domingo, 2 de marzo de 2014

Montaña de cenizas


No es difícil cometer el error
de pensar que el mundo
hace de acordeón cuando la prisa
y el negro abrazo de la soledad nos somete.
Buscar caminos es el objetivo de todo laberinto
 y en ello, la vida, se va, se nos va,
sorteando obstáculos de rostros dañinos,
tomando el consuelo de los amores
que de forma extraña se mimetizan
escurridizos en nuestras manos.

Al final la meta no es nada más
que encontrar utópicas felicidades.
Pero cuesta tanto saber
diferenciar unas sendas de otras.
Ni siquiera la experiencia o el instinto
socorren la voluntad de vivir de pleno
los días que, como estelas en la mar,
sólo podremos guardar en el recuerdo
una vez el reloj se cobre lo suyo.

Una vez descubierto que los amores mejores
acaban en  palabras que se ahogan en una lágrima,
el sueño, la intención y las ganas se consumen
dejando en lugar del beso una montaña de cenizas.
Al final parece que todos acabamos por asumir
una alegre impostura ante los días de lluvia.

Mientras tanto el monstruo de la duda nos asesina
tomando en cada caso su forma más oportuna.
Pero ¿Quién acepta una derrota sin mostrar si quiera los dientes?
¿Quién puede soportar que la nada y el todo nos destruya
sin la más mínima compasión? El todo y la nada me cuentan

que son malos tiempos para los que aman sin condiciones. 

Creencias




Es curioso cómo este gradual alejamiento de la religión me ha ido acercando, de un modo en ocasiones terrorífico, al lado de lo espiritual. En los momentos más inestables trato de convencerme de que es un asunto común a la especie. Imagino que la razón mayor para el surgimiento de estos anhelos que me vienen desde hace ya algún tiempo tienen mucho que ver con una maduración de la conciencia. No obstante, me parece curioso y sorprendente, igual que si fuera un niño, curioso y sorprendente; y me lo parece aún más ser consciente de ello y serlo de un ensanchamiento de la propia conciencia. Y así están las cosas a día de hoy: una insaciable hambre espiritual me taladra desde lo más profundo de mi estrecha y joven humanidad. Miguel de Unamuno me diría: Ahí estás, joven, y ahí está, ante ti y dentro de ti, el más grande de todos los misterios: el sentimiento trágico de la vida. Quizá, le contesto. Y son estas contemplaciones nocturnas, en las que la bóveda inabarcable de negrura y de luz me hace sentir tan minúsculo, las que desde hace tiempo obligan a mi pensamiento y a mi corazón; primero a una necesidad, y luego, a su cubierta. Ahora que ya puedo reconocer la necesidad, más que nunca la sintiera, el lamentable estado en el que me encuentro no sé si es ocasionado por la necesidad en sí o por la certeza de que dicha necesidad jamás será saciada. Y aunque desde hace ya algún tiempo la idea del camino me alienta y me socorre en las horas más oscuras, en este aspecto de mi ridícula humanidad, no doy hecho. Creada la necesidad el todo y la nada la misma cosa son. He tratado hacer algún poema basado en esa idea. Pero me he sentido torpe y excesivo, un poco Proust, perifrásicamente pedante y sobrealargado. La verdad es que últimamente apenas puedo escribir un sólo verso que no merezca el abrazo del fuego purificador. Pero ya digo, que me enredo, la necesidad ahí está, ya ha sido creada, y la búsqueda de alimento no está siendo nada sencilla.

