domingo, 2 de marzo de 2014

Montaña de cenizas


No es difícil cometer el error
de pensar que el mundo
hace de acordeón cuando la prisa
y el negro abrazo de la soledad nos somete.
Buscar caminos es el objetivo de todo laberinto
 y en ello, la vida, se va, se nos va,
sorteando obstáculos de rostros dañinos,
tomando el consuelo de los amores
que de forma extraña se mimetizan
escurridizos en nuestras manos.

Al final la meta no es nada más
que encontrar utópicas felicidades.
Pero cuesta tanto saber
diferenciar unas sendas de otras.
Ni siquiera la experiencia o el instinto
socorren la voluntad de vivir de pleno
los días que, como estelas en la mar,
sólo podremos guardar en el recuerdo
una vez el reloj se cobre lo suyo.

Una vez descubierto que los amores mejores
acaban en  palabras que se ahogan en una lágrima,
el sueño, la intención y las ganas se consumen
dejando en lugar del beso una montaña de cenizas.
Al final parece que todos acabamos por asumir
una alegre impostura ante los días de lluvia.

Mientras tanto el monstruo de la duda nos asesina
tomando en cada caso su forma más oportuna.
Pero ¿Quién acepta una derrota sin mostrar si quiera los dientes?
¿Quién puede soportar que la nada y el todo nos destruya
sin la más mínima compasión? El todo y la nada me cuentan

que son malos tiempos para los que aman sin condiciones. 

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