La vida en la Tierra
apenas se sostiene. Llegó lo que tarde o temprano tenía que llegar. El clima es
extraño, la sequía es un estado natural, los vientos arrastran inmensas nubes
de polvo que ocultan el sol y que se asientan sobre los campos de cultivo como
una plaga de langostas, arrancando de ellos la promesa del alimento. Y nada
apunta a que las cosas puedan cambian a mejor. Se ha iniciado un proceso de
extinción irreversible. Muchos -se intuye- han quedado por el camino. La esposa
de Cooper, Matthew McConaughey (Dallas buyers club, 2013; True detective, 2014),
ha quedado por el camino. Por eso Cooper ha de cuidar y llevar -vivos, con
esperanza y con la capacidad de combatir las adversas condiciones del planeta-
a la madurez a sus dos hijos. Juntos tratan de salir adelante en un mundo que
se pone a la contra de la supervivencia. Pero practican una lucha eficiente,
mientras las cosas no empeoren demasiado.
El hijo de Cooper
quiere ser granjero, como su padre. La hija manifiesta una clara atracción por
la ciencia, también como su padre. Y es que en el pasado reciente, cuando la
vida humana aún se entendía como permanente en el planeta, Cooper ejercía como
ingeniero y piloto de pruebas para la NASA. Así que la ciencia importa en la
granja de los Cooper. La ciencia es la herramienta indispensable para
sobrevivir en un mundo en el quizá se cometieron demasiados errores. Las
condiciones que impone un medio ambiente cada vez más enrarecido sólo pueden
ser contrarrestadas por el conocimiento de lo natural y las posibles
aplicaciones de la tecnología al alcance de la mano. Así combaten los Cooper el
desafío diario, motivados por ello persiguen un dron en vuelo -en la que quizá
sea la mejor escena de todo el film- atravesando los altos maizales, deseosos
de hacer suyas las placas solares que les proporcionaría la energía con la que
alimentar su maquinaria agrícola.
Las apocalípticas
dificultades afectan en los ámbitos de lo social, pero se nos muestra de una
forma anecdótica, huele a relleno y tal vez a oportunidad narrativa mal
aprovechada. Lo mismo nos resulta innecesario para una película que se alarga
hasta alcanzar un fin del todo anaeróbico. A Cristopher Nolan esta vez le ha
cogido el toro, la película no es más que un montaje sin ritmo. Cuando vemos a
Cooper retomando su antiguo traje de astronauta es como despertar de pronto en
otra sala del cine. Más que un hilo el argumento es igual de fino y suave que
una vieja cuerda de pita. A partir de entonces nada del aspecto psicológico de
los personajes es creíble. El conflicto familiar -una promesa fallida más en un
montaje en el que prima la opinión de la taquilla-, uno de los hilos
argumentales de la historia, es una permanente caída, en la que Jessica
Chastain (La noche más oscura, 2013) hace lo que puede en la interpretación del
personaje adulto de la hija de Cooper.
Y aquí empieza la
misión (no la verdadera misión, que es aguantar todo este coñazo de 169
minutos). La misión es -insisto en que no-, ni más ni menos, que encontrar otro
planeta habitable. Hasta aquí es justo contar.
Recordamos anteriores
cintas del género, Contact (1997),
muy especialmente, basada en una novela -su única novela- del científico
divulgador Carl Sagan (Cosmos) y que sí fue una buena muestra de cine de
ciencia ficción. Se aprecia un fondo de documentación científica, un fondo
volcado en el guion con escasa inteligencia cinematográfica, pese a todos los
medios empleados. Las referencias a las teorías de la relatividad o a la
mecánica cuántica -entendida desde el punto de vista de la teoría de las
supercuerdas casi siempre, como si fuera la única-, pasando por lo que Hawking
nos ha contado de los agujeros negros y su posible extensión en forma de
túneles agusanados, se vuelven tediosas pedanterías -una muy difícil de entender
pedagogía a la que se ha de preguntar ¿por qué?- que se suman a los
innecesarios elementos que alargan el metraje. Michael Kaine interpreta a un
viejo profesor de los tiempos en que Cooper no tenía que preocuparse de
alimentar y educar a sus hijos. Michael Kaine viste el mismo traje que usaba
cuando era mayordomo de Batman, y su papel de secundario con relevancia no
cuela, ni siquiera cuando ejerce de padre de la científica y astronauta Amelia
-compañera de Cooper en la singladura espacial-, la cada vez más brillante Anne
Hathaway (One Day, 2011; Los Miserables, 2012).
Así van pues nuestros
salvadores al espacio, abordo de un guion sin pies ni cabeza, con demasiados
conejos extraídos de efectistas chisteras. Es entonces cuando se pretende
llegar a lo trascendente, a plantear debates que tratan de dar un matiz
bienintencionado a lo que no llega siquiera a ser una mediocre peli de consumo.
La ambición de
Cristopher Nolan le ha llevado a firmar un disparate espacial. O mejor dicho,
la arrogancia de Nolan le ha llevado al fracaso ineludible por el afán de hacer
caja y a la vez querer profundizar en la sima de los grandes interrogantes.
Debió quedarse con la idea. Madurar. O al menos no debió engañar a nadie con la
mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos. Hathaway -ayudado por
un Matt Damon lamentablemente olvidado en un lejano planeta- trata de echarle
algo más que un cable a McConaughey, pero nada, es imposible, no hay guion para
el rescatado. Ni siquiera los impecables efectos especiales -triste que toda
poesía visual o no visual proceda de ellos- pueden hacer nada por el largo
producto que resta de todo el proyecto. Y la aventura se alarga y se alarga a
la vez que la cinta agoniza y agoniza, y Nolan se enreda del mismo modo en que
lo hacen las figuras de calabi yau, que es lo que al final nos queda, además de
una gran decepción -e ira, en mi caso-. Cerote para los hermanos Nolan, que una
vez hicieron de una saga de superhéroes un apasionante relato en tres entregas de
cine cuidado y diversión.
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