De un modo inconsciente empecé por los textos que la tradición de la tierra impone. No recuerdo ahora de dónde me viene aquello de que los europeos sólo podemos sentir el cristianismo como religión. Podremos abrazar el budismo o el hinduismo con cierto interés intelectual, mas no sentirlo. Así que a hacer un repaso sobre mi cristianismo me dispuse. Recuerdo que con dieciséis años más o menos, quizá algo menos, me hice hermano de una cofradía que sacaba en la Semana Santa algecireña a "La Borriquita" y a "La Virgen de las Alegrías". Fueron un par de años o tres en los que me paseé por aquellas calles con el olor del incienso y el sabor del anís en los labios bajo el paso de la Virgen. Había una calle, de hecho la hay todavía, la calle de Montereros, una tortura adoquinada de diabólica pendiente. Recuerdo que durante esa parte de la carrera del paso, bajo éste, junto a mí, algunos de los hombres se descalzaban, para hacer mayor su sufrimiento, y había otros que, sin un motivo que me pareciese lógico o razonable, lloraban desconsolados y en los altos se me abrazaban. Me sentía reconfortado en esos abrazos y la emoción, pese a sumirme en un extraño estado de ebriedad, jamás provocó en mí lágrima alguna. ¿Por qué lloraban? Pienso ahora. ¿Por qué lloraban? Me pregunto ¿Lo sabían ellos? ¿Acaso les hacía llorar el sentimiento trágico de la vida o era simplemente por el dolor que el palo sobre sus nucas desolladas producía? El asunto es que al final, como yo nunca lloré, debí darme cuenta de que aquello no me llenaba, no me lo creía. Y así es más o menos como me sentí en un tiempo más reciente cuando tras un abandono total de toda creencia me sumergí en los textos sagrados del cristianismo. Sería torpe e injusto por mi parte hacerme eco aquí de mis impresiones, que serían escuetas y, por lo tanto, muy incompletas. Lo que sí puedo decir es que no encontré demasiadas verdades, concepto éste, el de verdad, que reconozco complejo y tal vez inexacto. Me quedo con la figura de Jesús, que no con el Cristo, con su mensaje, o mejor dicho, con buena parte de su mensaje, y corto en el mismo momento en que la historia me dice que ha de morir de una forma horrible por el bien de la humanidad. Parte ésta en la que se sustenta la creación que Pablo de Tarso llevó a cabo y que llega hasta nuestros días en extrema agonía tras una historia abominable. Porque la realidad es esa, de Jesús, lo único que la Iglesia ha querido conservar sobre todas las cosas es su crucifixión y las consecuencias de ésta, la muerte y su resurrección, esto último como el verdadero banderín de enganche para una humanidad marcada desde el nacimiento con el signo inevitable de la muerte.

Ralentizo mi escrito en el cristianismo, ya digo, por aquello que es la religión única que en teoría puedo ser capaz de sentir. También me he acercado a las demás grandes religiones monoteístas. He leído los Suras del Corán y he vuelto a repasar algunos textos del Antiguo Testamento tras las pistas del pueblo judío, asunto éste que me sirve para hilar de nuevo con el cristianismo. Desde luego ambos textos, Nuevo y Antiguo Testamento, no hablan en ningún momento de la misma entidad divina. Sólo la deidad del Nuevo Testamento es la misma del texto judío en cuanto deja morir a su hijo por el bien de la humanidad. El dios de los judíos no sólo es cruel, sino que es vengativo, celoso y cualquier otra cosa menos el padre de un pueblo elegido. Nada en absoluto de estas religiones me impulsan a creer en un dios único cuidador de sus hijos, creador de todo cuanto hay en el universo, omnipotente y justo, sabio y verdadero. Dios éste que por dogma desplaza a la mujer a un plano inferior, por poner un ejemplo. De hecho hoy, en pleno siglo XXI sigue desplazándola. Permítaseme la blasfemia: no me cabe la menor duda de que, conociendo como creo que ya conozco al Jesús de los evangelios, el hijo del dios de los cristianos debió probar las virtudes de la carne femenina, como buen mesías que era, y que nada de lo que vino después al respecto de la mujer en el mundo cristiano tuvo que ver con su palabra y sus hechos. Un dios que, por poner otro ejemplo, exige, como una especie de tributo, que un recién nacido pague con el bautizo el pecado que sus padres cometieron en el feliz acto de amarse. No me convencen estos dioses. ¿Y estos dioses o este Dios o Alá, son o es, quienes se suponen que han de saciar un espíritu anhelante de un más allá, de una trascendencia; son quienes han de aliviar el hambre que al ser humano invade cuando es testigo de una armónica naturaleza más grande y más verdad que cualquier otra? Al ser humano en el que han de debatir Descartes y Krishna desde luego que no. Y ése y no otro es el ser humano del siglo XXI, uno que tras siglos de oscuridad, renacimientos e ilustraciones, se encuentra ahora inmerso en una nueva era en la que la tecnología alcanza una progresión inimaginable y que las teorías de la mecánica cuántica desestabilizan los mismos fundamentos de la filosofía universal.

