Texto leído en el día de ayer en la librería cafetería La Clandestina con motivo del día del libro.
En realidad, ¿qué
significa toda esta parafernalia?
Vivimos tiempos
confusos. El ser humano pierde a cada segundo que pasa una brizna de su tesoro
más preciado, la humanidad. Nuestro desarrollo y nuestra tecnología ya alcanzan
la velocidad del neutrino en el interior de un acelerador de partículas. El
movimiento de rotación ya no dura veinticuatro horas; ochocientos africanos
perecen tragados por las aguas del Mediterráneo un día cualquiera, pongamos
antes de ayer; hoy, simplemente, no existen; la muerte significó tanto como la
vida, nada. No queda tiempo para la contemplación, la reflexión, no queda
tiempo ni espacio para la filosofía, no queda donde colocar migas de pan. Somos
los indios de la América colonizada, sobramos quienes creemos que nos
equivocamos, vaya usted a saber cuando.
En realidad, ¿qué
significa toda esta parafernalia del día del libro?
Y es que vivimos tiempos
confusos. Entendieron mejor aquello del arma cargada de futuro quienes supieron
que debían correr o morir en el intento. El libro. Un libro. ¿Para quién? ¿Para
qué? ¿Acaso no está ya todo perdido? Celebramos al ritmo que marca la industria
un día para la marca y el descuento, para que yo esté aquí quizá, enumerando
cada una de estas palabras, como si ellas no fueran una milésima parte de lo
que se puede encontrar en los títulos que hoy conforman los cánones de la
literatura universal por méritos propios. Cuando uno entre muchos se enfrenta a
la empresa compleja y perturbadora de componer un libro, recupera parte de la
esencia perdida desde el origen de los tiempos. Cuando uno entre muchos toma la
cada vez más imposible decisión de sentarse a leer -esto es: frenar la máquina,
suspirar tal vez, alejarse de todo aquello que lo empuja a no ser más que un
productor/consumidor-, acepta, en un gesto de humanidad, el diálogo con otro
que tal vez creyó que existían palabras que debían ser dichas; alineándose, de
alguna forma, con aquellos que en cuevas contemplaban perfiles de bisontes y
mamuts.
Pero en realidad, ¿qué
significa toda esta parafernalia del día del libro y que yo, un peatón, esté
aquí, con una obra producto de mis manos?
Y es que en realidad
vivimos tiempos confusos, en los que debemos recordarnos que en un libro se
encuentra cuanto perdimos y olvidamos y que probablemente ya no recuperaremos.
Decimos Cervantes o Shakespeare, en un día como hoy, qué cosas, y no podemos
pensar más que en sepultura y en huesos y en tierra removida, cuando deberíamos
pensar en vida vivida y en pasado, presente y futuro y en nosotros y el mundo. También
yo -afortunadamente no soy el único, somos legión- me alineo con ellos desde mi
pequeño rinconcito en el mundo, Dante, Cervantes y Shakespeare, Lope de Vega,
Quevedo, Byron, Austen, Joyce, Gabriela Mistral, Faulkner, Hemingway, García
Márquez, Plath, Pardo Bazán, Machado, Lorca, Storni, Miguel Hernández y tantos
otros cuyos libros no se han cruzado en mi camino y tantos otros que
escribieron en lenguas que desconozco, desde el rinconcito en que me encuentro
y en el que a veces me acuesto como un aprendiz desesperado.
Hoy nos felicitamos por
mucho más que aquello de la marca y el descuento. Nos felicitamos porque
todavía los bomberos se dedican a apagar llamas y no a obligarnos a que nos
llamemos Los hijos de la medianoche, El
ruido y la furia, Las venas abiertas de América latina, La insoportable levedad
del ser o Cristo con un fusil al
hombro, Poeta en Nueva York.
Hoy nos felicitamos
porque contamos con escritores y editores y libreros que se resisten con uñas y
dientes a formar parte de la alta velocidad y los gigabytes de la vergüenza,
nos felicitamos porque aún conservamos las luces de la bohemia que refulgen en
las flores del mal, con la voz a ti debida, por supuesto, lector paseante en
alguna calle de Macondo o mezclándote con el polvo que agita el viento en sus
mil y una noches mientras Juan Cantueso afila el cuchillo canturreando aquel
poemita de Espronceda que hoy más que nunca es himno de Quijotes: escritores y
editores y libreros frente a los medios de publicación masiva apoltronados en
las listas de los más innecesarios y dañinos.
Hoy nos felicitamos por
quienes al decir libro sabemos muy bien de qué nos hablan.
Todavía podemos
felicitarnos, un día como hoy, felicidades Juan José, felicidades editora,
feliz día del libro a La Clandestina y a todos, un día como hoy, veintitrés de
abril de dos mil quince. Mañana ya veremos.
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