La primera vez que me
acerqué a Walt Whitman, hace ya de esto un tiempito, no fui capaz de aceptarlo.
Su mensaje, o la interpretación que del mismo yo me daba, trataba de cambiarme
el paso de mala manera. Y como ocurre con los reclutas uno se negaba a aceptar
que quien llevaba mal el paso era uno mismo y no Whitman. Pero lo más seguro es
que nada tenga que ver con el paso que lleva uno y ni siquiera con la
convicción con la que uno los da. Recuerdo que por aquellos días alguien me
explicó con muy buenas palabras que no era mi momento para atacar esa lectura.
Pero tampoco le hice caso y al bueno de Whitman lo puse en uno de esos sitios
alejados de los que uno cree que nadie volverá jamás.
Tengo entre mis
defectos resistirme a las lecturas que con muy buena intención me aconsejan. Me
gusta aquello de la intuición del lector. A veces ocurre que esto te depara no
pocos batacazos pero, aun así, prefiero guiarme por mí mismo y leer por instinto
a aquellos que de alguna forma me llaman vete tú a saber desde dónde.
Me gusta el misterio
que esta forma de proceder en la lectura genera. No son pocas las ocasiones en que
me descubro buscando el patrón lógico que explique cómo paso de un autor a
otro. Últimamente me decanto más por la teoría geográfica. Pero sé que en
cualquier momento la lógica va a volver a desaparecer, una vez más y, contra todo
pronóstico, voy a saltar océanos o recorrer desiertos insospechados en lo que
se pasa de una página a otra.
En este caso de Whitman
me reafirmo en lo geográfico. A lo largo de misteriosas concatenaciones he
vuelto, como el hijo pródigo, a encontrarme con Canto a mí mismo de Whitman. Y no ha podido venir en mejor momento.
No se me ocurre un autor mejor para esas épocas, recurrentes en la vida, en la
que los cimientos de todo en lo que uno creía son tragados sin la más mínima
compasión por la adversidad del seísmo. Whitman me ha dejado claro en esta
ocasión que ha venido a quedarse, como tantos otros con los que de vez en
cuando me siento a charlar. Sólo con ellos hablo realmente y sólo con ellos son
inútiles e innecesarios los disfraces que la sociedad impone. Con ellos muere
el hombre, el padre, el guerrero, el escritor. El bueno de Walt me lo ha dejado
bien claro. Sonrío con cada sorpresa y envidio todos sus versos, que sin
embargo comparte de forma tan gratuita y amable. Sin duda este era el momento
del que una vez me hablaron. Me llegarán otros momentos y me veré reducido una
vez más a mi propia estupidez con una sonrisa en los labios. Leyendo a Whitman
uno se descubre divagando en cómo los seres humanos más sabios de la historia
comparten las mismas ideas y los mismos pensamientos sin importar si entre
ellos han pasado siglos o apenas unos días. Y no es que uno se considere sabio,
más bien lo contrario, torpe y casi suicida, pero uno puede reconocer en
seguida que los caminos de la felicidad, de la lucidez, de la justicia, están
por todas partes y en todos los momentos. También a Whitman como a tantos otros,
estoy profundamente agradecido, agradecido por hacerme sentir tan pequeño y tan
ignorante.
Te ha pasado como a Ezra Pound con Whitam.
ResponderEliminar"Haré un pacto contigo, Walt Whitman-
Te he detestado ya bastante.
Vengo a ti como un niño crecido
Que ha tenido un papá testarudo;
Ya tengo edad de hacer amigos.
Fuiste tú el que cortaste la madera,
ya es tiempo ahora de labrar.
Tenemos la misma savia y la misma raíz-
Haya comercio, pues, entre nosotros".
Gracias, Vacaciones en Abisinia, por tu visita y por tu aportación a esta entrada. Me alegra la coincidencia con Ezra Pound.
ResponderEliminarUn saludo.