Toda vez que la necesidad fue creada fue creado el sufrimiento y la angustia.

Habrá quien pueda decir que no siente el mismo anhelo espiritual de un servidor, que para ello tienen la Fe. No saben cuánto me alegro por ellos. Y lo digo sin segundas, sinceramente, me alegro por ellos, yo no puedo. La Fe o se tiene o no se tiene, y yo no la tengo. No sé si alguna vez la tuve o si la perdí, el caso es que a día de hoy no la tengo.

La Fe o el Espíritu.

Me viene a la cabeza una obra enorme de un autor también gigantesco donde los haya, mi muy querido y admirado John Steinbeck. En "Las uvas de la ira" Steinbeck describe algo que debió ser muy común en las comunidades evangélicas rurales de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. Hablaba Steinbeck del Espíritu y de cómo éste se apoderaba de algunos feligreses provocando en ellos fenómenos inexplicables similares a los que Regan, la niña poseída por el demonio de la conocida novela de William Peter Blatty, "El exorcista". Las referencias a hechos similares me las he ido encontrando en numerosas obras de la literatura y el cine. Fenómenos que, ligados a la iglesia evangélica, también se repiten en la actualidad en Sudamérica. Sé que son fenómenos reales y sé que las personas afectadas por el Espíritu son capaces de entrar en trances que les hace poner los ojos en blanco y esputar auténtica espuma blanca como si de un epiléptico se tratase. Y ello ocurre porque de súbito son poseídos por el Espíritu. Del mismo modo la Fe hace que millares de personas vean bailar el sol o se produzcan curaciones milagrosas. Estos fenómenos ocurren realmente, sé que ocurren, están documentados y avalados por personalidades libres de toda sospecha, fenómenos en cuyo fondo quizá se aloje algún tipo de explicación fisiológica, física o química, pero que, sin duda alguna, son activados por el resorte de la Fe o el resorte del Espíritu. Lo que quiero decir es que me alegro sinceramente por aquellos que tienen Fe o son capaces de ser poseídos por el Espíritu. Pero yo no tengo Fe ni el Espíritu se me revela de ninguna de las maneras. Yo lo que tengo es un auténtico anhelo de espiritualidad, un hambre de trascendencia, y yo, como criatura del XXI que soy, no puedo conformarme con los dioses tenebrosos y bélicos que han manejado a la humanidad desde tiempos remotos.

La antropología nos habla de una diosa en origen. El culto a la diosa madre, el culto a la dadora de vida extendida a una diosa creadora de cosa viva, una diosa ligada a lo que mana de la tierra. Aquellos seres humanos primitivos que por primera vez se establecían en sociedad padecían terrores que para nosotros serían hoy totalmente incomprensibles en una irreflexiva revisión. Así que adoraban a la diosa madre y en un grado tecnológico y social limitado por su juventud, la amaban y la respetaban, sin temor, la respetaban. La religión o la necesidad inherente a la especie humana fue evolucionando y al fin, la diosa madre, no sólo fue olvidada sino que, su mayor virtud, o mejor dicho, la esencia que se desarrolla hasta llegar a ser su mayor virtud, la de traer la vida de donde antes no la había, queda eliminada y penada. Y sin embargo creo yo más en la diosa madre, yo que he visto a la mujer traer de sus entrañas la vida de ojos abiertos, creo más en la diosa de los hombres primitivos que apenas hacían ya sociedad. Creo que en ella porque su fin humano, lo que su aportación hace a la especie, es la representación misma del origen de todo. La diosa madre es más verdad que cualquier dios rencoroso y jamás pidió pago alguno por dar vida a la vida desde la nada.

