Un mundo caótico que
deja apenas un mínimo espacio para que respire, agonizante, la esperanza.
Después de una cuarentena de aislamiento, toparse con la realidad cotidiana, se
nos antoja más próxima al universo orwelliano de "1.984" que a ese
mundo idílico que nos prometíamos cuando todos, en mitad de un frenesí
artificial, creíamos que éramos los amos del mundo. Ahora la vulnerabilidad
está al cabo de la calle. Trato de imaginarme la inflación alemana del periodo
de entre-guerras, tal y como me lo cuenta Stefan Zweig. Y también nuestro
tiempo parece vivir un estado emocional parecido. Es terrorífico pensar que
pudiera darse el surgimiento de un Stalin o un Hitler. Sin embargo, todo parece
indicar que no es tiempo para ese tipo de demonios. Los villanos de la sociedad
actual tienen más estilo y menos prisa.
Pero bueno, seguimos
dormidos. Sólo que ahora los sueños son pesadillas ante las que permanecer como
sufrientes expectantes. Sería ya demasiado pedir, por ejemplo, que nos
acordemos de los peores crímenes contra la humanidad. Así que reto a aquellos
cuya temeridad los impulse hacia actos de inconsciente valentía a que se
acerquen al magnífico documental "La pesadilla de Darwin".
No me permito dejar de
creer en que un mundo mejor sería posible y que aún estamos a tiempo de cambiar
las reglas del juego. Me pregunto qué pensaría Zweig hoy por hoy sobre el
paradigma norteamericano que nos ha traído a una ruina espiritual de
proporciones mundiales, en contraste a su fascinación por una sociedad que le
era cuando menos, prometedora.
La forma en que Cormac
McCarthy nos muestra la violencia me trastorna y me sume en las más profundas
reflexiones acerca de la violencia misma y de cómo la entendemos hoy por hoy.
En cierta ocasión cometí el desliz de tratar explicar a alguien lo
terriblemente violentos que son los actos de guerra. En este sentido las
películas del género bélico, con sus dosis de romanticismo, de idealismo, de
mentiras al fin y al cabo, hacen que quienes no han visto la guerra insulten a
la vida llenándose la boca con la palabra guerra. Se desconoce el verdadero
significado de violencia. Y casi me muerdo la lengua cuando me veo recurriendo
a Mel Gibson y a sus sensacionalistas "La Pasión" y
"Apocalypto", donde, la violencia, experimenta cierto acercamiento a
la realidad. "Meridiano de sangre" de McCarthy es de una extrema violencia
plena de veracidad. Aquí la violencia no es gratuita. Es atroz y quiere darnos
un mazazo brutal en nuestros corazones en cada página. Para ello el autor nos
introduce en un escenario que no nos es lejano por su explotación
cinematográfica, el salvaje suroeste norteamericano, donde apaches y sádicos
buscadores de cabelleras, cohabitan un mundo en el que la sangre responde a la
perfección al concepto de líquido elemento. La lectura de "Meridiano de
sangre" es tan aconsejable como cualquier otra obra de su autor.
Los sentimientos nos
conducen por senderos la mayor de las veces erráticos. En el mundo de los
sentimientos nada está bien o mal hecho. Pero es imposible no dejarse llevar
por ellos. Quiero creer que el amor en todas sus formas expresivas mueve el
mundo. A pesar del exceso de odio. Pero amor y odio, odio y amor, ¿qué son si
no las dos caras de una misma moneda? ¿A partir de qué momento la especie
humana comienza a experimentar dichos sentimientos? ¿Qué medidas se han de dar
para acercarse al Perfecto?
La contemplación
detenida de las estrellas que una noche oceánica ofrece lleva a uno a pensar
que los más maravillosos misterios aún están por descubrir. Más allá de todo
existe otro más allá. Entonces uno piensa en sí mismo y se pregunta ¿qué soy? ¿Qué
hago yo aquí? ¿Qué puedo considerar qué parte de mí soy realmente? Y después de
estas preguntas y, quizá, tras una estúpida concatenación de cuestiones: ¿por
qué siendo yo apenas una ínfima partícula del más vasto cosmos jamás imaginado,
amo con toda la fuerza y la energía con que son capaces de alimentarse esas
mismas y lejanas estrellas? ¿Por qué yo, que no soy nada y que mi paso por el
universo es tan efímero, os echo tanto de menos? ¿Por qué daría mi vida, eso
que consideramos tan valioso y que no es nada, por vosotros, sin dudar? Y la
contemplación detenida que ofrece la noche oceánica es entonces saber que todo
es origen y todo es final. Es saber que amarte tiene tanto de verdad como las
fuerzas que dan impulso a las cosas que desconocemos y que apenas atisbamos en
ese más allá, profundo, violento y trágico, pausado y placentero. Que amarte
soy yo; tanto como amarte eres tú; tanto como es desconocer los misterios de
ese cosmos inabarcable. Ocurre que a veces uno aparta la vista de la magnífica
visión porque es insoportable la levedad del ser.
Se acaban las canciones
que me prometí escuchar mientras escribo. Mañana estas mismas canciones ya no
podrán sonar igual. El salitre y los vientos distorsionarán sus melodías,
cambiarán las palabras en sus letras y no serán mis oídos los mismos con los que
hoy "Paraules d´amor" se introduce hasta llegar a un corazón que
muchos creen fuerte y al que los días que se pierden matan sin hacer mayor
ruido. La esperanza, la
realidad, la violencia; el amor y el odio; TÚ; la insoportable levedad del ser
y las estrellas del cosmos; todo, absolutamente todo, mañana, seguirá ahí como
seguirán las canciones que hoy se me acaban; absolutamente todo, seguirá, para
todos, y será diferente y la vida, en su más profundo sentido, seguirá siendo
la mayor aventura jamás vivida y jamás contada.