Cerradas las ventanas, las cortinas
son airadas quimeras silenciosas.
El suelo es la verdad posible, fría
la punta de un colmillo de dragón.
Si al menos una esquina... pero toda
negrura es la distancia, todo olvido
es un páramo yermo sin fronteras.
Minúsculo, un leve resplandor,
tan lejano, florece en las alturas.
Un eco del pasado, quizá fuego,
que limpia la mirada, reproduce
su fulgor en millares luminarias.
Es confuso: se siente compañía.
Aquí la oscuridad como una muerte,
arriba compañía y es confuso.
No basta con tumbarse bocarriba,
extender ambos brazos, dirigir
alzados cada dedo en el rito.
Pasear con los ojos sin embargo
sana del caos y enloquece
de profundas verdades la existencia.
Entender, discernir, conocer,... pobres
se antojan los bolsillos que se llenan.
Allí señalan todos tu morada;
la mirada omnisciente que no mira,
movimiento tal vez; inercia máxima
máximo constructor; inalterable
materia suspendida, espacio, luz;
duda inmisericorde del espíritu.
El final, el origen, la cadencia;
la fuente inagotable de la nada.
Ahora es un susurro que se acerca.
Su mensaje es tan claro: nada dice
de los hilos que mueven lo palpable.
Desde detrás de cada mota, guiño
luminoso, un calor atemporal
se propaga rozando cada cosa.
Más allá de cada luz se esconden otros
mensajeros lejanos inasibles.
Es sencillo, giramos al desorden.
La suicida rutina de romper
los infinitos nexos de la escena
tan minuciosamente recreada.
Como una melodía en que se tuercen
sus notas, libres, próximas al ruido.
Es el rompecabezas más hermoso
jamás imaginado el que agoniza.
Es tiempo de volver a sentir frío.
El suelo es al final quien nos reclama.
Pero la oscuridad ahora lleva
en su negrura gotas de consuelo.
Es menor el olvido y más ventaja.
Un secreto en su altura es victorioso
sobre lo terrorífico del miedo.
Volver, después de todo, es el camino.