Esto viene porque también uno, después de no descubrir en los dioses más que un vacío mayor, se acercó a otras creencias, algunas del pasado, otras más recientes, heterodoxas algunas, ligadas a la ciencia otras. He filosofado y discutido de filosofía de forma insolente con los clásicos; me he enfadado con ellos y otras veces, las que más, han sido ellos los que han decidido no seguir hablando conmigo por enojo. Steinbeck tiene otra obra, mi preferida quizá "A un dios desconocido". En esta obra Steinbeck hace un alegato por un renovado panteísmo, de forma maravillosa. Es el dios de Spinoza, perdón, son las creencias de Spinoza y es el panteísmo indígena americano, lo que vienen siendo las creencias de Spinoza llevadas a un pragmatismo salvaje y por ello más auténtico. En "A un dios desconocido" se respira una espiritualidad que alivia y que te hace sonreír, posiblemente lo más cerca de un dios que he estado en una lectura. Los dioses que habitan en tan magnífica novela se pueden sentir, cercanos y tal y como son, fuente de vida en ocasiones, implacables en otras. E implacables no porque sean llevados por una injusta y mentirosa personalización, sino implacables porque la naturaleza lo es, lo es y así lo vemos, observamos su violencia, saboreamos sus regalos y sentimos su amor en una delectación de una manera profunda y sincera. Spinoza había llegado a estas conclusiones a través del pensamiento, quizá por desesperación, como diría Unamuno del "judío portugués". En cualquier caso es que Steinbeck lo novela en hombres de carne y hueso, y lo hace como nadie. Creo yo más en ese panteísmo, que no es más que la misma diosa madre o la pacha mama de los nativos sudamericanos, creo yo más en eso que en los dioses que crucifican a sus hijos. En "Mis creencias" el más grande pensador de todos los tiempos, la mente científica más impresionante de la historia, Albert Einstein, nos dice que su dios, personalizando con el único objeto de hacer más entendible su pensamiento, es el mismo motor primigenio de Spinoza que yo extiendo al panteísmo de "A un dios desconocido" de Steinbeck con algo de osadía y sin embargo, con muy poca vergüenza. Hablamos de un hombre cuya capacidad de abstracción no ha sido igualada a día de hoy, abstracción, que es único medio posible en el que uno puede bucear de verás en la trascendencia. Cuando busco a mis dioses no puedo hacer más que por medio de la abstracción, es por ello por lo que después es imposible traducirlo al limitado medio del lenguaje.

Pero la necesidad creada ya hambre y sed, soledad y sin embargo, sentimiento colectivo hoy en desuso, me devora desde dentro. Son muchas las cuestiones que uno hubiera querido para esta entrada. Las reglas del juego me limitan, como limitan mis pensamientos y sentimientos mis palabras. Pero algo me dice que no he de parar en este empeño de absurdo y necesario diálogo. He de repasar notas ininteligibles escritas febrilmente, o quizás sólo tenga que esperar a que la desesperación me sacuda.


Una última cosa. En medio de una cena, una docena de comensales, un debate más o menos existencial. De pronto ese tío raro del fondo sale enérgico de su silencio y se pone a hablar de filosofía. La sorpresa genera interés, y el raro del fondo se arranca pues hablando de la filosofía "Gitano-Hippie". Es entonces el raro del fondo aún más raro si cabe, y de las cosas de las que habla chocan con su aspecto y la labor que en su vida desempeña. Habla de cómo el nacionalismo, cualquiera que éste sea, no es más que la triste mezcla resultante del miedo y el egoísmo. Dice el tío raro que existe un camino y que el conocimiento por el conocimiento es parte del bien universal, que la cultura en el individuo genera conciencia individual y que ésta lleva a una conciencia colectiva. Y una vez más el camino como alivio y la lucha en forma de desobediencia civil son las armas más preciadas. El tío raro del fondo de la mesa entonces entiende que ha de callar, que ha dado en hueso, que ahora es más raro que antes y que su significación, su marca, es ya imborrable. La filosofía "Gitano-Hippie" provoca la risa en principio. Después ya no hace tanta gracia. El tío raro defendía banderas y ahora los bares de tapas, y sí, esto es muy gracioso, pero es serio, tanto que mejor resulta no tomar en serio una filosofía que, si bien no sirve de alimento espiritual en su gran medida, quizás haría posible un mundo mejor. O al menos, un mundo más agradable, para todos.


