Escribo estas líneas con el corazón a medio camino entre la alegría y el enfado. Las dedico a un par de amigos y es, precisamente este hecho, el que hace que estas palabras tengan que ver con la alegría, que sean mis amigos.
Uno de estos dos amigos es el cantautor, poeta y artista, en el amplio sentido del término, Fernando Lobo. Fernando es más Lobo que Fernando, quiero decir, que como el animal, despierta cada mañana con todos sus sentidos orientados a que su forma de vida y su visión del mundo, sobrevivan a una jornada más en una escena que más bien parece ir a la contra de todo lo hermoso que mi amigo trata de defender. Pero es un lobo incansable este Fernando mío. Su forma de presentar batalla no es otra que hacer valer su talento y su seria capacidad de trabajo, que no es otro que proponer sueños, favorecer la sonrisa y pellizcar aletargadas rebeldías. Se podría decir que las cosas le van bien. O al menos, que sus proyectos e ilusiones llegan casi siempre a buenos puertos. Un nuevo disco en la proa, la satisfacción por el recorrido de una novela, los poemas de su vida en un precioso libro acompañando a un buen puñado de gente,... Sí, Fernando, como el animal de su apellido, no deja de alimentar sus inquietudes y alertas.
Pero ocurre que el bosque está lleno de peligros. Amenazas que hasta al más fiero de los habitantes del bosque pueden hacer perder su enérgico deambular. Puede ocurrir que una desafortunada ramita le haga caer y tocerse una pata. Fernando vive un tiempo en que estas ramitas están por todos lados y, aunque es ágil, y, aunque es consciente de cuanto le rodea, yo temo, con enfado, que también Fernando vea como una de sus patas sea quebrada por las dificultades y las sombras que pretenden acabar con su habitat. Como ya le ocurrió al lobo. Que nunca dejemos de escuchar el canto del Lobo en Cádiz.
Pero decía que eran dos los amigos con lo que compartí ayer una maravillosa mañana de café, tostadas y cerveza. José Simonet es un músico excepcional y un poeta entregado a la causa de hacer ver que la poesía sigue siendo ese maravilloso lugar frontera. Simonet suda por los cuatro costados fuerza y talento. Es difícil no notarlo cuando se le tiene cerca. Lo tienes al lado, te habla, lo observas y te dices: este tío tiene algo muy valioso, un no sé qué que transmite y que no es común, algo maravilloso, algo que te hace feliz cuando descubres que existe.
Pero también ocurre con Simonet que camina los senderos de un bosque lleno de incómodas ramitas. No puede trabajar en la música a la que tanto esfuerzo ha dedicado. José, no escribe, no puede, no le dejan. Ni siquiera le es posible estar en su casa. A Simonet, que es poesía y que reivindica su querencia por ser poeta en su tierra, se le negó la posibilidad de seguir en la brecha. Pero se le negó aquí, se la negó esa tierra que tan dentro lleva. Y no se la negó Yale, ni otras universidades estadounidenses y del Canadá. Por fortuna para mí ayer pude disfrutar de José Simonet en su habitat natural. Pero llegará el mes de julio y este poeta nuestro deberá volver al exilio emocional en el que se ve obligado a vivir, porque no supieron ver aquello de lo que yo disfruté en una mañana gaditana.
La ciudad de Cádiz debería ser más inteligente. Debería entender que es puerto de mar y que los bosques con ramitas le quedan lejos. No es el puerto de mar de Cádiz, la ciudad de la alegría y del arte cotidiano, un bosque con ramitas para el artista de arte facilón y mal gusto, para los circos insustanciales, para los trepas que viven del arte de no hacer más que tocar palmas a los artistas de arte facilón y mal gusto. Dejemos quizá, que sea bosque cuidado en el que no sea tan difícil ver que tenemos nuestro Lobo y que Simonet pasea, absorto quizá, entre los árboles, contando endecasílabos.