Han
pasado ya unos meses desde que escribí el siguiente texto. Hace algún tiempo
decidí de una forma totalmente inconsciente recopilar toda la información que
sobre el autor Cormac McCarthy se cruzara en mi camino. Me es del todo
imposible recordar cuándo, esa decisión, pasó a otro nivel. Del mismo modo que
acepté la misión autoimpuesta me dio también por escribir al respecto de lo que
me iba encontrando. Leía a McCarthy y subrayaba y tomaba notas. Su escurridiza
persona, sus novelas, me habían atrapado en una espiral sin fin. Soy incapaz de
abandonar tal forma de presidio. Por el contrario, cada vez la espiral se abre
más y más, haciendo el recorrido más largo y profundo. No sé qué ocurrirá con
ese buen montón de notas, pensamientos e interpretaciones. En el fondo, me hace
feliz este absurdo empeño sin metas. Durante un tiempo sostuve la idea de que
algún día pondría orden y lo recogería todo en un libro. Después de sopesar mis
limitaciones la idea quedó tal y como estaba, seguiría haciendo exactamente lo
mismo, que es nada, según se mire.
Un
buen día tropecé con Daniel Fopiani y con la hermosa locura de su revista
Relatos sin contrato -que publica con cierta periodicidad junto con un buen
puñado de amigos-. No crean, estudié antes el fenómeno. Me pareció una forma
sana de literaturizar la vida. Así que le pedí por favor que me dejase
participar de alguna manera. Dijo que sí, que le mandase un relato o algo que
le pudiera servir, siempre que se ajustase a la extensión. Me constaba en ese
momento de que no tenía ningún relato digno de tal iniciativa. Un articulito,
sí, le dije, te enviaré un articulito sobre algo en lo que llevo trabajando un
buen tiempo. Aceptó, me ajusté a las normas de extensión, y redacté.
Unos
cinco meses después, he decidido que también me gustaría tenerlo por aquí:
La
generación que Gertrude Stein erró al llamar de "perdida"
se incrustó imbatible en las letras que se recogieron después en la tierra de las libertades. Antes que
ellos William Faulkner ya experimentaba con las tripas del verbo narrativo. Volvemos
al presente, y en el Instituto Santa Fe de California suenan a pesimismo, a
verdad, los golpes de tecla, obsoleta Olivetti Lettera 32 de gastado color
azul. En una de las cumbres de la ciencia y la tecnología Cormac McCarthy crea hoy,
a sus 81 años, literatura inmortal.
Si
Dos Passos o Steinbeck -testigos inquietos de uno de esos
giros estúpidos por los que le da a la humanidad a cada poco- testificaron por
escrito, McCarthy recoge los restos en el presente como heredero; y cuando
Albert Erskine, editor ni más ni menos que de Faulkner, de la potentísima y
cefalópoda Random House, recibe el manuscrito de El guardián del vergel (1.965), se convierte en el descubridor de
una de las plumas más inquietantes del panorama literario yanqui de nuestros días.
Cuesta imaginar la relación que ambos, autor -distante y amable, se dice de él-
y editor, mantuvieron durante aquellas primeras cinco novelas que bien pudieron
ser escritas en Knoxville, Ibiza o Nueva Orleans. Lo que sí sabemos es que de
ninguna de ellas se vendieron más de 3.000 ejemplares en tapa dura. La
literatura, como ente vivo que es, hace su propia selección natural. 236.000
dólares (beca MacArthur) bastaron para dejar un pasado de sospechoso vagabundeo
y que McCarthy pudiera regalarnos Meridiano
de sangre (1.985), ahí es nada, buque insignia de los seguidores del autor.
La
fortuna se muestra de su lado en el camino. Lector tardío y
escritor casi por casualidad -su vida transita el tercio de bajada-, la
popularidad viene de la mano de La carretera
(2.006; premio Pulitzer de ficción en 2.007) -tras cuestionamiento razonable y
cinematográfico de No es país para viejos
(2.005) por parte de los hermanos Coen- que bien pronto es adaptada al cine y
los miles de ejemplares de sus obras empiezan a venderse como rosquillas. Nada
cambia en el viejo McCarthy, sabe que su oficio es escribir.
Se
inicia entonces idílico romance con el cine. Productores,
directores y actores quedan prendados por su obra feroz. Todos los caballos bellos (1.992), ganadora del National Book
Award, primera entrega de la que se dio en llamar la Trilogía de la frontera (En
la frontera, 1.994; Ciudades de la
llanura, 1.998) es dulcificada -y después merecidamente criticada- en la
gran pantalla por Billy Bob Thornton. A destacar el trabajo del joven James
Franco en el estudio cinematográfico de la obra de McCarthy, con inminentes
novedades tras adaptar Hijo de Dios
(1.973).
No
sale gratis leer a Cormac McCarthy. En sus historias la
violencia y el caos son especias aseguradas. El mensaje: sólo existe una
historia, la de la lucha por la vida o la extinción. Si usted prefiere ignorar
que su fin no es otro que el de dar de comer a los gusanos, no lea a McCarthy. Siempre
tendrá a Proust.
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