De ser servidor
designado como un retratista casual de lo absurdo -de lo ridículo y
manifiestamente divertido por lo mezquino-; de tener que ser por un prurito de
vergüenza ajena paisajista del paisanaje literario del ámbito que observo como
un panda en la calle Ancha; eso, de tener que hablar -por hablar, y por un
estricto sentido de lo ético, que todos tenemos nuestros defectos-, en ese
paisaje que tan claramente muestran las redes sociales como ventana abierta de
lo que ocurre al otro lado de la misma que no es afuera pero que tampoco es
adentro de nada o casi nada, las antologías literarias, de relatos o poemas,
tendrían un lugar privilegiado.
Me pregunto sobre lo
necesario de dichas antologías (que no son tal; obviando su absurdez). Me
pregunto cómo surgen, cómo funciona la mente de alguien que se dice de pronto
como quien piensa "voy a ir al baño", voy a hacer una antología. Es
curioso que exista una tipología muy marcada de los que en algún momento se
proponen la empresa. Pero volvamos a lo de la necesidad. Son del todo
innecesarias, no hay que darle más vueltas. Porque a nadie más que a los
autores dispuestos a participar interesa la concepción de una obra similar. La
antología de relatos, ahora que está tan de moda, es un libro que nace muerto,
siempre y cuando dicha antología no se haga con cierta coherencia y por la
urgencia o necesidad real de unir a cierto número de autores que ya y que sí
-autores con obra y obra que garantice o que hable de un oficio real- han
sembrado entre los degustadores de libros la semilla del interés. Pero no.
Resulta que todas estas antologías de temáticas tan variadas no tienen más
sentido que el de publicar; publicar rápido y de cualquier manera, con muchas
mamadas y aplausos, publicar sobre zombies (la temática de los zombies, a estas
alturas del partido, debería sacar cualquier texto de lo que se considera
literatura -una intención, no más- para enviarlo a otros formatos o medios con
menos amor propio, con menos dignidad; porque los zombies son criaturas manidas
y que normalmente suelen ser usados como lo que son, personajes más bien
básicos, así como los que huyen de ellos, también básicos, con un juego que
bien puede dar cualquier otro tipo de temática que se atragante menos, que sea
menos... en fin, todos sabemos lo que son las historias de zombies, así como
sabemos la razón por la que ahora están tan de moda); sobre vampiros, sobre
género sin ningún respeto sobre el género. Porque el género merece su respeto,
y no es cuestión de escribir rápido y mal cualquier basura para entregar rápido
y publicar rápido para un libro que morirá rápido porque sé/sabemos/saben que
lo único que queríamos todos, los publicados, era un poquito de notoriedad y
que por unos días nos llamasen escritores.
Se publicó de aquella
manera Vampiralia. Le eché un
vistazo, cómo no, y no puedo decir más de ella que es poco menos que un
despropósito. Después resulta que recibe no sé qué premio. Otro despropósito.
Como la mencionada, todas las demás. ¿Qué necesidad real palpitaba de algo así?
Ninguna. Probablemente muchos de sus autores son gente con verdadero talento,
no lo dudo -lo afirmaría de unos cuantos-, y me pregunto por qué emplean dicho
talento en semejantes despropósitos. ¿Por qué no dedican todos sus esfuerzos en
crear de verdad y con verdad? Han pasado unas semanas desde de aquello, ahora Vampiralia es una línea más en
un currículum ficticio, como mi nivel medio alto de inglés. Pero claro, una
línea que nos mantiene ahí arriba, sobre las tablas.
Y ahí es donde damos
con el resto del iceberg. No es lo mismo ser escritor que ser payaso o showman.
Ser payaso o showman es muy digno, requiere de estudio y trabajo. También para
ser escritor se necesita una buena formación. No basta con saber juntar
palabras y que salga bonito. Un escritor no participaría en ninguna de estas
innecesarias antologías por lo innecesario de las mismas. Porque el escritor
escribe con un sentido que va más allá de contar una historia. Contar una
historia siempre es fácil; unos lo harán mejor, otros peor; pero es sencillo.
Puede haber quien diga: yo escribo para divertirme. Me parece estupendo que te
diviertas, de verdad, la diversión es importante, pero no vas a ser escritor
por divertirte, perdona la franqueza, puedes seguir si quieres haciendo
antologías para que se publiquen tus historias, y puedes seguir con aquello de
las mamadas para que cuando otro monte su propia antología tú puedas colocar tu
engendro mediocre. Algún día serás reconocido, mas no como escritor.
Se crean grupos de
escritores en Facebook, después tienen la osadía de quedar en algún garito para
charlar, para cambiar impresiones, para... ¿para qué?
¿Dónde queda aquello de
la soledad, de la reflexión, de la individualidad? El escritor es una fase más
allá del individualismo. Quienes participan de estas dichosas antologías no
soportan el individualismo porque ellos mismo son incapaces de soportar su
propia soledad y los pensamientos y las voces que le recuerdan que se mueve en
la más absoluta mediocridad. Lo cierto, lo más cierto en la proyección de una
posible carrera literaria es la certeza del fracaso. No es malo. No lo veo como
algo malo. Mejor no fracasar en la vida. Pero la carrera literaria es otra cosa.
En esto uno llega y dice o cuenta o dice y cuenta lo que cree que es
verdaderamente necesario decirse o contarse. Mientras tanto, nacen y mueren
historias. Y eso está bien, siempre será peor una pedrada en un ojo. Antologías
de relatos, pa qué. Para seguir ahí arriba, en las tablas, nada más.
El excesivo afán de
notoriedad juega en contra de lo que significa ambicionar ser mejor en un
oficio realmente difícil. Se corre el riesgo de ser "escritor" sin
obra, que es como el que tiene frío y se rasca los huevos. Se les puede ver
merodeando por ahí, por las redes sociales, por las incontables presentaciones
de libros, alardeando de su "¡Presente!", haciendo gala de su
ridiculez extrema. Publicar un librito, como es el caso de un servidor, no te
convierte en escritor. Publicar en innecesarias antologías de fabricación
casera tampoco. Y por supuesto, seguir ahí, arriba de las tablas, te convierte
en un payaso de los malos. Es por eso que en todo este paisaje abundan más los
payasos que los escritores y del total resulta una esperpéntica postal en la
que se refleja la más absoluta de las decadencias; tal es el panorama literario
en el ámbito de la Bahía de Cádiz. Es una puta pena.
La realidad es que
tenemos buenos escritores. Están ahí, callados; miran lo que ocurre a través de
los velos que cuelgan cuando se deja la más mínima distancia. Diría sus nombres.
Algunos escriben obra que es de mi agrado, otros no. Pero son buenos
escritores. Pareciera que toda esta balsa de mediocridad los desplaza del mismo
modo que los copleros de carnaval desplazan a los músicos. Yo sé que nunca seré
escritor, tal y como yo entiendo que se ha de ser escritor. Me gusta demasiado
la vida como para poder componer una buena obra. Desde luego, tampoco voy a ser
payaso, payaso de antologías innecesarias.