Después de todo corren
por no llorar. O no. No lo sabemos si no miramos. Para mirar están las cámaras,
y para ello, quienes las manejan.
Una masa informe de
personas desesperadas corren a vanguardia, hacia algún lugar que desconocen y
que es una promesa. Por retaguardia, la destrucción, Baal Moloch y sus fauces,
ISIS y drones, un régimen tenebroso, la noche de sirenas, los impactos y sus
cráteres. Así que corren, por no llorar. Caminito de.
Ella viste vaqueros,
camisa azul cielo, no sé si tela vaquera también. Lleva una cámara y los graba.
En realidad lo que le gustaría grabar sería un barracón lleno de cadáveres,
cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Pero está ahí, y los ve correr. Y su
rabia es tan grande, la de ella, su frustración, pantalón vaqueros, la
impotencia por verlos a ellos, correr, invadir, como si del mismísimo ejército
otomano se tratase, en otro tiempo, su mezquindad... vileza más allá de lo que
somos capaces de asumir, aunque lo veamos.
Ellos corren y ella,
cuando puede, lanza una pierna, poco importa si niños o adultos, ella golpea
con saña, no suelta la cámara, provoca. Muchos corren y alguien los golpea
desde su sombra. Al fin y al cabo, la vida misma: muchos corren y unos pocos
golpean.
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