The Great Gatsby, la
nueva versión que Baz Luhrmann nos ha traído a la gran pantalla basándose en la
historia que crease Francis Scott Fitzgerald, no es, ni mucho menos, una
adaptación de la novela de uno de los escritores a los que Gertrude Stein
incluyó, con más o menos acierto, en la que bautizó como generación perdida y
que Ernest Hemingway popularizó.
Podría decirse, en
cualquier caso, que más bien se trata de un remake a lo Luhrman, de la película
que dirigiese Jack Clayton en 1.974, con Francis Ford Coppola como guionista y
un brillante Robert Redford como Jay Gatsby en el papel protagonista. Un remake
en el que el argumento pierde gran parte de la esencia de la novela de
Fitzgerald, en virtud de la visión estética de un director al que se le agradece
la intencionalidad y los efectos especiales. Así como Tim Burton es a la
oscuridad, se podría decir que es Luhrmann al color y a la luz. Bien es cierto
que uno siente desde el principio estar visionando más una película de
animación que la adaptación de un clásico literario y que, bueno, tal vez pueda
resultar difícil asumirlo. Yo animo sin embargo a que el espectador se pruebe
las gafas que Luhrmann ofrece, en ésta, así como en el resto de sus películas.
La cuestión es: ¿Resiste el argumento la espectacular imposición del director?
Me temo que la respuesta es negativa.
Si hay algo en la
novela original que le reprocho a Fitzgerald es sacrificar la sutileza en la
evolución del personaje de Jay Gatsby en pro del tempo que le marca la
narración. De dicho sacrificio apenas se ve perjudicada la versión del 74, en
parte, y quizá aquí las opiniones puedan ser más variadas entre el público, por
la maestría de Redford que, en mi opinión, es un Jay Gatsby muy de la novela de
Scott Fitzgerald. Aprovecho para decir que, anterior a la película de Clayton, existe
una adaptación de 1.949 de la que poco más puedo decir por no tener oportunidad
de haber visto. Quede constancia pues, de ésta y de una versión del año 2.000
estrenada exclusivamente en televisión.
La hipérbole de Luhrman
no hace posible camuflar ese pequeño defectillo del autor original de la
historia. El Jay Gatsby de Dicaprio no experimenta ningún tipo de evolución
gradual: son dos personajes totalmente diferentes y no las dos caras de un
mismo personaje al que los acontecimientos afectan de forma profunda. Esto va
muy en detrimento de la adaptación y hace que no salga muy bien parada en la
comparativa con la versión de 1.974. La película, en cuyo inicio y hasta
finalizar la primera mitad del metraje, el despliegue de espectáculo y la
voluptuosidad musicalizada a ritmo del rap de Jay-Z, abusa tanto de los efectos
que, después, cuando la historia requiere de menos artificio y hace notar su
esencia, la tensión entre los personajes en el contexto de un Nueva York
convulso, el tiempo se ralentiza, dejando al espectador en ese limbo en el que
nos encontramos a veces cuando uno ya no reconoce siquiera la película que ha
ido a ver, un claro defecto propiciado por la fidelidad a una estética. Luhrman
aprueba en la primera mitad del metraje, cae estrepitosamente en la segunda,
que ejecuta con no pocas dificultades por la desmesura inicial.
El Gran Gatsby de
Dicaprio.
Leonardo Dicaprio no ha venido a hacer de Jay Gatsby. Leonardo ha
venido a enseñarnos como hace de Robert Redford haciendo de Gatsby y esto, se
hace patente desde el primer momento en que el personaje hace su aparición en
escena. Surgirán después innumerables momentos en que la interpretación de
Dicaprio sea escandalosamente parecida a la de Redford. Así que es muy posible
que el actor nos haya privado de lo que podría haber sido un gran trabajo
interpretativo vendiéndonos una copia más bien barata, al menos en el caso de que
ir al cine no fuera tan caro, de la interpretación del veterano Redford.
El resto de personajes
se adecúan bastante y hasta quizá, superen ese trance de tener que adaptar una
novela, a destacar, el personaje de Tom Buchanan, que tal vez hubiera merecido
algo más de espacio en estas líneas. Todos bien, menos Tobie Mcguire, que en su
interpretación de Nick Carraway sigue siendo tan plano y tan desértico como en
el resto de las películas en que ha trabajado. Quizá es por eso por lo que le
fue tan bien en el traje de Spiderman.
Entre defectos,
estéticas y demás, mi valoración general de la cinta es positiva. El hecho de
que el director Baz Luhrman trate de mantener su visión cinematográfica "a
pesar de", hace que mi escaso criterio cinéfilo le otorgue un aprobado por
los pelos. Se podría decir que ha sido una bien intencionada jugada en la que,
quizá, le han sobrado demasiados regates y, probablemente, el gol, al que se le
ha de sumar o restar el factor suerte. En este caso, no pudo ser. No obstante,
aprobado.
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