Detengamos la máquina
generadora de ilusiones. Sí. Bajemos las revoluciones, poco a poco, tampoco
queremos que se rompa. La hélice, lentamente, se va dejando ver, vemos que es
hélice y no circunferencia de espuma rabiosa. Seamos realistas. Eso es. Realistas.
¿No somos al fin y al cabo hijos del primer mundo? Seamos realistas, que no es
tan malo.
Y la realidad es ni más
ni menos que nada podemos hacer para cambiar las cosas. Las cosas son. Nada
más. Jamás tuvimos en nuestras manos por medio de la democracia la capacidad de
mover el más mínimo átomo de nada. Eso es realismo. Fue todo tan fácil, es tan
doloroso además ejercitar la memoria, tan cómodo y opiáceo el olvido.
Detengamos pues toda intención de pensar en que un mundo mejor es posible
porque no lo es. Siempre habrá alguien que aparezca de entre las sombras y le
hables y te mire raro y tú te sientas poco menos que carajote cuando le digas
que crees en algo que está muy por encima de su religión superficial y barata.
Siempre surgirá alguien, de lo oscuro, que te diga, seamos realistas.
Hagan el favor de
tenerme la máquina a ralentí un poco más.
El realista es ese tipo
que no ha visto, que no mira o que lo hace sin ver, es, el tipo, incapaz de
estremecerse ante la mano que se le coloca delante de las narices cuando le
piden una limosna. Mira la mano con desprecio porque no sabe lo que ve. Es ese
tipo, el realista, uno que sabe que sus hijos duermen cada noche en una cama
cubierto de sábanas, mantas y colchas. Claro, si no ha visto no puede imaginar.
No ha visto a otros niños como el suyo jugando al fútbol cerca de un campo de
minas. Nunca un niño le ha ofrecido con una extraña sonrisa un pepino de ciento
cinco sin explosionar. Ni siquiera sabe que hay niños en algún lugar que con
solo diez meses sobre la faz de la Tierra son capaces de correr a zancadas tras
un coche para pedir un poco de agua. Ese es el realista, el que te dice esto es
lo que hay. A mí me ha tocado bien y a otros mal. Sé realista, tipo ingenuo,
iluso. Lo llevamos a ralentí dijimos.
Un ejercicio de
realismo es decir que en España no existe la pobreza porque pobreza es lo que
hay en África. Como no ha visto tampoco sabe que en África, en el continente
negro, pobreza es un término bastante inexacto e injusto. No se le puede llamar
pobreza al Holocausto Africano, ni a la mayoría de las miserias que se dan en
Asia, Sudamérica o Centroamérica. No lo puede imaginar porque no lo ve, no lo
muestran los medios si no proporciona por lo inmediato suficientes beneficios,
si no es noticia candente, y noticia candente no puede ser la brutal mortandad
infantil, eso no es noticia, noticia sería, por ejemplo, que el ébola se
expandiese de tal manera que, en el peor de los casos, con una mínima
probabilidad, pudiese llegar a Europa. Eso es noticia, porque es terror y el
terror mueve dinero, de un modo u otro. No es noticia que la malaria siga
siendo la enfermedad más mortífera de África, por encima del sida, cuando la
erradicamos de Europa en un échate pa´llá que hace caló.
El realista, por lo
general, está conforme con todo. Aquí, en España, recuerden, el país del dolor
de huevos, el realista, que también es el correcto, se conforma con todo, se
conforma con que estén en su sitio los mismos de siempre, los que le mantienen
ahí, en ese realismo inamovible, mientras la cosa funcione, que claro,
funciona, cómo no, sobre todo si somos incapaces de mirar a otro lado, no al
otro, no al casi semejante, no al que lo pasa mal, no al casi pobre. Ellos son
realistas, han nacido en el momento oportuno en el lugar indicado.
Como no podemos pedir
semejante esfuerzo, tal capacidad de sacrificio, lo mejor, es pedir al resto
que detenga la máquina de las ilusiones. Sobrevivan. Así, a ralentí, motor
diesel, contenido, apretando las muelas, cada vez, un poquito más. Podemos
pedir eso.
O tal vez no.
Quien lleva en el pecho
un corazón hasta las trancas de sangre hirviente no puede dejar morir sus
ilusiones, no puede consentir ciertas cosas. Y sí, tenemos la suerte de no
vivir un holocausto como el africano, pero cada vez es más palpable, más
irrespirable el aire, más lejano el umbral del dolor. Han depositado sobre
nosotros la muerte en vida, no es una exageración, mira y ve, joder, a tu
alrededor, casi imposible ganarse la vida, sueldos indignos, contratos
miserables, la muerte en vida, sí, como en aquellas distopías de la literatura
y el cine, esas en la que existen los afortunados, viviendo de la suerte que no
han ganado o que han ganado de forma mezquina, esas mismas en las que el resto
son los desechos sociales que laboran la cuna de sus riquezas. Que no es una
exageración, que está ahí, lo vemos cada día. Si miras lo ves. Si tú miras, no
más allá de tus parientes más cercanos, los ves, mendigando el pan,
arrastrándose por un puesto de trabajo, los ves. Esa es nuestra verdadera
realidad y no otra.
