O no. No lo sabemos si no miramos. Para mirar están las cámaras, y para ello, quienes las manejan.

Una masa informe de personas desesperadas corren a vanguardia, hacia algún lugar que desconocen y que es una promesa. Por retaguardia, la destrucción, Baal Moloch y sus fauces, ISIS y drones, un régimen tenebroso, la noche de sirenas, los impactos y sus cráteres. Así que corren, por no llorar. Caminito de.

Ella viste vaqueros, camisa azul cielo, no sé si tela vaquera también. Lleva una cámara y los graba. En realidad lo que le gustaría grabar sería un barracón lleno de cadáveres, cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Pero está ahí, y los ve correr. Y su rabia es tan grande, la de ella, su frustración, pantalón vaqueros, la impotencia por verlos a ellos, correr, invadir, como si del mismísimo ejército otomano se tratase, en otro tiempo, su mezquindad... vileza más allá de lo que somos capaces de asumir, aunque lo veamos.


Ellos corren y ella, cuando puede, lanza una pierna, poco importa si niños o adultos, ella golpea con saña, no suelta la cámara, provoca. Muchos corren y alguien los golpea desde su sombra. Al fin y al cabo, la vida misma: muchos corren y unos pocos golpean.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Cádiz no crece gracias al puerto



Abre la edición digital del Diario de Cádiz con el titular "Cádiz crece gracias al puerto". La cosa tiene su gracia, no crean, un titular digno de una matrícula de honor para un estudiante de publicidad. Cádiz. Crece. Gracias. Puerto. Siempre positivo, nunca negativo, como Van Gaal, pero lo contrario. A bote pronto, así, sin leer más, sin saber más, uno que pasa y lee, qué va a pensar, sí, pues eso, que oh Cádiz, esa ciudad que funciona.

Pero no es esa la verdad. Para entender bien ese titular debemos remontarnos a antes de la crisis, debemos saber lo que la insidia de unas instituciones han elaborado con mimo insultante, aprovechando la ocasión, como buenos políticos, esto es, la miseria y la desgracia de los ciudadanos, oportunidades, decía; cómo, poco a poco, han ido cargándose un puerto que puso a la ciudad en el mapa mucho antes de que existieran los mapas, siglos ha.

Se parten el pecho estos políticos cuando hablan de crear empleo. No dar trabajo, no, sino crear empleo, que lo uno no es lo otro y lo otro no es lo uno según impone la neolengua y el discurso y lo cerca o lejos que estemos de unas elecciones o los datos del desempleo. Aclara después la noticia que el crecimiento es meramente una cuestión de dimensiones, donde antes había un par de metros ahora habrá cincuenta, y después de decir esto, todas las falsas posibilidades que va a suponer tal crecimiento. En este empeño de convertir la ciudad de Cádiz en un bonito expositor, una exótica antesala de la capital andaluza para cruceristas, la APBC (Autoridad Portuaria Bahía de Cádiz), la Junta y la cretina de pelo rubio se cargaron no poco empleo en el puerto de Cádiz, el equipo de gobierno actual anda cazando moscas al respecto. Asfixiaron los ya escasos tráficos que frecuentaban los muelles ahora arrebatados y que generaban auténtica riqueza en forma de puestos de trabajo directos a portuarios, e indirectos, a las empresas consignatarias y sus empleados en favor de un "Plan Estratégico" al que no se le sospecha estrategia alguna, si no es la de dar más espacio a los tráficos limpios, esto es, las tasas que se le cobran a los cruceristas una vez han dejado sus naves, tráficos limpios, atraques y aquellos cuyos ingresos pasan a manos de las instituciones sin pasar por uno solo gaditano.

Mientras tanto se le marea la perdiz a una plantilla cada vez más mermada de portuarios que cada día temen un poco más por la pérdida de sus puestos de trabajo. Se ha descuidado el puerto de Cádiz en una larga pero exitosa maniobra de abandono sistemático, se ha quedado antiguo. Ahora, a José Luis Blanco (PSOE), presidente de la APBC, que lo más parecido que ha visto a un barco en su vida ha sido un pelícano, de actividad portuaria ya ni hablamos, Blanco, en avanzado estado de descomposición política el hombre, que ya se sabe cómo se llega a ocupar tal puesto en Cádiz, se le llena la boca con una desgracia generalizada hecha oportunidad y baza, quién sabe, para futuras bazas y oportunidades de partido. Y claro, Diario de Cádiz nos la intenta colar, qué pillines. Nos venden puestos de trabajos donde no se ven más que puestos para vender postales y guías, de Sevilla, claro, de Sevilla, que es adonde responden que van los cruceristas siempre que son preguntados por los incómodos portuarios, ya con sal y mosqueo de siglos pegados a las escamas.

