Ahora que nos luce el pelo y que las penas parecen menos, que siempre nos ha encantado esto de aparentar y de aplaudirnos, se me hace oportuno la publicación de este cuentecito.
Fuente: Kiki. Diario de Cádiz. |
La
superficie enervada de las aguas de la bahía. Las aguas de la bahía de un verde
mate, como un color muerto. Un verde difunto festoneado de blancos y fugaces
latigazos. Mira el puente a lo lejos, a medio construir. Le gustaría ser el
único testigo de la ola destructora que acabase con su insultante presencia. Un puente, para qué un puente; sobre la mar,
un puente. Nada de barcos. Un puente. No lo dice. Lo piensa del mismo modo
que imagina la ola y de la misma manera que ignora el frío del alba retenido en
el rugoso granito de la balaustrada. Se recuerda veinte años antes. Entonces
apenas pensaba en barcos. Después de recordarse recuerda la última vez que vio
al niño que ya no es un niño y que es abogado. Misteriosamente para nosotros,
lectores o testigos de una ficción que nos invita a pensar que la ficción es la
única realidad posible en este preciso instante; e inexplicablemente para él,
casi una confusión, puente y niño, significan la misma cosa. Como si puente
(que jamás verá construido del todo) y niño hombre abogado anunciasen su
inminente inexistencia.
Pero cuando piensa y cuando recuerda
no lo hace de una forma que podamos entender un gesto de autocompasión. A pesar del frío
lleva remangadas las mangas del viejo jersey, las mangas arrugadas por encima de
los codos huesudos, y los puños de la camisa a rayas azul celeste doblados y
sobre el jersey, desnudos sus antebrazos velludos como tensores. Sobre su
cabeza una vieja y descolorida gorra azul de la Armada con un barco gris en
relieve bordado y bajo éste una letra y unos números del mismo color verde
muerto del pedazo de mar atrapado y en sofoco que contempla.
La señora, en la casa, no quiere
saber nada de puentes a medio construir y barcos. Para ella también sigue
siendo el niño. No es el mismo niño que para él. La señora en la casa sonríe
cada noche, ya en la cama, junto a sus ronquidos y la tos que finalmente se lo
llevará a la tumba; sonríe al escuchar a través de las finas paredes los
exagerados gemidos de la muchacha en la casa vecina. Cuando él piensa que la
muchacha vecina es una moza que está de muy buen ver la señora también sonríe
porque sabe lo que él piensa y porque recuerda cuando ella era moza de tan buen
ver como la muchacha vecina y él la miraba y pensaba lo mismo y ella lo sabía.
Ni un cigarrillo más.
Piensa él ahora, sin saber que ya es tarde. Alza con el pulgar de su mano
derecha la visera de la gorra, el puente al frente sobre las torpes olas sin
rumbo, las olas más pálidas en el choque con otras olas. La señora llena un
cubo con agua y lejía en el cuarto de baño del piso de arriba.
No,
ni un cigarro más. Un puente. Mira de nuevo en dirección al puente. Un puente. Sobre la bahía, un puente; nada
de barcos. Aparta sus manos de la superficie fría y granítica y adelanta su
pierna derecha. Dobla su cuerpo torpemente, lento, un gran esfuerzo,
incómodamente su vientre de escollo para sus vertebras caducadas; y resopla
cuando se deshace del zapato y el calcetín y mientras ondula dobleces
ascendentes en la pernera del pantalón hasta llegar justo debajo de la rodilla.
Repite la acción con la pierna izquierda.
Un puente. Nada de barcos.
Pasa una pierna sobre la balaustrada y luego la otra y luego desciende a una
roca que no daña las plantas de sus pies porque las plantas de sus pies son ya
también de roca. Al niño le gustaba
cuando sus pies eran cosquilleados al hundirse en el fango. Da un paso y
baja de la piedra y al hundirse levemente en el fango saca una bolsa de
plástico del bolsillo derecho del pantalón. Ya sin mirar atrás, con la
determinación de quien se sabe victorioso y victorioso sobre todas las cosas
que nada importan, como si el tiempo fuese una fuerza aniquiladora e inefable,
y no otra cosa, vida vivida y por vivir; con esa determinación del que se sabe
viejo ignorando que también es sabio, a su manera; ya sin mirar atrás, con esa
determinación, abandona la tierra, pasea como quien nunca conoció la solidez de
la tierra firme, bahía adentro, sobre el fango en dirección al puente, por el
fango.