Ya no sabe uno si esto
tiene que ver con el momento de la Historia que algún escriba redactará con
medio limón mordido y estrujándose en los dientes o si es como decía el
ilusionista un producto de nuestra más que fantasiosa y aterrada imaginación.
Los días se suceden llenando los ojos y los oídos de vorágine autodestructiva,
ese leviatán enseñando siempre la caballuna dentadura, la ferocidad de una
realidad monstruosa mezclada con el crudo hormigón de los días y los días que
se prometen ahora otoñales, días sangrantes y grisuras y días de los de a morir
cada día un poquito. La rueda sigue girando siempre en la víspera de lo
infinito, totum revolutum, tener sobre el ser, el miedo, siempre el miedo, el
miedo al diferente y al otro mundo que no es el nuestro y que es el de otros
que sufren y que nos hacen sufrir más por egoísmo que por pura empatía, la
empatía cada vez más algo artificioso, insufrible empatía, aleja de mí este
cáliz. Ya no sabe uno si es la madurez, qué cosas, madurar, si es la madurez lo
que te lleva a por el camino de la anestesia o por el camino de la compasión,
es tan puta la tristeza. Si te dicen que me ahogué: cuando una imagen vale más
que todas y cada una de las combinaciones de un abecedario. La muerte se abre
camino: se traga la mar criaturas fantasmales en éxodo doliente y luego las
esputa como se hace con la bilis de un capitalismo al que le sobran números de
a dos patas y le faltan siempre dos patas de cifras colosales, Moloch del siglo
veintiuno, este del posmodernismo y su deidad original fenecida, el siglo del
cinismo, dioses que sentaron la cátedra del terror ahora recogida la doctrina
del humano vivo y muerto. Así las cosas, que empiece el aquelarre, ya nos
ocuparemos de la hoguera, son na más que unos pocos brujos gurús de la
sinrazón. La razón no entiende de patrias ni fronteras. Yo nací aquí en un
lugar sin horizontes lleno de semejantes, de qué me hablas cuando me hablas de
aquí o de allá, nacimos, qué más quieres, no te parece excesivo, a qué pretender
la eterna sonrisa, refugiados en el meridiano de sangre. Soy del lugar mismo en
el que me han puesto mis pasos y antes los pasos de otros y antes que eso los
pasos de otros, tierra de caníbales siempre, de faraónicas calamidades y de
muertes inexplicables, soy entonces de cualquier sitio en el que algún día
enterrarme bajo una roca y sin más mortaja que lo que fui para quienes me
quisieron y me odiaron. Frenéticamente y enloquecidos, vivimos un ensayo sobre
la ceguera, un Macondo extrapolado, una tortura mecánicamente mediatizada por
los hijos del billete verde y la mierda blanca pa la nariz y las tarjetas
Black. Y en el Mediterráneo, muerto el perro, se acabó la rabia. Y la rabia
devorándonos por dentro, a los que nunca nos adaptamos y a los que nos negamos
a ver el mundo correcto de los correctos y políticamente sin escrúpulos que tal
vez nacieron de una loba y que hoy se alojan en casas blancas encaladas con el
amasijo de ceniza que sobró de las ruinas del segundo mundo, de lo que pudo
haber sido y nunca fue, como flagelos cabezones precipitados por un ojo de
retrete. Tristes guerras, si no es amor la empresa, tristes, desheredados hijos
de un dios menor, tristes, aquellos que viven el tener por encima del ser, más
tristes, quienes pasan una vez por el planeta sin haber reído o llorado por lo
que merecía ser sufrido o disfrutado. Pero el perro no muere, es lo que tienen
las guerras posmodernas, designadores láser en la proa del drone, califatos
homicidas, Babel entre llamas, Sodoma sodomizada, todos víctimas: verdugos de
los hijos de los hijos. Construyamos una nueva Babilonia en la que los hombres
estrangulen a sus mujeres y pongamos en todos los hogares un televisor de
plasma, para todos los públicos, que así las penas son menos. Llegará la
extinción como el eructo de un árabe, como alivio de ventosidades, muy
agradecido pues. Insisto, que dónde es esto en lo que estamos, qué extraña
pesadilla kafkiana de las comisiones bancarias, la de los eternos imputados sin
cárcel probable y los infantes corruptibles y las orillas sembradas de cadáveres,
dónde, cuándo llegamos y, sobre todo, cómo coño se sale, en qué momento se nos
anuncia la estación de servicio, para expulsar toxinas por vía urinaria, para
echar un piti, ahí al lado, lejos del mundanal ruido y este insufrible
sentimiento trágico de lo que es imposible vivir porque apenas queda aire para
respirar, lejos de ser like a rolling stone, knockin´on the heavens door.
Cierran librerías por exceso de viejas novedades,
mueren los escritores por superávit, el entierro de la caballa lectora, no
pueden cerrar los cines, que ya lo hicieron, pero cierran sus piernas las
diosas del futuro, cierran los puertos y los barcos se escapan, cierran el
Gólgota, por defunción, sierran el árbol de la ciencia, yerran los jóvenes sin
esperanza que buscan futuribles indefinidos allende las alemanias y otras
tierras que guardar, cierran pues las fronteras, trenes que no llegan, pueblos
que esperan el último tranvía. Y los días pasan. Unos tras otros. Los
observadores de las naciones resurgidas del nazismo, los gulag y los obuses, de
los bigotes malencarados y el relámpago en las entrañas, also the most famous
nigger of the world, analizan con entusiasmo la posibilidad de un puente de
carne magra para anexionarse el continente africano. Las primeras conclusiones
abogan por un aumento de las masacres. Señalan a los hombres que gustan del
feminicidio apuntarse a esto de verter carne al mar. Este año tendremos más
gruesas las gaviotas. Mar de fondo y Europa, ese cauce natural del capitalismo entre
los Pirineos y los Alpes, esa puta resabiada propensa al genocidio, da luz
verde al inmovilismo, cuando no es pa mangar, sí señor, andan felices los
mercados frau doña muy señora mía (luce usted tan hijaeputa como siempre).
Rueda la rueda, pasa la vida, las hojas caen, más que nunca en otoño, cuando la
primavera ni está ni se la espera. Qué prisas estas por irnos todos al carajo, ¿no
te parece? Eh, ¿es a mí? es que jugaba el Madrid. Morimos cada día un poquito
más con lo que matamos, más, si contamos a la industria auxiliar, los muertos
indirectos.
Es una foto dolorosa, pero no es la primera vez que una imagen así sale en la prensa. Leyéndote recordé aquella niña de Vietnam, creo que era en MyLai, huyendo despavorida del napalm con la piel quemada o los cadáveres de los bebés junto a sus madres en una cuneta del mismo país. Poco o nada ha cambiado, seguimos siendo los mismos, para bien y para mal.
ResponderEliminarGrata sorpresa verte por aquí, Santiago. Y sí, seguimos siendo los mismos. Todo cambia para que nada cambie, eso lo sabemos. No obstante, el estar vivos, por la gracia de vete tú a saber quién, obliga a hacer algo más que respirar y todo ese rollo de sístoles y diástoles. Decía Mario Vargas Llosa, autor que no gasto, que todo hay que decirlo, que el niño se hace escritor para ficcionar una realidad diferente, una forma de canalizar su inconformismo. También hubo un tiempo en el que el periodismo cambiaba las cosas, para bien. Sacaremos fruto de ello o no, lo que no se puede hacer es bajar los brazos. Desgraciadamente, la fotografía del pequeño sirio, representa a un sinnúmero de niños en muchos países del mundo. Si no hacemos nada, nada nos va a quedar, menos aún.
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