lunes, 20 de enero de 2014

Negras Mediasnoches.


Extravagante deidad, oscura como las noches,
Con perfume mezclado de almizcle y de habano,
Obra de algún obi, el Fausto de la sabana,
Hechicera con ijares de ébano, engendro de negras mediasnoches.

SED NON SATIATA.
Ch. Baudelaire.



Al final del día, tal vez.
Mucho después de que despiertes
Flotando sobre un lecho de humedad
En aquel presidio de la colina
Del viejo vómito de Vulcano.
En ese momento, tal vez, recordarás
Que hoy tampoco verás el sol
Mas que para despedirte.
Y a la fábrica, con el ánimo de un arbusto,
En un furgón, partirás colina abajo
Por la carretera que nunca lleva a los sueños.
Hacia un desayuno con salmuera;
Al olor del mar en descomposición,
Los ojos de un blanco amarillento,
Las bocas sin dientes y lenguas
Amargamente floreadas por la heroína.
Será tu buenos días, el amanecer espinado
De un escalofrío que enervará tu espalda
Al oír el graznido desde las fauces
De la bestia que cercena los pulgares.
Media hora de arroces con breves sonrisas
Y nostalgias eternas, cómplices,
Entre la cola y las agallas,
Llenará medio reloj con tres gramos de más.

Pero será al final del día, tal vez,
En un segundo entre mosquitos infectos;
Después de no cenar, de esmerar
Contra las rocas un uniforme
Con forma de bola soldada a una cadena;
Suspirando como quien recuerda
Que algún día pudo ser feliz;
Como quien regresa de los muertos
A los que con ellos emigraron.

Será en ese momento pues
Que tal vez corras hacia el balcón
Sorteando las manos lascivas
Que se disputan los negros
Veinte años de tu piel y allí,
Asomada a las olas y a la jungla,
Con los ojos inundados de esperanza,
Recordarás que solía llegar en taxi,
Tan desconocidamente lejano y tuyo,
Para jugar por una noche más
A la reina negra de un olvidado continente

Y al príncipe blanco de la flor y las rupias.

domingo, 19 de enero de 2014

Puedo ver en la distancia.


Puedo ver en la distancia
niños que juegan despreocupados en un parque.
Puedo ver, en la distancia, calles adoquinadas
y caminadas, placenteramente,
por caminantes gozosos del aire urbanita que los acoge
y les proporciona familiaridad, un hábitat confortable.
Y puedo ver, a miles de kilómetros de nocturna oscuridad
a una pareja de jadeantes amantes,
cerca de alguna playa, haciendo el amor
enloquecidos sobre la suspensión
de un coche de interior vaporoso y húmedo.
Y yo puedo ver en la distancia
la mano del asesino que empuña el cuchillo
y acuchilla sin piedad a una víctima que muere marginal y sola.
Puedo ver un hombre como cualquier otro hombre
torturando a un hombre con saña y maldad extrema.
Puedo ver lo que no quiero y puedo ver
la criatura que recién nacida es recién muerta de hambre.
Y puedo ver a su madre que con la criatura muere
porque también nació muerta aun con vida.
Puedo verme a mí mismo entre el cielo y la tierra,
ínfimo, prescindible; ridiculizado
por la inmensidad tenebrosa del todo y la nada.
Puedo ver qué es mi respiración agitada
por el temor y puedo ver el vaho de mi grito
gritar en la humedad escandalosa en el aire.
Puedo verme sentado y puedo verme de pie.
Puedo verme ridículamente consciente
de que todo acaba porque todo ha empezado.
Puedo verme entonces llorar
porque no lloro y porque no río.
Y puedo verme pues, finalmente,
reír porque ignoro y disfruto
y porque estoy solo, tanto como tú.


