Puedo ver en la
distancia
niños que juegan
despreocupados en un parque.
Puedo ver, en la
distancia, calles adoquinadas
y caminadas,
placenteramente,
por caminantes gozosos
del aire urbanita que los acoge
y les proporciona
familiaridad, un hábitat confortable.
Y puedo ver, a miles de
kilómetros de nocturna oscuridad
a una pareja de
jadeantes amantes,
cerca de alguna playa,
haciendo el amor
enloquecidos sobre la
suspensión
de un coche de interior
vaporoso y húmedo.
Y yo puedo ver en la
distancia
la mano del asesino que
empuña el cuchillo
y acuchilla sin piedad
a una víctima que muere marginal y sola.
Puedo ver un hombre
como cualquier otro hombre
torturando a un hombre con
saña y maldad extrema.
Puedo ver lo que no
quiero y puedo ver
la criatura que recién
nacida es recién muerta de hambre.
Y puedo ver a su madre
que con la criatura muere
porque también nació
muerta aun con vida.
Puedo verme a mí mismo
entre el cielo y la tierra,
ínfimo, prescindible;
ridiculizado
por la inmensidad
tenebrosa del todo y la nada.
Puedo ver qué es mi
respiración agitada
por el temor y puedo
ver el vaho de mi grito
gritar en la humedad
escandalosa en el aire.
Puedo verme sentado y
puedo verme de pie.
Puedo verme
ridículamente consciente
de que todo acaba
porque todo ha empezado.
Puedo verme entonces
llorar
porque no lloro y
porque no río.
Y puedo verme pues,
finalmente,
reír porque ignoro y
disfruto
y porque estoy solo,
tanto como tú.
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