¿Cómo, pues, se le vende una moto a un portuario? Fácil: la nueva terminal de contenedores. Toda vez que el tráfico rodado a partir de buques Ro-Ro ha sido aniquilado por el alto coste del atraque y la cada vez menos capacidad de maniobra para vehículos, tráfico de Marruecos (dos veces por semana: trabajo) incluyendo el alquiler de la rampa móvil que posibilita la descarga -por el camino moría la empresa consignataria TPC- la idea fue apretarle los tornillos a las grúas portacontenedores de Concasa (tres tráficos por semana: trabajo)  dificultando la concesión de terrenos para el manejo con maquinaria de contenedores. En Concasa ya desmontan para poner caminito a Huelva, puerto en auge gracias no solo a la buena gestión de las instituciones, también a la buena voluntad, en este caso, para crear verdadero empleo, que es de lo que trata todo esto. Pasa que los barcos para Navantia no nos deja ver el bosque, pero que bosque, como las meigas, haberlos haylos, y el bosque es un puerto comercial en desenfrenada decadencia, una ciudad realmente jodida, hablemos claro, el puerto que históricamente fue motor de una ciudad, que unos creen ver bonita y otros la vemos desangrada. En esto el artículo de Diario de Cádiz no se coge los dedos y cita textualmente las palabras de Blanco: "Cádiz es una ciudad administrativa, turística y comercial..." En ese orden, con esa poquita vergüenza. Y resulta que es el orden de esas prioridades lo que lleva mal en Cádiz desde hace un tiempito. Porque no, porque Cádiz ni es Malta ni es Dubrovnik; una bonita ciudad, que lo es, pero no es Venecia, y por supuesto, no es Sevilla, capital andaluza, pero sobre todo, capital de Susana, cuyo puerto, curiosamente, sí tiene actividad comercial, aunque los barcos deban pasar una auténtica odisea al remontar el Guadalquivir. En Sevilla, como en Huelva, se nos gana en voluntad, que no en tradición portuaria, que en eso, insisto, Cádiz tiene escuela desde lo del huevo de Colón.

Decía la nueva terminal. A día de hoy la nueva terminal es una moto sin marca ni casco. Bien avanzadas sus obras, los portuarios no consiguen explicarse las razones por las cuales no reciben noticias de las empresas interesadas en su explotación, una explotación que como mínimo podría ampliar la plantilla de portuarios en 150 trabajadores, sin contar el personal necesario para el funcionamiento de la empresa consignataria.  El artículo de Diario de Cádiz nos cuenta que el concurso tendrá lugar en 2016 y la mencionada explotación, humo de momento, para primer trimestre de 2017. Y claro, concurso, ya sabemos lo que pasa con los concursos, que nos tiemblan las canillas, no digo nada lo portuarios, acostumbrados a que se las den con y sin queso. Las obras para la nueva terminal de contenedores, decía, se encuentran en fase avanzada. Pero la APBC necesita como el comer, el cobrar, un dinero que Europa no piensa soltar hasta que el inexistente puerto de carga y descarga no demuestre que su explotación es rentable, no vaya a pasar como los famosos aeropuertos en los que ni despegan ni aterrizan aviones, que no son en Europa sencillos currantes como los portuarios, que ya sabemos cómo las gastan, sobre todo después de haberles vendido gato por liebre más de un millón de veces en materia de subvenciones. Pero sin pasta, ni se pone fin a la obra y, finalmente, tampoco veremos grandes empresas del movimiento de contenedores pujar por el business, que insisto, interesan tanto como los barcos que prometen construirse y repararse en Navantia.   

Mientras tanto, eso sí, tenemos nuestro fantástico Plan Estratégico, vete tú a saber para qué. "Será un sitio muy versátil" dice José Luis Blanco, también dice algo de lo chulos que quedan los conciertos allí, que es como decir que, bueno, en realidad no tenemos ni puñetera idea de qué vamos a hacer (un parking, qué si no, por ejemplo), pero que mangar, mangaremos, que de eso nosotros sabemos tela. Nada de lo que dice el artículo del periódico gaditano huele a creación de puestos de trabajo, nada en absoluto, o, en cualquier caso, precarios puestos de camareros/gondoleros, empleos que suben y bajan como los mareas, según temporadas.


Si una ciudad como Cádiz vive de espaldas al mar, muere, como lo harían las gaviotas, de irse a vivir a la Mancha. Y no, Cádiz NO crece, ni gracias al puerto ni a nada, hacen más anchas sus aceras, nada más.