Cada día te imagino despertar
como en aquella que fue nuestra mañana.
La vida sigue moviendo el mundo
y ni siquiera sé si me recuerdas.
La mar hace que todo sea despacio:
navegar desde la mar -pensar un segundo
es hacerlo para siempre- es hacia la mar navegar.
Me digo: es el mejor rumbo.
Puedo acariciar la piel que ya no existe.
Mientras, me entretengo
en mirar como rompen
las olas en mi costado.
Es curioso sentir que se echan de menos las flores.
Hasta los confines del océano llega
tu perfume, como traído por los vientos.
Sonrío a la fiereza del monzón
que nos golpea sin permitir el descanso.
Podría caer por la borda si no lo hiciera.
Ahora más que nunca mi camino
es una estela que queda por la popa,
hacia los días de la espesura de tu pelo.
A falta de futuro tengo el presente.
Mientras, me entretengo
en mirar como rompen
las olas en mi costado.
Por cobardía quizá, a cada luna,
reprocho al plenilunio que dibuje tu perfil
desnudo y tumbado cuan largo es el horizonte.
La noche en la soledad de cubierta
es una pausa repleta de latidos
que retumban de proa a popa hacia el cielo.
De babor a estribor, el balanceo
va quebrando las rodillas
para quien la tierra es un nombre
de mujer, inolvidable y perdido.
Mientras, me entretengo
en mirar como rompen
las olas en mi costado.
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