martes, 26 de noviembre de 2013

De momento: sólo silencio



Los días han pasado. Atrás quedan los días de pompa, de la falsa gloria que alimenta los corazones confundidos y atrás quedan, los sinceros abrazos y las cómplices miradas y los ojos inevitables. Flotamos nuevamente sobre raíles que parecen escupir hacia la proa su carga. Y por la proa, la incertidumbre. Los destinos insospechados con sus dudas compañeras. El futuro crujir de dientes que no por conocido causa menos angustia. No con alegría pero sí con las arterias satisfechas por la sangre que ha regado cada fibra de mi cuerpo, nos batimos cobardemente en retirada obligatoria. La soledad de una plutónica noche madrileña; la soledad en las galerías de los aeropuertos y la mala compañía, al final, de un océano que nadie sabe si existe para la vida o si existe para la muerte. Pero soledad queda después de los días que veo ya hundirse entre la espuma de la estela agonizante. ¡Cuánto hemos disfrutado: reído y llorado! ¡Cuántos días dulcemente envenenado con la cicuta que inoculan las dichas y los pesares! Y sí, soledades, que no desesperanza; que no miedo a agarrar a esto que es maravilloso y que es la vida, por los huevos, y apretar y apretar hasta que no le quede más remedio que entregarme hasta lo más nimio y fondero de su esencia. Los días han pasado y uno jamás quiso que ocurriera con tanta prontitud. Ahora esta miel que se me quedó en los labios será tercamente borrada por los días y la sal. Dejo en su propia aventura la ciudad en la que nunca llueve para embarcarme en mi propia aventura. Los días, los meses y, quién sabe, los años, hablaran o no de cierto fantasma que se nos coló en casa, cierto día, cuando el ámbar manchaba nuestros gaznates y entorpecían nuestros corazones. Toca retomar el camino justo por donde nos apeamos cuando aquello de los días de pompa y falsa gloria. Toca empuñar la espada y la pluma, la pluma, y la espada, para bien o para mal. A llenar ceniceros por la llama que no arde y la mesita de noche con papelitos pintarrajeados a lo largo de la jornada. Toca echarte de menos. Sweet surrender de Nappo Berna. Love & sax. Y la vida por delante. Que esto no ha hecho más que empezar. Eso sí, de momento: sólo silencio.

domingo, 3 de noviembre de 2013

La balada del bailarín.



Bailarín de pasos torpes y ojos cansados,
si es la música, lejana entre avenidas,
y si es sola, la música, torpes pasos;
qué música te mueve cuando bailas.

Bailarín de ritmos amarillos cerveza,
si es la música, finita como los dedos
y en la mano, la gracia, se esfuma;
qué bailas cuando cantas que bailas.

Bailarín casi vivo bailarín sollozante,
agotas las falsas melodías, en la noche,
y en la noche, son rojas las sonrisas;
qué llantos y qué risas y qué bailan.

Bailarín desnudo, no te vistas, déjalo,
no seas bailarín con los ojos, los dientes,
en la prisa tenebrosa de los besos;
qué fiestas de sangre y de fuegos cuando bailas.


