No es difícil cometer
el error
de pensar que el mundo
hace de acordeón cuando
la prisa
y el negro abrazo de la
soledad nos somete.
Buscar caminos es el
objetivo de todo laberinto
y en ello, la vida, se va, se nos va,
sorteando obstáculos de
rostros dañinos,
tomando el consuelo de
los amores
que de forma extraña se
mimetizan
escurridizos en
nuestras manos.
Al final la meta no es
nada más
que encontrar utópicas
felicidades.
Pero cuesta tanto saber
diferenciar unas sendas
de otras.
Ni siquiera la experiencia
o el instinto
socorren la voluntad de
vivir de pleno
los días que, como
estelas en la mar,
sólo podremos guardar
en el recuerdo
una vez el reloj se
cobre lo suyo.
Una vez descubierto que
los amores mejores
acaban en palabras que se ahogan en una lágrima,
el sueño, la intención
y las ganas se consumen
dejando en lugar del
beso una montaña de cenizas.
Al final parece que
todos acabamos por asumir
una alegre impostura
ante los días de lluvia.
Mientras tanto el
monstruo de la duda nos asesina
tomando en cada caso su
forma más oportuna.
Pero ¿Quién acepta una
derrota sin mostrar si quiera los dientes?
¿Quién puede soportar
que la nada y el todo nos destruya
sin la más mínima
compasión? El todo y la nada me cuentan
que son malos tiempos
para los que aman sin condiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario