El modo en que
afrontamos una derrota dice de más de nuestro valor y de nuestra calidad humana
que la sonrisa que se dibuja en nuestro rostro en la victoria. La derrota
siempre llega antes del final de la batalla. No es fácil reconocer ese momento.
A veces incluso la derrota nos puede sobrevenir cuando el curso de la batalla
se nos muestra aparentemente a nuestro favor. La dificultad en nuestra
capacidad de reconocer el momento fatal ya nos hace derrotados.
Cuando por fin somos
conscientes del "ya todo está perdido" nuestro cuerpo reacciona de
las formas más diversas e impredecibles. Pero podríamos decir que lo más común
es sentir una brutal caída del ánimo y las fuerzas para poder seguir adelante. En
términos pugilísticos, bajamos los brazos.
Nos mantenemos en el
cuadrilátero. El boxeador derrotado baja los brazos y apenas puede, apenas
quiere, esquivar los golpes del victorioso adversario conocedor de su triunfo.
Los golpes de éste cada vez son más frecuentes. Al derrotado sólo cabe un
pensamiento: que el próximo golpe lo ponga patas arriba para así acabar con
todo, ya pueda ser este fin la muerte misma si se da el caso, todo da igual. No
es morir matando, es morir y nada más.
La derrota está presente
en cada una de las acciones que nos proponemos a diario. Existen muchos grados
de derrota.
Tras cuarenta y cinco
minutos de master class futbolístico
la selección española de fútbol recibe un tremendo golazo por parte de la
selección contraria, igualando el marcador a uno. Y nos vamos al descanso,
nuestro juego es de otra galaxia: juego medido en veinte metros ante la
insistente presión del contrario, imaginativas asistencias, sorpresivos y
eficaces balones largos,... y todo, regado con la seguridad del que sabe que
hace bien lo que hace. Sin embargo, el momento de la derrota ya ha hecho su
aparición.
El equipo vuelve de
nuevo al rectángulo mágico y trata de hacer su trabajo tal y como lo había
hecho en una magnífica primera parte. El contrario posee la motivación que
supone la presencia de la victoria en el horizonte. La selección española no
sabe que esta posibilidad ya se marchó de su cabeza y su corazón. Pero no baja
los brazos, aún no. Y no lo hace porque aún no es consciente de que el momento
de la derrota ya ha llegado. Bastó un gol más en contra para que los brazos
cayesen. A partir de ese momento nada funcionaba, nada salía, nada podían
aquellos jugadores que minutos antes estaban asombrando al mundo futbolístico
con su manera de hacer poesía con un balón en los pies. Es la derrota, amigos,
estáis siendo derrotados y no sois capaces de afrontarlo. No sois un ejército
en ordenada retirada, no vais a morir matando, sois el púgil que recibe y
recibe y que sólo sueña con el aire final saliendo del silbato del árbitro.
No existe la luz en el
corazón del derrotado. El derrotado pierde incluso la capacidad de engañarse a
sí mismo. Cuando la derrota nos alcanza odiamos lo que somos y nos reprochamos
aquello que hicimos mal y que ni siquiera somos capaces de saber qué fue. Es
una respuesta natural. Diría incluso que hasta los animales más simples tienen
esa terrible sensación de frustración. La cuestión es ¿cuánto tiempo vamos a
permanecer así? ¿cuánto tiempo vamos a dejar correr hasta que se nos dé la próxima
oportunidad de hacer una victoria de nuestras derrotas pasadas?
En el caso de la común
criatura bípeda con capacidad de pensar podría decirse que las oportunidades para
alzar el vuelo están siempre presentes. Y que casi siempre vamos a poder sumar
un tamaño de letra a la sabiduría popular cuando dice aquello de nunca es tarde si la dicha es buena.
Nuestra ceguera de bichos inadaptados no nos lo va a poner fácil.
Y volvemos al fútbol.
Es cierto que en la gran guerra que puede ser el mundial las posibilidades de
resurgir de sus propias cenizas de la selección española son muy limitadas.
Tampoco el fin es un asunto vital. Pero bueno, lo tomamos en serio y eso está
bien. Digo que las posibilidades son limitadas. Podemos volver a levantar la
guardia. El genio futbolístico de este grupo de hombres aún sigue con ellos,
nos lo hicieron ver en una delicia de cuarenta y cinco minutos de gran fútbol.
Tienen cuanto necesitan para llegar tan lejos como se propongan dentro de esta
competición (Conste que aquí he salir del discurso para la queja. Todo parece
indicar que Brasil ha ser salir victoriosa de este mundial, lo saben hasta en
Tokyo. Da igual, sigo).
La derrota siempre nos
habla del pasado y no del futuro. Hacer prospecciones desde la derrota sin
tener en cuenta el imprevisible factor humano es un completo error más propio
de la ignorancia y de los análisis de barra de bar más allá de las doce de la
noche.
La derrota es sumar en
nuestro currículum. Podemos recordar cómo nos sentíamos en aquella derrota del
pasado en el momento en que hemos de identificar la cercanía de una derrota
presente. Y lo que es mejor, las derrotas de nuestro currículum nos mostrarán
los estrechos e insospechados y OPORTUNOS senderos que nos conducirán a la mayor
de las victorias.
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