miércoles, 9 de septiembre de 2015

La triste alegoría


Después de todo corren por no llorar. O no. No lo sabemos si no miramos. Para mirar están las cámaras, y para ello, quienes las manejan.

Una masa informe de personas desesperadas corren a vanguardia, hacia algún lugar que desconocen y que es una promesa. Por retaguardia, la destrucción, Baal Moloch y sus fauces, ISIS y drones, un régimen tenebroso, la noche de sirenas, los impactos y sus cráteres. Así que corren, por no llorar. Caminito de.

Ella viste vaqueros, camisa azul cielo, no sé si tela vaquera también. Lleva una cámara y los graba. En realidad lo que le gustaría grabar sería un barracón lleno de cadáveres, cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Pero está ahí, y los ve correr. Y su rabia es tan grande, la de ella, su frustración, pantalón vaqueros, la impotencia por verlos a ellos, correr, invadir, como si del mismísimo ejército otomano se tratase, en otro tiempo, su mezquindad... vileza más allá de lo que somos capaces de asumir, aunque lo veamos.


Ellos corren y ella, cuando puede, lanza una pierna, poco importa si niños o adultos, ella golpea con saña, no suelta la cámara, provoca. Muchos corren y alguien los golpea desde su sombra. Al fin y al cabo, la vida misma: muchos corren y unos pocos golpean.

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