Pero existen los que
llevan dentro del pecho un corazón hasta las trancas de sangre hirviente y no
pueden dejar morir sus ilusiones, la creencia de que un mundo mejor es posible.
Es muy poca la capacidad de maniobra, apenas nada, un resquicio en las leyes
quizá, nada, o casi nada, lo justo para que muy de vez en cuando nuestro
sistema político permita que se generen algunos partidos al margen de lo
conocido, en principio ni mejor ni peor, desconocidos, diferentes, llevando
consigo un mensaje de ilusión. Ilusión, aquello que repatea las tripas del
realista que impone su conformismo acomodado con un sé realista. Así que
detengamos la máquina, hasta aquí habéis llegado, saboread el cálido amargor de
vuestra derrota.
O mejor no, qué
cojones, que nadie toque nada, la mano fuera de la consola de mando, que nadie
se mueva mecagoendiós, ilusiones, de eso es de lo que se trata, de
conservarlas, de mirar, de ver, de creer que lo merecemos, de eso, seamos
combativos, que ya la guerra está perdida, mejor morir matando.
***
Hay quien celebra lo
ocurrido en Grecia. En Grecia ha ocurrido que se ha puesto un pie sobre las
ilusiones, la han descabezado, y hay quien lo celebra. Apenas han dejado
respirar a Tsipras desde que el sistema político griego lo nombró primer
ministro. Y aquí en España nos lo han mostrado a todo color. Eso sí teníamos
que verlo. El gobierno de Tsipras y su voluntad de luchar por las ilusiones fue
ratificado de forma asombrosa por una mayoría de griegos en sonado referéndum.
Fue tan bonito mientras duró. Cabeza de turco Tsipras ha sido sacrificado y con
él todo el pueblo griego. En España hay quien se alegra, también quien ha
vivido la tragedia griega como propia, el pisotón ha sido tan grande que
alcanzó en gran medida la ilusión en el país de la Ñ.
No es casualidad. Lo
que está ocurriendo en Cádiz se le asemeja bastante. ¿Cómo empieza todo? Es muy
sencillo. El alcalde de Cádiz llega al ayuntamiento como quien entra en una
trampa mortal. Es el peor de los escenarios políticos posibles. El partido que
facilitó el hecho, quien le puso la zanahoria, el PSOE, representado por Fran
González, un tipo ruin a todas luces, sin más oficio ni beneficio que el de
trepar en la política, una vergüenza de tipo en realidad, fue largo como solo
un partido de tales características y currículum puede serlo. Echaban a la peso
pesado de Teófila Martínez del ayuntamiento, su cortijo, su expositor de joyas,
después, todo sería coser y cantar. Y lo está siendo, no sin ayuda.
La campaña de
desprestigio, el acoso y derribo a José María González "Kichi", es
una aberrante historia de la infamia. En lugar del sano escepticismo con que
deberíamos observar sus movimientos en el ayuntamiento, en vez de eso, se ha
optado por ponerle encima la lupa que nunca tuvo la anterior alcaldesa, tal vez
por temor a su ira. Y es aquí donde entran los medios de comunicación. Pasen y
lean, de verdad, a los esplendidos columnistas y blogueros, no tiene
desperdicio. Mientras tanto, en el resto de España, la estrategia es más
insidiosa, menos directa, se ataca al nuevo y amplio espectro de la izquierda
inoculando la mala sangre del terror en el pueblo. Se habla de populismo,
acusan y señalan hablando de populismo poniendo bajo el título la fotografía
del temible Hugo Chávez. Claro que es populismo, por supuesto que lo es, ¿cómo
si no despiertas a un pueblo dormido desde siempre, el pueblo que ha permitido
que le roben a manos llenas delante de su cara? Es populismo y es mover el
asiento de quienes se creían obligados a ser víctimas y espectadores, un
populismo que les recuerda que aún pueden permitirse soñar con que sus hijos
tendrán una vida mejor.
En Cádiz tenemos tipos
como el señor Fernando Santiago, más que periodista, polemista, que es lo que
le va, la polémica. No duerme, no descansa, su campaña debe ser personal, no se
me ocurre otro motivo. Día tras día el tipo insiste en señalar cada paso del
alcalde. Tal actitud es sospechosa. También es sospechoso el caso de la famosa
historia del cónsul alemán, esa leyenda urbana que circulaba por mensajes de un
móvil a otro hasta acabar en las páginas del primer periódico de la ciudad en
un artículo claramente dirigido a la demolición. Por otro lado está el
periódico La Voz. Alabado y aplaudido ha sido el artículo en el que se
criticaba la conciliación familiar por el hecho de que el alcalde procura no
ser solo un animal político. Y bueno, todo esto es sospechoso, lo es, todo en
su conjunto, podríamos seguir enumerando jugadas y no parar. Ni seis meses en
el ayuntamiento y ya se puede decir que al alcalde de Cádiz se lo han cargado.
Gran parte del trabajo lo han hecho los periodistas. Qué grande les queda el
título, joder, qué pena estudiar toda una carrera universitaria para
convertirse en títere, por unos míseros euros.
Todos estos que hacen
el juego sucio también empujan el pie que pisa la capacidad de ilusionarse de
los ciudadanos más perjudicados por el momento político y económico. La
responsabilidad es grande, son cómplices de los que están causando tanto mal. Culpables son.