sábado, 2 de noviembre de 2013

Conmigo vais


Futuros acontecimientos hacen que uno tenga que agarrar bien el freno de mano antes de seguir adelante un sólo día más. Siento desbordante la expectación creada por la inminente aparición de mi primera novela. No quiero decir que de una forma objetiva la expectación sea algo desproporcionada. Se trata más bien de la percepción subjetiva que dicha expectación me produce. Y todo esto, que imagino que será algo común a todos los escritores noveles, me hace llegar a una feliz conclusión: La gente que me conoce, por lo general, siente gran aprecio por mi persona. Porque son muchas las personas que se han hecho eco de la noticia que es la salida a las librerías de Una ciudad en la que nunca llueve; muchas y bien intencionadas y cariñosas las mayoría de ellas. Tantas y tan amables son las palabras de ánimo que me dedican, y es tanta la confianza depositada en mi novelita, que no es pequeño el esfuerzo que tengo que hacer para no olvidarme de qué va realmente el solitario oficio de escribir. Se me hace grande esto. No estaba, ni mucho menos, preparado para afrontar la promoción de la obra propia.

Puede que me quede corto si desde aquí lanzo un profundo agradecimiento a todas y cada una de las personas que, en algún momento de estos días, han dedicado un ratito de su tiempo a apoyar esta novela que yo escribí en su día y que ya es más de quien la quiera disfrutar que propia. Gracias, pues, a todos, lo mejor, está aún por llegar.



Pero sigo. El viernes 8 de noviembre, a las 19:30 de la tarde en la librería Las Libreras, Una ciudad en la que nunca llueve, tendrá el honor de compartir acto de presentación, con personas grandes a las que admiro de verdad. Mi editora, Ana Mayi, alguien a quien he conocido en tiempo reciente y a quien me será imposible borrar del recuerdo en la vida que aún me queda. Ana depositó en mi novelita una confianza total pese a ser yo un escritor que siempre había permanecido en el ámbito de lo familiar. Y la confianza de Ana implica inevitablemente el cariño que deposita en todo lo que hace. Su trabajo en esta novelita mía ha sido y es inmejorable. Para un escritor, pienso, eso es de las cosas más importantes que le pueden pasar en su carrera, corta, de momento, en mi caso. Todo escritor aspira a encontrar alguien así en su camino. Y es por ello, por lo que sé de Ana Mayi, que creo que Ediciones Mayi es una editorial grande y no pequeña, como la misma Ana trata de convencerse. Gracias también a ella y a su labor.

Tengo la fortuna de contar entre mis amigos al poeta y escritor Luis García Gil. No voy a decir nada de su obra. Su obra habla por sí misma. Luis es generosidad. Lo es, entre otras cosas, porque aun sin haber leído la novela y prácticamente, desde mucho antes de que ésta iniciase su proceso editorial, me dio un sí rotundo y mayúsculo a mi petición de una futura presentación. Sé que también él confía en este proyecto, y lo hace también desde el cariño. Luis es generosidad, pero es tantas cosas y todas ellas, buenas, que conmigo va, y el día 8, también.

Y como la fortuna no sólo tiene color sino que también suena e incluso a veces, también se recoge el pelo en una coleta, mi novelita tendrá también, para disfrute de todos, el inmenso calor que la presencia de Fernando Lobo genera. Mi gran amigo cantor, poeta y músico. Le pedí una locura cuando él ya me había sonreído y respondido que sí. Fernando está ahí siempre. Bien podría haber sido uno de los protagonistas de Una ciudad en la que nunca llueve, o tal vez lo sea, en el mismo sentido en que de algún modo todos los somos. Fernando vendrá acompañado de su guitarra, ahí es nada, y hará algo bonito, de eso estoy totalmente seguro.

Cuando vienen las alegrías uno ha dejarse llevar por ellas, aunque vengan a veces huérfanas de madre. Y todo esto que son las cosas que trae consigo la publicación de un libro son cosas maravillosas y alegrías al fin y al cabo. La vida te da tanto como te quita y yo soy fiel afiliado del partido de los que lloran cuando se le resta, así como de los que celebran con risas y palmas cuando reciben. Huérfana o no, esta alegría mía y que comparto con tantas buenas personas, hace que desde estas líneas y en esta magnífica mañana de otoño, brinde por todos vosotros con la mejor de mis sonrisas.

Nos vemos el día 8 en Las Libreras.